He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

martes, 5 de agosto de 2014

La Música como Vía de Conocimiento Espiritual...

La afinación o la ablución musical

Leili Castella

Como es bien sabido, una de las particularidades más significativas del sufismo mevleví, inspirado en el insigne maestro sufí persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273), es haber hecho de la música una vía de conocimiento espiritual. Como escribió Halil Bárcena en una ocasión, la música en Mawlânâ Rûmî deviene “una suerte de propedéutica que afina las actitudes tanto psicológicas como espirituales del derviche, permite comprender mejor los principios más sutiles del saber místico y anticipa el carácter unitivo de la experiencia mística” [1]. Es en este contexto que nos gustaría dedicar estas líneas a la afinación del rebâb, suerte de viola oriental de tres cuerdas, uno de los instrumentos musicales preferidos del maestro persa de Konya y al que consagró no pocos versos.




La afinación comporta pulcritud y limpieza: no hay música sin afinación previa, del mismo modo que, en el islam, no hay oración sin ablución. Explica la reputada islamóloga francesa y especialista en Mawlânâ Rûmî, Eva de Vitray-Méyérovitch, que para el musulmán, la ablución prescrita antes de realizar la oración ritual o namâz, tiene una doble significación:  literal, puesto que supone la limpieza física del cuerpo, y al mismo tiempo simbólica, puesto que alude también a la purificación interior. Dice la citada autora: “Uno de los aspectos psicofisiológicos de las abluciones tiene que ver con dejar atrás las inquietudes, las preocupaciones y el calor del día; y también, con el tránsito de lo profano a lo sagrado”. [2] Continúa escribiendo la islamóloga francesa: “El “pulimiento” (o la afinación, dicho en términos musicales) creará en aquel que ora, una vacuidad que le pondrá en un estado de completa disponibilidad (…) Para los místicos del islam, la revelación divina se conforma a la receptividad del corazón, a su virginidad” [3]. Siguiendo con el símil entre la ablución y la afinación, ambas presuponen además la conciencia del estado de impureza o desafinación del que partimos, y la expresión del anhelo sincero de dejar de estarlo a través de estos dos actos de alta carga simbólica.




Pero la afinación del rebâb tiene aún otra particularidad, a saber, su precariedad,  la cual implica que ha se ser constantemente reajustada. Este instrumento musical recuerda al aprendiz de músico, una y mil veces, que es hijo del instante o ibn al-waqt; y que el estado de afinación, que necesita de una atención fina y sostenida, no ha de darse nunca por supuesto o conquistado. El rebâb enseña, pues, por añadidura, la humildad de reconocer que ello es así.

Afinar el rebâb requiere varios pasos: templar primero cada una de sus cuerdas, para comprobar después que, concordadas unas con otras, forman un todo armónico. Ajustar las cuerdas entre sí tiene pues mucho de “reunir lo disperso”, en palabras de una oración atribuida al profeta Muhammad. A esta necesidad de reunificación interior del ser, se refiere precisamente Mawlânâ Rûmî cuando dice: “El oro, que es tu inteligencia, está fragmentado en mil pedazos. ¿Cómo puedo en ellos dejar la impronta de mi sello? Tu inteligencia está dividida en cien asuntos importantes, en mil deseos (...) Has de unir estas partes dispersas mediante el amor (...) Cuando te hayas reunificado, grano a grano, entonces será posible dejar en ti la impronta del sello del Rey” [4]. O dicho de otro modo y en términos musicales: sólo en estado de “afinada limpieza”, la música puede devenir oración. Acabemos con estos bellísimos versos del maestro persa de Konya:

Ruinas de amor somos hoy como siempre.
No abras la puerta de la mente, toma el rebâb,
Que hay cien clases de oración y genuflexiones
Para el que tenga el rostro del Amigo por mihrâb *. [5]  





Notas

[1] Halil Bárcena, Rûmî y la Mística de la Escucha. El simbolismo musical en el sufismo de Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (inédito).

[2] y [3] Eva de Vitray-Méyérovitch, Eva La prière en islam. Albin Michel, 1998, pp. 57-60.

[4] Rûmî, Masnawî IV, verso 3285 y ss. 

[5] Traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí, Yalal ud-Din Rumi, Rubayat. Ediciones Unesco, 1966, p. 150.


