He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

lunes, 31 de marzo de 2014

Miedo al Silencio (II Parte)

Siempre he pensado que la música que nos gusta puede decir muchísimo más de nosotros que cualquier descripción que hagamos de nosotros mismos. Hay melodías en las que me diluyo, y que, precisamente por ello me expresan. Una de ellas es el Locus iste del compositor austriaco Antón Bruckner. Tengo la convicción de que se emocionaba y rezaba componiendo. En verdad, cuando alguien cree con sinceridad y sentido, transmite el Misterio y anima la fe del que lo escucha. Bruckner es un ejemplo notable de esto. El caso es que en una ocasión en la que visité la Abadía de Montserrat, nada más entrar en la iglesia aledaña al monasterio, había un coro cantando justamente el ‘Locus iste’. Recuerdo muy bien que allí sentado, en éxtasis, rompí a llorar de pura emoción. Ésta era la música que escuché…
Hemos llegado a un punto de inflexión en el cual lo que no esté aderezado con una Energía vibracional elevada, nos es indiferente. Esto es así porque nuestra vida se realiza en el Espíritu. Formamos una unidad. Desde la mañana a la noche, todos los seres de luz hacemos las cosas unidos porque no existen las distancias, el espacio es un espejismo, una ilusión que parcela nuestro universo holográfico, separando tan solo a aquellos que no quieren ver la Realidad, que es casi todo el mundo... Para evitar el vivir instalados en la inautenticidad, nosotros vivimos en el Amor, siendo sencillos, siempre generosos, sin buscar cosas extraordinarias. Luego, nos hacemos pequeñitos, dejándonos llevar como un niño en los brazos de su madre por el Espíritu que es nuestro Todo…

 
¡El Espíritu nos quiere tan puros! Tenemos sin duda que dejarnos transformar en su misma imagen. Hay que hacerlo con toda sencillez, amando constantemente con aquel amor que establece la unidad entre las personas que se aman. Quiero vivir solamente de amor. Es mi vocación. Por la mañana, me despierto en el Amor. Paso el día entregado al Amor, obrando en todo sin pensar en nada, siendo solo Su mirada... Procuro darme siempre de la forma que el Espíritu me va dictando en ese espacio de luz que unos pocos seres privilegiados conocemos. Y al fin, cuando llega la noche, después de un diálogo de amor que no se ha interrumpido en mi corazón, me duermo en el Amor… En esta singladura, descubro obviamente mis deficiencias. Pues bien, se las entrego al Amor también. Es un fuego que consume todo que no es Suyo...





Hace unos tres años, asistí a un breve Retiro Espiritual en un convento de benedictinos (la misma Orden que los monjes que habitan la Abadía de Montserrat). Confieso que nunca he encontrado más autenticidad que entre aquellos monjes que conocí, los cuales estaban siempre sonriendo, comían frugalmente, trabajaban la huerta, rezaban en sus celdas y cantaban a Dios. Y diré algo más que es realmente esencial: aquellos monjes eran realmente felices porque no tenían nada más que a Dios, porque habían erradicado la ambición de sus corazones. Vivían sin ansiedad, sin miedos y sin prisas. En aquellos días de Retiro, entre las oraciones y el silencio, tuve la fugaz sensación de que podía atrapar el sentido de las cosas, fue algo maravilloso… En verdad, los hombres y mujeres que se dedican a la vida contemplativa han hecho de sus existencias un canto de alabanza al Espíritu y una ofrenda a favor de todos los seres humanos. Tenemos que dar gracias porque están ahí, no cabe duda de ello. Ahora comprendo porqué Ernst Jünger decía que ellos/as sostienen el mundo…

