He aquí la misteriosa - y tan tristemente olvidada - Obertura de ‘Parsifal’ de Richard
Wagner…
Reiremos como niños,
sin angustias,
jugaremos con la luz,
con el aire, la tierra, el agua, el fuego,
y con las flores de nuestro jardín,
ajenos a las horas y al tiempo…
Me suceden cosas extrañas. Seguramente siempre han ocurrido, pero quizá
últimamente he puesto más atención. Por ejemplo: pienso en una palabra y
en un par de horas, alguien la menciona. Pienso en algunos conceptos y de
repente, otro alguien, llega a conversarme sobre ese concepto. O alguien me
cuenta de una cosa y al otro día, llega otra persona a decirme lo mismo. O
estoy a punto de escribir un pensamiento y alguien llega en ese justo momento a
escribirlo en el aire... Nimiedades que se convierten en azares llenos de
sentido... Y sigo soñando. Sí, sueño todas las noches. Sin buscarlo y sin
desearlo. Todos los sueños son bonitos y los vivo hasta que los pájaros de mi
jardín interior me despiertan. Y despierto y no sé cómo desprenderme del sueño.
Parecieran reales, pero son tan locos, tiernos y sorprendentes... Intento
sacudirlos y quitármelos de encima. La
realidad me espera y no puedo vestirme de los sueños…
Una realidad que también me enseña muchas cosas de la
Vida… Una de las últimas que he aprendido es lo desafortunada que es siempre -
en cualquier circunstancia vital - la justificación, puesto lo que necesita ser
demostrado carece de valor. A este respecto, hace poco tiempo, tuve una especie
de ‘iluminación instantánea’, de revelación pura y auténtica, cuando de
repente, leyendo a Epícteto, me topé con esta frase profundísima del filósofo
griego: “Culpar a otros de nuestras desdichas es una muestra de ignorancia;
culparnos a nosotros mismos constituye el principio del saber; abstenerse de
atribuir la culpa a otros o a nosotros mismos es muestra de perfecta
sabiduría…”
Nunca hay que culpar a otros de las circunstancias de nuestras desdichas o infortunios personales. Es sin duda una muestra de ignorancia tener dicha mentalidad, que es además muy adolescente, dicho sea de paso. No hay que fustigarse a sí mismo echándose la culpa de todos los reveses del destino, de todos nuestros ‘fracasos’, lo que no deja de ser una interpretación, porque la realidad desnuda no tiene calificativos ni ornamentos a favor o en contra de lo que te sucede, lo que pasa simplemente es… Por tanto, no hay que echar la culpa a nada ni a nadie de lo que a uno le pasa en la vida, ni siquiera a uno mismo. La madurez auténtica consiste en coger las riendas de tu vida, hacer todo lo que puedas por mejorarla, y, sea cual sea el resultado, aceptar las cosas tal y como son. Sin quejas, y sin culpabilizar, herencia esta última de nuestra arraigada cultura judeocristiana, con el sonsonete eterno de la culpa y el pecado… Quejarse y culpabilizar son, sin lugar a dudas, las dos actitudes más propias y esenciales de la ignorancia...
El Ser Humano Primordial se caracteriza por la suma simplicidad, habida cuenta que desmaraña el tejido de las complejidades acumuladas por el logos a lo largo del tiempo para regresar al punto primordial y matricial, al Origen… Y aquí la inocencia es absoluta… Vamos entonces al encuentro del otro/a desprovistos de dudas y conjeturas, llenos de luz para comunicar desde los corazones y para sanar, sin el más mínimo pre-juicio, plan o propósito. Vamos con el alma desnuda como quien se encamina, liberado de fardos, a la muerte, pues como bien afirmaba Mishima (y lo afirmó con su vida), la muerte y el amor son una misma cosa, una convergencia infinita… No hablo de esa muerte mórbida, que es la única que entiende el mundo y que está circundada siempre por los aspectos más desagradables de la descomposición biológica y la eclosión emocional; no, no es nada de eso, sino que hablo de la muerte real, la que está siempre impregnada de belleza, porque en ella se vive el abandono (y no la renuncia, pues no se renuncia a nada verdadero en el camino de la luz) de todo aquello que no es nuestro, de todas esas excrecencias - opiniones, ideas, pensamientos, fijezas, estereotipos, creencias… - que nunca fueron nuestras y que al desaparecer, como la niebla disipada ante la luz del sol, nos hacen ser lo que realmente somos en nuestra naturaleza original: seres etéreos, aves que vuelan muy lejos a tierras ignotas donde manan el amor y la paz como fuentes que ríen y cantan saltarinas por los ecos de los valles y entre montañas…
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