(*) Mihrâb: nicho de oración de una mezquita





Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona y directora de la escuela de música 'Baraka. Música con alma'.








domingo, 27 de julio de 2014

Música y Conocimiento en Mawlânâ Rûmi

MÚSICA Y CONOCIMIENTO EN MAWLÂNÂ RÛMI
Leili Castella
Varios son los lugares que frecuenta el derviche: algunos son espacios físicos, como la jânaqa, lugar de encuentro y reunión sufí, o el zûrhane, literalmente “casa de fuerza” que designa el gimnasio tradicional persa en el que el derviche cultiva las artes del pahlivân o caballero espiritual. Pero el derviche frecuenta también otros lugares que no son físicos sino intangibles, aunque no por ello dejen de ser menos reales: de entre estos últimos destacamos, en esta ocasión, la música. Que la música puede ser una vía de conocimiento espiritual lo comprendió sin duda el poeta y místico persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273), inspirador de la escuela sufí 'mevleví'’ de los derviches giróvagos cuando dijo: “Varias son las sendas que conducen a Dios; yo he elegido la senda de la danza y de la música”.
Pero, ¿por qué la música? El sufismo hunde sus raíces en el islam, tradición espiritual en la que lo sonoro ocupa un lugar central. Efectivamente, la cosmogonía del islam viene a perpetuar la tradición abrahámica de la creación por el Verbo -¡kun!- (Corán 36, 82). Este Verbo, que instaura a cada criatura en su ser, resuena siempre en el fondo de ella y es posible percibirlo y rememorarlo a través del oído del alma. Hay otro mito primordial del islam que apela también a lo sonoro y a la audición: es el llamado Día de Alast (Corán 7, 172), metahistoria a través de la cual el ser humano, único ser de la creación que aceptó “el depósito divino” o amâna (Corán 33, 72), recuerda su compromiso primigenio con Al·lâh.


Por todo ello, la facultad de audición es considerada, en el islam, una facultad de orden superior. Recordemos que desde un punto de vista cultural, la Revelación fue acogida por una civilización, la árabe, que privilegiaba lo oral con respecto a lo escrito tampoco hay que olvidar que la Revelación fue un fenómeno fundamentalmente “oral”, auditivo, aunque en ocasiones iba acompañada de visiones. Puede decirse así que el Corán fue escuchado, después recitado y finalmente transmitido oralmente, antes de ser transcrito. El propio término qur’ân proviene de la raíz árabe q-r-’ que en su campo semántico contiene el significado de “recitación de un texto”. De hecho la palabra samâ’, que es como acabará denominándose la danza del giro derviche, significa en su sentido fundamental “audición”, y por ende, entendimiento de la llamada divina. De hecho, tal como afirma el etnomusicólogo especializado en músicas del Asia Central Jean During (1), la audición del Corán es el primer samâ’ de los musulmanes, tanto a nivel histórico como espiritual. La salmodia del Corán se halla en el centro de sus prácticas religiosas y es el origen de la mayoría de letanías (wird o dhikr). De este modo, el arte de la recitación (tartîl) ha sido elevado al nivel de una ciencia musical, constitutiva por sí misma, del samâ’ (si bien tradicionalmente, como es sabido, el concepto de música no se aplica jamás al Corán).
La utilización de la música como vía de conocimiento espiritual es pues, en algunas manifestaciones del sufismo y en algunas otras expresiones místicas del islam, una prolongación natural de cuanto acabamos de referir. Así, si del Corán se desprende la idea de que el universo es un libro infinito preñado de signos que han de ser leídos, para Mawlânâ Rûmî, el cosmos deviene una inmensa partitura sonora en la que no hay nada que no Le cante, nada que no Le llame, nada a través de lo cual Él no emita las más bellas melodías. De ahí también la simbología que se desprende, en la obra de Rûmî, de los instrumentos musicales: “Como los amantes ardientes, discernió en el sonido del rebâb la imagen de la llamada de Dios al hombre. El lamento del clarín y el batir del tambor se asemejan a la Trompa Universal. Por ello han dicho los sabios que estas melodías surgen de la rotación de las esferas. Es el sonido de la rotación de las esferas que el ser humano hace resonar en el tanbur y en tambor. Los creyentes dicen que es la influencia del paraíso la que convirtió las voces discordantes en armoniosas. Éramos todos parte de Adam, escuchamos pues todos estas melodías en el paraíso. Aunque el agua y el barro nos hayan cubierto de dudas, nos acordamos aún de algo de estas melodías. (…) El samâ’ es la nutrición de los amantes, puesto que en él encuentran la imagen de la unión. Los sonidos y los cantos refuerzan las imágenes en el espíritu, o mejor, les dan una forma. El fuego del amor se torna ardiente por efecto de estas melodías (…)” (2).


