He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

jueves, 31 de marzo de 2016

El vidente y lo oculto...

La gran biografía de Wiesenthal sobre Rilke

Javier R. Portella

31 de marzo de 2016     

“El vidente y lo oculto”, así subtitula Mauricio Wiesenthal su monumental biografía sobre Rainer Maria Rilke. Monumental en todos los sentidos de la palabra. Monumental por su extensión: ¡ahí son nada, 1.158 páginas de una esmerada, cuidadosísima (como siempre) edición de El Acantilado! Y monumental, porque esta biografía es más, muchísimo más que una biografía al uso. Es… ¡Qué difícil resulta siempre colocar una etiqueta para encerrar en una caja las obras de Wiesenthal! Con sus otros textos sucede lo mismo. ¿Son memorias personales? ¿Son libros de viaje? ¿Son reflexiones poéticas sobre la alta cultura y la alta vida de una Europa degradada hoy en rastrera cultura y vulgar vegetar?

Son todo esto a la vez, al igual que la biografía de Rilke es a la vez una completísima biografía de este “poeta filósofo”, como lo ha llamado alguien, o de este “vidente”, como prefiere llamarlo Wiesenthal, a través de la cual lo que se nos ofrece es nada más ni nada menos que toda una panorámica de lo que fueron, sin duda, los últimos años de una Europa ya herida en su corazón, pero que, entre las postrimerías del siglo XIX y las primeras décadas del XX, dio lo que fueron tal vez sus últimos estertores, pero cuya grandeza y cuya fuerza nos hiela hoy la sangre de nostalgia...


Fue Rilke uno de los máximos exponentes de tales estertores: el Rilke —como muestra un botón— capaz de saber ya entonces —“vidente” sin duda era— que:

“Todavía para nuestros abuelos una ‘casa’, una ‘fuente’, una torre conocida, incluso su propio vestido, su abrigo, eran infinitamente más e infinitamente más familiares; casi cada cosa era un recipiente en el que encontraban algo humano y acumulaban lo humano. Ahora, procedentes de América, nos invaden cosas vacías e indiferentes, cosas sólo aparentes, engañifas de vida […]. Una casa, según la concepción americana, una manzana americana o un racimo de uvas de los de allí, no tienen nada en común con la casa, el fruto, el racimo en el que se habían introducido la esperanza y la meditación de nuestros ancestros.” (Cartas desde Muzot)

Un Rilke que, pese a ello, pese a constatar el desamparo en el que nos hallamos sumidos, pese a expresar tantas veces que “nosotros somos los errantes”, pese a enunciar que “no hay permanecer en parte alguna”, no deja paradójicamente, sorprendentemente, de encontrar algo como la posibilidad de nuestra “salvación” (utilicemos la palabra de Hölderlin) en esta misma errancia, si es cierto lo que afirma al pretender que “lo que finalmente nos ampara es nuestro desamparo”: un desamparo, un peligro parecido al que evocaba Hölderlin —aquel otro visionario— cuando enunciaba: “Ahí donde está el mayor peligro / ahí también está lo que salva”.  ¿Cómo entenderlo? Tal vez asumiendo a fondo, con todo lo que ello implica, esas otras palabras de Rilke que Wiesenthal subraya: “No somos más que dispensadores de signos...”
 
 
 
 
 
 
 

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