 
Conocí a personas sin miedo al silencio, que de verdad habían renunciado a lo transitorio por lo permanente, a lo temporal por lo eterno... Son la parte del mundo que no se ve, que no se oye, pero que aporta lo más sabroso de la experiencia espiritual: estar y vivir con y en el Espíritu. Al conversar con ellos, descubrí que su inmensa y contagiosa paz no era el resultado de la falta de problemas o de la despreocupación por todo lo que ocurre en el mundo; la vida contemplativa no es una huida del mundo, todo lo contrario, es llegar al corazón de ese mundo para llenarlo del Espíritu, que ellos llaman Dios. Los contemplativos están en el mundo desde Dios, éste es el secreto. Sí, y en cierto modo estas personas, con sus vidas, son una gran provocación en medio del mundo del ruido y de la prisa, lo sabemos bien. En el silencio, haciendo del tiempo un horizonte de eternidad, anuncian lo que verdaderamente es importante, lo único importante: el Amor. – Por eso, los seres contemplativos siempre están riendo, porque llevan el cielo en sus almas. Y no me cabe duda, después de conocerlos, que estos seres contemplativos son expertos en humanidad porque son expertos en la vida íntima de Dios. De ahí que penetren hasta lo más hondo del espíritu humano, a mí es que me ‘radiografiaron’ perfectamente... Y me dieron unos consejos maravillosos, siendo el mayor de ellos su propia vida sencilla y pura.

 
Pero no deseo dejarlo todo aquí. Quiero compartir algo muy importante, que considero incluso esencial… Lo que más me sorprendió de esta experiencia, la cual sea dicho de paso me quitó muchos prejuicios respecto a la vida monacal, es comprobar, contra lo que esperaba, el espíritu no utilitario e impráctico de estas vidas contemplativas. Me impactó primeramente observar que estos monjes, aun perteneciendo a una religión soteriológica, vivían y actuaban con naturalidad y sin objetivo alguno. ¡Ni siquiera esperaban la salvación, no esperaban nada! Una de las personas que me acompañaban en el Retiro, un joven que estaba pasando por un discernimiento vocacional, le preguntó a uno de los monjes que “para qué servía” ser monje, a lo que el monje le respondió que ‘no servía para nada’. “Si no sirve para nada, mejor lo dejo”, fue la respuesta bisoña del joven. Pero claro, la cuestión es más profunda realmente: ¿qué hay que sirva para nada? Lo que parece una “ventaja” no lo es en realidad. La ventaja de la enseñanza de ser monje o de llevar una ‘vida espiritual’ en que no hay ninguna ventaja. 




 

En puridad, todas las religiones en sus versiones exotéricas (que son las que siguen las masas), como las ideologías que son sus hijas bastardas, como cualquier labor que se ejerza en este mundo que hoy conocemos, ofrecen recompensas. Sólo una vida puramente contemplativa no ofrece ninguna. Las personas que viven bajo la ilusión de Matrix y que se consideran llenas de méritos y dignas de ser recompensadas llaman a esto nuestro “locura”… No han descubierto aún que, en realidad, se haga lo que se haga o se deje de hacer,  toda nuestra vida no reporta nada al fin y al cabo. Como decía magistralmente Jesús el Cristo “¿acaso puedes añadirle un codo a tu estatura?”. Lo que Hay no conoce aumento ni disminución. No puedes añadirle ni quitarle nada al Todo… Por eso también, el gran patriarca zen Bodhidharma respondía enigmáticamente a cada pregunta del Emperador sobre las obras que éste hacía en favor del budismo, diciéndole “ningún mérito”, lo que desconcertó a aquél sobremanera y le enfureció...


Si lo pensamos a fondo, ¿qué puede haber más ruin que una persona que ante todo lo que hace siempre pregunta qué va a ganar con ello? Por eso, todos los grandes Maestros, que han estado siempre por encima de lo que se considera ‘utilitario’, han evitado buscar el aplauso por lo que no merece ningún aplauso. Yo me pasé gran parte de mi vida tratando de ganarme la admiración de los demás, ¿y qué? Cuando hoy pienso en ello lamento profundamente la energía perdida en semejante empresa. Hemos de cuidarnos de la admiración de nuestros congéneres. Lo que la gente elogia o vitupera no tiene ningún valor…