Muchos son los aspectos que podrían destacarse de la consideración de la música como vía de conocimiento espiritual en la obra de Mawlânâ Rûmî; el ya citado simbolismo de los instrumentos musicales (imposible olvidar los versos iniciales del Masnawî de Rûmî dedicados al lamento del ney, la flauta derviche de caña, que llora su separación del cañaveral, en una clara referencia simbólica al Día de Alast), la música como reminiscencia del paraíso, el samâ’ como alegoría de la resurrección, la importancia y significado del ritmo en su poesía, etc. Sin embargo nos gustaría detenernos en esta ocasión en la música como lugar de transmisión del conocimiento espiritual entre el maestro y el discípulo. La música tiene en común con los lugares de tan distinta naturaleza citados al inicio de estas líneas, el ser espacio de alquimia, espacio intermedio o de barzâj, en el que existe la posibilidad de que lo corporal se sutilice y lo sutil se corporice. Es un lugar de vuelco, de inversión y conversión (taqallub) o de revolución (inqilâb). Es harto significativo, por cierto, que éstas dos últimas palabras árabes citadas, deriven de la raíz gramatical q-l-b, corazón, que es el espacio simbólico por excelencia de transformación radical del ser y del sentir del derviche. La música, exactamente igual que una jânaqa o un zurhané, es un lugar de prueba, de reto (ibtilâ’), y de contienda con uno mismo, en el que el derviche, en tanto que caballero espiritual, aprende a cultivar los valores que hacen inconfundible su adab o manera de estar en el mundo.
En este delicado proceso alquímico de inversión y conversión (taqallub), es necesaria la presencia y la guía de un Maestro: “Quien no tiene Shaykh, Shaytânes su Shaykh, reza un antiguo aforismo sufí. Y es que el conocimiento del que hablamos no sólo no se halla en los libros sino que va mucho más allá de lo que puedan expresar las palabras. Dirá Mawlâna: “Aquel que sólo busca un nombre está perdido. ¿Por qué te agarras al nombre?” (3). Igualmente en Fîhi-mâ-fîhi, el maestro persa vuelve a insistir en la imposibilidad de conocer el sentido verdadero de la existencia a través de las palabras. ¿Cuál es entonces su utilidad? “La utilidad de la palabra es que te hace buscar y te excita (…). Bajo su aspecto profundo (bâtin), te incita a buscar el sentido, aunque en realidad no lo veas” (4). La música se tornará pues, con la ayuda del maestro, puente entre lo aparente (zâhir) y lo oculto (bâtin). Así opera en definitiva el signo. Y así como lo espiritual mueve hacia lo invisible y hacia lo sutil, la música reenvía al aspecto impalpable e invisible de la existencia. Se trata pues de aprender o quizás mejor, de re-aprehender un lenguaje más allá de las palabras que necesitará de una pedagogía especial. Especial, pero en definitiva natural, puesto que, en la pedagogía de Rûmî, el murshid reproducirá con su murîd el mismo proceso de enseñanza que el padre y la madre realizan con su bebé recién nacido.


El Maestro empezará pues por ponerse al mismo nivel que su discípulo. “Finjamos la ignorancia, a fin de poder obtener una respuesta a la pregunta, como si fuéramos extranjeros (en busca de información)" (5). Y así, “para el niño recién nacido, el padre balbucea sonidos, aunque su inteligencia domine el mundo entero (...). Para enseñar al niño, hay que hablar su propio lenguaje" (6). “La oreja del verdadero creyente conserva la inspiración que la transmitimos; esta oreja está estrechamente ligada a la del apelante (el Santo). Igual que la oreja del bebé se llena de las palabras de su madre, y después empieza a hablar de manera articulada. Si el bebé no tiene un buen oído, no entiende las palabras de su madre y se vuelve mudo (7)”.
En las culturas tradicionales, la música se aprende también por impregnación e imitación, esto es, por “tradición oral”, o mejor aún, como matiza Jean During, por tradición “presencial” o “aural”. En las clases de música no sólo no se utiliza lo escrito (o muy poco), sino que casi no se habla. Podríamos decir que la música se aprende… ¡en silencio! Es bien gráfica en este sentido la anécdota recogida por During en la que un reconocido maestro de música persa muy poco propenso a responder a las preguntas de sus alumnos, exasperado por las numerosas preguntas de un estudiante recién llegado, se levantó y lo dejó plantado.


