En la misma línea del post que escribí el pasado 16 de abril bajo el título “Morir joven, una cuestión de honor...”, continúo con la Sección Heroica de este blog... La música de fondo que coloco hoy pertenece e la película Conan El Bárbaro, concretamente La rueda del dolor...
Conan y Nietzsche
Nietzsche es partidario de una sociedad organizada sobre bases aristocráticas y de castas, en el sentido de iniciaciones diferentes, por así decirlo, gobernada por los amos de la tierra, por los representantes puros y nobles de la Voluntad de Poder, que no tiranizan a los otros sino que los gobiernan con justicia, dándoles leyes, religiones, civilizaciones, ideales y sueños diferentes, adecuados con su casta. Proporcionándoles así la felicidad, que para ellos no existe, ni tampoco desean. Los amos de la tierra, la casta de los señores, de los dominadores, usa al resto para cumplir los fines que en el universo impone la Voluntad de Poder, abriéndoles cauces y nuevas direcciones dentro del Destino. Nada es rígido, todo es fluido, y es posible que hasta existan números de mutaciones, pudiendo pasar algunos 'elegidos' de una casta a otra, aun cuando esto no beneficie a nadie, dentro de los karmas individuales y colectivos, como nos lo enseña la India. Los “Señores de la Voluntad de Poder” coexisten con el resto de los hombres, sin dañarse los unos a los otros, manteniendo la distancia. Dentro del esoterismo nórdico-polar, cada casta es orgullosa de sus propios secretos y conocimientos iniciáticos, sabiendo que proceden de distintos astros, pero ayudándose a compartir la Tierra...
Dentro de este contexto, podemos entender a la perfección el sentido de la película Conan El Bárbaro de John Milius, filme estrenado en 1982, completamente nietzscheano y operístico. El inicio de la película es precedido por una draconiana frase atribuida al filósofo alemán, Eso que no nos mata, nos hace más fuertes, toda una declaración de intenciones por parte del director. Milius era un hombre de grandes ideas, lastrado en el gran mercado por sus peculiares valores políticos, a medio camino entre la nostalgia por la simpleza del medioevo y la justicia fascista de los héroes urbanos de Hollywood. Milius trabajó como guionista para Don Siegel, uno de los padres intelectuales de Clint Eastwood. Está acreditado en Harry el Fuerte y se dice que, también, tuvo gran parte de culpa en la precedente y sensacional Harry el Sucio. A Milius lo fascinaban las armas, la épica del combatiente masculino, el ideal de la guerra como realización y la estética de la violencia más primitiva.
Milius es un apartado por un sistema que puede perdonar los peores vicios si el artista tiende al progresismo, pero que condena sin remisión si se trata de un conservador anacrónico. El texto de Apocalypse Now corresponde a su autoría y, como director, regaló dos piezas inolvidables, la joya aventurera El Viento y el León, con Sean Connery en un papel sólo y exclusivo para Sean Connery, y el retrato crudo y cuasi bélico del mítico delincuente John Dillinger, Dillinger. En Conan, Milius regala, quizá, su obra más brillante, donde logra concretizar su compleja y particular visión filosófica del mundo. Este Conan no es el de Robert E. Howard, guerrero, rey, embajador y conversador avezado, un paladín con verborrea sumido en batallas e intrigas, sino que representa un monumento primario y monumental al superhombre nietzscheano de Así habló Zaratrustra.
Milius no mata a Dios hasta la última escena del filme, pero lo sube al cadalso con celeridad en la primera toma del metraje. Conan escucha a su padre y este lo alecciona con una espada en la mano, sólo puedes confiar en el acero, únicamente en esto, le espeta. Conan es el hombre duro e indomable que posee la llama inspiradora en su alma, el fuerte, el poderoso, el vigoroso y el indestructible, la exaltación de todas las cualidades elementales que Nietzsche considera relegadas, entre otros, por credos como el cristianismo. Conan está repleta de imágenes simbólicas que remiten al ideario del alemán, las armas arrebatadas en la tumba de los dioses atlantes, la celebración de la carne, el poderío físico y la voluntad de poder del individuo.
Milius no mata a Dios hasta la última escena del filme, pero lo sube al cadalso con celeridad en la primera toma del metraje. Conan escucha a su padre y este lo alecciona con una espada en la mano, sólo puedes confiar en el acero, únicamente en esto, le espeta. Conan es el hombre duro e indomable que posee la llama inspiradora en su alma, el fuerte, el poderoso, el vigoroso y el indestructible, la exaltación de todas las cualidades elementales que Nietzsche considera relegadas, entre otros, por credos como el cristianismo. Conan está repleta de imágenes simbólicas que remiten al ideario del alemán, las armas arrebatadas en la tumba de los dioses atlantes, la celebración de la carne, el poderío físico y la voluntad de poder del individuo.
En el villano del filme se esconde mucho más que una simple historia de venganza. Thulsa Doom, el sanguinario e inquietante líder del culto a la serpiente, representa la creencia en un más allá preferible, un lugar sagrado y prometido que impulsa a sus acólitos a despreciar su propia existencia y entregarse a la muerte sin condiciones. James Earl Jones encarna a este profeta turbador y voluptuoso, expidiendo, desde su profunda garganta, la misma que puso voz a Darth Vader, palabras de visionario y órdenes truculentas y crueles. Conan es un poema visual con escaso protagonismo de las palabras. Las luchas se coreografían al ritmo de una maravillosa música de Basil Poleudoris, partitura fascinante y grandilocuente en la línea de las obras de Wagner, precisamente, compositor favorito de Nietzsche. En el centro, está Arnold Schwarzenegger, descomunal en el inicio de su gloria, imponente, monstruoso, el cuerpo de un ex – culturista tornado en la representación vívida de la fuerza latente en el hombre. Schwarzenegger es inexpresivo y totémico. Pocos directores han sabido extraer tanto de las limitadas dotes faciales del austriaco. Milius lo retrata con su espada en ristre y el desprecio exacerbado a la influencia de los dioses en la tierra.
Milius, como Nietszche, plantea la rivalidad entre la moral de los débiles y el superhombre. Por un lado, la religión, el desprecio a la vida terrena, el rechazo al goce físico y la fe en un edén en el que recobrar todo lo sufrido en la existencia, por otro, la voluntad de sojuzgar, la confianza en las posibilidades del organismo y el valor de la fuerza, el poder, la autoridad, el arrojo y la destreza. Al final, sobre las inmensas escaleras de un templo profano, Thulsa Doom mira a los ojos de Conan y quiere lograr su genuflexión, reconducirlo, convertirlo a su credo. Pero Conan lo ignora, levanta su espada, le cercena la cabeza y la arroja escaleras abajo. Conan es Schwarzenegger y es alto, portentoso, tiene bíceps de Heracles bárbaro y mirada profunda e inescrutable. Es la victoria de las viejas cualidades, un triunfo nietszcheano en la inclasificable mente de John Milius.
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