He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

sábado, 23 de abril de 2016

Qué silencio tuvo que haber en aquel mar...

Imaginémonos que estamos, por ejemplo, en Venecia, y vemos que es la ciudad de Shakespeare, del Mercader, del Rialto. Situémonos ahora en Verona, y sabremos, nada más llegar, que es la ciudad de Romeo y Julieta. Shakespeare no fue nunca a estas ciudades. Creó Verona y Venecia cuando ya existían. Creó lo que existía. Consigo comprender la historia inglesa. Los historiadores cuentan que Ricardo II abdicó y que Ricardo III mató a Enrique V en Azincourt. Niego por completo estos hechos, pues tengo en mi casa veintiocho tomos sobre la historia inglesa y nada prueba que las cosas ocurrieran así. Shakespeare forzó la historia inglesa -como hizo Plutarco con sus “Vidas paralelas”-. Los reyes de Inglaterra son los de Shakespeare, las batallas acaecidas en Inglaterra son las de Shakespeare. Él no se documentó en archivo alguno. Ni siquiera sabía qué era un profesor de historia. Shakespeare surge en cualquier situación, en cualquier política. Nuestros celos son los de Othelo, nuestras senilidades son las de el rey Lear, nuestras ambiciones las de Macbeth, nuestros soliloquios y temores los de Hamlet… Vivimos en la jactancia de su visión. Entramos en el molde de sus previsiones...



 
 
La ficción ofrece posibilidades de identificación con la vida; identificamos nuestra situación más por la ficción que por el documento. La historia no es denominadora. El Génesis afirma que los animales y los seres del Paraíso son como Adán los llamó. ¡Espléndida confirmación de todo lo dicho! Las cosas son como Shakespeare las llama, algo que asombra mucho en un simple autodidacta, en un actor vagabundo como él fue... El caso es que Shakespeare oyó la voz de su propio silencio y viajó allende los muros del tiempo. Porque, como decía Kafka: “…Pero éstas, las sirenas, tienen un arma más terrible aún que el canto, y es su silencio. Aunque no ha sucedido, es quizá imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no… Qué silencio tuvo que haber en aquel mar, qué preparado tenía que estar para el milagro de la palabra...”
 
 
 
 
 
 

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