Las Cuatro Nobles Verdades enseñadas por Buddha son consideradas Nobles porque ayudan al conocimiento y a la comprensión profunda, por encima del nivel de respuesta automática, provocando una transformación a través de la sabiduría. Si reparamos bien en ello, estas cuatro nobles verdades son análogas al quehacer de la medicina convencional con sus cuatro pasos (tal y como podemos comprobar, por ejemplo, en la Antigua Grecia), puesto que describen: (a) la observación del síntoma o signo de la enfermedad; (b) el diagnóstico de la enfermedad; (c) el pronóstico de las posibilidades de recuperación; y (d) la prescripción de una receta o remedio. – Pero vayamos a la Primera Noble Verdad, que es la que más incomprendida en el mundo occidental…
1. El Sufrimiento. “Esta es, oh monjes, la noble verdad sobre el sufrimiento. El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, convivir con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo que se desea es sufrimiento. Todo conlleva sufrimiento, la existencia y sus partes son sufrimiento”. El término sufrimiento se usa en el budismo en un sentido amplio para señalar la insatisfacción de la condición humana. Muchos de nuestros esfuerzos sirven para oscurecer esa Verdad Universal, pero, para la sanación, un primer paso importante es enfrentarse a la naturaleza de la aflicción con honestidad y coraje. He dicho Verdad Universal, y he dicho bien, porque en realidad (los budistas somos realistas, no pesimistas ni optimistas, que son meras interpretaciones de la Realidad, que nunca es dual) no solo el budismo afirma la naturaleza de los hechos samsâricos. Ya, en la Grecia Antigua, por ejemplo, en la poesía de Simónides de Ceos se apunta con insistencia en la inestabilidad y fugacidad de las cosas humanas, y aún más agudamente en los poetas trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides). Sófocles, “el hombre de luz solar”, según se le ha llamado, expresa la desconsolada convicción de que los humanos no son más que fantasmas y sombras vanas cuya existencia equivale a nada y cuyo peor mal no es el morir, sino el saber que ha de morir. Eurípides afirma reiteradamente la idea de que la vida no es sino dolor, de suerte que será menester llorar cuando uno nace y alegrarse cuando uno muere, pues la muerte implica la liberación de los sufrimientos; y no duda en afirmar, como si se tratase de una frase de buen augurio: “Ojalá puedas alcanzar la absoluta nada bajo la tierra; pues si allí también tenemos que afanarnos los que hemos de morir, no se sabe ya hacia dónde ir, puesto que el morir parece el mejor remedio para los males…”
Este talante realista, puro y nítido como el cristal, irá abriéndose camino, en las corrientes místicas del pensamiento griego (orfismo, pitagorismo, etc.) y muestra un sorprendente paralelismo con el marco de referencia psicológico y social frente al cual surgen las enseñanzas de Buddha. Y así podría seguir, pues llevo toda mi vida estudiando esto, con el gnosticismo, con la filosofía neoplatónica (Plotino, Porfirio…), con el Emanantismo y un largo etcétera. Es una experiencia universal, un hecho constatable, que podemos comprobar todos los seres humanos de todos los tiempos: la vida es dolor. Y partiendo de esta premisa indiscutible, no nos quedamos ahí como hacen los nihilistas, sino que nos elevamos hacia la Luz Inmarcesible. Y esto es realmente lo esencial, porque si reparamos en ello, las clasificaciones – cualquier tipo de clasificación – es lo de menos. Contaré una anécdota sumamente reveladora a este respecto. Buddha murió, y los bikus, sus discípulos; se sentían muy turbados porque ninguna de sus enseñanzas había sido recopilada mientras estaba vivo. Olvidaron por completo transcribir sus palabras y no creyeron que iba a morir tan repentinamente. Los discípulos nunca piensan en esto, en que el maestro pueda desaparecer repentinamente...
De improviso, un día Buda dijo, “Me estoy muriendo”. No quedaba ya tiempo y había estado impartiendo el Dharma durante cuarenta años. Cuando estuviera muerto, ¿cómo podrían recopilarse sus palabras? Se perdería un tesoro, pero ¿qué hacer? Y es hermoso saber que uno de sus más destacados discípulos, Mahakashyapa no pudiera repetir las palabras de Buddha. Él dijo, “Le escuché, pero no recuerdo lo que él dijo. Estaba tan inmerso en ello, nunca llegó a formar parte de mi memoria, no lo sé”. ¡Y esto era así porque él se había iluminado!
Sariputta, Moggalyan, todos los que se habían iluminado, encogieron sus hombros y dijeron “Es difícil, ha impartido enseñanzas, pero no recordamos sobre qué…” Y esos eran los discípulos que habían arribado al otro lado de la orilla... Entonces Ananda fue interpelado. El no se había iluminado en vida de Buddha (poco tiempo después de que Buddha muriese, sí se iluminó). Él lo recordaba todo. Dictó palabra por palabra el contenido de los cuarenta años que había pasado con Buddha. Lo dictó palabra por palabra ¡un hombre que no estaba iluminado! Parece paradójico, ¿verdad? Los que debían de haber recordado debían de haber sido los que habían llegado, no aquel hombre que aún no había alcanzado la otra orilla. Pero cuando se alcanza la otra orilla, esta orilla es olvidada, y cuando uno mismo se ha convertido en buda, ¿a quién le preocupa lo que Buda dijo?
La finalidad de una trampa para peces
es atrapar los peces,
y cuando el pez es atrapado
uno se olvida de la trampa.
