He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 26 de febrero de 2014

La realidad no existe. Maravilloso texto budista

Tomemos un paseo matutino por un sendero estrecho a través de meandros de un mar de campanillas. Relajémonos y descansemos con los sonidos de la naturaleza, tranquilo pájaro de la canción... Absorber la tranquilidad del bosque. Relajarse con los sonidos calmantes de madera, el sonido meditativo del Coro Amanecer sin música… La Vida desnuda, sin palabras…


“Si, por azar o por milagro, las palabras se volatilizasen nos sumergiríamos en una angustia y un alelamiento intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel suplicio. Es el uso del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos: la Muerte, y esta abstracción nos dispensa de experimentar su infinitud y su horror. Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo Inexplicable: la actividad del espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos -desaprender a mirar las cosas... La reflexión nació un día de fuga; de ella resultó la pompa verbal. Pero cuando uno vuelve a sí mismo y se está solo -sin la compañía de las palabras- se redescubre el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento desnudo: ¿de dónde sacaremos la audacia para afrontarlos? Ya no se especula sobre la muerte, se es la muerte; en lugar de adornar la vida y asignarle fines, se le quitan sus galas y se la reduce a su justa significación: un eufemismo para el Mal. Las grandes palabras: destino, infortunio, desgracia, se despojan de su brillo; y es entonces cuando se percibe a la criatura bregando con órganos desfallecientes, vencido por una materia postrada y atónita. Retirad al hombre la mentira de la Desdicha, dadle el poder de mirar por debajo de ese vocablo: no podrá un solo instante soportar su desdicha. Es la abstracción, las sonoridades sin contenido, dilapidadas y ampulosas, lo que le impidió hundirse, y no las religiones ni los instintos. 

Cuando Adán fue expulsado del paraíso, en lugar de vituperar a su perseguidor se apresuró a bautizar las cosas: era la única manera de acomodarse en ellas y de olvidarlas; se pusieron las bases del idealismo. Y lo que no fue más que un gesto, una reacción de defensa en el primer balbuceador, se convirtió en teoría en Platón, Kant y Hegel. Para no gravitar demasiado sobre nuestro accidente, convertimos en entidad hasta  nuestro nombre: ¿cómo se va a morir uno cuando se llama Pedro o Pablo? Cada uno de nosotros, más atento a la apariencia inmutable de su nombre que a la fragilidad de su ser, se abandona a una ilusión de inmortalidad; una vez desvanecida la articulación, quedaríamos completamente solos; el místico que se desposa con el silencio ha renunciado a su condición de criatura. Imaginémosle, además, sin fe -místico nihilista-  y tendremos la culminación desastrosa de la aventura terrestre... Es muy natural pensar que el hombre, cansado de palabras, al cabo del machaconeo del tiempo desbautizará las cosas y quemará sus nombres y el suyo en un gran auto de fe donde se hundirán sus esperanzas. Todos nosotros corremos hacia ese modelo final, hacia el hombre mudo y desnudo...” E. M. Cioran

Del Zazen y de su relación con la palabra nos habla el maestro zen europeo Éric Rommeluère en este maravilloso texto budista escrito por él en 1993. Es una meditación profunda elaborada a partir de una frase, “sentarse es olvidarse de las palabras”. Fue lo que le dijo cierta vez su maestro raíz, Ryotan Tokuda, maestro zen japonés. He aquí la meditación de Éric Rommeluère digna de ser leída y contemplada en silencio…

La realidad no existe. No existe más que la realidad de las palabras. Cuando nosotros nacemos, nacemos a las palabras, no al mundo. Las palabras son los soportes sobre los que reposa el mundo; el mundo tal como lo hago existir por las palabras. El mundo en sí no es ni azul, ni amarillo, ni rojo, ni blanco, ni negro, ni alto, ni bajo, ni grande, ni pequeño. Sin embargo, sin esas palabras no podríamos manejarnos en este mundo. Sin palabras todo no sería más que caos y nuestro ser estaría desestructurado. Me dicen: "Esta mesa es azul"; yo comprendo lo que me dicen, ¿pero qué es lo que yo sé realmente de esta mesa? absolutamente nada.

No podemos vivir más que porque existen las palabras. No estamos hechos únicamente de carne y sangre, sino por palabras y más palabras. Pero estas palabras, que son para nosotros la fuente de la vida, están al mismo tiempo en el origen de nuestros sufrimientos. He aquí toda la paradoja de la vida humana.

Las palabras son los sujetos de todas nuestras actividades. Las palabras están en el centro de todos nuestros deseos. El espacio entre el nacimiento y la muerte es a veces tenue, a veces infinito, pero el hombre avanza inexorablemente sobre el camino que le lleva del nacimiento a la muerte. ¿Qué es este camino? Del nacimiento nacen las palabras. De las palabras nace la conciencia. De la conciencia nace la existencia. De la existencia nace la oposición. De la oposición nace la contradicción. De la contradicción nace el sufrimiento. Un camino marcado cada instante por las palabras.

Estudiar el budismo es preguntarse como vivir en este mundo de nacimiento y de muerte, es preguntarse como vivir con las palabras. Practicar el budismo es andar consciente sobre este camino que va del nacimiento a la muerte.

En nuestra escuela Zen tenemos un método maravilloso para interrumpir todas estas transmigraciones mentales. Se llama zazen, la meditación sentada. Consiste tan solo en sentarse y olvidar las palabras. ¿Qué hacemos en esta postura? Sentados derechos no practicamos nada, no contemplamos nada, no comprendemos nada y no realizamos nada. Sentados derechos no distinguimos nada, no discernimos nada y no juzgamos nada.

El maestro Dôgen a escrito en su Fukanzazengi: "No penséis en bien ni en mal, no hagáis distinción entre lo verdadero y lo falso. Parad la agitación de la consciencia y cesad toda consideración."

