He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 30 de abril de 2014

La belleza de la unidad en Fray Luis de León

El insigne escritor, poeta y místico Fray Luis de León (1527-1591), en una de sus célebres y magistrales obras, titulada “De los Nombres de Cristo”, dedica un capítulo entero al oficio de Pastor, no escapándosele su dimensión profundamente espiritual. Transcribo con mucho gusto un breve extracto, que he copiado aquí con mucha ilusión, para que nos deleitemos leyéndolo y visualizándolo. De todo corazón afirmo que merece la pena leerlo…




“… Porque en esto que llamamos pastor se pueden considerar muchas cosas; unas que miran propiamente a su oficio, y otras que pertenecen a las condiciones de su persona y su vida. Porque lo primero, la vida pastoril es vida sosegada y apartada de los ruidos de las ciudades, y de los vicios y regodeos de ellas. Es inocente, así por esto como por parte del trato y granjería en que se emplea. Tiene sus deleites, y tanto mayores cuanto nacen de cosas más sencillas y más puras y más naturales: de la vista del cielo libre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del verdor de las yerbas y de la belleza de las rosas y de las flores. Las aves con su canto y las aguas con su frescura le deleitan y sirven. Y así, por esta razón, es vivienda muy natural y muy antigua entre los hombres, que luego en los primeros de ellos hubo pastores; y es muy usada por los mejores hombres que ha habido, que Jacob y los doce patriarcas la siguieron, y David fue pastor; y es muy alabada de todos, que, como sabéis, no hay poeta, Sabino, que no la cante y alabe…

Porque puede ser que en las ciudades se sepa mejor hablar; pero la fineza del sentir es del campo y de la soledad. Y a la verdad, los poetas antiguos, y cuanto más antiguos tanto con mayor cuidado, atendieron mucho a huir de lo lascivo y artificioso, de que está lleno el amor que en las ciudades se cría, que tiene poco de verdad y mucho de arte y de torpeza. Mas el pastoril, como tienen los pastores los ánimos sencillos y no contaminados con vicios, es puro y ordenado a buen fin; y como gozan del sosiego y libertad de negocios que les ofrece la vida sola del campo, no habiendo en él cosa que los divierta, es muy vivo y agudo. Y ayúdenle a ello también la vista desembarazada, que de continuo gozan, del cielo y de la tierra y de los demás elementos, que es ella en sí una imagen clara, o por mejor decir, una como escuela de amor puro y verdadero. Porque los demuestra a todos amistados entre sí y puestos en orden, y abrazados, como si dijésemos, unos con otros, y concertados con armonía grandísima, y respondiéndose a veces y comunicándose sus virtudes y pasándose unos en otros y ayuntándose y mezclándose todos, y con su mezcla y ayuntamiento sacando de continuo a luz, y produciendo los frutos que hermosean el aire y la tierra. Así que los pastores son en esto aventajados a los otros hombres. Y así, sea ésta la segunda cosa que señalamos en la condición del pastor; que es muy dispuesto al bien querer...




