He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

viernes, 30 de diciembre de 2011

Estar en paz con toda forma de vida. Asignatura pendiente que no podemos soslayar

He aquí una maravillosa melodía - acompañada de unas bellas imágenes - del genial Vangelis, titulada Como to meVen a mí


“El hombre no es, en modo alguno, la corona de la creación, todo ser está, junto a él, a idéntico nivel de perfección… Y al aseverar esto, todavía aseveramos demasiado: considerado de modo relativo, el hombre es el menos logrado de los animales, el más enfermizo, el más peligrosamente desviado de sus instintos…” Friedrich Nietzsche

San Francisco de Asís afirmaba con toda razón que “quien maltrata a un animal jamás podrá ser feliz”. Como es bien sabido, el Poverello llamaba ‘hermanos’ a los animales y, como indican sus biógrafos Tomás de Celano y San Buenaventura, San Francisco, incluso, apartaba a los gusanos con los que se encontraba en los caminos para que no los aplastasen al caminar. Amó tanto a los animales que protegió, incluso, a pavos y gallinas que iban a refugiarse entre sus hábitos para que no los matasen. Y es que en un corazón rebosante de amor, no puede concebirse siquiera la idea de dañar a otros seres vivos…

Por esto, cada día se nos hacen más acuciantes una serie de preguntas, en este fin de la posmodernidad, como por ejemplo ¿qué estamos haciendo con esta maravillosa creación que Dios nos entregó…? ¿Dónde están todos los seres que Dios dejó a nuestro cuidado…? ¿Por qué hemos transformado el mundo en un desierto y en un infierno en el que nadie puede vivir en paz? Este sistema voraz, inhumano, materialista, consumista, está acabando con todo. Se han escrito ríos de tinta sobre esta triste realidad, y yo no voy a aportar nada nuevo al respecto. Tan solo quiero apelar a una mayor conciencia sobre el hecho de que somos unos meros arrendatarios en esta creación tan hermosa, y que nuestro deber es cuidar, proteger y amar todo lo que nos rodea. Todas las criaturas del mundo sienten como nosotros, se esfuerzan por buscar la felicidad como nosotros. Aman, sufren y se mueren como nosotros. Todas las criaturas merecen el mismo respeto y protección. Si existen hombres que excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma manera, esto ha sido siempre así y no tenemos más que mirar alrededor para darnos cuenta de ello. 

En consecuencia, y dentro de este contexto, tenemos que darnos cuenta de una vez por todas de que las corridas de toros son una brutalidad infernal. La crueldad infligida a esos pobres animales no se puede llegar a describir. No se puede permitir, lo digo de todo corazón, que siga existiendo tal espectáculo degradante, anacrónico y atroz en el siglo XXI. –Yo no soy de los que insultan ni lanzan improperios contra los toreros, los ganaderos o los aficionados protaurinos. Al contrario, me parecen personas dignas de compasión porque viven inmersas en la ignorancia, que como decía Buda, es la raíz de todos los males. No se puede caer en la enorme contradicción -además de ser una falta de elegancia y de estilo- de atacar violentamente a los aficionados a los toros (si violentamos a determinados seres humanos, ¿cómo vamos a amar a los animales?). La tarea más urgente y necesaria hoy es la de despertar las conciencias de todos los que todavía aprueban estas prácticas horrendas y sanguinarias para que se sumen al sendero de la paz y del amor, y para que conozcan la alegría pura que emana de no dañar a ser viviente alguno. Lo que hay que hacer pues es abrir los ojos a todos aquellos seres humanos que de un modo u otro participan (o aprueban) en cualquier tipo de violencia para que, entre todos, superemos etapas involutivas que aún siguen incrustadas en nuestro tiempo y que impiden avanzar a Gaia hacia su perfección, hacia su punto Omega...

Gandhi afirmó con entera razón que “el desarrollo de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por el modo en que trata a sus animales”. Por ello, es una auténtica lástima que España sea uno de los pocos países (aunque no el único) que permite esta aberrante y sanguinaria tradición de las corridas que debería haber desaparecido hace mucho, mucho tiempo. El caso es que las encuestas realizadas sobre este tema nos muestran que la gran mayoría de los españoles (un 70%) no quieren corridas de toros. España incluso ya ha declarado varias ciudades antitaurinas. Pero claro, y como siempre, hay muchos intereses económicos que hacen posible que se perpetúe la masacre… Y aunque el arco ideológico es amplio, luego están también los de siempre, aquellas personas que defienden con uñas y dientes la “fiesta nacional” con argumentos hilarantes y repetitivos con los que intentan maquillar lo que no es sino un espectáculo donde se tortura a un animal hasta aniquilarlo, entre risas y aplausos incomprensibles. Esta es la cruda realidad, sin maquillajes. - Nadie me puede negar que existen espectáculos edificantes y que forman parte de una auténtica cultura como son el asistir a una ópera, a un concierto, al cine, a una obra de teatro, y donde pueden entenderse los aplausos. Y puede entenderse también, y por descontado, la afición al fútbol, al baloncesto, a la natación, al voleibol, etc. Son deportes sanos en los que no se mata a ningún ser vivo. Pero, por favor, esto de las corridas de toros, el ponerle banderillas a un animal, meterle una puya, y finalmente clavarle una espada, que no me diga nadie que eso es cultura o que es un deporte. Es una asquerosidad, un acto nauseabundo y una crueldad intolerable y que dice mucho y malo de quien va a verlo y disfruta con ello. Da igual su formación, su ideología, su filiación ideológica, sus creencias o increencias. Un aficionado protaurino es un ser sin alma y sin corazón; un ser involucionado y enfermo que necesita sanación, que necesita meditar, que necesita evolucionar. Urgentemente además.

Debe quedarnos siempre muy claro que todo gesto a favor de la vida y del ‘no sufrimiento’ resulta un avance enorme para la evolución, para el despertar de la conciencia de la especie hombre... Aquí dejo una serie de comentarios anónimos muy interesantes que he encontrado en algunos foros donde se habla de este asunto. Merece de verdad la pena leerlos…

* “No a la barbarie y brutalidad que se cometen con los toros. Deberíamos de estar avergonzados todos de que se cometan tantas y tantas salvajadas con los animales en este país… Los medios de comunicación del siglo XXI no pueden seguir celebrando la tortura de animales en nombre del arte. Sería lo mismo que si celebrara la quema de herejes en nombre de Dios, cuando la Inquisición...”
 