Todo aquello que nosotros hacemos es volvernos libres de las palabras. La conciencia meditativa ya no está atada por las palabras. Las palabras surgen en la mente, pero ya no forman frases. ¿Quién podría entonces encadenarse? Abandonando las palabras así, el sinsentido irrumpe bruscamente en nuestra vida. En esta postura del cuerpo no se puede coger nada. En esta postura de la mente no se puede comprender nada. Las palabras nos faltan completamente. No se puede agarrar nada. Todo está ahí, ante nuestros ojos, y no podemos decir nada. Todo está ahí, ante nuestros ojos, y no hay nada que decir. La conciencia es aguda pero las palabras no encuentran su lugar.

¿Qué hacer con esta brecha de sinsentido? Algunos, habiéndola conocido, la vuelven a cerrar. Otros la amplían cada vez más hasta retozar en ella. ¿Qué hacer con esta brecha de sinsentido? Absolutamente nada. Bailamos ahí, justo por encima de nuestras ilusiones. Bailamos ahí, justo por encima de todos nuestro sufrimientos.

La ausencia de un porqué es la esencia de nuestra meditación. Si añadimos un porqué a esta práctica, le damos un sentido. Y por ese sentido nuestra meditación se ensucia. Aquellos que vienen a sentarse buscan una respuesta para esta sentada. Algunos hablan de bienestar, de salud, de iluminación incluso. Algunos experimentan los efectos, otros se despiertan. Todo esto todavía no son más que construcciones de palabras. Después de todo, eso no es más que perpetuar de una forma feliz las idas y venidas en este mundo ilusorio. Sin embargo, la mayoría permanecen atontados no encontrando respuesta a sus preguntas. No comprenden que sentarse así es detener todo cuestionamiento. ¿Cómo podrían obtener una respuesta ahí? Abandonan también rápidamente la brecha que habían abierto.

Otros continúan practicando la meditación y dicen practicar para nada. Pero tras esa nada se esconde simplemente el sentido que su inconsciente disimula. Cada uno de nosotros, que hemos venido a sentarnos, aportamos junto con nosotros nuestra motivación. Nos hace falta comprender este porqué, esclarecerlo, derribarlo y por fin pasar la puerta para entrar en la pura meditación. Si nuestras motivaciones son inconscientes, esta puerta es aun más difícil de franquear pues entonces nos enfrentamos con nuestra memoria oculta o con nuestros nudos escondidos. La práctica de la meditación es a veces la única manifestación de nuestras propias neurosis. Todos nuestros discursos interiores nos impiden pasar esta puerta. Sentándonos debemos abandonar todos los porqués, incluso esta simple palabra "nada" y penetrar profundamente en la oscuridad del sinsentido.

Esta práctica no tiene significado. Ahí está todo el secreto del Zen. Sentado se es como un mudo que no tendría nada que decir, como un sordo que no tendría nada que escuchar, como un idiota que no tendría nada que comprender. ¿Para qué puede servir un abanico en pleno invierno?

Hay numerosas formas de actuar en este mundo. En el budismo se distingue la acción del cuerpo, de la mente y de la boca. Todas se realizan a través de la emisión de palabras; las palabras del cuerpo, las palabras de la mente y las palabras de la boca. Todas estas acciones llevan en sí una significación que se puede reducir a la del mantenimiento del sentido del ser. Para el hombre que posee la conciencia es más bien la búsqueda del sentido del sentido. Esta física y esta metafísica es lo propio del hombre. Es su manera de avanzar sobre este camino que va del nacimiento a la muerte. La práctica del budismo, como respuesta a estas cuestiones, es continuar viviendo en el dominio ilusorio de las creaciones humanas.

Existe esta singular acción que se llama meditación. Existen numerosas maneras de sentarse en meditación, cada uno las experimenta con tiempo. Existe la sentada del cuerpo; es el reposo. Existe la sentada del espíritu; es la tranquilidad. Existe la sentada donde el cuerpo abandona el espíritu; es el entumecimiento. Existe la sentada donde el espíritu abandona el cuerpo; es la agitación. La calma no es más que la agitación en su punto cero, no su superación, igual que la felicidad y la satisfacción son el simple equilibrio de fuerzas antagónicas y no la supresión de estas fuerzas. También estos estados se suceden incansablemente en el silencio de la meditación, como el día sucede a la noche.

Sin embargo, en medio de todas estas sentadas, aparece la sentada donde el cuerpo y el espíritu se abandonan, donde la calma y la agitación son superadas y donde nace una consciencia que trasciende la sentada; es lo que se llama tan solo sentarse…

El maestro Kôdô Sawaki dijo una vez: “Zazen no es una creación humana.” En la meditación finalmente paramos de crear algo. Con solo este cuerpo y este espíritu rechazamos este cuerpo y este espíritu. Eso significa que, a pesar de que el cuerpo y el espíritu continúan su vida de cuerpo y espíritu, la conciencia comprende el vacío de cuerpo y espíritu. En un instante saltamos por encima de todas nuestras creaciones y paramos de un solo golpe el ciclo de nuestras trasmigraciones mentales.

El emperador Wu de los Liang preguntó al gran maestro Bodhidharma: “¿Cual es el principio supremo de la enseñanza sagrada?” Bodhidarma respondió: “Desierto y nada sagrado”. El emperador dijo: “¿Quien está ante mí?” Bodhidarma respondió: “No lo sé”.

Este desconocimiento siempre ha sido trasmitido y preservado como el secreto del Zen. Cara al muro no se mira nada, no se contempla nada, ¿qué es lo que está ahí, entonces, ante nosotros? Mas las palabras se van y nos abandonan…”

Enlace recomendado hoy:






martes, 25 de febrero de 2014

Una aclaración pertinente sobre el anterior post...