Hay en persa una hermosísima expresión para referirse a la especial y sutil relación de transmisión que se establece entre el pîr y su murshîd que es “sine be sine”. Su traducción literal, que vendría a ser “de pecho a pecho”, es insuficiente para expresar la riqueza del concepto. Como explica During, sine significa memoria, de modo que la traducción “de memoria a memoria” sería más apropiada. Y es que no estamos ante una simple adquisición mecánica del conocimiento: el corazón interviene, como tan bien recoge la expresión francesa “aprendre par coeur” (aprender de y por el corazón) para referirse al aprender de memoria. Sine connota una pena, una quemadura, una disposición afectiva inseparable del objeto de la trasmisión. Se trata pues de confiar un secreto, un misterio, en definitiva, algo indecible.
El silencio y la intimidad que se instalan en el proceso de transmisión del conocimiento espiritual profundo, se vuelven pues la condición misma para que los sonidos alcancen su significado. De hecho la música surge del silencio primordial existente en la pre-eternidad del Día de Alast y a él debe devolvernos. Como observa During, el silencio, a través de la música, abre a otra dimensión propiamente iniciática y hace presente lo indecible, lo inefable. El proceso no siempre es fácil, y requiere del deseo sincero del murîd de acceder a este tipo de conocimiento. During refiere otra anécdota impagable ocurrida en el transcurso de otra clase de un brillante y virtuoso pedagogo iraní que hizo repetir a un discípulo un pasaje de percusión durante más de media hora, sin pronunciar palabra alguna, sin jamás referirse al error que una y otra vez cometía el alumno. El Maestro se limitaba a volver a tocar el pasaje y el alumno, cada vez más angustiado, trataba de reproducirlo, pero cometiendo cada vez algún error sutil, y así hasta que, ante un auditorio estupefacto, el discípulo comprendió su error. Este último reconoció después que éste fue el momento que mayor impresión le produjo a lo largo de todo su aprendizaje de la música.


Vemos pues que la transmisión de un mensaje dirigido a lo más íntimo del ser (sirr), no puede hacerse a través de las palabras, insuficientes para contener lo puramente sutil, sino que es necesario hablar el lenguaje que Mawlânâ denominará zabân-e-hâl o muda elocuencia, que hace capaz, a quien lo conoce, de entender inmediatamente una intuición inanalizable. Sin embargo ésta transmisión no tendrá lugar a menos que entre Maestro y discípulo exista la más perfecta afinación. Por ello el murshîd tratará de crear en el murîd un estado de receptividad y afinación tal, que le permita transmitirle su propia disposición espiritual (hâl). Explica en este sentido Eva de Vitray-Meyerovitch (9): “(En Rûmî), toda mayéutica presupone esta afinación espiritual que desembocará en el compartir una interioridad que los místicos persas designan con la bellísima expresión de ham-damî, que literalmente significa “ser del mismo aliento” o “ser del mismo latido”. A través de esta experiencia, que trasciende símbolos e imágenes, pensamientos y palabras, el murîd adquiere la certeza de lo que en realidad ya sabía. Mediante la vivencia de unidad y unión entre ambos, el “maestro exterior” y el “maestro interior” se vuelven uno, y el maestro exterior puede desaparecer.


Acabemos estas pocas páginas observando que si Mawlânâ pudo describir con tal precisión y finura el proceso de adquisición del conocimiento espiritual, fue seguramente porque lo vivió de primera mano. Su andadura espiritual quedó marcada por su encuentro con Shams al-dîn Tabrîzî, que fue para Mawlânâ la figura por excelencia del iniciador que sabe exactamente aquello que el alma de su discípulo necesita. La relación entre ellos tuvo su tiempo de espera, su tiempo de encuentro y su tiempo de separación. Shams sabía que su marcha era necesaria para la andadura de Mawlânâ hacia el Amor. Y es que sólo mediante la ausencia de Shams, podría Mawlânâ tener la certeza de que Shams habitaba su interior i de que su presencia jamás le dejaría. Escribe a este propósito Leili Anvar Chenderoff (10): “Shams partió porque juzgó que había transmitido a Rûmî aquello que había acudido a transmitirle. Había llegado el momento de dejarlo solo porque sabía que la llama que había alumbrado no se apagaría jamás. Es inimaginable que Shams hubiera abandonado a Rûmî sin preocuparse de qué efecto le causaría su marcha. Simplemente sabía que había entre ellos un vínculo invisible que ya no necesitaba de la presencia física.” No en vano escribió Shams:
“Mientras el discípulo no se ha vuelto perfecto
Y no está a salvo de los deseos de su sí mismo,
No es bueno para él estar alejado de su Maestro,
Pues el viento frío lo enfriaría inmediatamente.
Mas, una vez que el alumno se ha vuelto perfecto
La ausencia de su Maestro ya no le perjudica” (11).