Las palabras del Buda eran ‘trampas’. Mahakashyapa cogió el pez. ¿A quién le importa la trampa ahora? ¿A quién le importa a dónde se haya ido el bote? El ha atravesado la corriente. Mahakashyapa dijo, “No sé lo que dijo éste. Y no confiéis en mí, porque conmigo es difícil distinguir lo que él dijo de lo que yo digo”. Desde luego es así. Cuando Mahakashyapa se convierte en buda, ¿cómo puede distinguirlo? Los dos no son dos. Pero Ananda dijo, “Contaré lo que él dijo”, y lo relató fielmente. La humanidad está en gran deuda con este Ananda, que todavía era ignorante. No había cogido el pez, de modo que se acordaba de la trampa. Todavía pensaba en coger el pez y tenía por lo tanto que acarrear con la trampa.
La finalidad de las palabras
es expresar ideas.
Cuando se comprenden las ideas,
se olvidan las palabras.
Recordémoslo, cuando nos Iluminamos, se olvida el mundo, con sus clasificaciones ‘buenas’ o ‘malas’, ‘ascendentes’ o ‘descedentes’. Y siempre es así. No caigamos en la trampa del lenguaje. Esto es a lo que yo hacía referencia, en una charla que di hace diez años en el Centro Bamboo Zen de Barcelona, al hablar de Hishiryo. Como suele sucederme, adelanté en lo teórico lo que luego me viví profundamente en la práctica. Hishiryo es, tal y como ya expliqué en este blog, la conciencia cósmica, y no la conciencia personal; la conciencia cósmica, pura y sin dualidad que existe antes de que aparezca el pensamiento… Podemos experimentarla durante Zazen, de hecho, es el estado de conciencia propio del Zen. – Si “shiryo” es el pensamiento y “fu shiryo” es el no-pensamiento, HISHIRYO es el Pensamiento Absoluto, más allá del pensamiento y del no-pensamiento. Mas allá de las dualidades, de las oposiciones, de los contrarios. Mas allá de todos los problemas de la conciencia personal. ¡Es nuestra Naturaleza Original, o Naturaleza de Buda, o Inconsciente Cósmico...!
Qué cosa más hermosa escribió, a este respecto, el Maestro Dogen: “Pensad sin pensar. ¿Cómo se piensa sin pensar? Pensando desde el fondo del no-pensamiento. Esta es la dimensión cósmica, HISHIRYO”. Hishiryo, en efecto, es la armonía de las visiones objetivas y subjetivas, la última conciencia, más allá del espacio y del tiempo, la conciencia más excelente, global, universal, más allá de todos los fenómenos, más allá del pensamiento y del no-pensamiento. Lo que hay más allá del espejo… Los sentidos de nuestra conciencia no pueden imaginarla. Las categorías no pueden definirla. La palabra no puede explicarla. Sólo podemos acceder a este estado a través de nuestra experiencia vivida. Pues bien, justo esto es lo que he intentado compartir, como experiencia vivida, en todos los Talleres que he impartido en la última década con todas aquellas personas que participaron en ellos...
Y aunque todas estas experiencias vitales rebasan los términos, he de seguir utilizándolos por ahora como barcos que nos ayuden a llegar a la otra orilla. En este sentido, otro concepto importante a conocer, y realmente esencial, es el de mushotoku, que viene a ser algo así como aquello que simplemente está, sin meta fija, sin un egoísmo que nos arrastre a sacar provecho de cualquier situación. El mushotoku es de facto la esencia del espíritu zen. No se trata de querer detener los pensamientos, lo cuál sería todavía peor, sino de dejarlos pasar como nubes en el cielo, como reflejos en un espejo, sin oponerse a ellos, sin apegarse a ellos. De esta manera, las sombras pasan y se desvanecen. Y poco a poco, una vez que las imágenes del subconsciente han surgido y desaparecido, se llega al subconsciente profundo, sin pensamiento, más allá de cualquier pensamiento, Hishiryo, verdadera pureza…
Sentado, sin meta, se puede comprender MUSHOTOKU e HISHIRYO, secretos de la esencia del Zen. Pero esta comprensión es diferente a la del sentido común o a la de intelecto. Es percepción directa. Mushotoku es la filosofía del no-provecho, del no deseo de adquirir. Es el principio esencial del Zen. Dar sin esperar recibir nada a cambio. Abandonarlo todo sin miedo a perder. Volver la mirada hacia el interior. De la misma manera que en toda obra de arte, el artista debe saber darse enteramente sin ocuparse de alcanzar la gloria, la belleza, la riqueza, para expresarse en una obra bella, pura, auténtica, de la misma manera el discípulo obtendrá la Sabiduría si quiere conocerse, superarse, darse sin esperar alcanzar ningún provecho personal.
Hishiryo es la conciencia cósmica, y no la conciencia personal. Podemos experimentarla durante Zazen. Durante la meditación pensamos en nuestras ansiedades, en nuestra vida cotidiana, en nuestros amigos, en nuestra familia, en nuestras vacaciones, en todos los fenómenos que provienen de nuestra memoria, pero si nos concentramos profundamente sobre nuestra postura, sobre la respiración, podemos detener los pensamientos, podemos olvidarlo todo y armonizarnos con el pensamiento cósmico. El subconsciente surge así a la superficie, gracias a este abandono. Los pensamientos se alargan, se ensanchan profundamente y alcanzan la conciencia universal. ¡Podemos llegar hasta el final de esta conciencia universal! Sí, podemos llegar hasta el final de esta conciencia última, y este es el arte esencial del Zazen…
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