No cabe duda que la Masonería, el Sionismo, el Liberalismo, el Socialismo, el Capitalismo, el Comunismo y el Anarquismo son los principales representantes hoy en día de la Modernidad, del ‘espíritu’ antitradicional. En una palabra, esas ideologías, esas sectas, esas cosmovisiones invertidas representan el satanismo luciferino y ateo que ha inaugurado el reino del Nihilismo sobre la Tierra.


Añadido esto, he de confesar que no coincido en todo con el texto que antes he transcrito de Janus Montsalvat. Como bien nos han mostrado René Guénon, Frithjof  Schuon, Ananda Coomaraswamy, Martin Lings, Titus Burckhardt, Leo Schaya, Pierre Ponsoye, Sergio Fritz Roa, Halil Barcena… y muchos otros autores, el Islam entronca plena, completa y totalmente con la Tradición Primordial. Otra cosa muy distinta son los fundamentalismos islamistas, los salafismos, los wahabíes y demás ralea herética y terrorista, que son el alter ego del Sistema. El talibanismo es un elemento más de la Modernidad, de la Antitradición. 

Enlace recomendado hoy:



La Modernidad o la podredumbre del Progreso...

Quiero hablar hoy del Tradicionalismo, no en el sentido católico o carlista del término ni mucho menos, sino, bien al contrario, con este nombre deseo denominar a un movimiento esotérico conocido específicamente como Perennialismo o Philosophia Perennis. Esta Visión del Mundo ha sido compartida por autores tan heterogéneos y tan profundos como René Guénon, Julius Evola, Oswald Spengler, Mircea Eliade, Ernst Jünger, Yukio Mishima, Isidro J. Palacios, Sergio Fritz Roa, Alain de Benoist, Frithjof Schuon, Ananda Coomaraswamy, Carl Schmitt, Henry David Thoreau, Martin Lings, Ralph Waldo Emerson, Rainer Maria Rilke, William C. Chittick, Titus Burckhardt... y otros muchos genios del espíritu a los que siempre he leído con auténtica fruición. He aquí un texto muy esclarecedor que nos distingue a la perfección la antítesis existente entre la Tradición y la Modernidad...

TRADICIÓN Y MODERNIDAD

Archivado en: Janus Montsalvat, Tradición

Según el simbolismo astrológico, el Sol recibe su Luz de sí mismo, mientras que la Luna, al carecer de Luz propia, la toma del Sol. La Luz reina por la noche, cuando el Sol se ha puesto. Por lo tanto, la Luna representa o simboliza el eclipse, la noche, la oscuridad. No es de extrañar que todas las grandes civilizaciones de la humanidad hayan tomado como símbolo el Sol. Curiosamente el islamismo, religión fatalista y con pretensiones globalizadoras en esta fase final del Kali-Yuga o Edad de Hierro, tiene por símbolo la Luna…

En esta etapa final del Kali-Yuga, que también podríamos denominar como Edad de la Luna, reinan por doquier la oscuridad, la confusión y el eclipse total como valores políticos dominantes. Simbólicamente, el Oeste (Occidente) ocupa el lugar del Este (Oriente); el nadir ocupa el del cénit. Se ha producido una inversión total. Lo que debería estar en lo alto ha sido relegado abajo (la plebe domina sobre los sabios, guerreros o ascetas); lo que tendría que estar confinado en la oscuridad se halla a plena luz (la maldad y la imbecilidad están mejor vistas por las masas fanatizadas que la bondad o la humildad); lo que había de continuar débil se ha hecho fuerte (ahí está el culto actual a todo tipo de degradación, depravación o de minusvalía), en tanto lo que era fuerte se ha hecho débil hoy (las castas espirituales y aristocrático-guerreras). Tal es la inversión satánica que se ha producido en nuestros días.

La Historia de la Humanidad es una lucha constante entre dos cosmovisiones: la solar y la lunar. Tradición y Modernidad son dos órdenes de la realidad totalmente irreconciliables y antagónicos entre sí. Los valores de la Tradición tienen su antítesis en los anti-valores de la Modernidad o subversión anti-tradicional:

MUNDO TRADICIONAL (Valores)

-Estabilidad         

-Poder de uno sólo      

-Soledad del poder (jerarquía, organicismo). 

-Poder conferido por una consagración (iniciación).                          

-Poder confirmado por el tiempo (sociedades estamentales. Castas).   

-Armas llevadas por una casta (aristocrático-guerrera)                      

-La Montaña que emerge de los mares (simbolismo de la Verticalidad sobre el Caos).                                                        
-Continuación de la Tradición (duración).                                         

-Verdad.

MODERNIDAD (Anti-valores)

-Inestabilidad

-Poder de todos (Era de las masas, Quinto Estado. Edad de los parias).

-Poder popular (plebeyismo, masificación).

-Poder conferido por votos (invasión de la sub- humanidad en la esfera de la política).

-Poder destruido por el tiempo (fin de las castas. Igualitarismo).

-Armas en manos de todos (Muy típico de Yanquilandia, civilización prototípica de la Modernidad. Lucha de clases).

-La Montaña hundida en los mares (simbolismo de la descomposición del Orden).

-La revolución permanente (eclipse).

-Mentira.
   
Existe un lazo sutil entre el Hombre y la Tierra, entre las grandes leyes del cosmos y el Hombre (“como es arriba, es abajo”). Nuestra civilización perversa y suicida, con esa especie de fuga hacia delante que es la superstición del “progreso”, ha roto ese lazo: el “cordón dorado” de la Tradición que nos unía espiritualmente con nuestros antepasados ha sido abolido (individualmente, sólo la Iniciación puede restaurarlo aún en tiempos de caos generalizado). Otra nueva Edad de Oro despuntará, pero sólo después del final -catastrófico, sin duda- de esta Edad de Hierro-, del mismo modo que un hombre no puede renacer a una nueva vida sino después de la muerte.