De manera que la vida del pastor es inocente y sosegada y deleitosa, y la condición de su estado es inclinada al amor, y su ejercicio es gobernar dando pasto, y acomodando su gobierno a las condiciones particulares de cada uno, y siendo él solo para los que gobierna todo lo que les es necesario, y enderezando siempre su obra a esto, que es hacer rebaño y grey. Veamos, pues, ahora si Cristo tiene esto y las ventajas con que lo tiene; y así veremos cuán merecidamente es llamado Pastor. Vive en los campos Cristo, y goza del cielo libre, y ama la soledad y el sosiego; y en el silencio de todo aquello que pone en alboroto la vida, tiene puesto Él su deleite. Porque, así como lo que se comprende en el campo es lo más puro de lo visible, y es lo sencillo y como el original de todo lo que de ello se compone y se mezcla, así aquella región de vida adonde vive este nuestro glorioso bien, es la pura verdad y la sencillez de la luz de Dios, y el original expreso de todo lo que tiene ser, y las raíces firmes de donde nacen y adonde estriban todas las criaturas. Y si lo habemos de decir así, aquéllos son los elementos puros y los campos de flor eterna vestidos y los mineros de las aguas vivas, y los montes verdaderamente preñados de mil bienes altísimos, y los sombríos y repuestos valles, y los bosques de la frescura, adonde, exentos de toda injuria, gloriosamente florecen la haya y la oliva y el lináloe, con todos los demás árboles del incienso, en que reposan ejércitos de aves en gloria y en música dulcísima, que jamás ensordece. Con la cual región, si comparamos este nuestro miserable destierro, es comparar el desasosiego con la paz, y el desconcierto y la turbación, y el bullicio y disgusto de la más inquieta ciudad, con la misma pureza y quietud y dulzura. Que aquí se afana y allí se descansa; aquí se imagina y allí se ve; aquí las sombras de las cosas nos atemorizan y asombran, allí la verdad asosiega y deleita; esto es tinieblas bullicio, alboroto; aquello es luz purísima en sosiego eterno…”





¡Qué maravilla, pero qué maravilla, cómo eleva el alma…! Resulta sumamente de mi agrado que Fray Luis de León mencione, por ejemplo, que “… los demuestra a todos amistados entre sí y puestos en orden, y abrazados, como si dijésemos, unos con otros, y concertados con armonía grandísima…”. En toda su obra, y más concretamente en este fragmento, se revela a las claras que el místico fraile está dentro de la tradición gnóstica y neoplatónica. Sin duda conoce la “conspiración unitaria”, que ya descubrió antes que él Plotino y Buda, y según la cual solo gracias al ‘concierto’ y al ‘ayuntamiento’ de todos los elementos es posible la vida. Como vemos, el ‘Todo es Uno’ tiene antecedentes en personas que sin duda experimentaron el hecho unitario y que alcanzaron la plenitud al sentirse parte integrante e indisoluble de la totalidad… Así, en sus ‘Diálogos de Amor’, León Hebreo escribía: “Porque el mundo y sus cosas tienen existencia en cuanto que es un todo unido… Si no fuese así, la división causaría su total desaparición”. Y, por último, el gran genio renacentista Marsilio Ficino, que fue amigo de Leonardo, escribió también: “En fin, por la unidad de sus partes todas las cosas se conservan, y por su dispersión perecen. Esta unidad de las partes es un efecto de su amor mutuo” (‘De Amores’, II)





En esa misma estela unitaria y trascendente escribieron conjuntamente obras magníficas, ya en el siglo XX, una pareja francesa a la que admiro profundamente. Fueron de hecho, en su momento, mi referente como pareja primordial. Me refiero, claro está, a Anne y Daniel Meurois-Givaudan. La Editorial Luciérnaga les publicó en febrero de 1990 su obra conjunta “Tierra de Esmeralda” y en octubre de ese mismo año les publicó también “Viaje a Shambala”, libro este último que me encantó cuando lo leí. Pues bien, hace poco leí otro libro conjunto de esta pareja, evolución de los dos anteriores, y que se titula “Por el espíritu del sol” (1991). Se trata de una canalización muy potente (y muy real, no estandarizada, y, por tanto, nada parecido a algunas canalizaciones aburridas y reiterativas que no nos dicen absolutamente nada) que ambos recibieron, durante un viaje iniciático, en la ciudad fenicia de Ugarit hace veinte años. El libro me ha atrapó y me elevó al séptimo cielo…







VIDA RETIRADA 

¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruïdo, 
y sigue la escondida 
senda, por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido; 

Que no le enturbia el pecho 
de los soberbios grandes el estado, 
ni del dorado techo 
se admira, fabricado 
del sabio Moro, en jaspe sustentado! 

No cura si la fama 
canta con voz su nombre pregonera, 
ni cura si encarama 
la lengua lisonjera 
lo que condena la verdad sincera. 

¿Qué presta a mi contento 
si soy del vano dedo señalado; 
si, en busca deste viento, 
ando desalentado 
con ansias vivas, con mortal cuidado? 