* “La mayoría de los españoles se avergüenza de que se identifique nuestro país con las corridas de toros y de que se les llame ‘fiesta nacional’. Aun así, tenemos que mantener el ‘espectáculo’ (que lo es, pero de horror), con nuestro dinero, porque por su cuenta se acabaría en dos días…”

* “Hay tantas cosas que tendrían que desaparecer, los zoológicos es un claro ejemplo, y otras tantas renovarse como los criaderos y mataderos para el consumo alimenticio... pero todo ello por apertura de conciencia de toda la sociedad... El toro es un animal hermosísimo, símbolo de fuerza y lucha, se merece ser mimado, protegido para que no se extinga, no se merece pagar para seguir existiendo como especie el alto precio del sufrimiento atroz en una plaza llena de conciencias dormidas y ciegas”
 
* “La fiesta de los toros podría renovarse y seguir existiendo con un respeto profundo hacia el animal, hacia la vida... El que elige ser torero y dice amar tanto al toro que se enfrente a él sin hacerlo sufrir, sin matarlo... el mundo del toro que cree vida en las plazas, no muerte cruel...  El respeto a la vida y a la dignidad en la forma de morir debe de existir para todo ser del planeta…”

* “Tantos intereses creados alrededor de esta ‘fiesta’ sanguinaria y primitiva, cuyo colofón es la muerte, me recuerda siempre el foro romano, con la ‘avanzada’ diferencia de que el toro casi nunca mata al torero. Repulsivo. El animal no tiene la ‘libertad’ de elegir vivir o morir. ‘Al que no le gusta que no vaya…’ dicen los protaurinos. Si no terminara con la muerte, muchos habríamos ido a ver la supuesta pericia de esta lucha. Si en vez de matarlo, retirasen al animal sin herirlo, no satisfaría las bajas pasiones de las mentes primitivas. ‘No se le impone a nadie’ dicen también los protaurinos. Mentira. Se lo imponen al toro, abocándolo a una tortura inimaginable e inadmisible”

Aconsejo vivamente leer la obra del filósofo y catedrático de Lógica Jesús Mosterín cuyo título es “A favor de los toros. Contra las corridas de toros”. - Por cierto, como todos sabemos, el Parlamento catalán aprobó la prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Pues bien, la sabia medida entrará en vigor el 1 de enero de 2012, esto es, dentro de dos días. Las personas civilizadas nos congratulamos enormemente por ello. Se trata sin duda de un extraordinario ejemplo a seguir.

Enlace recomendado hoy:


martes, 27 de diciembre de 2011

El Arte de la Sugerencia y la belleza de un corazón unificado

He aquí una sencilla y hermosa música de Toru Takemitsu, que es como un baile de luz en la eternidad: Glowing Autumn – Brillante Otoño…


“Las cosas demasiado precisas no refuerzan la realidad, sino que atentan contra ella” Ernst Jünger

En el país del Sol Naciente podemos descubrir -entre otras muchas cosas- que existe todo un arte que nace de la experiencia de la pobreza, de la indigencia, y en cuyo centro está lo bello más que bello. Es el arte wabi, el arte zen por excelencia. Algo muy difícil de describir, en realidad tan imposible como la misma experiencia de lo bello, pero que se manifiesta en este arte ancestral a través de los arreglos florales (ikebana), la pintura suiboku (agua y tinta), la caligrafía de ideogramas, el tiro al arco, la ceremonia del té, el teatro Nôh, la excelsa poesía haiku, etc

Todo esto hay que experimentarlo, vivirlo, para poder comprenderlo verdaderamente. Por otra parte, es importante intentar también articular esta experiencia, pero sin olvidar que por bien que confeccionemos un mapa éste no hace que estemos pisando de hecho el paisaje o la ciudad a que se refiere. Un dibujo de un pastel no quita el hambre, pero puede orientar, hacer caer en la cuenta de una posibilidad, abrir un horizonte… Daré más indicaciones a este respecto. Un precursor de este arte wabi japonés fue el creador del teatro Nôh, Zeami Motokiyo, el cual hablaba con frecuencia de yugen, la belleza escondida, y de ka, la flor. Ya viejo y achacoso había descubierto una flor más esencial - la flor inexistente, el ígneo lirio del amor eterno… - que aquellos momentos cumbre que había alcanzado como actor joven, una flor más íntima y única. Ya no se regía por cánones de belleza exteriores y descubrió que, incluso cuando faltan, la belleza escondida se revela. Surge del vacío, del silencio…

A este respecto quiero contar una historia que considero bastante relevante… Recuerdo una ocasión, hace muchos años, en la que las palabras del Maestro Li Zeng impactaron profundamente a sus discípulos, hasta el punto que parecieron despertar en ellos una memoria perdida. Tras reponerse, se sintieron inundados de un nuevo y extraño gozo, que no podían describir. Ahora reproduzco algunas de las palabras del Maestro, aunque no obviamente de la manera exacta en que las pronunció pues mi memoria no es la de antes. Li Zeng dijo así: “En lugar de obstinarse en una tentativa apasionada y trágica por poseer la plenitud de la perfección, lo esencial para el buscador es embarcarse en el camino de un abandono cada vez más total. En lugar de alimentar la Nostalgia de lo infinito, los buscadores avanzados se contentan con lo insuficiente y hasta con lo caduco. Un ejemplo claro puede contemplarse en los jardines zen, muy limitados en el espacio, pero rezumando una intensidad sin igual. En lugar de usar preferentemente materiales nobles, bronce o marfil, eligen materiales corrientes como el barro cocido, el bambú, y prefieren la pintura monocolor. En lugar de buscar el refinamiento en la elaboración confían en la espontaneidad que brota de un corazón unificado. En lugar de complacerse en la tristeza por no poder alcanzar un ideal inaccesible, encuentran su gozo en la acogida del momento presente. De esta manera, cualquier realidad puede llegar a ser revelación de la belleza absoluta…”

No es sólo que las palabras del Maestro fuesen pura poesía, que estuviesen investidas de una luminosidad extraordinaria, sino que además era fácilmente perceptible la concordancia absoluta existente entre lo que era todo su ser con aquello que transmitía. De ahí la fuerza inmensa de su expresión, que era pura energía. Tras un rato de silencio, los discípulos comentaron a Li Zeng que querían saber algo más al respecto de lo que les había contado. Con una gran deferencia, él pronunció sus últimas palabras por aquel día. Y dijo de esta manera: “La obra de arte wabi es ante todo un testimonio del despertar del corazón del artista y a su vez puede convertirse en un detonador del despertar en quien la contempla. Os pondré como ejemplo un haiku del más famoso poeta japonés, Matsuo Bashô

Sobre la mar oscura
el grito pálido
de un pato salvaje.