Hasta aquí el texto archivado de Janus Montsalvat, en Tradición. Deseo ahora comentar brevemente a mis lectores que, hace unos meses, vi durante un rato la televisión (algo que no hago casi nunca por motivos de salud espiritual), y me impactó fuertemente un anuncio nauseabundo del Banco Sabadell. Un video en blanco y negro, que por su radical antagonismo con un fragmento bellísimo (en blanco y negro también, lo único en común) de la película "Mishima", viene a colación con el asunto que abordo en este post. Veamos la comparación de estos dos fotogramas, dignos de ser puestos uno tras el otro para que contemplemos la cosmovisión de un héroe por un lado (la Tradición) y la de un capitoste del sistema (la Modernidad), el 'último hombre' nietzscheano, por otro...

En este enlace, que contiene la película "Mishima: una vida en cuatro capítulos" (1985) dirigida por Paul Schrader, el fragmento al que he hecho referencia sería el que va de la 1 hora y 10 minutos a 1 hora y 12 minutos, esto es, solo dos minutos de duración, cuando el actor que encarna a Yukio Mishima,  Ken Ogata, hace una kata en unas imágenes maravillosas con unas palabras que lo dicen todo y que entroncan plenamente en la Tradición... 

Las bellas palabras de Mishima, en off, chirrían para nuestro tiempo presente que es completamente decadente y nihilista, el cual está perfectamente representado por este breve spot publicitario del Banco de Sabadell, titulado "¿Cuánto vamos a vivir?", y en el cual el Dr. Jesús Tresguerre nos da la esperanza, gracias a los futuros trasplantes, de "vivir" 20 años más...

Aquí podemos contemplar con meridiana claridad la diferencia esencial, eidética, entre el mundo tradicional y el mundo moderno o antitradicional, la podredumbre del progreso.

Libro recomendado hoy, uno de los mejores que he leído en mi vida:

"El Zen y la Cultura Japonesa" de Daisetz T. Suzuki, en Paidós Orientalia  



viernes, 21 de febrero de 2014

Nacionalidad española para los descendientes de los moriscos ¡ya!

Después de los sefardíes, ¿los moriscos? – 16 Febrero de 2014

"Lo que hacemos hoy es reencontrarnos. Había una deuda histórica con aquellos que siempre han querido ser españoles, que allá donde viviesen han llevado nuestra lengua, el sentido de pertenencia [...]. Muchos de ellos guardaban incluso las llaves de sus casas, esas casas de las que fueron expulsados". Justificaba con estas palabras el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, la propuesta de reforma del Código Civil para la "agilización de la concesión de nacionalidad" a los sefardíes que lo deseen, a los descendientes de aquellos judíos que, tras la toma de Granada y la firma de un edicto por los Reyes Católicos -cuya redacción inspiró el mismísimo Tomás de Torquemada-, no quisieron renunciar a su fe y fueron expulsados por la Corona.

En Chauen (o Xauen, Marruecos) un hombre guarda a buen recaudo una llave mayor que una mano extendida. Abría la puerta de una casa que hoy ya no existe, la de su familia en Granada. Ese hombre habla con locuacidaz la lengua de Cervantes. Sus hijos, tres de los cuales residen hoy en la ciudad andaluza, también. Igual que lo hacía su padre. Y la historia de cómo sus antepasados salieron de Granada hace cinco siglos sigue viva en su memoria, tan viva que cuando la cuenta, parece que hubiera sucedido hace cinco años. Pero este hombre, a pesar del anuncio de Ruiz-Gallardón, no conseguirá fácilmente la nacionalidad española. Porque Abdelgafar Elakel, marroquí de 66 años, no es sefardí. Es morisco, descendiente de aquellos musulmanes que, como los judíos, tuvieron que abandonar las tierras de la Corona que luego se convertiría en España.

Se calcula que unos 200.000 sefardíes abandonaron la Península después de 1492 (y, según la prensa israelí, unos tres millones y medio de descendientes podrían reclamar hoy la nacionalidad). Se baraja una cifra de hasta medio millón para los musulmanes y conversos (los llamados 'moriscos'; a los conversos judíos bajo sospecha de prácticas judaizantes se los llamó 'marranos') que siguieron ese mismo camino desde ese final del siglo XVI hasta el comienzo del XVII, cuando Felipe III culminó el proceso de expulsión. Corrieron entonces la misma suerte, pero hoy, más de 500 años después, sus caminos no discurren paralelos. Los descendientes de los moriscos tienen que seguir los trámites y plazos de cualquier extranjero para conseguir la nacionalidad. Los sefardíes, como recoge el Código Civil (art.22), pueden hacerlo con sólo dos años de residencia (lo habitual son 10), igual que los provenientes de países iberoamericanos, Andorra, Portugal, Filipinas y Guinea Ecuatorial. Con la propuesta del pasado viernes de Justicia -aprobada en el Consejo de Ministros días antes de que Mariano Rajoy se reuniera con representantes de organizaciones judías de Estados Unidos-, se reformará además el artículo 23, facilitando que obtengan la nacionalidad por carta de naturaleza. Bastará con que prueben su condición de sefardíes y su vinculación con España, y no tendrán que renunciar, como hasta ahora, a su nacionalidad de nacimiento.

Los moriscos llevan tiempo reclamando ese mismo derecho. En 2006 Izquierda Unida planteó a la Junta de Andalucía una proposición no de ley para que este organismo instara al Gobierno español a dotarlos de nacionalidad preferente. No hubo resultado. En noviembre de aquel año, un encuentro de la Alianza de Civilizaciones reclamaba -en la denominada Declaración de Xauen- lo mismo, con idéntica conclusión. Uno de los promotores de aquellas iniciativas, el profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba Antonio Manuel Rodríguez -embarcado hoy también en la reclamación de la titularidad pública de la Mezquita de Córdoba- lo resume con sencillez: "Se trata de que de donde exista la misma razón, exista el mismo derecho. Es una reivindicación no desde el victimismo, sino desde la justicia. El reconocimiento a la comunidad sefardí es simbólico, necesario y justo. Hacer lo mismo con los que han mantenido su identidad morisco andalusí en el exilio también lo es, hacia ellos y especialmente hacia nosotros mismos, en un ejercicio de reconstrucción de la memoria colectiva".