¡Oh monte, oh fuente, oh río,! 
¡Oh secreto seguro, deleitoso! 
Roto casi el navío, 
a vuestro almo reposo 
huyo de aqueste mar tempestuoso. 

Un no rompido sueño, 
un día puro, alegre, libre quiero; 
no quiero ver el ceño 
vanamente severo 
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 

Despiértenme las aves 
con su cantar sabroso no aprendido; 
no los cuidados graves 
de que es siempre seguido 
el que al ajeno arbitrio está atenido. 

Vivir quiero conmigo, 
gozar quiero del bien que debo al cielo, 
a solas, sin testigo, 
libre de amor, de celo, 
de odio, de esperanzas, de recelo. 

Del monte en la ladera, 
por mi mano plantado tengo un huerto, 
que con la primavera 
de bella flor cubierto 
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 

Y como codiciosa 
por ver y acrecentar su hermosura, 
desde la cumbre airosa 
una fontana pura 
hasta llegar corriendo se apresura. 

Y luego, sosegada, 
el paso entre los árboles torciendo, 
el suelo de pasada 
de verdura vistiendo 
y con diversas flores va esparciendo. 

El aire del huerto orea 
y ofrece mil olores al sentido; 
los árboles menea 
con un manso ruïdo 
que del oro y del cetro pone olvido. 

Téngase su tesoro 
los que de un falso leño se confían; 
no es mío ver el lloro 
de los que desconfían 
cuando el cierzo y el ábrego porfían. 

La combatida antena 
cruje, y en ciega noche el claro día 
se torna, al cielo suena 
confusa vocería, 
y la mar enriquecen a porfía. 

A mí una pobrecilla 
mesa de amable paz bien abastada 
me basta, y la vajilla, 
de fino oro labrada 
sea de quien la mar no teme airada. 

Y mientras miserable- 
mente se están los otros abrazando 
con sed insacïable 
del peligroso mando, 
tendido yo a la sombra esté cantando. 

A la sombra tendido, 
de hiedra y lauro eterno coronado, 
puesto el atento oído 
al son dulce, acordado, 
del plectro sabiamente meneado.

Fray Luis de León









martes, 29 de abril de 2014

La Gnosis en la poesía de Cirlot (III Parte)


Juan Eduardo Cirlot, Del no mundo (Poesí­a 1961-1973), Siruela, Madrid, 2009.





Del no mundo recoge la última parte de la poesía escrita por Juan Eduardo Cirlot, nacido en Barcelona en 1916. Esta edición, cuidada de forma impecable, con un gusto exquisito, es un acto de justicia con el que ha sido uno de los poetas más importantes del siglo veinte en España. Este volumen completa la publicación en tres libros de la poesía  de Cirlot. Los dos anteriores tomos habían sido publicados también en Siruela, el ciclo de Bronwyn apareció en 2001 y En la llama en 2005. 

La poesía de Cirlot es una  intervención sobre el mundo y los elementos que lo constituyen dirigida al encuentro con el otro, con un público, con el propósito de convocar otras presencias, de aproximarse a otros dioses. Estos versos están más allá de la palabra poética, está inscrita desde la materia, intenta hacer historia dentro de las cosas, llegar a esa memoria material de la que hablaba José Angel Valente. Materiales y palabras intervenidos, modificados, transformados para ser presentados con una verdad más clara. Cirlot  intenta aproximar los materiales, los sonidos, los fragmentos. Su tarea es también la del arqueólogo, buscar los restos, dar voz a esos restos, escuchar su silencio, definir exactamente cuáles son nuestras ruinas. La poesía de Cirlot es una escultura, ruina del espacio y del tiempo, del sonido y del movimiento. Su palabra tiene la duración de la materia y se transforma con ella. Y así transformada en palabra, va hacia algún lugar a pesar de nosotros, parece haber comenzado ya ese movimiento, esa aproximación al absoluto. Oye mi corazón: se está moviendo. / Y esta música horrenda que no te conmueve / soy yo. 