Y no le perjudica porque la alquimia ya se ha producido y la ausencia se ha vuelto presencia, incluso a ojos de terceros. Acabamos, ahora sí, con la cita de este poderoso relato de Shams, protagonizado por Uways al-Qarânî, contemporáneo yemení del profeta Muhámmad, e iniciado espiritualmente por el mismo Profeta sin que hubiese mediado ningún contacto físico entre ambos; estamos pues ante una relación espiritual paradigma de una transmisión de conocimiento espiritual extremadamente sutil. Pues bien, explica Shams que, ya muerto el Profeta, Uways al-Qarânî fue a visitar su tumba. En aquella ocasión los mejores Compañeros del Profeta se hallaban ausentes, y aquellos con los que coincidió le mostraron su reprobación por no haber visitado al Profeta en vida. De nada les sirvió la explicación de Uways, de que había sido el propio Profeta, a través de la comunicación sutil que entre ellos existía, quien le había eximido de visitarle para que pudiera cumplir con el deber de cuidar a su madre enferma. Fue entonces cuando Uways se encaró a ellos y les preguntó durante cuánto tiempo habían estado cerca del Profeta. Respondieron aquellos compañeros que durante años. Uways les pidió que, dada la cercanía de la que habían disfrutado, le explicaran cual era el sello o la marca de Profeta, aquello que mejor le definía. Uno a uno fueron dando sus respuestas, pero ninguna satisfizo a Uways. Y escribe Shams: “Si alguno de los mejores compañeros hubiera estado presente, Uways jamás habría formulado aquellas preguntas, porque hubiera visto la marca de Muhámmad en ellos.
Mira mi rostro dorado como el oro y no preguntes.
Mira estas lágrimas como chispas de fuego y no preguntes.
No me preguntes qué hay en el interior de la casa,
Ve la sangre en el umbral y no preguntes (12)


Notas:
(1) During, Jean, Musique et extase. L’audition mystique dans la tradition soufie, Albin Michel. París, 1988. p. 19.
(2) Rûmî, Masnawî, vol. IV, versos 732 y ss.
(3) Rûmî, Masnawî, vol. II, versos 3668 y ss.
(4) Rûmî, Fîhi-mâ-fîhi. El libro interior, Paidós, Barcelona, 1996, p. 244.
(5) Rûmî, Masnawî, vol. I, versos 3001 y ss.
(6) Rûmî, Masnawî, vol. VII, versos 3315 y ss.
(7) Rûmî, Masnawî, vol. IV, versos 3030 y ss.
(8) Jean During (ed.), La musique á l’esprit. Enjeux éthiques du phénomène musical, L’Harmattan, París, 2008, pp. 79-97.
(9) Eva de Vitray-Meyerovitch, Mystique et poésie en Islam, Desclée de Brouwer, París, 1972, p. 76.
(10) Leili Anvar-Chenderoff, Rûmî, Entrelacs, París, 2004, p. 69.
(11) Shams al-dîn Tabrîzî, Maqalât, 144-145.
(12) Shams al-dîn Tabrîzî, Maqalât, 202.
Leili Castella es licenciada en derecho, pianista y rebâbista. Directora de la escuela musical 'Baraka. Música con Alma'.
Fuente: Baraka. Música con Alma



La muerte no es el fin de ningún viaje...

La muerte no es triste. Lo triste es no haber vivido, con integridad y plenitud, una vida llena de experiencias, de aciertos y errores, llegando al punto de integrar la dualidad de los opuestos en pura conciencia. Vinimos a la Tierra apara vivir ese ‘otro aspecto de la Luz’, que en los planos celestiales brillaba por su ausencia. Y uno de los nombres que se da a este complemento de la luz es oscuridad, otro sombra, negatividad, etc. Sombra es la densidad que no se manifiesta, no lo malo, sino la parte de la Totalidad que ofrece resistencia al sol, que queda sin expresarse en la luz. Ambas son verdades, luz y oscuridad, pero ninguna es completa en sí misma, ninguna es la verdad del Espíritu. Una necesita de la otra para formar el Tao, para ir más allá de la dualidad, complementándose en el círculo sagrado...