Incide este profesor en la "extranjerización" que se hace en España del pasado. En que Abderramán III (Córdoba, 891), Averroes (Córdoba, 1126) o el judío Maimónides (Córdoba, 1135) son tan hispanos como Séneca (Córdoba, 4 a.C.). En que no se pueden embutir ocho siglos de historia (los de dominio musulmán) en una caja de zapatos olvidada. Y en que la "cerrazón" en no admitir -el ministro Gallardón ni los ha mencionado- a los descendientes de los moriscos andalusíes es fruto de todas esas ignorancias. Desde Chauén, Abdelgafar Elakel dice sentirse musulmán. También marroquí. Y duda de si habrá otras personas que, expulsadas hace más de cinco siglos de la que fue su tierra, guarden ese amor hacia ella: "Las concesiones a los sefardíes a mí me producen satisfacción como morisco: por lo menos se lo han dado a la mitad de los expulsados. Pero no es lógico que se lo den a ellos y no a nosotros. No buscamos la nacionalidad por una cuestión económica, sino moral". Y concluye: "Mi cultura es española, pero en árabe". Lo dice riendo y no en árabe, sino en perfecto castellano.

Ana Goñi – El Confidencial


P. S. (del autor de este Blog, Silencio Adentro) – Basta de agravios, nacionalidad española para los descendientes de los moriscos ¡ya! El Estado español no solo debiera concederles este derecho, que es de justicia, sino que también debiera pedir perdón por su expulsión. Hay que resarcir a esta población morisca que fue vejada (los que se quedaron fueron vendidos como esclavos y muchos niños fueron separados de sus padres, todo ello con la estrecha colaboración de la Iglesia Católica) y expulsada masiva y arbitrariamente del territorio español y que no ha perdido la memoria ni la tradición de sus antepasados.


No podemos albergar muchas esperanzas sobre esta reclamación pues es bien sabido en el Partido Popular es una secta liberal y sionista con vinculaciones con la masonería y con un componente islamófobo descomunal y explícito. Ellos, los populares, junto con las fuerzas de la extrema derecha y los socialdemócratas burgueses, no permitirán el resarcimiento justo y necesario para los descendientes de los moriscos. Menos aún cuando la sociedad española, en su conjunto, ha sido adoctrinada durante 500 años – que se dice pronto – en el desprecio al ‘moro’, y este atávico racismo no se quita con 38 años de ‘democracia’,  en los cuales se han mantenido los mismos clichés y los mismos prejuicios y la misma ignorancia sobre los hechos históricos que aquí se abordan. ¡Cuánta ceguera, cuánta mentira, cuánta manipulación hemos tenido que aguantar y tendremos que soportar todavía! Pero yo insisto, aquí y en todas partes, e insistiré siempre: reparación histórica y nacionalidad española para los descendientes de los moriscos ¡YA!




miércoles, 19 de febrero de 2014

El Ronin Sufi

  
Bella, melancólica y profunda es esta melodía titulada “Un modo de vida” y que pertenece a la banda sonora de la película “El último samurai”, compuesta por el genial Hans Zimmer. Merece la pena escucharla…


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El Ronin SufiLa Tribuna del País Vasco – Lunes 17 Febrero 2014

Leyendo a Yukio Mishima uno llega a comprender mejor el abismo que separa a los valores culturales nucleares de una sociedad del folklore superficial que cubre su decadencia espiritual y moral tras haber sido devastada por una guerra y haber quedado traumatizada y sin sentido trascendente de la existencia. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki no sólo destruyeron decenas de miles de vidas en pocos segundos, poniendo fin a la II Guerra Mundial; también acabaron con el sintoísmo tal y como se había transmitido durante mil generaciones.

Fijémonos en el bushido, la vía (do) del guerrero (bushi). Sus siete virtudes son la Justicia (Gi), el Coraje (Yuuki), la Compasión (Jin), la Cortesía (Rei), la Honestidad (Makoto), el Honor (Meiyo), y la Lealtad (Chuugi).

Si un occidental, atraído por la filosofía vital del bushido, viaja a Japón para encontrar allí los restos del alma del samurai, se percatará de que en Japón hay más materialismo cientificista usurero que en Wall Street, con muy honorables excepciones. Así pues, es más fácil reproducir una sociedad tradicional regida por el bushido en Afganistán que en el Japón actual. Eso es así, porque en Afganistán se dan las condiciones medioambientales donde el bushido podría alcanzar su máxima expresión: un país tribal, de siervos y señores, en guerra constante, donde el capitalismo apenas ha podido enraizar y los parámetros de lo que es una sociedad moderna están aún muy lejos de asentarse. Pero el bushido difícilmente puede darse en la postmoderna, capitalista y decadente sociedad japonesa donde simplemente está prohibido ir armado con una katana.

Algo semejante ocurre con el Islam y el islamismo. La sociedad islámica desapareció con el último califa otomano. Lo que tenemos hoy es el folklore islamista que mezcla churras con merinas y acaba haciendo un cóctel explosivo que haría vomitar al instante a cualquier musulmán sincero de hace solamente 100 años. El mero estudio de la iconografía islamista revela su total engarce con la chusma revolucionaria más rancia del siglo pasado. Ese bodrio, embriagado de hipocresía, está causando la ruina total y absoluta de todas las naciones donde se ha instalado. Quizás sea su única virtud: la purga de indeseables. Pero como sucede con cualquier antibiótico potente, también mata inocentes.