Esta edición recoge poemas muy diversos y de muy distinta importancia. Toda combinación y unión de palabras parece aquí culpable y destinada al fracaso, destinada a ser descubierta. Cualquier palabra unida a otra está en nuestra contra. La belleza y la verdad se alcanzan sólo con el dolor. Podríamos decir que no es posible tratar a las palabras peor que Cirlot. Le importa más lo que cada palabra puede conseguir que lo que ya trae, la esperanza que cada palabra trae. Hay que sospechar de cada palabra, de cada sílaba. Hay que volver a registrarlo todo, aprender a pronunciar otra vez. La imperfección y la investigación y el fracaso están en el origen de esta escritura, y sólo pasando por esa imperfección y teniendo la posibilidad de ver toda una vida dedicada a la palabra merece la pena llegar a poemas tan importantes como "Marco Antonio", "Inger Stevens, in memoriam", u "Homenaje a Bécquer". Su proyecto poético es valiente, aquí la poesía se entiende como un misterio, una búsqueda oscura que no puede detenerse. El oficio de poeta toma sentido en obras como esta, donde el pensamiento del que todo surge es superado por la belleza imperfecta de las palabras, de los sonidos. La belleza es aquí un sonido, un movimiento imposible de repetir. 



                                                         
                     
El "Homenaje a Bécquer" es un ejemplo de intervención sobre un poema ya existente que se retoma para volver a darle vida. Serge Daney afirmaba sobre el cine: "sólo quedará lo que seamos capaces de volver a hacer". En este sentido Cirlot reescribe o crea una dramaturgia para tomar lo que más le interesa, para poner en valor la palabra, y para ello opta por una estética del fragmento y, en general, por los poemas muy breves, que estallan casi antes de existir. Cirlot tiene una conciencia de que las cosas mueren, sobre todo en el arte, y de que hay que volver a darles vida para que existan. La búsqueda aproxima este proyecto a la noción de inmortalidad: Cirlot hace creer que existe una salvación posible en la palabra, en la letra. Hay una gran cantidad de poemas dedicados a obras clásicas, películas, actores, etc... También importa señalar la condición de urgencia que parece haber en muchos de estos poemas, de reacción inmediata contra los modos de producción y de recepción. Escribió Castoriadis que "la obra contemporánea es una demostración para todos los hombres que vendrán, de la posibilidad de crear significación al borde del abismo". A través de la permutación y de la repetición Cirlot llegó a un abismo de la palabra, a ese lugar donde las palabras significan otras cosas. ¿Pero qué cosas? ¿Cómo definirlas otra vez con palabras?





El modo de publicación de Cirlot, que solía editar cuadernos breves con pocos poemas, y a menudo pagados de su bolsillo, nos habla de una forma de hacer y entender la poesía, sin plegarse a modas ni normas. Él tomaba todas las decisiones sobre el tiempo y el lugar de sus palabras. Y también perseguía su propio libro total. Hay un abandono de la vida por la palabra, la esperanza y la voluntad de crear una vida por y para la poesía, una vida que no pueda describirse de ningún modo, sólo presentarse. Su ley es la ley de las palabras, del sonido. Cirlot se salta la ley de la vida, el curso natural de las cosas y de la palabra poética, para vivir en la ley de esa palabra, de esa materia. Son frentes olvidadas, son cabellos. / Son labios separados por espacios. / Son labios de silencio disonante; / son disonancias dulces como labios. / Cuerpos de muchas horas conmovidas / grabadas desde siempre en su secreto. 