En puridad, nada nos pertenece y precisamente por eso hemos de tratarlo todo con el mayor respeto. Vivir como un ser contemplativo significa tener respeto y consideración por todas y cada una de las cosas. Es lo que hacen también los monjes, considerados como “parásitos” por una sociedad enloquecida con la obsesión de la productividad, el ruido y el consumo. Lo importante es que, seamos lo que seamos, no estemos metidos en la rueda de los locos. No es posible volver atrás… 

Mirad, hermanos y hermanas seres de luz, yo me considero un contemplativo en medio del mundo, y, como tal, no albergo la menor esperanza respecto a nada. La gente vive en sus fantasías. Primero se fabrican una idea, luego la agarran con fuerza y empiezan a pelearse por ella, entrando todo a formar parte del gran teatro. Una persona como yo vive ya en paz y no trata de llegar a cualquier precio a un pesebre en el que, de todos modos, no hay nada que comer. No trato de alcanzar nada inalcanzable. No lloro ya cuando tengo mala suerte ni tampoco me vuelvo loco cuando la suerte me sonríe. Mantengo la serenidad…

Todo lo que hacemos es gratuito. Todo lo que recibimos es gratuito. La lluvia cae gratuitamente, el sol brilla gratuitamente... – En el Evangelio, Jesús el Cristo afirma que “el sol sale igual para justos e injustos…” - El sol no nos pasa ninguna factura por su “energía solar”. ¿Cuál es el problema de que no podamos llevarnos nada a la tumba? La cuenta está saldada, ¡listo, punto final! ¿Qué tiene de grave si al final se muere uno en la cuneta como un perro callejero? ¿No murieron así genios como Poe o Tolstoi? Como decía el propio Poe: “Todos tratan de añadirle algo a la vida humana. Ahí está su error. Qué sorpresa se llevará la gente cuando compruebe que al final nada sirve para nada. Reconocerán su error de golpe, como un mudo que le echa el diente a un fruto amargo…”




Al hablar ahora sobre la muerte, no puedo dejar de mencionar el hecho de que todos los seres contemplativos han tenido la sana y buena costumbre de pasar un tiempo en los cementerios, hábito nada morboso, sino bien al contrario, lo hacen con el fin único de meditar. Hace pocos días, yo mismo visité el cementerio de mi ciudad y paseé por él durante bastantes horas. Tranquilamente, miré las tumbas ajenas. Leí los epitafios. Imaginé cómo fueron las vidas de todas aquellas personas... Fue un paseo sereno, en el que observé las flores marchitas, y respiré las ausencias, escuchando a lo lejos, el lloro de la gente o la paz que emanaban… Cuando regresé a mi casa, me detuve ante un espejo y observé que hay una muerte enfrente de mí, enfrente de todos, pero que no le tenía miedo a esa muerte, a ese espectro. El miedo es no saber vivir y no cumplir el camino que nos ha sido dado… Sabemos que diariamente se anuncia la muerte cuando podría anunciarse la vida. Como globos elevándose por toda la ciudad. Como el toque de las campanas sin cesar. Como estrellas al atardecer... Por eso, tras mirarme al espejo, me dije a mí mismo, como en una especie de juramento: ningún periódico anunciará mi muerte. Serán las hojas de mis árboles las que anuncien mi vuelo…


Sí, y también me dije que nunca debía olvidar que cada día es un nuevo nacimiento. ¡Tengo vida! Y quiero que todos tengan vida en abundancia. Mientras tanto, mientras la sangre corre por las venas con la misma velocidad del tiempo, puede que cada día sea un epitafio, mas no importa, ahora sé que lo esencial es amar… Y no tener miedo al silencio...










domingo, 30 de marzo de 2014

El Gran Silencio...