Da lo mismo la intención. El infierno está lleno de buenas intenciones. Cuando el inocente utiliza ciertas armas, deja de serlo por el mero hecho de empuñarlas, aunque su intención sea buena. No cabe duda de que hay gente de buena voluntad entre los islamistas, pero la ignorancia no les exime del destrozo monumental que están ocasionando en el mundo. Si tan buenos propósitos les guían, que se tomen su tiempo para reflexionar qué están haciendo mal, en vez de echar balones fuera y culpar siempre a Europa y Estados Unidos de lo que pasa en sus países. Además eso sería idolatrar al enemigo y reconocerle un poder que realmente no tiene.

En el fondo son unos idólatras y unos innovadores, justo lo que ellos más odian. Adaptar el Islam a la modernidad es la peor innovación, la más grave, la madre de todas las innovaciones -como les gusta expresar a ellos-. Pero lo justificarán diciendo que forma parte de la yihad actual por preservar el Islam. ¿Qué Islam, majaderos, si ya no sois musulmanes? ¿No os habéis visto en el espejo? Sólo queréis preservaros a vosotros mismos. El Islam no necesita conservantes ni colorantes sino practicantes sinceros y entregados. Por eso no es de extrañar las singulares alianzas del islamismo con el capitalismo. Ambos se entienden muy bien, hablan el mismo lenguaje: “el fin justifica los medios y las apariencias externas lo son todo”.

Así que los extremos se tocan y combinan a la perfección, tanto que a veces me costaría distinguirlos si no fuera por las chilabas, barbas y sacos negros de sus mujeres. Si ellos se afeitaran y se pusieran un traje de Armani y ellas dejaran ver sus preciosas melenas negras con unas gafas de sol estupendas y una falda tubo mostrando las doradas piernas enfundadas en cuidadosos tacones, no habría manera de distinguirlos de unos especuladores financieros. Solo que los islamistas especulan con lo divino, que es aún más grave, si cabe, que hacerlo con bienes materiales.

Con este panorama no es de extrañar que el buscador que encuentre en el bushido y en el Islam unos códigos de nobleza aristocrática universales se confunda de guión cuando entra en el escenario con los actores actuales, descendientes de aquellas sociedades que en su día fueron armonizadas por estas disciplinas humanas. El iniciado no encaja ya en ningún lugar porque ha dejado de pertenecer a su tiempo y, como un ronin, un samurai sin señor al que servir, es una ola renegada vagando libre en el océano, un lobo solitario en los desiertos esteparios, un emboscado en la Selva Negra de Jünger, un tuareg sin otra patria que el cielo estrellado en la noche del Sahara. Ellos portan la pesada carga de preparar el terreno donde las semillas de ese conocimiento ancestral vuelvan a crecer sanas, libres de la maraña de hiervas transgénicas que la modernidad ha producido, sin sucumbir a la tentación del nihilismo y al abandono de toda esperanza de excelencia en esta vida.

Autor: Abdul Haqq Salaberria


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Enlace recomendado hoy:


 





martes, 18 de febrero de 2014

Poemas Esenciales de Hugo Mujica para ser contemplados en profundidad...

He aquí una serie de poemas realmente estremecedores y extraordinarios de Hugo Mujica dignos de ser contemplados en estado meditativo, sin querer comprender nada, sin racionalizar... Tan solo estando abiertos… Pongo como música de fondo ‘El Canto de la Sibila’ con la voz excepcional de Montserrat Figueras…




EL SILENCIO DE LA NIEVE CAYENDO SOBRE LA NIEVE

 I.


La palabra es el lugar donde se encuentran la manifestación de la realidad, el ser de la vida, y lo que nosotros captamos de él, de ella.

Encuentro entre el don y la recepción.
(La lluvia y el cuenco.)

El ser se abre, se abre rebasándose: manifestándose. La palabra lo recibe, lo recepciona.

(Como vida y existencia.
Poesía y poema.
O amor y lo amado... Siempre hay un halo que rebasa, un nimbo de dolor.
Un testigo de lo imposible.

Y su anverso: es sólo de un lado del cuello que nos clavan los colmillos.)

También lo delimita, pero es en esa delimitación donde se manifiesta, se dice al hombre en la forma en que el hombre puede decirselo a sí.

Finitamente.
(Humanamente: finitud preñada de infinitud: dolor.)

Como un océano que se derramara en un cáliz. Desborda, pero no se pierde. El desborde señala.

A veces arrastra.
También recuerda.

En la palabra el silencio calla, diciéndose.

 
II.

Antes de comenzar a hablar está el silencio. El que está para que la palabra sea.

Pueda ser.

La posibilidad y el presentimiento de que la palabra será dicha, que tiene donde manifestarse.

Al final de una frase, de un discurso, de la vida, vuelve a ser el silencio.

Al comienzo de todo texto está la página en blanco.

La que sigue estando en blanco en sus márgenes, porción de silencio, silencio entre las líneas y, otra vez, al final, diciendo calladamente el fin...

Son los silencios los que acotan los límites de las palabras. Es el blanco de una página, anterior y posterior, el que enmarca y contiene a las palabras escritas.

Las que limitan con lo blanco, como las pronunciadas con el silencio.

De esto que lo blanco, el silencio, no sea sólo un límite de la escritura, un borde de la voz, no sólo acote y puntualice al habla, sino que el silencio sea constitutivo del habla como el espacio de la palabra escrita.

Constitutivo del habla que es trama hilada de silencios y palabras, de palabras y silencios.

Sin el silencio que aspira es vano respirar, imposible la palabra.

Juego en el que cada parte da sentido a la otra: sin la palabra el silencio es un vacío.

Sin el silencio la palabra no es palabra, es borde sin mar. Ruido sin sentido.

Viento en el desierto.

El silencio separa las palabras y, separándolas, las hace audibles. Permite que se extiendan.

Se expandan.
Vibre su significado. Dilaten su sentido.