El lenguaje o el conocimiento no son en si mismos modos de resistencias ni ofrecen posibilidades de vida reales. Los actos importantes están, en principio, en relación con los otros y con nuestro tiempo. Esta es una poesía para un solo hombre. Aquí no conseguimos ver a los demás, vemos a ese hombre, y acaso su materia, su historia, su Dios. Pero lo que nosotros querríamos es ver qué queda de humano en esta aventura tan difícil. De un hombre que consigue dirigirse a Dios y a la materia de esta manera esperaríamos que pueda dirigirse al resto de los hombres con la misma grandeza. ¿Contra quién juega este hombre y estas palabras? ¿Cuál es el dolor de este juego? ¿A quién debe servir de aviso? Cirlot entiende la poesía como un poder del hombre sobre el mundo, como algo misterioso que se nos escapa, que no puede describir ni ir con la vida, porque es más grande que ella. Entiende la poesía como oración, como música, como revelación. Nada en el mundo le es ajeno, ningún campo del conocimiento. Esa aspiración global, esa idea de totalidad que adivinamos, ese pensamiento integral del saber sí puede hacernos ver una posibilidad de vida en esta obra. Es posible ver en estas palabras el mundo entero. En "Marco Antonio" leemos: Así pasó / la tarde. / Así pasaron / milenios de cristal de cuya música / nadie hablaría. / Así segregaron cadenas / las naves de la eternidad. Y así / fueron crucificados en las calles de muchas ciudades / los anhelos humanos, mientras las sombras corporales / de aquellos mismos hombres paseaban bajo la brisa / marina de otro siglo. / La calma es una losa que se eleva hasta el cielo / y que levanta el cielo hasta donde los astros / fingen constelaciones para no confesar / que están solos. / La calma es una guerra lentísima; / es el abismo de un océano perdido, es / un pensamiento que domina los otros. / La calma es una flor que se esparce en un mundo / que nunca ha existido y que nunca existirá.    

Cirlot busca la belleza del color y encuentra el terror de la inteligencia. Ante la revelación de la palabra el poeta se despega de lo humano para acceder a otro territorio, a otra presencia. Se reserva el derecho a administrar la vida, la fuerza, la revelación. Hacer de lo divino algo humano no es posible. Acaso es la palabra la que va administrando al poeta la locura, la lucidez, su tarea, su oficio. La fe y la palabra son capaces de crear y destruir presencias. Como no somos solamente humanos, debemos volver a esta palabra que tampoco lo es, que ha atravesado una frontera del ser. Acaso el mayor logro de Cirlot sea este: crear una tercera vía, un tercer corazón diría Holan, conseguir dejar de ser humano sin tener por ello que ser divino. 





Los flujos, las corrientes, las caídas y las imperfecciones del lenguaje, del hombre y de las épocas, quedan aquí descritos y recogidos y son también intervenciones sobre esa memoria material de la que partíamos. Aquí hay una música profunda que muy pocos han podido oír, o para la que aún nos estamos preparando. Música callada, soledad sonora. Cirlot nos queda como una seña, una fractura en nuestro pensamiento. Su poesía es una acción imprescindible y natural sobre la materia, una fuerza distinta en la historia, una intervención absoluta sobre cada una de las palabras que importan.  

Encerrado en un país desolador, Cirlot intenta buscar la vida en el arte y el lenguaje, pero allí donde encuentra esa vida la pierde inmediatamente, y vuelve a estar preso. La única posibilidad es crear una prisión más bella, con más significados. Y él acepta esta posibilidad. No existe la salvación a medias, cuando se ha empezado un proyecto así no es posible la huida. Nos importa aquí intentar saber qué fue lo que llevó a Cirlot a emprender esta tarea, esa forma de vivir las palabras.

Pablo Fidalgo Lareo - Uno de los nuestros







domingo, 27 de abril de 2014

La Gnosis en la poesía de Cirlot (II Parte)

¿Quién, pues, si yo gritara, me oiría entre las jerarquías de los ángeles? (verso de Rilke que Juan Eduardo Cirlot copió en una página).

Por Milos de Azaola

Un día de verano de 1966, el poeta Juan Eduardo Cirlot vio la película El señor de la guerra en una sala de cine de Barcelona. Tanto el director como el actor protagonista eran los mismos que los de El planeta de los simios: Franklin Schaffner y Charlton Heston. Pero Cirlot se quedó subyugado por el personaje femenino que interpretaba la actriz Rosemary Forsyth: Bronwyn. Desde entonces su vida no volvió a ser la misma.