La obra de arte auténtica ha de ser de una calidad, de una simplicidad extremas. No debe acaparar la atención del que la contempla: no es más que el humilde agente de un descubrimiento de la simplicidad inmensa de las cosas, un camino que se recorre y se olvida... Lo importante no es el grito pálido del pato, sino la inmensidad de la mar oscura que permite percibir… El wabi se caracteriza por su connaturalidad con el silencio, el vacío… es un trazo, un gesto, un ademán nada más…”

Tal y como dijo el Maestro, así era, pues sus propios discípulos tuvieron la oportunidad y la suerte de practicar algún tiempo el suiboku con él. Para ellos fueron completamente inolvidables aquellas horas pasadas en su pequeña casa, sentados en el suelo, con un papel sobre una tela de fieltro, una barra de tinta hecha de hollín de madera de pino quemada y cola, un tintero plano de piedra, unos pinceles de pelos de animal de diferente suavidad y sobre todo alguna rama de flor. Lo primero era hacer la tinta. Li Zeng solía empezar a escribir, a pincel, en cuanto percibía el aroma de la tinta, y esto era señal de que estaba concentrado. En el suiboku se trata de pintar el alma de la flor, pero primero hay que llegar a dominar la técnica hasta el punto de que uno pueda olvidarse de cómo lo hace. Así que los discípulos ensayaban infinitas veces una hoja de bambú o pétalos de ciruelo… y seguían ensayando todos los días. Muchas veces les salían hojas paralelas y el Maestro les decía que la naturaleza no era así, que cada cosa es diferente y única…

“Se pintan las flores marchitas lo mismo que los capullos o las que están abiertas, la realidad tal cual. Pero no se pinta el realismo objetivo sino el alma, lo que no se ve. Una flor u hoja mira la otra, hay un movimiento entre ellas. Casi nunca queda plasmado en el papel el arranque del tallo de la flor y tampoco necesariamente el final, por ejemplo, del bambú. Lo que se plasma es un momento de un movimiento que viene del infinito y va al infinito. El brazo está suelto, No se apoya, traza un gran movimiento y sólo toca un momento el papel. Además es imposible detenerse largo tiempo en un punto, porque se produce una mancha. Tampoco se puede repasar una línea. Se combina esta espontaneidad del movimiento del brazo con el movimiento del mismo papel, que al entrar en contacto con el pincel se levanta ligeramente. Sólo se le sujeta por un lado, pero nunca se le condena a la rigidez. Las líneas son muy simples. Los tonos, siempre a base de la misma tinta negra, se consiguen usando más o menos agua, un pincel más o menos seco, rozando sólo con la punta o apoyando toda la anchura del pincel…” dejó escrito Li Zeng en uno de sus tratados sobre el suiboku. Por eso, dentro de este contexto, no debe extrañarnos que, en referencia a este arte, se hable de ‘pintar sin pincel’ o ‘pintar el blanco’. De hecho, la parte que no se ve es la más importante, y muchas veces el blanco ocupa la mayor parte del cuadro. Resalta su gran simplicidad y el particular sentido de belleza, que surge del uso de tonalidades negras y de los espacios vacíos. En fin, es el arte wabi un antiquísimo arte zen, que ya se cultivaba en la época Tang de China, centrándose allí sobre todo en paisajes, pero que ha tenido un desarrollo muy potente en Japón…

Ante las magistrales lecciones del Maestro Li Zeng, que es el protagonista de este post de hoy, recuerdo que una ocasión uno de sus más aventajados discípulos, muy diestro por cierto en el tiro al arco, le preguntó: “Si no he entendido mal, la observación de las cosas necesaria para la pintura oriental por parte del artista consiste en una penetración total de la realidad invisible de las cosas, hasta que el latido del alma se identifique con el latido de la vida cósmica que todo lo penetra, sea grande o pequeño, orgánico o inorgánico. Supongo que esto sólo puede conseguirse por medio de una concentración intensa de todas las potencias del alma… es decir, que la observación del mundo exterior al mismo tiempo es penetración en la interioridad del espíritu”.

A este comentario el Maestro le respondió: “Así es, así es. En el arte wabi lo que aparece es la realidad, la talidad de las cosas, no propiamente el artista, éste ha desaparecido. Esto lo has descubierto tú mismo cuando te he enseñado el arte del tiro al arco, el Kyudo. Mira, durante mucho tiempo, cuando el gran maestro de Kyudo Eugen Herrigel empezó a aprender el tiro al arco y tú y yo ni siquiera habíamos nacido, le pareció absurdo e imposible; tenía que soltarse sola la flecha sin que él disparara y además tenía que dar en la diana sin que apuntara. Tardó cinco años hasta que esto un día ocurrió. Entonces su maestro de tiro al arco se inclinó. Él le agradeció el gesto, pero el maestro se indignó: ‘¡Llevas tanto tiempo conmigo y aún eres capaz de creer que me he inclinado ante ti! Me inclino ante Ello que ha tirado…’”

Para concluir, hay algo que debe quedarnos muy claro: el Arte de la Sugerencia es lo que visualmente nos quisieron transmitir no solo los artistas wabi del antiguo Japón sino también los paisajistas taoístas de la antigua China, por citar dos ejemplos de la sabiduría ancestral del Extremo Oriente. La sensibilidad de aquellos artistas hacia la dialéctica entre forma y vacío, entre ser y no ser, les condujo a poner una gran atención a los detalles. Aquellos espacios crepusculares y vagos donde nada segrega el ser; aquellos lugares misteriosos donde las cosas acaban y vuelven a la nada; las formas fundiéndose en el vacío… Este misterio del ser y del devenir, de la transformación eterna de formas en vacíos y de vacíos en formas por la danza cósmica de la energía primaria, la sugirieron en concreto los taoístas mejor que nadie y lo hicieron a través de la gradación de trazos y sombras y por el uso de difuminados. Así, el juego de neblinas y sombras que ocultan las montañas haciéndolas emerger de la nada es un medio de expresar el misterio de la dialéctica entre el ser y el no ser…

