La luminosidad como elemento arquitectónico dinámico está implícito en la construcción misma de la Alhambra de Granada. Esta luminosidad, inseparable del agua, que la refracta y reverbera, medida con precisión, minuciosa y primorosamente, es lo que provoca la sensación de irrealidad que nos asalta. Es una irrealidad, sin embargo, que se palpa, que se siente: una irrealidad, por así decir, tangible. El efecto es de espejismo. Los perfiles son nítidos en Comares, pero ondulantes, insinuantes, en Los Leones, porque en la Alhambra, como en todo edificio iniciático, existe una zona yang (épica, ascética, masculina) y otra yin (femenina y lírica, mística)
Hay un vapor de oro que todo lo anega, procedente de las aéreas arcadas, que gradúan toda luminosidad, e irisa y descompone en todos los matices del espectro. Así puede observarse en los ajimeces y celosías de los cielos suntuarios de las salas de Abencerrajes y Dos Hermanas, ésta última constituida en crisol de operación alquímica bajo la regencia del signo de Géminis, según consta en el poema inscrito en sus estucos de Ibn Zamrak. E igualmente por la noche, cuando el agua de las fuentes y mil hontanares cesa, y los mármoles irradian el plateado fulgor lunar, y el azul de las estrellas más remotas...
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