Avanzamos por la vida siempre aferrados a los miedos, dándoles alimento y dejándolos crecer. Y según pasan los años, estos miedos suelen convertirse en verdaderos obstáculos, hasta que uno reconoce que los carga como una mochila y finalmente los libera. Cualquier sueño se realizaría fácilmente si no fuera por el miedo. Y ¿cómo lo liberas? Penetras en lo que más temes y así afrontas el miedo, hasta que tu corazón y tu aliento se relajan...
El paso de la oscuridad a la luz, de lo denso a lo sutil, de la muerte a la inmortalidad consciente es el objetivo esencial de nuestro paso sobre la Tierra. Hoy en día podríamos resumirlo como el paso de lo masculino (voluntarioso y aparente) a lo femenino (entregado y esencial). Emocionalmente hemos de liberar nuestra negatividad, abrazar la sombra y abandonar el sufrimiento, hasta experimentar el amor incondicional...


Hasta el Bardo Thodol, el libro de los muertos tibetano, que tiene como objetivo prepararnos para la muerte, en realidad nos ayuda a disolver los problemas que obstaculizan nuestra vida. Y se basa en que el Testigo, la Conciencia que Yo Soy, no muere ni conoce la muerte. Shiva precede a Brahma. Toda muerte implica un renacimiento. Cada separación, cada luto, cada dolor, cada tragedia, cada pérdida, es el umbral de un nuevo comienzo. Más profundo morimos cada noche en el sueño sin sueños, y más descansados estamos a la mañana siguiente. Al morir conscientemente asistimos a una gran fiesta, y algunos aspectos de nosotros mismos, demasiado sutiles para encarnar en la Tierra, vuelven a reunirse con nosotros...
La muerte no es el fin de ningún viaje, sino una importante etapa en el camino de la vida, un vuelo hacia la indescriptible libertad que concede la envoltura luminosa, y en ella el espíritu no puede ser tocado por la densidad del sufrimiento. Sólo el ego se aterroriza ante la muerte, que le aparece como el fin de la ilusión que representa. Por eso las preguntas siguen abiertas: ¿Cómo lograr una evolución de la conciencia que nos libere del miedo a morir y cómo desapegarnos del cuerpo? ¿Cómo morir al ego antes de morir?




Se dice a nivel iniciático que para vivir es necesario estar muerto a la mente (al pasado y a la separatividad). Lo que me ayudó a sobrevivir en la juventud ahora se ha vuelto un obstáculo. El ego que nos permitió condensarnos, ahora tiene que disolverse para que podamos fluir con el corazón. Cerca de la muerte, sin arrogancia ni tristeza, se aprende el camino de la vida unificada. Así que se trata de confiar en la energía del espíritu, disolviendo los temores asociados a la disolución. Nada importante puede pasar al otro lado, llegaremos desnudos y sin soportes. Poco a poco nuestro cuerpo se irá marchitando y sólo quedará la Conciencia, que es la que habita los diferentes cuerpos y nunca cambia, el Testigo inmutable que Yo Soy...
La muerte como la fusión del ser es un misterio y se experimenta en medio del éxtasis divino. Ese es el sentido del Tathagata, el que ha trascendido la muerte y vive totalmente en el Ahora, el tiempo del espíritu...




La soledad creadora es esencial en el camino del espíritu...

Una dosis de soledad es necesaria en nuestras vidas
La soledad es una experiencia etiquetada como negativa la mayoría de las veces. Incluso constituye uno de nuestros primeros y últimos miedos a lo largo de nuestras vidas. Pero más allá de esta connotación negativa que se le ha dado, existe esa pequeña dosis de soledad necesaria para nuestro propio crecimiento y desarrollo.
La soledad positiva
No hace falta irse muy lejos para darnos cuenta de la cantidad de actividades de nuestra vida cotidiana que necesitan un poco de soledad para llevarse a cabo, como por ejemplo, leer, estudiar, escuchar música, etc… de hecho existen tantas posibilidades como personas hay en el mundo, ya que dependiendo de nuestras costumbres y experiencias, algunos preferimos estar más solos en unas situaciones que en otras. Pero la presencia de esta “soledad positiva” no solo radica en las actividades de ocio, sino que es parte fundamental de nuestro proceso de crecimiento y desarrollo personal.