El artista europeo que mejor ha penetrado este misterio es sin duda Leonardo da Vinci. No es por casualidad que los fondos de paisaje de sus cuadros parezcan paisajes chinos. Tienen, en efecto, la misma vaguedad cargada de ritmo vital que las pinturas taoístas de la antigua China, con las que comparte el gusto por los tonos sepias y ocres. En la pintura de Leonardo, el ser parece disolverse en una epifanía del devenir, como por instantes de altísima suspensión, instantes perfectísimos; momentos bellísimos detenidos en el momento en que el declinar de la hora los encamina a su desaparición; presentes armoniosísimos, pero como quebrantados por el sentimiento de su imposibilidad de repetirse…

A los paisajistas taoístas, como a Leonardo, es preciso acercarse en esta clave de una visión suspendida, como cernida entre dos parpadeos, y así se puede gozar en ellos de la alegría caduca que nos da la esencia huidiza de la belleza del mundo, fijada por estos pintores geniales e iluminados en la perfección de una hora que está a punto de desfallecer. Y, sin embargo, solo lo fugitivo permanece y dura…

Hoy recomiendo cuatro enlaces realmente extraordinarios:



 







 

sábado, 17 de diciembre de 2011

Montserrat Figueras, tu dulcísima voz se ha quedado con nosotros…

En homenaje a la gran soprano catalana Montserrat Figueras, recientemente fallecida, traigo hoy una de las muchísimas composiciones que ella cantó magistralmente… Bajo el enlace, puede leerse: “Mujer, artista, madre, esposa, amiga y maestra de extrema belleza y bondad, alma luminosa, sutil y llena de sensibilidad que le dio alegría y esperanza a todos aquellos quienes tuvimos la infinita suerte de cruzar su camino...” – Yo no la conocí en persona, pero es como si así hubiese sido, pues he seguido desde siempre muy de cerca toda su trayectoria artística y su melodiosa voz me ha regalado momentos llenos de plenitud y de dicha. Y esto constituye, sin duda, una forma también de que alguien se cruce en tu camino. Tu voz, Montserrat, se queda con nosotros, muy dentro de nosotros…


ALME LUCI BEATE

Alme luci beate
Che dolcemente ardeste
E dolce distruggeste
L'incenerito core,
Chi di bei lampi or farà lieto Amore?
Io vi lasso mie scorte,
Io mi parto bei numi,
Io vò lungi miei numi,
E non ho spem' ohimè che mi conforte.

Alme luci beate,
Se per si lunga etate
Amando e rimirando
Voi foste il mio gioire,
Or per si lunga etate
Amando e rimembrando
Sarete il mio martire.


Montserrat Figueras García (1942-2011) fue un ser de luz y una extraordinaria cantante especializada en música medieval, renacentista y barroca. Nacida en Barcelona, en el seno de una familia de melómanos;  su padre, además, tocaba el violonchelo. Montserrat se casó con el gran músico Jordi Savall en 1968 y la pareja tuvo dos hijos: Arianna y Ferran Savall, que son también músicos cantantes e instrumentistas. Arianna Savall es sobre todo arpista.

Como sería harto prolijo comentar ahora su dilatada y apasionante carrera artística, que puede consultarse en cualquier enciclopedia; desearía - más allá de los nombres y de las fechas, o de sus lugares de residencia y otros avatares biográficos - destacar que Montserrat desarrolló un gusto especial por la música antigua, destacando como una de las máximas exponentes e una generación de músicos para los que era evidente que la música anterior a 1800 necesitaba un nuevo enfoque técnico y estilístico. En dicho sentido, puede afirmarse pues que, en puridad, la contribución tanto de Montserrat Figueras como de Jordi Savall a la cultura europea es innegable y admirable en todos los aspectos. Ya lo demostraron cuando fundaron, junto a Lorenzo Alpert (instrumentos de viento y percusión) y Hopkinson Smith (instrumentos de cuerda pulsada), el grupo Hespèrion XX, que se consagró a la interpretación y a la revalorización del repertorio musical hispánico y europeo anterior al siglo XIX. Por si fuera poco, tanto Montserrat como su marido fundaron también el celebérrimo coro de La Capella Reial de Catalunya...

Admiro y quiero profundamente a aquellas personas que hacen de sus vidas una auténtica obra de arte, y que nos donan el Amor, la Belleza y la Verdad inherentes a todo aquello que realizan, regalándonos de este modo la paz y la luz que tanto necesitamos en nuestras vidas. Montserrat Figueras se ha ido prematuramente para convertirse en una hermosa estrella del firmamento, y la vamos a echar mucho de menos. Para mí, personalmente, ha sido un auténtico mazazo la noticia de su muerte, de la que tardaré en recuperarme, puesto que Montserrat ha sido una referencia fundamental en mi vida. Pero como dije también al principio, nos queda su voz. Sí, Montserrat Figueras grabó de hecho más de 60 CD, por los que recibió numerosos premios y distinciones, más que merecidos. Y me gustaría reseñar que, dentro de  agrupaciones o como solista, destacó por sus interpretaciones vocales del ‘Canto de la Sibila’, ‘Ninna Nanna’, el ‘Misterio de Elche’ o el ‘Llibre Vermell de Montserrat’. También colaboró, junto a Jordi Savall, en la banda sonora de la extraordinaria película francesa “Todas las mañanas del mundo” (1991).