                     (Otra vez lo abierto y, en lo abierto, lo que surge. Sol
en el desierto, sobre nada.
                     Nada que proyecte sombra.

          

        PARA SIEMPRE, PARA ESE AHORA

         He visto la vida desnuda
         y no fue dolor.

         Vi el desierto y nacer el sol
         para siempre

         para ese ahora sin sombras
         de lo que se mira
         con el cuerpo entero.

         Lo vi ponerse, como un lunar
         de pequeño,
         pequeño
         o inmensamente humano
         como un corazón que muere.

         He visto la vida desnuda
         y se lavaron mis ojos
                      de no ver sino nada.)

 

III.

No le es dado al hombre escuchar el silencio como el silencio debe resonar en sí mismo. Sólo conocemos parcelas de él. Sólo lo escuchamos fragmentariamente.

Sólo conocemos lo que de él escuchamos, lo que de él nos apropiamos.

Vamos siéndolo, callando.

El silencio de la nieve sobre un lago.

El silencio de un desierto o el del claro de un bosque, es el silencio de un desierto o el del claro de un bosque.

O nieve.

Un silencio extendido como un manto, custodiado por el abrazo de los árboles, nunca jamás es el silencio.

      

    (Nunca una playa sin huella de pasos, las pisadas que dejamos buscando la playa sin huellas.)

El silencio en sí mismo.
El silencio anterior a todo.
Anterior a cualquier palabra: a la palabra silencio. Y al silencio de las palabras.

          (Como la luz es anterior a lo que ilumina, y también a la
     sombra que lo iluminado derrama.)

          (Silencio, el que no cabe en el oído.
          No encierra la palabra. No repiten los ecos. No callan
                    los mudos.)

El silencio, el que podemos experimentar, es siempre un silencio plural: el silencio congregante del atardecer, cuando todo parece aprovecharse de esa intimidad para revelarnos su más callado secreto.

El del alba que se levanta con su mano henchida de promesas, el silencio que comienza a retirarse para que los pájaros lo ocupen, para que el tráfago de la ciudad lo vaya apagando...

El silencio, el silencio humano, humanizado y humanizante, es el que se escucha entre las palabras, o, más radicalmente, el silencio hacia el que las palabras nos conducen: lo indecible que se susurra silencio.
Silencio despeñado desde otro silencio; aleteo entre sonidos; a tumbos, entre ruidos.

Solemne y mesurado: la nieve cayendo sobre la nieve. Y hasta sagrado: una cruz sin grito.

Escuchado o traicionado...
El silencio tiene múltiples voces pero nunca es un largo discurso, siempre es breve.

Retazo o jirón.
A veces terrible, como el silencio del agonizante para quien está a su lado esperando la palabra que le diga cómo aliviarlo.

También, a veces, es manso el silencio, como al borde de un arroyo.

Escasa y privilegiadamente, el silencio se deja escuchar como horizonte de las palabras: cuando se termina de leer un poema que no nos lleva a pensar, nos lleva a escuchar la dimensión que lo originó.
(La experiencia, no el conocimiento.)

Un poema o, también y no menos, el silencio que se deja escuchar al concluir la última nota de un concierto...

Don del arte, silencio, que se escucha apenas un instante (o tal vez el instante sea escuchar al silencio), apenas un instante pero ese instante -su presencia o ausencia- es el juicio y el valor, el juicio que da valor, al poema que acabamos de leer. A la música que terminamos de escuchar.

Es el silencio con que una obra de arte no termina: se cumple.
El silencio en que la obra calla.
En el que enseña a escuchar.

Se congrega silencio, como se silencia todo en el tañido de una campana.

IV.

En rigor, al hombre no le es dado el silencio. O le es dado humanamente:       encarnado.
En el hombre el silencio respira.
En el hombre el silencio, el humano, es escucha.

El silencio enseña a escuchar, inicia a escucharnos.

Hay otro silencio, otra voz del mismo silencio: el monólogo del silencio.

Luz sin sombra.

Hay algo en mí que pareciera ser lo más propio de mí: lo que quisiera que lo sea yo.

Hay algo en mí que es la esperanza de mí, la que me llama a mí. Un llamado que me desnuda de lo que en mí no soy.

Un llamado a la desnudez.

A ese algo lo llamamos conciencia. Aunque sea ella quien nos llame, nos reclame. Reclame la coincidencia de mí conmigo mismo: no en lo que soy, en lo que aún no soy.

En lo que de alguna misteriosa manera estoy llamándome a ser.
Con mi avanzar o resignar.
Mi fidelidad o mi traición.

Ante lo decisivo el hombre no puede disponer, tan sólo disponerse: escuchar.

El silencio, desde lo hondo, calla o se envela, pero siempre interroga.

La conciencia no tiene voz.
Esfinge sin habla, no dice, desdice.
Desmiente.

    (Como una muerte, la mía, que me revelará la vida que adeudaba.)

La conciencia o es mi silencio o sigo siendo yo. Es un silencio, mío o en mí, que me abarca. Abarca aun la voz de la conciencia: mis juicios sobre mí. Mi propia medida. Lo que ya sé de mí.

El juicio, los juicios, abarcan los pasos.
La conciencia el caminar.
(Más aún: el horizonte por abrir.)

Es el silencio de una calle desierta donde escucho si suenan o se han detenido mis pasos.

Si se aceleran o languidecen. Avanzan o se repiten.

A veces, instantes, el silencio es tan hondo, tanto más que mi propia hondura, que escuchamos si arrastramos o no una sombra.

Pero ese silencio ya no es humano.

El silencio, el de la conciencia que es el mío, desmiente. Me desmiente.
Pone en entredicho mi realidad.
(Toda certeza, o la única: la certeza de mí mismo.)

El silencio de la conciencia derrubia, va gastando los bordes, derrumba las construcciones.

