Realmente maravilloso poder escuchar este Prelude No.
1, C Major, BWV 846, de Johann Sebastian Bach… como fondo de este post
Me encanta este poema sencillo y a la vez profundo del gran poeta
portugués Fernando Pessoa…
Tuve un campo alegre
mas causó mi fiebre
su devastación.
Lo sembré de amores
y nacieron flores
de desilusión…
Tuve un barco lindo que el mar recorría
como nube blanca en blando celaje.
Lo cargué de oro que el quehacer traía,
se fue a pique cuando bogar yo quería
y me vi sin barco entre el oleaje…
La jarra primorosa está partida
y nada valen sus fragmentos varios;
la imagen en el templo está caída:
rota y de barro, huyeron sus sectarios.
Junta de la jarra divina
los fragmentos: jarra no habrá.
Lo que antes fue no es ya…
Hasta aquí el
poema del vate luso. En verdad, hay que
morir para poder alcanzar una Vida más alta. El paraíso que sucede al fin,
-los nuevos cielos y la nueva tierra-, es infinitamente más bello que el paraíso
o edén primordial. Si nos lo hemos vivido en la experiencia, sabemos muy bien
que es así. En el terreno de la literatura, hay obras magníficas que reflejan
de manera impresionante esta realidad de que es
preciso morir para resucitar. Tras el paso por la noche oscura, por la
sombra, por el tiempo, por la mácula de la historia y el dolor, la Gloria de
una luz inmarcesible…
Lo vemos, entre otros muchos ejemplos, en el Apocalipsis, y en “Muerte
en Venecia” de Thomas Mann, y en “De Profundis” de Oscar Wilde… Morir
vicariamente y de verdad, en alma y cuerpo, como en todos los rituales
iniciáticos de la antigüedad clásica, nos da la justa medida de las cosas, de
lo que realmente Somos... Y luego, leyendo, mejor aún, meditando las susodichas
obras, y otras muchas de semejante cariz claro está, o contemplando determinadas
obras de arte (musicales, pictóricas…) ¡¡cómo retumba algo profundísimo en tu
espíritu que se convierte en un río que fluye sin cesar!! Es algo tan impresionante…
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