La relación con uno mismo es primordial para conocerse y amarse
La soledad positiva se encuentra escondida tras nuestro proyecto de vida. Son esos momentos en los que nos recogemos a nosotros mismos y nos permitimos la licencia de callejear entre lo que hacemos y vivimos.
Permitirnos estar solos con nosotros mismos de vez en cuando, nos permite encontrarnos, y pensar sobre nuestra vida. De hecho, aprender a ser persona es un proceso que reclama saber estar solo. La soledad es algo excelente para mejorar, porque nos da tiempo para analizar nuestras virtudes, pero también nuestros errores, facilitándonos la visibilidad de aprendizaje y cambio.
Es importante darnos un espacio para preguntarnos cómo estamos, y escuchar nuestro interior, ya que así aprenderemos a disfrutar de nosotros mismos cuando estemos solos.
Hay mucho miedo y temor hacia la soledad, algo que arrastra el ser humano desde sus inicios, pero si llevamos a cabo un buen equilibrio entre los momentos que nos dedicamos a nosotros mismos y aquellos que dedicamos a estar con los demás y establecer vínculos, podremos disfrutar de una experiencia armoniosa de soledad, liberándonos del miedo a quedarnos solos y sentirnos vacíos.


Soledad y aislamiento
La soledad no es lo mismo que el aislamiento. Estar aislado implica ausencia de relaciones, mientras que la soledad constituye una condición natural del ser humano. Quizás parezca extraño de comprender, pero sí pensamos que nosotros somos los arquitectos de nuestra obra que es la vida, es decir, que estamos solos para vivir la vida y hacer de ésta lo que nos parezca más oportuno, ya que nadie puede hacerlo en nuestro lugar, podamos comprenderlo.
Nosotros solos somos los que elaboramos nuestro proyecto de vida. No obstante, a lo largo del mismo son muchas las personas que nos vamos encontrando y las que nos dan ese empujoncito que a veces necesitamos, o nos arrojan una piedra en el camino. Por lo tanto, soledad y compañía son necesarias en su justa medida.
Curiosamente, la soledad en inglés tiene unos matices que no existen en otros idiomas. Así, está la 'solitude', la soledad creadora, íntima, creativa, liberadora y necesaria, diferente a aquella otra soledad, 'loneliness', que ya es negativa, autodestructiva, solipsista... – A esta última se refería el gran poeta John Keats cuando dijo aquello de que “la soledad es buena cuando nos visita y se va, pero es pésima cuando se instala para ya quedarse por siempre…” 
La soledad creadora es esencial en el camino del espíritu, reflejo como es de la soledad existencial, puesto que por más que nos rodee la gente, nacemos solos, morimos solos y vivimos solos...




Esperanza...

Cuanto más negra es la noche, más brillan las estrellas.” Adagio Sufí



Confíate a mis brazos...

“Siente mi presencia en tu conciencia.
Víveme en tu corazón.
Escúchame por la noche en tus sueños.
Hazme en tus horas de vigilia...”

- Así nos dice la Madre Divina –

“Yo te acompaño siempre, siempre,
en la alegría y el dolor.
Confíate a mis brazos,
te acompañaré hasta tu Ser,
te conduciré ante Dios...”


El Eterno Femenino Nos lleva a lo alto

El Eterno-Femenino Nos lleva a lo alto” - “Das Ewig-Weibliche Zieht uns hinan.” Johann Wolfgang von Goethe



Solo Dios basta...

“Una felicidad que depende de algo, ya sea una persona, dinero, comodidades, etc., no puede ser duradera… Dios es lo único que puede otorgar satisfacción permanente.” Anandamayi





La nube del ego...

Tú eres la nube que vela tu propio sol  (Ibn ‘Arabî, m. 1240)



El ser del sabio

Un torrente de virtud se derrama luminosamente de todo el ser del sabio...



Lo que permanece...

“No permanece sino lo que ha sido concebido en la soledad, de cara a Dios, se sea o no creyente...”  E. M. Cioran



Todas las mañanas del mundo...

Todas las mañanas del mundo son un camino sin retorno...


miércoles, 9 de julio de 2014

La Fuente está siempre intacta, esperándonos...

Realmente es maravilloso este enlace, pues está repleto de imágenes de atardeceres, acompañados por la música celestial de Vangelis y la voz de Enya. Su título es 'Come to me'...

