Amo el conocimiento. Es por puro amor que me abismo en esta caída vertiginosa. Y en este ensanchamiento de mis límites aprendo a cruzar un puente imaginario sobre el vacío. Y agradezco cuando soy tomado por el vuelo dichoso de la libertad…
¡Lee, con el Nombre de tu Señor que ha creado...
que ha creado al ser humano a partir de un coágulo!
¡Lee, pues tu Señor es el Más Generoso, el que ha enseñado
que ha creado al ser humano a partir de un coágulo!
¡Lee, pues tu Señor es el Más Generoso, el que ha enseñado
con el cálamo, ha enseñado al ser humano lo que no sabía!
[Sura Al Alaq (Coágulo): 1–5]
Es curioso. La Revelación del Corán comienza con un imperativo: íqra, ¡lee! (del verbo qáraa-yaqra, leer). Esta orden es una invitación a la lectura, el estudio, el aprendizaje, la reflexión. Es así como empieza el Corán (cuyo nombre mismo, precisamente, deriva de ese imperativo: Qur’ân, Lectura, por tanto, Reflexión). Imaginémonos por un momento las resonancias que esta orden tuvo para alguien como Muhammad (s.a.s.) que no sabía leer: no se trata, por tanto, de la orden de hacer algo mecánico como es la lectura, sino pensar, meditar, llegar al conocimiento como sea. El Profeta dijo: “El conocimiento es lo que anda buscando el musulmán, y debe recogerlo aunque sea de recipientes impuros”. Y también dijo: “Buscad el saber, aunque para ello tengáis que llegar hasta China”...
A mi juicio, el saber es el desencadenante sensato de todas las virtudes. Y aunque no te haga inmune al dolor inherente a la vida, sin embargo es una fortaleza, te da fuerza, integridad, valor, mesura, armonía y equilibrio. La acción no precedida de reflexión es irrelevante en todas las Vías de Conocimiento. ‘Leer (reflexionar, recordar), enseñar, saber, ciencia, cálamo...’ son las palabras claves para todo ser humano que busque la paz, el equilibrio, la madurez y la Luz en su vida...
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