"Lo he dicho muchas veces: si un filósofo tiene que elegir entre una verdad y la dicha -y eso puede llegar a suceder- no se puede llamar filósofo más que en la medida en que elige la verdad. Renunciar a la verdad, o a la búsqueda de la verdad, sería renunciar a la razón y, por el mismo hecho, a la filosofía. Aquí la norma prevalece sobre el fin y debe prevalecer: la verdad, para el filósofo, se antepone a la dicha. Más vale una auténtica tristeza que una falsa alegría." (p. 15-16)
"Estar aislado es estar sin contactos, sin relaciones, sin amores, y eso, por supuesto, es una desgracia. Estar solo es ser uno mismo, sin recurso a los demás, y ésa es la verdad de la existencia humana. [...] La soledad es la regla. Nadie puede vivir por nosotros, ni morir por nosotros, ni sufrir o amar por nosotros. Eso es lo que llamo la soledad: no es más que un nombre distinto para el esfuerzo de existir. Nadie vendrá a llevar tu carga, nadie. Si se puede dar a veces la ayuda mutua (¡y es cierto que se puede!), eso supone el esfuerzo solitario de cada uno, sin lo cual -excepto en el caso de ilusiones- no podría darse. Así pues, la soledad no es el rechazo del otro, al contrario, aceptar al otro es aceptarlo como otro (¡y no como un apéndice, un instrumento o un objeto de sí mismo!), y en este sentido el amor, en esencia, es soledad. Rilke halló las palabras precisas para expresar ese amor que tanto necesitamos y del que tan raramente somos capaces: "Dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra"... Esta belleza suena a cierta. El amor no es lo contrario de la soledad: es la soledad compartida, habitada, iluminada -y a veces ensombrecida- por la soledad del otro. El amor es soledad, siempre, y no porque toda soledad sea amorosa, faltaría más, sino porque todo amor es solitario. Nadie puede amar en nuestro lugar, ni en nosotros, ni como si fuera nosotros." (p. 29-30)
"Quien no sabe vivir consigo mismo, ¿cómo podría saber vivir con otro? Quien no sabe habitar su propia soledad, ¿cómo podría pasar por la de los demás?" (p. 32-33)
(André Comte-Sponville, El Amor La Soledad, Paidós Contextos 2001)
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