                                                      


En el llanto, el que ama es como las nubes;
en la perseverancia, como las montañas;
en la postración, como el agua;
en la humildad, como el polvo en el camino… Rumi

                                           



Siempre me han fascinado los cuentos de hadas, y voy a explicar el motivo... Todos los narradores de cuentos de hadas nos transmiten, sin excepción, que hubo un tiempo – in illo tempore - en que pertenecíamos a lo Divino y a sus obras, y que si en aquellos tiempos antiguos, entre las blancas setas de las montañas, nos hubiésemos encontrado los pies refulgentes de un ángel no nos habría causado gran sorpresa, pues en aquel entonces conocíamos el amor sin fondo y todos los eternos estados del ánimo; pero ahora la red que nos atrapa envuelve nuestros pies. Ahora estamos incompletos, fragmentados, alienados, divididos, no somos ya una hermosa tela tejida, sino que somos como un manojo de cuerdas enredadas y tiradas en un rincón. No tengo ni qué decir que esta transformación no se da tanto en el tiempo lineal, que también, sino en la atemporalidad o tiempo primordial, pues la Fuente está siempre intacta, esperándonos. El mundo que fue una vez absolutamente perfecto y amable aún sigue existiendo, pero enterrado como un montón de rosas bajo muchas paladas de tierra. No otra cosa tratan de decirnos, de manera constante y bella, todos los cuentos...




Las voces se confunden con el crepúsculo,
y se mezclan con los árboles, y al pensar
ya en palabras también éstas se confunden
y desvanecen.

Tan lejos soy llevado en el País de las Hadas
que he perdido la memoria y ya veo en
el horizonte los cuatro ríos, y la muralla
del Paraíso hasta las raíces del Árbol de la Vida...





La enseñanza eterna de los cuentos es que tenemos que traspasar el desierto, que, en una de sus ambivalencias, simboliza cualquier lugar que permanece baldío del espíritu, sin la existencia de manantiales. ¿No es acaso hoy la ciudad moderna – megalópolis de la sequedad – el cerco que mejor representa el desierto, que no sólo niega la naturaleza creada, sobrenatural, sino que la suplanta y la oculta, aplastándola, no dejándola respirar, bajo placas de asfalto; que no deja correr al agua viva y libre; que no es posible para los animales de la creación; que no tiene hadas ni duendes; que no siembra ni recoge, y que solamente negocia? ¿No es la urbe el perfecto vano del espíritu, la tumba de lo divino, la esclavitud del ser humano, el cáncer de la tierra? Agobio, tristeza, tiranía, belleza aparente, estrechez, racionalidad… infierno. No es de extrañar así que todas las personas que han buscado, que han inquirido, que se han convertido en peregrinos y narradores de cuentos, se hayan opuesto desde siempre a la vida agitada de las sociedades y de las cortes leprosas de infamias, abandonando las ciudades con sus purulencias de innoblezas, villanías y deslealtades




Sí, los Peregrinos del Alba, los Hijos de la Luz, hemos buscado siempre la Arcadia feliz, hemos sentido constantemente la nostalgia del retiro, rito de paso hacia la interioridad; nos hemos abismado así en la naturaleza no labrada ni modificada; hemos marchado, en fin, hacia otro mundo. Porque nuestro reino no es de este mundo...

Un aspecto muy importante en los cuentos de hadas es la aparición recurrente de estos seres entre piedras no labradas. Desde siempre, en la ciencia de los símbolos, se ha considerado a la piedra no labrada como la más apropiada para los templos, puesto que el cincel o el martillo la profanan. De hecho, todas las apariciones celestiales escogen para sus manifestaciones hierofánicas aquellos lugares o aquellos símbolos de absoluta naturalidad, virginales, no hollados por el ser humano. Y se aparecen siempre a los seres más sencillos, puros y transparentes, cuyas almas no han sido trituradas por la selva de las palabras, los pensamientos, las dudas, el raciocinio, la complejidad mental. Pastores, niños…, seres sin doblez alguna, indivisos, no modificados, no alterados por la “civilización”, son los receptores perfectos del Espíritu... O seres que han pasado por todas las fases de la historia personal y colectiva, hasta que, lavando su sangre en el gran sufrimiento universal (como dice el Apocalipsis), han sido transfigurados finalmente en Luz...




Como las piedras sin pulir, estos seres son andróginos en sus interioridades más abismales, de ahí que en todos los cuentos la piedra virgen, el manantial puro y el árbol sagrado sean tres símbolos vinculados entre sí que aparecen siempre frente al protagonista de la narración. Aquí, en este otro mundo, todo está sacralizado, porque en el Paraíso no hay templos hechos por la mano del hombre, sino que cada árbol, cada pradera, cada manantial, es un santuario. Es nuestro Centro más profundo. Microcosmos y Macrocosmos totalmente alineados...

El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.

El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.

Algunos de nuestros gritos
se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.
Algunas palabras que hemos dicho
regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.

Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.

Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.

Así se va integrando
nuestro centro más secreto.

Sí, los cuentos nos van conduciendo, hay que confiarse a ellos, abrirse a su luz...