Nuestro insigne escritor Francisco de Quevedo y Villegas, desde la torre de Juan Abad, escribió un soneto que encierra una profunda filosofía sobre el libro y la lectura. Cito los dos cuartetos
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos...
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos...
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos...
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos...
Está hablando Quevedo de la soledad sonora, del silencio creador, de los ojos que escuchan y hablan con los difuntos, del diálogo con vivientes lejanos, de la música que nos envuelve con el sonido de las letras, del soñar estando despiertos… Y de muchas cosas más… Lo que nos viene a decir Quevedo, como la inmensa mayoría de los escritores de todos los tiempos y lugares, es que la lectura nos sitúa en un estado de espíritu semejante a la amistad o al amor: estamos a solas con quienes hemos elegido, con quienes son iguales que nosotros… Pero para llegar a esa lectura se han sucedido muchas etapas que han hecho posible el milagro, progresivas situaciones previas al alumbramiento. La gestación es dolorosa, porque han transcurrido días, años hasta conseguir el fruto. Experiencias anteriormente vividas; impresiones recogidas por escrito; pensamientos acumulados; búsqueda de la palabra adecuada. “¡Inteligencia, dame el nombre exacto y tuyo y mío, de las cosas!”, gritaba Juan Ramón Jiménez...
El escritor sufrirá desvelos, sinsabores, emociones diversas y contradictorias hasta encontrar el camino deseado. Hojas y hojas que a veces se detienen con desánimo, correcciones, cuartillas rotas, retrocesos y avances, alegrías y tristezas, diálogos con los personajes… Y así hasta que logra el apetecido fruto. ¿Podemos imaginarnos la emoción del escritor al concluir el trabajo, nacido de la inspiración y del esfuerzo? Luego vendrán, claro está, otros procesos hasta que destinatarios desconocidos entablen una milagrosa y silenciosa conversación con el autor llenando sus horas con el libro, ese que hoy conmemoramos…
Aparecerán -como dijo Pedro Salinas- los leedores que pasan por la letra impresa como el que mira la televisión, sin pensar, y los lectores que penetran en la esencia del libro, indagando su contenido; que se detienen de cuando en cuando pensando o deleitándose en lo que han leído. Si somos de estos últimos descubriremos sin duda que la lectura recrea y nos recrea; que nos conduce a un modo de vivir sugestivo, llevándonos imaginariamente por senderos desconocidos; que nos enriquece el espíritu y nos afirma en nuestro propio ser. Con la lectura, en fin, el hombre se convierte en el arquitecto de su propia existencia...
El escritor sufrirá desvelos, sinsabores, emociones diversas y contradictorias hasta encontrar el camino deseado. Hojas y hojas que a veces se detienen con desánimo, correcciones, cuartillas rotas, retrocesos y avances, alegrías y tristezas, diálogos con los personajes… Y así hasta que logra el apetecido fruto. ¿Podemos imaginarnos la emoción del escritor al concluir el trabajo, nacido de la inspiración y del esfuerzo? Luego vendrán, claro está, otros procesos hasta que destinatarios desconocidos entablen una milagrosa y silenciosa conversación con el autor llenando sus horas con el libro, ese que hoy conmemoramos…
Aparecerán -como dijo Pedro Salinas- los leedores que pasan por la letra impresa como el que mira la televisión, sin pensar, y los lectores que penetran en la esencia del libro, indagando su contenido; que se detienen de cuando en cuando pensando o deleitándose en lo que han leído. Si somos de estos últimos descubriremos sin duda que la lectura recrea y nos recrea; que nos conduce a un modo de vivir sugestivo, llevándonos imaginariamente por senderos desconocidos; que nos enriquece el espíritu y nos afirma en nuestro propio ser. Con la lectura, en fin, el hombre se convierte en el arquitecto de su propia existencia...
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