El Gran Silencio - Beatriz Villacañas

ABC 19 de marzo de 2014

Hace algunos años tuve la ocasión de ver la película El Gran Silencio, de Philip Gröning, donde el tiempo circula prendido a los hábitos blancos de los monjes que habitan el monasterio de la «Grande Chartreuse», en los Alpes franceses, y que callan hermosamente al compás de su meditación, de su trabajo, de sus pasos. Diríase que los hermanos cartujos se acercan al silencio de Dios desde las mudeces de sus humanos labios y establecen con Él una comunicación tejida de palabras invisibles. Pasan las estaciones y ellos siguen pisando las mismas galerías, los mismos escalones, que son frío desnudo bajo su pisada. El invierno borra la frontera entre la nieve y la blancura de sus ropas y eterniza el instante en el que cae cada copo y en el que cada monje vive.

El silencio es un tiempo y un espacio que podemos habitar, como los monjes, de forma casi ininterrumpida, o al que podemos volver tras nuestras incursiones por eso que llaman el mundanal ruido. Silencio necesario. Silencio que espera, como un nido, al pájaro inquieto.

El silencio no es lo opuesto a la palabra. Es otra forma de sentirla y pronunciarla. Bien sé de mi propia atracción por la conversación apasionada, por la palabra ardiente hecha pensamiento y emoción. También música. No tener alas nos lleva al vuelo de la palabra sonora y la palabra escrita. Y en ese vuelo ando, andamos, a menudo. Pero el silencio no deja nunca de ser ese espacio habitable y necesario al que volver. El silencio, como la palabra, tiene el poder de conjugar extremos: puede alejarnos de los otros, mas puede, sin duda, y de forma poderosa, acercarnos también. De mi reciente libro Testigos del asombro he aquí unos haikus, testigos del asombro que provoca la enigmática esencia del silencio:

Calla la estatua
avalancha de historia
tras su mirada.

Como callando
la muerte me acompaña
por donde ando.

Lento es el tiempo
en la piedra que habla
desde el silencio.

Canta en silencio
cada flor que nos llama
desde el recuerdo.

Con su silencio
la sonrisa callada
es alimento.

Callo y espero
llega la epifanía
junto al silencio...


Fuente:











sábado, 29 de marzo de 2014

Paz y Amor a todos los seres

Hermano pájaro y hermana nube. Hermano árbol y hermana flor. Hermano Cielo y hermano Sol.
 
Hermana Llanura, que acaricias mis pies cansados. Hermana agua que en la lluvia alimentas los campos, y en ellos alimentas mi boca.
Hermanas estrellas que animáis mi pecho y mi corazón, y en el sueño de la vida me alentáis.
¡Cuántas...! ¡Cuántas veces he caminado con vosotras y a vuestro lado buscando la Luz!
Sois mis hermanas de viaje y cuando nadie me miraba, vosotras estabais conmigo y lavabais mi frente.
¡Cuántas veces, hermano monte, me diste calor en tus laderas y cuántas me hablaste al oído sobre aquellos tiempos en que aún eras un tierno valle! Me diste tu mano de siglos para apoyarme cuando mi alma sentía desaliento en aquellos atardeceres de mi infancia, en que aún buscaba y creía que el Conocimiento estaba encerrado en las semillas, o bajo las hojas del jardín, o en el interior de los olmos.
Muchas tardes andaba una y cien veces «el camino viejo», creyendo que los pasos de mis pies me podrían acercar a El.
O me subía hasta las copas del nogal para alcanzar las estrellas cuando venían de noche. O les preguntaba a los pajarillos sobre sus secretos. Pero no los entendía. Y conforme iba creciendo, sentía que me alejaba más y más de aquellos mis hermanos. Hoy los he vuelto a encontrar después de mucho tiempo. Hoy ya sé lo que me quieren decir.
Y de verdad os digo que si pudiese transcribir aquello que me hablan al lenguaje de los hombres, sería algo así:
Paz... Paz y Amor. Paz y Amor a todos los seres.
Cayetano Arroyo Flores
 
 
 
 
 
