El
Gran Silencio - Beatriz Villacañas
ABC
19 de marzo de 2014
Hace algunos años tuve la ocasión de ver la
película El Gran Silencio, de Philip Gröning, donde el tiempo circula prendido
a los hábitos blancos de los monjes que habitan el monasterio de la «Grande
Chartreuse», en los Alpes franceses, y que callan hermosamente al compás de su
meditación, de su trabajo, de sus pasos. Diríase que los hermanos cartujos se
acercan al silencio de Dios desde las mudeces de sus humanos labios y
establecen con Él una comunicación tejida de palabras invisibles. Pasan las
estaciones y ellos siguen pisando las mismas galerías, los mismos escalones,
que son frío desnudo bajo su pisada. El invierno borra la frontera entre la
nieve y la blancura de sus ropas y eterniza el instante en el que cae cada copo
y en el que cada monje vive.
El silencio es un tiempo y un espacio que podemos
habitar, como los monjes, de forma casi ininterrumpida, o al que podemos volver
tras nuestras incursiones por eso que llaman el mundanal ruido. Silencio
necesario. Silencio que espera, como un nido, al pájaro inquieto.
El
silencio no es lo opuesto a la palabra. Es otra forma de sentirla y
pronunciarla. Bien sé de mi propia atracción por la conversación
apasionada, por la palabra ardiente hecha pensamiento y emoción. También
música. No tener alas nos lleva al vuelo de la palabra sonora y la palabra
escrita. Y en ese vuelo ando, andamos, a menudo. Pero el silencio no deja nunca
de ser ese espacio habitable y necesario al que volver. El silencio, como la
palabra, tiene el poder de conjugar extremos: puede alejarnos de los otros, mas
puede, sin duda, y de forma poderosa, acercarnos también. De mi reciente libro Testigos
del asombro he aquí unos haikus, testigos del asombro que provoca la
enigmática esencia del silencio:
Calla la estatua
avalancha de historia
tras su mirada.
Como callando
la muerte me acompaña
por donde ando.
Lento es el tiempo
en la piedra que habla
desde el silencio.
Canta en silencio
cada flor que nos llama
desde el recuerdo.
Con su silencio
la sonrisa callada
es alimento.
Callo y espero
llega la epifanía
junto al silencio...
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