¡Qué referente más grande tenemos en Montserrat Figueras, tanto en la belleza de su canto primordial y abismal, como en lo que se refiere al rigor, a la profesionalidad y a la excelencia en su trabajo de recuperación de la música antigua! Recuerdo, a nivel espiritual, y por citar una anécdota, como allá por los años noventa, escuchaba con frecuencia, en sesiones de meditación profunda, la voz de esta gran soprano catalana interpretando el Canto de la Sibila… Su canto me conducía siempre a lo más hondo de mi conciencia, a ese hondón del espíritu donde se siente el hálito de lo divino…

Antes de terminar este breve y humilde homenaje que le dedico a Montserrat Figueras en mi blog, no quisiera dejar de decir algo que me veo en la obligación moral de manifestar. Sólo en Cataluña se ha hecho un amplio eco de la noticia de su fallecimiento. Como debe ser. Sin embargo, en España no se ha dicho nada, lo que se dice nada, sobre tan desgraciado acontecimiento. Se ha cernido un silencio vergonzoso que, a mi juicio, demuestra dos cosas: por un lado, la consabida y triste realidad de que la mayoría de los españoles desconocen la excelencia y la belleza de la música clásica, que tanto podría elevarles el espíritu. Y, por otro lado, este mutismo informativo sobre la marcha de tan excelente artista pone de relieve la indiferencia - cuando no el desprecio - existente en España hacia toda noticia o acontecimiento, de entidad, proveniente de Cataluña. Luego se extrañarán de que algunos catalanes no se sientan o no quieran ser españoles…

No soporto la catalanofobia, la cual, cuando la veo expresarse (y se ve con excesiva frecuencia en muchos ámbitos) me recuerda siempre aquella atinada sentencia del filósofo Arthur Schopenhauer: “El odio y la envidia derivan de la misma raíz”.

Enlace recomendado de hoy, gracias al cual podemos escuchar y disfrutar con la voz de Montserrat Figueras en muy diversas y bellas melodías:

viernes, 9 de diciembre de 2011

Hermann Hesse y la visión del paraíso recuperado

Uno de los más insignes artistas del romanticismo alemán fue sin duda el pintor Caspar David Friedrich (1774-1840). En este enlace podemos ver algunas de sus maravillosas obras con una música extraordinaria de fondo…


He aquí una deliciosa música de Richard Wagner: ‘Fantasía sobre Parsifal’.


Hermann Hesse (1877-1962) no puede ser verdaderamente entendido si se le recorta de sus raíces en la tradición literaria del Romanticismo Alemán, en la cadena de Novalis, Hölderlin, Kleist y del mismo Nietzsche, tan admirado por él. Hesse vino a ser en cierto modo la última flor tanto del romanticismo germánico como del pensamiento filosófico que, con Schopenhauer y el mismo Goethe, había iniciado el gran viaje conceptual a Oriente. – Bajo la influencia de Carl Gustav Jung, con quien se psicoanalizó, Hesse entró de lleno en el sueño alquímico del Andrógino que es la aspiración de la totalidad y de la fusión de opuestos, con el Selbst, el hombre interior u homo de coelo, Demian, amado y admirado por Sinclair; es decir, por Hesse. Su propio yo más íntimo. Narcisus y Golmund. En este contexto alquímico, es también revelador el hecho de que en el original alemán de ‘El Lobo Estepario’ la protagonista se llame Hermina, que es el femenino de Hermann. Y es que en el fondo se trata del mismo juego alquímico-tántrico de ‘La Flauta Mágica’ de Mozart: Pamino y Pamina… Hermann Hesse, como los otros grandes autores alemanes contemporáneos fieles a la tradición hermética, vivía sumergido en la música de Mozart y de Bach, sobre los que ya hablé extensamente en este blog…

Para mí, la obra de Hermann Hesse, de este gran escritor que recibió el Nóbel de Literatura, se circunscribe a ‘Demian’, ‘Viaje al Oriente’, su fantástica ‘Autobiografía’, ‘Siddharta’, ‘El juego de Abalorios’, ‘El Lobo Estepario’, ‘Narciso y Goldmundo’ y todo su maravilloso poemario. Luego, también, tenemos un magnífico relato suyo, muy conocido, y no por eso menos enigmático y profundo, titulado ‘La Metamorfosis de Piktor’, que aquí traslado para disfrute del lector. En verdad, merece la pena leerlo.

La Metamorfosis de Piktor
 
“El joven Piktor ha entrado en el Paraíso y se encuentra frente a un árbol que es a la vez hombre y mujer. Con veneración lo mira y le pregunta: “¿Eres tú acaso el Árbol de la Vida?” Pero cuando, en lugar del árbol, le responde la Serpiente, Piktor se vuelve para continuar su camino. Contempla todo con atención y todo le encanta en el Paraíso. Claramente presiente que se halla en el origen, en la fuente de la vida.

Ve otro árbol, que es ahora al mismo tiempo Sol y Luna. Y Piktor le pregunta: “¿Eres acaso tú el Árbol de la Vida?” El Sol lo confirmó riendo; la Luna, con una sonrisa. Flores maravillosas le contemplaron, flores de variados colores, flores que tenían ojos y caras. Algunas reían ampliamente, otras casquivanas; algunas ni se movían ni reían, permanecían mudas, ebrias, hundidas en sí mismas, envueltas en su propio perfume, como sofocadas. Una flor le cantó la canción de las lilas; otra, una canción de cuna azul oscura. Una flor tenía los ojos como un zafiro duro; otra le recordó su primer amor; otra, el color del jardín de su niñez, la voz de su madre y su perfume. Esta se rió, aquélla le sacó la lengua, una lengüita curva, rosada, que se le aproximó. Piktor extendió la suya para tocarla. Le encontró un sabor agrio y salvaje, a racimo y a miel y también como al beso de una mujer.

Aquí, entre todas estas flores, Piktor se sintió henchido de nostalgia y temeroso. Su corazón latió fuerte, como una campana, quemándose, tendiendo hacia algo desconocido… Piktor vio ahora un pájaro reclinado en el pasto, refulgiendo de tal suerte que parecía poseer todos los colores. Y Piktor le preguntó:

- ¡Oh pájaro! ¿Dónde se encuentra la felicidad?

- ¿La felicidad? Se encuentra en todas partes: en la montaña y en el valle, en la flor y en el cristal.

El pájaro sacudió alegre sus plumas, movió el cuello, agitó la cola, guiñó un ojo y se quedó inmóvil sobre el pasto. Repentinamente se había transformado en una flor, las plumas eran hojas, las patas raíces. Piktor lo contempló maravillado. Pero casi enseguida, la flor-pájaro movió sus hojas; se había cansado de ser flor y ya no tenía más raíces. Proyectándose lánguidamente hacia arriba, se transformaba en mariposa, meciéndose sin peso, toda luz.