 

viernes, 28 de marzo de 2014

Adiós a la tierra

Adiós a la tierra
 
Juan Manuel de Prada - 9 de marzo de 2014 
 
Casi todos los países occidentales han pasado por un proceso migratorio del campo a la ciudad. Poblaciones rurales ingentes abandonaron sus medios tradicionales de vida, ligados a la tierra, para convertirse en mano de obra (y con frecuencia en carne para la trituradora) de una industria en fase expansiva, ocupando los arrabales sórdidos de las grandes ciudades. Este proceso, que en España fue más tardío, habría de adquirir sin embargo una especial virulencia en los años posteriores a la Guerra Civil y, muy especialmente en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, en las que el fenómeno migratorio, tanto interior como exterior, acabaría por cambiar por completo la fisonomía de nuestro país, que en las décadas siguientes aun habría de conocer otra fase del proceso migratorio todavía más compleja, cuando España se convirtió en destino de mano de obra extranjera, merced a una racha de prosperidad económica que -según ahora comprobamos- se asentaba sobre cimientos de humo.
 
Algunos datos quizá nos sirvan para ilustrar el desquiciado proceso de abandono de la tierra (único cimiento de toda economía sana) sufrido en España. En 1900, el 48 por ciento de la población española vivía en núcleos con menos de 2000 habitantes; en la actualidad, este porcentaje ronda el 15 por ciento. Pero mayor aún ha sido el descenso del empleo en el sector agrícola y ganadero. Hasta un 70 por ciento de la población activa se empleaba en 1900 en dicho sector, cifra que se había reducido hasta un 50 por ciento a mediados de siglo; el éxodo rural y la mecanización de las tareas agrícolas harían que, hacia 1970, solo el 25 por ciento de la población activa se dedicase al cultivo del campo; en la actualidad, menos de un 5 por ciento de nuestra población persevera en estas labores, mientras el sector terciario o de servicios se ha hipertrofiado hasta alcanzar el 70 por ciento. No hace falta añadir que muchos de estos 'servicios' son pura economía improductiva, especulativa, virtual, filfas de pijos sobrevenidos que nos las tendremos que comer con patatas no tardando mucho. Lo más llamativo de este proceso es que, mientras la economía española derivaba hacia el pijismo más superferolítico, la demanda de productos agrícolas y ganaderos no disminuía, sino que, por el contrario, se incrementaba; y, aunque los avances tecnológicos han permitido aumentar su producción con menos mano de obra, en estos momentos España importa muchos productos agrícolas (¡empezando por las naranjas, de las que en otro tiempo fuimos primer productor mundial!) que, hace apenas unas décadas, exportaba, por imposición en gran medida de las ordenanzas europeas, que han llegado incluso (misterio de iniquidad) a subvencionar a muchos agricultores y ganaderos para que abandonen sus explotaciones. Paralelamente, los productos agrícolas y ganaderos han disparado sus precios, a la vez que quienes los producen reciben una remuneración cada vez más escasa por su trabajo, para enriquecimiento sórdido de una tupida red de intermediarios.
 
Las causas del éxodo rural fueron muy diversas y complejas; y, desde luego, entre ellas debemos contar, en primer lugar, el reparto injusto de la tierra, que propició que millones de personas, al carecer de propiedad, tuvieran que desarrollar las faenas agrícolas en condiciones indignas y soportar hambrunas atroces. Pero las consecuencias de este éxodo rural fueron con demasiada frecuencia lastimosas: las promesas de una vida más fácil que ofrecía la ciudad no se vieron siempre realizadas; y, en cambio, propiciaron una ruptura a menudo traumática con tradiciones ancestrales que ligaban a nuestros antepasados a la tierra, favoreciendo el desarraigo, las rupturas familiares, la pérdida de la fe y la emergencia de una nueva problemática social que se ha mostrado en gran medida irresoluble, con formas emergentes de pobreza y desequilibrios demográficos nunca antes conocidos. El abandono de la agricultura ha generado, por otro lado, una dependencia cada vez mayor de productos que hemos dejado de cultivar; y, mientras las tierras que antaño se destinaban a la labranza eran recalificadas y entregadas a la voracidad inmobiliaria (¡y a los resorts y campos de golf para ejecutivos estresados, oiga!), se ha generado una nueva forma de especulación que afecta al precio de los alimentos y que pronto podría degenerar en una pavorosa crisis alimentaria.
 