¿Puede uno enamorarse de un personaje cinematográfico? Sí, el caso de Cirlot y Bronwyn es la prueba de ello. El poeta barcelonés le dedicó a su doncella celta miles de versos. En total, dieciséis libros de poesía que forman el llamado ciclo Bronwyn. En él, Cirlot hace gala de multitud de registros y estilos, desde su personal concepto del surrealismo, pasando por la poesía permutatoria y los juegos fonéticos, hasta el lirismo medievalista más excelso (la culminación del ciclo que supone La Quête de Bronwyn, tal vez el mejor libro del ciclo).

Pero en realidad lo que Cirlot escribe poco tiene que ver con la película El señor de la guerra, y mucho con su mundo poético personal. A partir de un guión de Hollywood que tampoco es que sea nada del otro mundo, el poeta barcelonés elabora un mito poético que sí parece aludir a otro mundo más allá de éste…





En su texto en prosa Bronwyn en Barcelona, Cirlot prácticamente nos confiesa que es gnóstico, poniendo en duda el mundo que le rodea, remontándose a los tiempos del Diluvio Universal e identificándose con un ángel caído.

Reproduzco un fragmento:

“Quizá Bronwyn sea la causa de que sea un ser humano y tenga semejantes (esto es, tipos odiosos que se juzgan iguales a mí). Si Bronwyn es la causa, no debe de ser cierto que ella pertenezca al siglo XX y se llame Rosemary Forsyth, ni tampoco que haya nacido el año 1000. Sin duda estamos, por lo menos, en el año (cifra borrada por la lluvia o por el llanto) antes de nuestra Era, y yo soy uno de los ángeles de que hablará un libro que será famoso, el Libro de Henoch. El libro cuenta que los ángeles vieron a las hijas de los hombres y se enamoraron de ellas, ¿hijas de los hombres?, ¿enamorarse? Sí, y por esto cayeron. (…) frases como las mías no pueden ser entendidas ni aprobadas por nadie y menos en Barcelona, la ciudad del humo y de la inquisición. He ardido en tantas hogueras (…) Me han atormentado tanto que jamás sabré siquiera lo que pude ser, no lo que soy. Pero nadie ha podido torturarme tanto que me haga declarar que soy como ellos, de su estirpe”.

Sí, parece que Cirlot se consideraba uno de los Allogenes (extranjeros), como antiguamente se llamaban a sí mismos los gnósticos. Diríase que su experiencia del mundo estaba fuera de las condiciones del espacio y el tiempo. Versos suyos como Más allá de lo humano, he renacido lo confirman. En el libro Bronwyn, Cirlot llega a afirmar: Siempre supe que no era de este mundo




Así que no es de extrañar que escribiera una obra como Bronwyn, ensalzando a la Diosa gnóstica. Ya en sus dedicatorias, compara a Bronwyn con la sufí Daena y con Shekina (el aspecto femenino de Dios, como dicen los cabalistas). En el prólogo a Bronwyn, n reconoce que el ciclo Bronwyn es un mito “situado en la ideología cátara” (gnóstica).

En su artículo Bronwyn (Simbolismo de un argumento cinematográfico), Cirlot compara abiertamente a Bronwyn con la diosa Sofía, de la que afirma que es la “imagen gnóstica de la mujer como símbolo de la salvación por el conocimiento”. Cirlot alude a la obra del célebre gnóstico J.G. Gichtel, fundador de los Hermanos de la Vida Angélica: “Dicho autor dice que si el alma cumple con las condiciones que se exige para su salvación se promete a Sofía. Gichtel habla también de la necesidad de vencer el dualismo originario del bien y la cólera. Por tanto, el proceso de salvación en su esquema pasa por un combate contra el mal interior y señala como premio la posesión de la celeste Sofía, que estrecha a su prometido contra su corazón cuando se encuentran en la conjunción del amor”. De esto trata Bronwyn.