Piktor se maravillaba aún más. El alegre pájaro-flor-mariposa voló en círculos en torno de él, brillando como el sol; se deslizó hacia la tierra y, como un copo de nieve, quedóse allí, junto a los pies de Piktor. Respiró, tembló un poco con sus alas luminosas y, de inmediato, se transformó en cristal, de cuyos cantos irradiaba una luz rojiza. Maravillosamente brilló entre la hierba, como campanas que tocan para una fiesta. Así brilló la joya…

Mas parecía ya que su fin se acercaba, que la tierra la atraía, y la piedra preciosa fue disminuyendo con rapidez, como si quisiera hundirse bajo la hierba. Entonces Piktor, llevado por un deseo imperioso, tomó la joya entre sus manos y la retuvo. Con fervor miró su luz mágica; traspasaba su corazón una añoranza por todas las venturas. Fue en ese instante que de la rama de un árbol muerto se deslizó la Serpiente y le susurró al oído: “La joya se transforma en lo que tú quieras. Comunícale rápido tu deseo, antes que sea tarde”. Piktor temió perder la oportunidad de alcanzar su felicidad. Con premura dijo la secreta palabra. Y se transformó en un árbol. Porque árbol era lo que Piktor siempre había añorado ser. Porque los árboles están llenos de calma, fuerza y dignidad.

Creció hundiendo sus raíces en la tierra y extendiendo su copa hacia el cielo. Hojas y ramas nuevas surgieron de su tronco. Era feliz con ello. Sus raíces sedientas absorbieron el agua de la tierra, mientras las hojas se mecían en el azul del cielo. Insectos vivían en su corteza y a sus pies se cobijaron las liebres y el puerco espín… En el Paraíso, alrededor suyo, la mayoría de los seres y las cosas se transformaban en la corriente hechizada de las metamorfosis. Vio fieras que se cambiaron en piedras preciosas o que partieron volando como pájaros radiantes. Junto a sí, varios árboles desaparecieron de improviso; se habían vuelto vertientes; uno se hizo cocodrilo, otro se fue nadando, lleno de gozo, transformado en pez. Nuevas formas, nuevos juegos. Elefantes trasmutaron sus vestidos en rocas, jirafas se convirtieron en monstruosas flores. Pero él, el Árbol-Piktor, siempre se quedó igual; no podía transformarse más.

Desde que se dio cuenta de ello, desapareció su felicidad y, poco a poco, comenzó a envejecer, tomando el aspecto cansado, serio y ausente que se puede observar en muchos árboles antiguos. También los caballos y los pájaros, también los seres humanos y todas aquellas criaturas que han perdido el don de la renovación, se descomponen con el tiempo, pierden su belleza, se llenan de tristeza y preocupación.

Una vez más, una niña muy joven se perdió en el Paraíso. Su pelo era rubio y su traje, azul. Cantando y bailando, llegó junto al Árbol-Piktor. Más de un mono inteligente se rió destemplado detrás de ella; más de un arbusto le rozó el cuerpo con sus ramas; más de un árbol le arrojó una flor o una manzana, sin que ella lo notase. Y cuando el Árbol-Piktor vio a la niña, fue presa de una desconocida nostalgia, de un inmenso deseo de felicidad. Sentía como si su propia sangre le gritara: “¡Reflexiona, recuerda hoy toda tu vida, descubre su sentido! Si no lo haces, será ya tarde y nunca más vendrá la felicidad.” Y Piktor obedeció. Recordó su pasado, sus años de hombre, su partida hacia el Paraíso y, en especial, aquel momento que precedió a su transformación en árbol, aquel maravilloso instante cuando aprisionara la joya mágica entre sus manos. En aquel entonces, como todas las metamorfosis le eran posibles, la vida latía poderosamente dentro de él. Se acordó del pájaro que había reído y del árbol Sol y Luna. Le pareció descubrir que entonces olvidó algo, dejó de hacer alguna cosa y que el consejo de la Serpiente le había sido fatal.

La niña escuchó el ulular de las hojas del Árbol-Piktor, moviéndose en marejadas. Miró a lo alto y sintió como un dolor en el corazón. Pensamientos, deseos y sueños desconocidos se agitaron en su interior. Atraída por estas fuerzas, se sentó a la sombra de las ramas. Creyó intuir que el árbol era solitario y triste, al mismo tiempo que emocionante y noble en su total aislamiento. Embriagadora sonaba la canción de los murmullos en su copa. La niña se reclinó sobre el tronco áspero, sintió como se conmovía y un estremecimiento igual la recorrió. Sobre el cielo de su alma cruzaron nubes. Lentamente cayeron de sus ojos lágrimas pesadas. ¿Qué era esto? ¿Por qué el corazón deseaba hasta casi romper el pecho, tendiendo hacia un más allá, hacia aquél, el bello solitario?

El Árbol-Piktor tembló hasta sus raíces, con vehemencia acumuló todas las fuerzas de su vida, dirigiéndolas hacia la niña en un deseo de unirse a ella para siempre. ¡Ay, que se había dejado engañar por la Serpiente y era ahora sólo un árbol! ¡Qué ciego y necio había sido! ¿Tan extraño para él fue el secreto de la vida? ¡No, porque algo había presentido oscuramente entonces! Y con enorme tristeza recordó al árbol que era hombre y mujer… Entonces un pájaro se aproximó volando en círculos, un pájaro rojo y verde. La niña lo vio llegar. Algo cayó de su pico. Luminoso como un rayo, rojo como la sangre o como una brasa, precipitándose en la hierba, iluminándola. La niña se inclinó para recogerlo. Era un carbúnculo, una piedra preciosa.

Apenas tomó la piedra en sus manos, cumplióse el deseo del cual su corazón hallábase colmado. Extasiada, fundióse e hízose una con el árbol, transformándose en una fuerte rama nueva, que creció con rapidez hacia los cielos… Ahora todo era perfecto y el mundo estaba en orden. Únicamente en este instante se había hallado el Paraíso. Piktor ya no era más un árbol viejo y preocupado. Y Piktor cantó fuerte, en voz alta: “¡Piktoria! ¡Victoria!” Se había transformado, pero alcanzando la verdad en la eterna metamorfosis; porque de un medio se había cambiado en un entero.