Y es que los pecados, cuando no media arrepentimiento, tarde o temprano se pagan. Algunos incluso más temprano que tarde.
 
 
 
 
 
 

Antes de la salida del sol...

Mientras preparo la Segunda Parte de ‘Miedo al Silencio’… aquí tenemos un fragmento de la Sinfonía Alpina de Richard Strauss… seguido de un texto fundamental del Zarathustra de Friedrich Nietzsche…



Antes de la salida del sol

¡Oh cielo por encima de mí, tú puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándote me estremezco de ansias divinas.

Arrojarme a tu altura - ¡ésa es mi profundidad! Cobijarme en tu pureza - ¡ésa es mi inocencia! Al dios su belleza lo encubre: así me ocultas tú tus estrellas No hablas: así me anuncias tu sabiduría.

Mudo sobre el mar rugiente has salido hoy para mí, tu amor y tu pudor dicen revelación a mi rugiente alma.

El que hayas venido bello a mí, encubierto en tu belleza, el que mudo me hables, manifiesto en tu sabiduría: ¡Oh, cómo no iba yo a adivinar todos los pudores de tu alma! ¡Antes del sol has venido a mí tú, el más solitario de todos! Somos amigos desde el comienzo: comunes nos son la tristura y la pavura y la hondura; hasta el sol nos es común.

No hablamos entre nosotros, pues sabemos demasiadas cosas: callamos juntos, sonreímos juntos a nuestro saber.

¿No eres tú acaso la luz para mi fuego? ¿No tienes tú el alma gemela de mi conocimiento? Juntos aprendimos todo; juntos aprendimos a ascender por encima de nosotros hacia nosotros mismos, y a sonreír sin nubes: a sonreír sin nubes hacia abajo, desde ojos luminosos y desde una remota lejanía, mientras debajo de nosotros la coacción y la finalidad y la culpa exhalan vapores como si fuesen lluvia.

Y cuando yo caminaba solo: ¿de quién tenía hambre mi alma por las noches y en los senderos errados? Y cuando yo subía montañas, ¿a quién buscaba siempre en las montañas sino a ti? Y todo mi caminar y subir montañas: una necesidad era tan sólo, y un recurso del desvalido: - ¡volar es lo único que mi entera voluntad quiere, volar dentro de ti! ¿Y a quién odiaba yo más que a las nubes pasajeras y a todas las cosas que te manchan? ¡Y hasta a mi propio odio odiaba yo, porque te manchaba! Estoy enojado con las nubes pasajeras, con esos gatos de presa que furtivamente se deslizan: nos quitan a ti y a mí lo que nos es común, - el inmenso e ilimitado decir sí y amén.

Estamos enojados con esas mediadoras y entrometidas, las nubes pasajeras: mitad de esto mitad de aquello, que no han aprendido a bendecir ni a maldecir a fondo.

¡Prefiero estar sentado en el tonel bajo un cielo cubierto, prefiero estar sentado sin cielo en el abismo, que verte a ti, cielo de luz, manchado con nubes pasajeras! Y a menudo he sentido deseos de sujetarlas con los dentados alambres áureos del rayo, y golpear los timbales, como el trueno, sobre su panza de caldera: - - ser un encolerizado timbalero, porque me roban tu ¡sí! y ¡amén!, ¡cielo por encima de mí, tú puro! ¡Luminoso! ¡Abismo de luz! - porque te roban mi ¡sí! y ¡amén! Pues prefiero el ruido y el trueno y las maldiciones del mal tiempo a esta circunspecta y dubitante quietud gatuna; y también entre los hombres, a los que más odio es a todos los que andan sin ruido, y a todos los medias tintas, y a los que son como dubitantes e indecisas nubes pasajeras.

