Me contaron que cierta vez llegó al Dojo de mi maestro un joven muy nervioso. Aunque los alumnos más avanzados intentaban enseñarle, poco tardaba en volver a acelerar el ritmo de su práctica sin que nada ni nadie pudiera calmarle, hasta que Shi-fu Tang Lung reparó en él. Con un rastrillo en la mano, mi maestro se acercó al joven y, ofreciéndoselo, le dijo:
- Hijo, quiero que recojas todas las hojas de los árboles que han caído al suelo. Sólo cuando las hayas limpiado, tendrás permiso para regresar a entrenar con los demás...
Sin comprender, pensando que Shi-fu le había castigado por no haber hecho caso a los monitores, el muchacho se dedicó a esa tarea hasta que cayó la noche, mientras mi maestro le observaba de reojo por la ventana. Al día siguiente, como todos, el muchacho comenzó a calentar antes de realizar las formas básicas, pero Shi-fu Tang Lung se acercó a él y le preguntó:
- ¿Qué haces aquí? ¿No te dije que no podías entrenar hasta que no hubieses limpiado todas las hojas caídas?
- ¡Maestro! – Exclamó el muchacho – Ayer limpié todo el jardín y no quedó ni una sola –
Pero Shi-fu, acercándole a la ventana, le mostró que, durante la noche, cientos de hojas habían vuelto a cubrir el suelo, ofreciéndole de nuevo el rastrillo. El joven, resignado, bajó la cabeza y volvió a salir hasta que completó su trabajo, pero, por mucha prisa que se daba, cuando acababa, era demasiado tarde para entrenar. Durante algún tiempo, cada día, antes de desayunar, el chico se aseguraba de que no hubiese hojas en el jardín, pero la tierra siempre estaba cubierta por las que habían caído por la noche. No obstante, al cabo de un tiempo, mi maestro le mandó llamar y le dijo:
- Hijo, he visto que tu forma de recoger las hojas ha cambiado. ¿Por qué ahora vas más despacio?
- Maestro, me he dado cuenta de que, por muy deprisa que las recoja, pasadas unas horas, hay más que limpiar… Pero eso no es todo; También he aprendido que, por muy deprisa que coma, al cabo de un tiempo, vuelvo a tener hambre. Y que por muy deprisa que beba, al cabo de un tiempo, vuelvo a tener sed. Comprendiendo esto, me he preguntado ¿A qué tanta prisa por terminar lo que nunca se acaba? Así que decidí disfrutar de lo que estaba haciendo. Eso, de alguna manera, hizo que mi ánimo se calmara y que mi espíritu encontrara sosiego y paz, porque ahora sé que, por muy deprisa que vaya, siempre habrá más hojas que limpiar. Ahora sé que yo no puedo cambiar eso, pero sí puedo cambiarme a mí mismo… puedo cambiar mi forma de recogerlas
- ¡Eso es! ¡Eso es hijo mío! Has descubierto una de las enseñanzas esenciales del practicante de Tai-Chi. ¡Has conectado con parte del espíritu de nuestro arte! Ahora sí estás preparado para entrenar con los demás, ahora has empezado a domar el buey...
Extracto del libro "DEL TAICHI AL TAO"
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