Son numerosas las ideas gnósticas que aparecen en los versos dedicados a la dama Bronwyn. A continuación muestro sólo unos pocos ejemplos:

La tierra es de terror, pero yo busco / una flor de cristal inaccesible. (Bronwyn)

No siendo un arcángel de fuego dorado, no se tiene derecho al exterminio. Y todos te miran como si fueran tus semejantes. (Bronwyn III)

He visto lo que fuimos un instante. / Sé lo que ya no somos, cristalina, / celeste mensajera del diamante incendiario. (Bronwyn IV)

El gnóstico sabe que el espíritu (la Sofía hija) es un reflejo de la Diosa (la Sofía madre). Al ser la Diosa inmortal, también lo es el espíritu; para el gnóstico, la muerte es sólo una ilusión. Cirlot lo expresa así en Bronwyn IV:

Tú estás dentro de mí y estarás viva / cuando digan de mí que ya no existo.




La obra Con Bronwyn es una de las más originales del ciclo, pues en ella Bronwyn toma la palabra. La Diosa acude a la llamada del poeta para consolarle en su desesperación. Según los gnósticos, Sofía es el arcángel del que proceden todos los demás ángeles, incluidos los caídos en este mundo (nosotros). Entre otras cosas, Bronwyn le dice a Cirlot: Es porque tú eres mi ángel / que me sabes tu arcángel.

También Bronwyn empieza de forma elocuente: Triste, mi corazón, como los ángeles / que sólo son cenizas estelares, / polvo de las galaxias más oscuras, / consunciones de cánticos ausentes.

En La Quête de Bronwyn Cirlot no tarda en mostrar al alma prisionera en el mundo material. Todos somos ángeles desterrados en este mundo:

Crece dentro de mí, solloza y crece
el negro prisionero, el caballero
negro de la tiniebla y de la niebla,
el errante del hierro y del destierro.

En una entrevista que le hicieron, le preguntaron a Cirlot ¿Quién es Bronwyn? y él respondió: “Bronwyn es la doncella que conquistó a Azazel, en el Libro de Henoch. Esto es, la mujer por la que el ángel se hizo hombre.” De eso habla Cirlot en la última estrofa de la Quête:

Humano por tu mano en el pantano,
olvido de lo eterno, que perdido
ángel caí del cielo hasta la guerra,
ángel de maldición por tus cabellos.




Cirlot envió La quête de Bronwyn a René Nelli, uno de los más reputados expertos en la herejía cátara (gnóstica). También le mandó una carta en la que le contaba su historia de Carcasona, una de las ciudades que fueron asediadas en las cruzadas contra los cátaros.

Pero eso no es todo. Al ver a Bronwyn saliendo de las aguas del pantano en la película El señor de la guerra, un sentimiento nació en Cirlot: “sentí que era Ofelia y hubiera querido ser Hamlet para pedirle perdón”.

Curiosamente, un buen día (hace ya años), tuve una revelación repentina mientras pensaba en la obra de Shakespeare: en una centésima de segundo, caí en la cuenta de que en realidad Hamlet es un mito gnóstico disfrazado de obra de teatro… ¡y poco después descubrí que Cirlot ya había tenido la misma intuición en 1966!




Efectivamente, en su artículo El mito de Hamlet Cirlot dice justo lo que yo pensaba: que el príncipe de Dinamarca es un arcángel caído que vive en un mundo maldito a causa del Demiurgo, usurpador del poder del verdadero rey, el Padre (algo huele a podrido en Dinamarca… es el olor a azufre del Demonio). Siempre he considerado que Ofelia es la Sofía hija, reflejo de la Sofía madre (la reina danesa) atrapada en el mundo inferior (de ahí que muera ahogada). Al final de la obra Hamlet “rectifica el mundo” matando al usurpador del trono. Otro escritor esotérico, Otto Rahn, diría de Hamlet: “Preguntó qué es la vida y para qué vive el hombre. Planteó la pregunta que hizo caer del cielo a Lucifer”. Lucifer es otro nombre para Azazel.

Ser o no ser, he aquí la cuestión...





Milos de Azaola - Bronwyn, un mito gnóstico




                                           Rosemary Forsyth