De ahora en adelante podría transformarse tanto como lo deseara. Para siempre deslizóse por su sangre la corriente hechizada de la Creación, tomando así parte, eternamente, en la creación que a cada instante se renueva. Fue venado, pez, hombre y serpiente, nube y pájaro; pero en cada forma se hallaba entero, en cada imagen era una pareja, dentro de sí tenía al Sol y a la Luna, era hombre y era mujer. Como río gemelo deslizábase por los países; como estrella doble, en el alto cielo...”

¡Un relato maravilloso y profundamente simbólico! Este escrito de Hesse va acompañado de unos dibujos preciosos que él mismo pintó para ilustrar su relato. En ellos los colores reflejan realmente un estado de retorno al comienzo de las cosas. De hecho, evocan algo que el mismo Hesse escribió: “A algunos hombres, a una avanzada edad, les es dada la gracia de volver a experimentar esos estados paradisíacos de la niñez…” Sólo así puede explicarse, desde luego, la atmósfera de esos dibujos, de ese relato ingenuo, y al mismo tiempo profundo. Es realmente una visión del paraíso recuperado…

Si se desea leer realmente una buena obra sobre el Romanticismo Alemán, recomiendo sin duda la lectura de un ensayo magnífico del escritor y filósofo alemán Rüdiger Safranski titulado “Romanticismo: una odisea del espíritu alemán” (2007).

Enlace recomendado hoy:

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La obra de Beckett y el enfrentamiento a nuestra auténtica condición humana

Philip Glass es, sin duda, uno de los mayores genios de la música contemporánea. Entre otras bandas sonoras, compuso la de la película “Las Horas”. He aquí su versión más extendida...


De la misma película, por la que Glass obtuvo un Óscar a la mejor banda sonora, podemos escuchar también Dead things – Cosas muertas.


Y, finalmente, The Kiss – El beso


En este blog escribí en una ocasión sobre la filosofía, o, mejor aún, sobre la ‘mística’ de Ludwig Wittgenstein. Desde entonces he seguido estudiando al personaje, y la verdad es que todo lo que leo sobre él me conmueve. Más de una vez he encontrado entre él y Samuel Beckett rasgos comunes. Dos apariciones misteriosas, dos fenómenos que nos agrada que sean tan desconcertantes, tan inescrutables. En los dos la misma distancia respecto a los seres y a las cosas, la misma inflexibilidad, la misma tentación del silencio, de la repudiación final del verbo, la misma voluntad de toparse con fronteras jamás presentidas... En otra época les hubiera fascinado del Desierto. Sabemos hoy que Wittgenstein pensó seriamente, durante una de sus crisis, entrar en un convento. En cuanto a Beckett, es fácil imaginarlo hace unos cuantos siglos en una celda totalmente desnuda, sin la más mínima decoración, ni siquiera un crucifijo. Quien piense que divago solo tiene que observar la mirada lejana, enigmática, ‘inhumana’ que tiene en algunas fotos… Y hoy quiero hablar precisamente sobre Beckett y su obra… Para siempre ir más allá…

Como introducción, me encantaría compartir primero algunos pensamientos muy oportunos de Osho y que se encuentran en dos de sus más excelsas obras, “El verdadero sabio” y “El bote vacío”. He extraído algunos fragmentos separadamente pero cuya conexión entre sí está bastante clara. Dice así el sabio hindú: “Me gustaría empezar con la hermosa obra de Samuel Beckett ‘Esperando a Godot’. Es absurda, tan absurda como la vida misma, pero el mismo absurdo de la vida, si es comprendido correctamente, se convierte en una indicación de algo importante y que está más allá… Se alza el telón: dos vagabundos están sentados esperando a Godot. ¿Quién es ese Godot? Ellos no lo saben; nadie realmente lo sabe. Incluso una vez, cuando a Beckett se le preguntó ‘¿quién es ese Godot?’, contestó: ‘Si lo hubiera sabido, lo habría dicho en la obra…’ – Uno puede mirar hacia delante esperando algo y simulando que algo va a suceder. Y no sucede nada. Por esto, la obra de Beckett nos muestra primera y primordialmente que una de las verdades fundamentales de la vida humana es que nunca sucede nada. Parece que suceden millones de cosas, pero nunca sucede nada. Uno continúa esperando y esperando y esperando; esperando a Godot…

¿Por qué, dentro de este contexto, la mayor parte de los personajes de Beckett son vagabundos? Porque esos vagabundos son la Humanidad personificada. El hombre es un vagabundo. ¿De dónde vienes? No lo sabes. ¿Adónde vas? No puedes responder a esto. ¿Dónde te encuentras ahora mismo, en este momento? A lo sumo puedes encogerte de hombros. El hombre es un vagabundo, un nómada, sin un hogar en el pasado, ni un hogar en el futuro. Un vagabundo deambulando sin parar, continuamente. Beckett está en lo cierto: sus vagabundos son toda la Humanidad 

Hay una segunda gran verdad en toda la obra de Beckett, una verdad fundamental respecto a la Humanidad: No hay ningún lugar al que ir. Hemos estado yendo y yendo y yendo de un lugar a otro, de un estado de ánimo a otro, de un plano a otro, de un nivel a otro nivel. Y no solo no hay manera de librarnos de nosotros mismos sino que realmente no hemos llegado a ninguna parte. ¿Hemos llegado a alguna parte? ¿Podemos afirmar que hemos llegado a alguna parte? La geografía no tiene aquí nada que ver, quien piense en ella es que no ha entendido nada... En esta vida todo es una partida. Siempre es una partida; nunca hay una llegada. Los trenes siempre están partiendo, los aviones siempre están partiendo, la gente siempre está preparada en sus salas de espera. Siempre partiendo, nunca llegando a ninguna parte. ¡Qué absurdo! Pero tú nunca te planteas esto…