Quita casa, abre cielos.
El silencio llama.
Anuncia.

Voz trasparente, agua. O fuego, fuego blanco, ilumina y purga: arde sin consunción. Arde quemando.

Lo reseco, lo ya dicho y sido.
Lo repetido y al repetirlo, traicionado.

Libera: cuando todo se cae queda lo que no se apoyaba en nosotros.

La voz de la conciencia no es su voz.
Su voz es aún la mía.

Mi eco: mi proyecto sobre mí. Mi decirme, no mi escucharme.
Es la medida de lo que soy, no el llamado a ser.

Cuando todo calla se oye lo que en nosotros es eco, repetición.
No voz.
Actos repetidos, no nacidos. Actos sin creación, vida sin vida.

Ese silencio no es lo callado. Es el silencio que viene después, después de haber hablado, cuando ya nada responde a nada porque todo habla.

Es juicio sobre lo hablado, sobre lo que no se debió decir, sobre lo que no fue verdad: una verdad que no era respuesta.

Una verdad que no nació de la escucha.
Una verdad que no fue pregunta.

Es el silencio que no se hace, que es.

Si todo fuese silencio en mí yo sería entonces yo. Sólo entonces, no habría ecos. Sería el silencio en mí como respuesta a mí.

A mi escucha de mí.
A mi nacerme mi nombre: escucharme.

(Sin ecos.
Sin la sombra de oír.

      
    ENCRUCIJADA

    Paso a paso se borra el camino y dibuja allí, en lo
    borrado, la ausencia buscada.

    Algo así: el silencio.

    Pero el de las palabras a las palabras.
    El del camino borrado.)

 
V.

La ausencia de palabras dista mucho de ser silencio, como la ausencia de montañas no implica que haya un abismo allí donde ellas no han crecido desde la tierra.

Al silencio se lo acalla hablando pero no se lo hace porque dejemos de hablar: el silencio ya está allí.

Antes de que nosotros hablemos.
Antes aún de que callemos.

Hay un decir hablando y un decir callando, pero callar y silencio no son sinónimos. El callar es apenas propedéutica, disposición apropiante; el callar debe abrirse al silencio.

Silencio que simplemente es y no que nosotros hacemos.

Podemos hacer, o más exactamente crear desde el silencio, pero no al silencio.

El silencio, podríamos decir, es existencia pura, existencia increada y, a la vez, fermento creador.

Virginidad de toda palabra.
Y su fecundidad.

El silencio no es un concepto, es lo que concibe a los conceptos, concibe a las palabras con que orquestamos los conceptos.

El silencio no es siquiera una palabra.

“Silencio” no es la palabra que lo nombra, es la palabra que menta la palabra que le falta a las palabras.

(Ausencia, carencia que origina.
Palabras: puesta en obra de esa ausencia.
El silencio es una palabra: ésa, la ausente.

      

    Buscabas una, no todas, una palabra en la cual escucharnos, desde la cual llegarnos a decir; podría haber sido la palabra “fuente”, pero no era “fuente” ni era una fuente en la que nadie se hubiera mirado: una fuente sin nombrar. Era la palabra que faltaba en cada historia leída, la que había quedado sin narrar en todas las historias escritas, era la ausencia que hacía del punto final de todos los libros una caravana infinita, un infinito suspendido en cada final.)

 

Inefabilidad de una palabra cuya ausencia se abre como intersticio entre las palabras.

Dibuja los rasgos de cada palabra y también las desgarra.
Las abre al viento.

Palabra ausente, mar callado que comienza al borde de cada palabra dicha, que con su ausencia da playa para que las palabras se extiendan, para que las palabras mismas entiendan lo que ellas no pueden expresar, lo que ellas mismas buscan expresar.

Ausencia que dispensa espacio para que las palabras irradien, para que se muevan y dancen, se conjuguen y con-jueguen entre ellas.

Es la palabra ausente -la intemperie de toda palabra dicha-cuya ausencia denuncia toda tautología de cualquier discurso que quiera cerrarse sobre sí, que se llame a sí mismo totalidad.

A cualquier verdad que se crea única, se cristalice sistema. Que sistemáticamente niegue toda otra voz.

VI.

El silencio desnuda pero también arropa, revela, recuerda; revela el abismo que nos rodea y nos habita. Todo lo otro que no es palabra, no es significado.

Ni cosa o semejante, ni espacio celeste ni mar, pero es, está. Estamos en él.
En el abismo indisponible del cual dependemos.
Sobre el que pendemos.

El silencio, callando, revela y desfundamenta, deconstruye los fundamentos que nosotros construimos.

El que me pone a mí como mi fundamento.

No critica, no argumenta con ellos, no agrega palabras a las palabras que no escuchan: desfundamenta socavando.

Socava como el mar a la costa; o como la gota horada la piedra: con la fuerza de su trasparencia.

Como desnuda el silencio: con su desnudez.

      

    (Es su huella de sed
    el secreto que dejan las lluvias.)

Desnuda y arropa con promesas: en el silencio el hombre se encuentra con el origen de todas las cosas. No para permanecer fascinado o aterrado ante el abismo del origen, sino para que sepa que todo puede comenzar una vez más.

Que todo, y también él, puede ser, y es, recreado.

Todo puede volverse a nombrar una vez más por primera vez.
Por única vez.

Y esto, en un poema:



        OTRO INICIO, OTRA MÚSICA

        Nada responde a nada

        cuando todo habla.

        Hay que soñar
        un sueño sin voces,

        volver a cantar escuchando.

        Dejar correr una lágrima
        con la cara
                   bajo la lluvia

        un silencio
        que sea anuncio, un anuncio
        que lo nazca.

        Callar, para que el tajo
        se diga tajo, o decir
        para dolernos tajo,

        la semilla enterrada
        brotando en la semilla enterrada

        un alba
        en la palabra alba.

                        _ _ _

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