¡Y «el que no pueda bendecir, debe aprender a maldecir»! . - esta luminosa enseñanza me cayó de un cielo luminoso, esta estrella brilla en mi cielo hasta en las noches negras.
 
Mas yo soy uno que bendice y que dice sí, con tal de que tú estés a mi alrededor, ¡tú puro!, ¡luminoso!, ¡tú abismo de luz! - a todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.

Me he convertido en uno que bendice y que dice sí, y he luchado durante largo tiempo, y fui un luchador, a fin de tener un día las manos libres para bendecir.

Pero ésta es mi bendición: estar yo sobre cada cosa como su cielo propio, como su techo redondo, su campana azur y su eterna seguridad: ¡bienaventurado quien así bendice! Pues todas las cosas están bautizadas en el manantial de la eternidad y más allá del bien y del mal; el bien y el mal mismos no son más que sombras intermedias y húmedas tribulaciones y nubes pasajeras.

En verdad, una bendición es, y no una blasfemia, el que yo enseñe: «Sobre todas las cosas está el cielo Azar, el cielo Inocencia, el cielo Casualidad y el cielo Arrogancia».

«De casualidad» - ésta es la más vieja aristocracia del mundo, yo se la he restituido a todas las cosas, yo la he redimido de la servidumbre a la finalidad.

Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azur sobre todas las cosas al enseñar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna «voluntad eterna» que - quiera.

Esta arrogancia y esta necedad púselas yo en lugar de aquella voluntad cuando enseñé: «En todas las cosas sólo una es imposible - ¡racionalidad!» Un poco de razón, ciertamente, una semilla de sabiduría, esparcida entre estrella y estrella, - esa levadura está mezclada en todas las cosas: ¡por amor a la necedad hay mezclada sabiduría en todas las cosas! Un poco de sabiduría sí es posible; mas ésta fue la bienaventurada seguridad que encontré en todas las cosas: que prefieren - bailar sobre los pies del azar.

Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro!, ¡elevado! Ésta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: - - que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugadores divinos! - Pero ¿te sonrojas? ¿He dicho tal vez cosas que no pueden decirse? ¿He blasfemado queriendo bendecirte? ¿O acaso es el pudor compartido el que te ha hecho enrojecer? - ¿Acaso me ordenas irme y callar porque ahora - viene el día? El mundo es profundo -: y más profundo de lo que nunca ha pensado el día. 

No a todas las cosas les es lícito tener palabras antes del día. Pero el día viene: ¡por eso ahora nos separamos! Oh cielo por encima de mí, ¡tú pudoroso!, ¡ardiente! ¡Oh tú felicidad mía antes de la salida del sol! El día viene: ¡por eso ahora nos separamos!

Así habló ZarathustraFriedrich Nietzsche












martes, 25 de marzo de 2014

Miedo al silencio (I Parte - Introito)

"No puedes entender lo que significa 'la meditación' si no estás habituado a escuchar el silencio. Su voz incita a la renuncia. Todas las iniciaciones religiosas son inmersiones en su profundidad. Empecé a sospechar del misterio de Buda en cuanto me entró miedo del silencio. La mudez cósmica te dice tantas cosas, que la cobardía te empuja a los brazos de este mundo..." E. M. Cioran
 
 
 

lunes, 24 de marzo de 2014

Eco perdido...


Aria Da Capo de Johann Sebastian Bach...





ECO PERDIDO

Un día, siendo niño, recorría los prados
y el viento matinal trajo a mi oído
algo así como un cántico, como un sonido
en la azulada atmósfera, o un deleitoso aroma,
un perfume de flores cuya estela duró
una eternidad: la eternidad de mi niñez entera…

No había vuelto nunca a percibirlo,
pero ahora, en estos días, vuelvo
a escucharlo aquí, dentro de mi pecho,
palpitando a escondidas… Y el mundo
me es indiferente ahora, y no quiero
cambiarme por los hombres felices;
sólo ansío escuchar, mudo e inmóvil,
cómo se expande el eco perfumado,
trasunto de aquel otro de la infancia…

Hermann Hesse