Extraordinaria versión
extendida de Truman Sleeps, compuesto e interpretado al piano por Philip Glass. Es imposible dejar de
escuchar esta música en lo más profundo del alma...
Silenciosa como el infinito
te gestaste sin saberlo yo
como una ráfaga audaz te manifestaste
en el oleaje del camino de la vida…
Como el viento iracundo saliste a mi encuentro
despertando emociones inimaginables.
Serena como una dulce ola
te posicionaste en mis entrañas
como un mundo cuajado de esperanza…
Luz que emana agua de vida renovada,
ocaso que muere para volver a renacer
en la alborada de un tierno y naciente amor.
Nuevo inicio que despierta
como perla de rocío cada nuevo amanecer…
Te acercaste a mí como un latido que proviene
de las simas del vacío, del venero eterno del ser
y por eso te digo mientras me asomo contigo al infinito:
Olvida los nombres. No digamos mañana.
Coge mi mano y haz que nuestros pasos
se acerquen tranquilos camino del alba.
Siéntate conmigo, si quieres, sobre esta roca
y quédate apoyada en mi albo brazo mirando
como las olas reflejan ondulantes los pliegues del alma…
Tus palabras me dicen que han visto
los abismos del océano. Por eso, elegimos el silencio.
Y te confirman mis latidos que detrás de este misterio
sólo hay una máscara tras otra, y al final ¡nada!
Pero qué importa, si tenemos el instante
que no muere, que se despliega de tal forma
que su luz -que nace de mi haz- todo lo abarca,
si somos Uno hasta el punto de que nunca sentimos
el vacío que separa… aun estando lejos nuestras barcas.
Sumérgete conmigo ahora en mi cuerpo de luz,
hasta la madrugada. Siente las heridas que un día
fueron sangre y vida compartiendo la dicha
de saber que tu alma y la mía se encuentran
en la danza de fuego que hace temblar
la tierra hasta sus cimientos...
En el centro del mar desembocaremos al fin,
sin aliento, percibiendo que lo único digno
de ser vivido se expresa en el silencio...
Vengo de la noche del sentido. Tú eres una aurora
que comienza su camino. El aroma de tu silencio
me lleva a un reino sin tiempo donde las risas
florecen sin un motivo, donde las miradas
se abisman en el infinito sin palabras ni testigos,
donde las azucenas se mezclan con los olivos,
y donde todo, todo es posible, porque no existe
en ese mundo la muerte y todo está vivo...
Está oculto nuestro nombre de las miradas
que miran sin ver, que juzgan sin saber,
que viven sin ser. Amaestradas en la escuela
de la realidad no traspasada, no perdonan
aquello que se les escapa por todos
los rincones y los poros de su alma...
No entenderán que podamos amarnos, Hombre y Mujer,
Eternizados, abismados donde se pierde el mar
y no en la ensenada, porque nuestro deseo es eterno…
Luz sobre luz, lo que sentimos
sólo se vive en el silencio,
que las palabras marchitan y
no alcanzan jamás lo auténtico….
Existe una bellísima y profunda imagen que gustaba de repetir Hermann Hesse
en sus fantásticos relatos: el amor es una llama que lo consume todo y cuya luz
obnubila todo lo demás hasta el punto de cegarnos de verdad para todo lo que no
es el objeto de ese amor... Esto solo puede aprehenderse (aprehensión,
captación total, abarcamiento absoluto de algo) al amar. El que ama, como esos
bellos símbolos de los bustos griegos con los cuencos de los ojos vacíos
(pensemos en Homero), ha descubierto de verdad que el amor no es que sea ciego,
sino que ciega para todo lo demás. La intensidad de su luz ciega de tal modo,
que todo, todo, todo, se vuelve oscuro alrededor. Todo sobra, todo está de más,
ya nada capta nuestra atención. Todo deja, súbitamente, de tener importancia,
al ser sobrepasado, aplastado, asfixiado, por la naturaleza impresionante de
una experiencia primordial, existencialmente única, vertebradora de una
riquísima y fluyente vida interior, sin parangón, sin comparación posible, de
una luminosidad tal, que, como el sol, todo lo ve (el amor sabe ver dentro de lo más recóndito del ser amado; como la luz
que llega hasta las profundidades del mar) y lo transfigura (las piedras,
la hierba, la tierra, cobran vida y relieve al amanecer; del mismo modo se
transforman los rostros de quienes se aman, pasando a emitir una luz que viene
de dentro..)
Tras la luz primordial, y tras la experiencia del dolor y del
desgarramiento, emerge, si se sabe encontrar el oro alquímico que todos
llevamos dentro, ese amor que como el sol que todo lo ve y transfigura; surge
entonces la flor de loto, la isla en medio del océano, la tierra nueva en la
que los lirios florecen, inmarcesibles, sin que haya más dolor, ni lágrimas, ni
sufrimiento en este universo demiúrgico, que pide a gritos su transfiguración…
Amada mía, que paseas por los caminos de mi
jardín. Que me acompañas en la realidad de mis sueños,
y juntos hacemos caminos más allá de este mundo,
enlazando con nuestros hilos de seda a las estrellas…
Amada mía, que vibras a mi lado,
y cuando tomo tu mano me completo,
y cuando te miro a los ojos me lleno,
y cuando andamos creamos todas las cosas…
Amada mía, subamos por las escaleras de la
eternidad, aquella que hicieron para nosotros
los seres de luz que nos precedieron.
Donde cada escalón nos acerca más al cielo
y cada latido es un recuerdo
para nuestra limpia esperanza.
Andemos el uno junto al otro en esta vida,
que es orilla del océano de lo Divino donde
rompen las olas de la creación.
Navegaremos por mares tumultuosos
y azotarán los vientos nuestras velas,
pero nuestro amor será siempre un fiesta
y el horizonte estará siempre iluminado
y sereno en nuestro corazón..
Amada mía andemos... andemos…
Desde siempre, yo me he sumergido sensitivamente en el mundo para saber de
él. “La indiferencia no es una actitud
de poetas” (F. Hölderlin). Yo versifico raras veces y con dificultad, pero
mi espíritu está lleno de poesía. “Si uno está abierto al mundo, todo puede
desembocar en la poesía” (F. Novalis). Y en este todo ocupa un lugar
privilegiado el AMOR. Un amor que se alza sobre lo inhóspito de la existencia;
un amor tan poderoso que llega a clausurar el desastre de la conciencia del
paso del tiempo; un amor que glorifica
la experiencia del instante, “haciendo-como decía Rilke- de los amantes sin
más dueños del mundo”. AMOR, pues, que no es tanto un consuelo, cuanto un
triunfo, el triunfo de la vida... Y no encuentra sólo ahí la vida su triunfo
sobre la muerte. Se halla también en la palabra. “Porque la vida triunfa si la palabra habla” (M. Heidegger), y es
mucho lo que reclama ser nombrado, pues vivir, vivir de un modo pleno,
despierto, libre, es asomarse al abismo de la perplejidad más absoluta, encarar
lo incomprensible, el Misterio... Ese Misterio del que forma parte 'mi mundo',
'mi silencio', 'mi alma', y que, en puridad, no se puede expresar con las
palabras, porque está más allá de ellas…
Si te pudiese traer hasta mi mundo.
El que empieza donde se acaban todos los caminos.
El que comienza cuando se cierran los ojos y
los oídos, y cuando se anda volando...
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