“LOS OCCIDENTALES TIENEN RELOJ, LOS ORIENTALES POSEEN EL TIEMPO” R. Tagore
“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: VIVIR” R. L. Stevenson
Los relojes objetivan el ritmo interior común, es decir el de todos, el ritmo nuestro. Es un ritmo primordial, pues todo lo rítmico es original. El reloj supone una concepción del tiempo abstracto y vacío, un tiempo puramente formal, idéntico a sí mismo, despojado de cuanto pueda ocurrir en él. El pescador, el labrador, el pastor, carecen de esta dimensión abstracta del tiempo pues, para ellos, el tiempo es concreto, en tanto se funde con sus tareas o con los ciclos de la naturaleza. Nunca es tiempo ocioso ni vacuo.
El hombre descubre que puede medir el tiempo cuando descubre su asociación con el espacio. Tempus viene de templum, que es un término de la arquitectura. En el momento en que advierte que las «horas» modifican las sombras de las cosas, de los demás y de sí mismo, cuando construye obeliscos y columnas para regular este sombrío pasaje. El reloj de arena señala el tiempo telúrico y materno, asociado a los ritmos del Heimat, el terruño. El tiempo del sol, el cielo, la luz y la distinción, es paterno. El reloj de ruedas y engranajes imita el funcionamiento del tiempo astronómico: es un microcosmos, un sistema astral en miniatura. Su tiempo ya no es terrenal ni celestial: es abstracto, espiritual. Es el tiempo que el hombre domina y gasta, hasta convertirlo en una joya: el reloj de pulsera. Tiempo del quehacer, de la producción y de la historia. Su modelo es el antiguo molino de los dioses, que muele el oro de la sabiduría que se obtiene con el tiempo.
La historia es dispersión de la astucia. Lo opuesto a la promesa de unidad del arte, el lugar sin muerte, donde luz y tiniebla se confunden. La historia somete la casualidad a fines. No es la mera actuación, sino el saber del hecho...
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