Por último, en la obra de Beckett, surge una tercera y gran verdad fundamental a raíz de esta pregunta: ‘¿Quién eres?’. Porque lo verdaderamente importante no es preguntar quién es Godot. Tú lo has creado; tus dioses son tus creaciones. Olvídate de lo que dice la Biblia: que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza… Éste es Godot. Ésta es tu creación. Es tu sueño. Sea como sea has de sentirte importante, algo: has creado al Dios de los cielos. Dios no ha creado al hombre, Dios no ha creado al mundo. Como bien supo ver Nietzsche, y lo vio con meridiana claridad, es el hombre el que lo ha ideado todo… Por tanto, una verdadera pregunta, para que sea auténtica, no dice jamás quién es Dios, sino que pregunta: ‘¿Quién soy yo?’ Cuentan que un astrólogo inquirió repetidamente a Buda para que le dijera quién era. A cada cosa que decía el astrólogo - que si era un emperador disfrazado, o un ángel del paraíso, o un ser humano… - Buda no respondía nada, hasta que, ante su insistencia, dijo: ‘No, no soy nada de eso. ‘Yo’ no soy nadie, no pertenezco a forma alguna, a ningún nombre…’ Esto es lo que Buda quiso decir: el hombre más grande no es nada. Y, por ello, al no tener forma, es inconmensurable. Pero nadie consiente en su nada original. Nos definimos, nos nombramos, nos partimos, y nos creemos ‘alguien’. De aquí surgen todos los conflictos… Pero en realidad no somos nada. Y esta es la tercera gran verdad fundamental de la obra de Beckett…” Hasta aquí, Osho.

La esencia de este vagabundo que es el ser humano es nada. Por esto, no hay ningún lugar adonde ir, nada que esperar ni nadie a quién dirigirse. Esto es luz y esto es libertad. Solo así se regresa a la fuente original, más allá de las religiones, de los dogmas y de las iglesias, de los estereotipos sociales, y de todo tipo de ideologías, que son estructuras de poder dirigidas por una elite de farsantes profesionales que someten a sus fieles a una heteronomía, a una idea que no tiene entidad propia, y de la que se proclaman sus portavoces. A ellos les interesa “Dios” (o el “Estado” o el “Partido”) para someter al hombre a un nomos esclerotizado, “consagrado” por la tradición (que por otra parte es cambiante y depende del capricho y de la moda de cada época), porque no les interesa que el hombre se pregunte por sí mismo, porque no desean que el hombre se libere asomándose a sus propios abismos… Se aprovechan, como decía Nietzsche de que “pocos hombres tienen el valor de enfrentarse a lo que realmente saben”. Y esto siempre ha sido así, ¡y es tan fácil, tan fácil de verdad Verlo desde lo vertical!

Beckett, obviamente, lo vio… Hace algún tiempo, pude contemplar en la televisión una grabación maravillosa y magnífica de una obra de teatro de Beckett representada en París, en el año 1970, por al actor Jack MacGowran, el cual recitaba para sí mismo algunos poemas del dramaturgo irlandés y también fragmentos de su novela y de su teatro. No creo haber visto nunca a un intérprete identificarse hasta tal punto con una obra: ni siquiera el autor hubiera mostrado más convicción y fervor. Totalmente absorto en sí mismo, parecía indiferente al mundo exterior e incluso a la idea misma del público. Con su atuendo de mendigo, de un dios-mendigo, se movía en círculo como para expresar mejor que no se dirigía a ninguna parte, que no se dirigía a nadie… Este genial actor irlandés oficiaba, que es mucho más que recitar o actuar. No olvidaré fácilmente el sobrecogimiento que sentí cuando le oí pronunciar con una claridad definitiva la frase: “Lamento haber nacido”. Creí haber descubierto de repente la clave de los personajes de Beckett, me pareció que todos ellos hubieran podido proferirla, que, en efecto, la proferían de otra manera, que ella constituía el fondo de sus apotegmas y de sus bagatelas. Son seres que se extrañan de estar vivos, que ignoran lo que se llama una vida…

Sólo se es libre cuando se vive como si no se hubiera nacido, como si, en la hipótesis de una elección anterior a la existencia, hubiésemos articulado un ‘no’ inequívoco. Cuando nos hemos convencido del desastre que representa el nacimiento, toda espera es una espera sin objeto. “El fin está en el comienzo y sin embargo continuamos” dice Hamm. Como él, Vladimir y Estragón [todos ellos, personajes de Beckett] no esperan nada ni a nadie: para ellos no vendrá nadie, nadie ha venido nunca. Incapaces de aceptar la calamidad de haber nacido, no saben porqué están aquí. ¿Con qué horizonte podrían contar cuando el “paraíso”, quintaesencia y símbolo de toda espera, sólo es apenas imaginable en el espacio anterior al nacimiento, anterior a la historia e incluso anterior al ser? El ser, reconozcámoslo, no ha satisfecho nunca a nadie. Consentir en procrear es un verdadero atentado contra el saber, contra el conocimiento, una empresa que parece inconcebible cuando se piensa en las ventajas de la inexistencia, en el milagro de una virtualidad no degradada en acto. El nacimiento no es el signo de la decadencia, sino la decadencia misma. “¡Canalla! ¿Por qué me has hecho?” le dice Hamm a su padre confinado en un cubo de basura. Es difícil, es imposible creer en la existencia de alguien que, aunque sólo sea para sí mismo, no haya pronunciado alguna vez semejante reproche. Por todas partes, como bien sabía Freud, no hay más que padres culpables, devorados por el remordimiento, frente a sus vástagos furiosos de existir. No se puede perdonar a los genitores y en este sentido se debería acusar de crimen más que de pecado al primero de ellos…

Pensadlo, pensadlo, estáis en la tierra sin remedio”, dice también Hamm. Pero él no se mata, él está más allá del suicidio, como lo están igualmente Estragón y Vladimir, quienes, a fin de cuentas, son superiores a la cuerda alrededor de la que dan vueltas. Para matarse hace falta tener algo que matar o al menos hacerse cómplice de la propia negación. Precipitarse a la muerte sería identificarse con algo, ceder a la seriedad, arruinar la ironía. En general, a los personajes de Beckett les repugna hacer gestos “importantes”, retroceden ante toda ocupación que pudiera colocarles al mismo nivel que sus semejantes. Ellos no tienen semejantes. Mejor dicho, ni siquiera son mortales. ¿Qué son entonces? No se sabe. Leemos en uno de los libros más bellos de Beckett, cuyo título, ‘Textos para nada’, es, cosa rara en él, al mismo tiempo un comentario: “¿Adónde iría yo si pudiera ir a algún sitio, qué sería yo si pudiera ser algo, qué diría yo si tuviera una voz que hablase así, pretendiendo ser yo…?”

Maravilloso y esclarecedor lo que podemos leer en este blog sobre Samuel Beckett y la necesidad de silencio: