He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 12 de marzo de 2014

Lo mejor es no hacerse ninguna idea acerca de nada... ni de nadie

 Llevo mucho tiempo reflexionando en profundidad sobre las ‘diferencias’ existentes entre las llamadas sociedades tradicionales y las llamadas sociedades modernas. Entre otras eminencias (porque son personas realmente excepcionales), quién me ha dado realmente la clave de este trascendental asunto ha sido un autor estadounidense de literatura científica, biólogo, fisiólogo evolucionista y biogeógrafo, Doctor por la Universidad de Cambridge. Se trata de Jared Mason Diamond, sabio de 76 años, conocido sobre todo por su libro ganador del premio Pulitzer “Armas, gérmenes y acero” (Guns, Germs and Steel. 1997), aunque es un prolífico autor de otras muchas obras. Pues bien, la última obra que ha escrito este auténtico genio me ha impactado muy fuertemente. Se trata de ‘El mundo hasta ayer’ (Debate, 2013), una inmersión en las sociedades tradicionales, especialmente en las que aún sobreviven en la isla de Nueva Guinea, donde Diamond ha viajado regularmente desde hace 50 años para conocer los secretos de las tribus.

Lo que voy a presentar ahora no es un extracto de esta última obra, que aconsejo vivamente leer, pero sí de una entrevista reciente que se le realiza, y podremos ver qué respuestas más buenas da este autor, llenas de mesura, de equilibrio, de sabiduría, hablado desde la experiencia, y que, a mi juicio, han de ser muy tenidas en cuenta (las negritas son mías). Aseguro que merece la pena leer este extracto que aquí traigo de esta entrevista.

“… -¿En qué áreas nos pueden enseñar más las sociedades tradicionales?

- En todos los ámbitos de la actividad humana porque las miles de sociedades tradicionales son como miles de experimentos de cómo se pueden llevar una sociedad. Ellos hacen las mismas cosas que nosotros, tienen hijos, los educan, comen, envejecen, enferman, se enamoran, hablan, discuten, tienen una religión y finalmente mueren, como todos. Nuestra sociedad es más fuerte, tenemos tecnología y armas avanzadas, ellos no tienen eso. Pero el hecho de que nuestras armas sean más grandes que las suyas no significa que nosotros sepamos mejor cómo educar a nuestros hijos. Nosotros podemos aprender de ellos en todos los aspectos de la vida humana. Personalmente, los que más me han influido a mí son: cómo educan a sus hijos, cómo abordan la vejez, cómo se mantienen sanos, cómo están en alerta ante el peligro, cómo aprenden idiomas y cómo resuelven sus conflictos.

-¿Y en qué aspectos nuestra sociedad es más fuerte que una sociedad tradicional?

-En las sociedades tradicionales, mucha gente pasa hambre. Nosotros tenemos más seguridad alimentaria (yo sé que voy a comer tres veces al día) porque acumulamos más alimentos y los obtenemos de superficies más amplias. Más ventajas: normalmente no morimos de enfermedades infeccionas porque tenemos médicos. La vida es menos peligrosa para nosotros, no debemos preocuparnos del hambre, de árboles que nos puedan caer encima, de las guerras tribales. Somos más ricos materialmente y eso significa que, por ejemplo, podemos coger un avión y recorrer 9.000 kilómetros, mientras el guineano medio nunca en su vida viajará 10 kilómetros más allá de su aldea. Tenemos más posibilidades de viajar y tenemos vidas más largas. Quizá esa es la razón por la que yo vivo en EE UU y visito Nueva Guinea y no al revés (risas).

-¿Usted cree que un miembro de la tribu Dani de Nueva Guinea, si pudiera, se cambiaría por un occidental y saldría ganando?

-Es una pregunta compleja e interesante. Los nuevaguineanos ven inmediatamente las ventajas materiales que tiene la vida occidental. En una zona donde la pluviometría puede ser de más de 700 centímetros anuales, entienden que tener un paraguas está muy bien. También ven lo ventajoso de un cuchillo de metal y no de piedra. Aprecian que la medicina puede curar y también se dan cuenta de que la existencia de un estado previene la guerra. Además, observan las ventajas de la ropa en lugar de estar expuestos al sol desnudos y consideran que tener escuelas para enviar a sus hijos es algo bueno. Ahora bien, también reconocen las desventajas. En su pueblo, viven rodeados de sus familiares y sus amigos y descubren que si viven fuera, se sienten solos, no tienen a su gente, que les protege y les entiende. Por eso, muy pocos nuevaguineanos se van de Guinea de forma permanente. La mujer a la que dedico el libro es una nuevaguineana de las Tierras Altas que fue embajadora de Papua Nueva Guinea en EE UU. La conozco desde hace 25 años y siempre ha tenido dudas sobre dónde vivir. Hay cosas que le gustan de EE UU, como por ejemplo, sentarse en una cafetería en Washington y ver que nadie viene a molestarla, que nadie le dice: ‘Ayúdame con mis problemas, soy pariente tuyo, consígueme un trabajo’. Le gusta el anonimato, pero ese anonimato tiene un precio: no tienes a tus amigos y parientes cuando los necesitas. No hay ninguna sociedad que sea mejor en todos sus ámbitos. Sí, tenemos muchas cosas, pero en muchos aspectos, ellos educan mejor a sus hijos, resuelven mejor sus problemas y cuidan más a sus mayores.

-Su obra en general, y en concreto, este último libro, ‘El mundo hasta ayer’, ha recibido críticas de los dos extremos. Desde algunos sectores le acusan de favorecer la teoría rousseauniana del ‘buen salvaje’. ¿La promueve usted?

-Por supuesto que no. Hay dos extremos para analizar las culturas tradicionales. El buen salvaje de Rousseau dice que ellos son buenísimos y nosotros malvadísimos, y el otro extremo, que dice que son malísimos y hay que exterminarlos. Yo estoy en el centro y cualquier persona que esté en el centro será atacado por los locos, por los extremistas de ambos lados. Tras leer este libro hay gente que me dice: “Por qué los defiendes, son bárbaros”. Y otros, en cambio, argumentan: “No, son muy buenos, conviven con la naturaleza, y has escrito que hacen cosas malas”. Lo que no se puede negar es que hay conflictos en estas sociedades. ¿Eso nos tiene que sorprender? No. ¡Son personas! A mí me critican los idiotas de ambos extremos, y eso me convence de que yo, en el centro tengo razón.

-En esta segunda línea de críticas, la asociación Survival International, fundada para proteger a los indígenas, le critica por decir que la creación de los gobiernos lleva la paz a las sociedades tradiciones.

-Hay muchos datos empíricos que apoyan la afirmación de que los gobiernos traen paz. Muchos expertos han estudiado las tasas de violencia entre las sociedades tradicionales y las que tienen estado. Como promedio, las tasas de violencia, el porcentaje de personas que muere por actos violentos, son superiores en las sociedades tradicionales que en las que tienen gobierno. La conclusión no sorprende tanto. Porque el estado es quien declara la guerra y firma los tratados de paz. Por eso no hay guerra constantemente. Survival dice que mis libros son peligrosos, pero ellos son los peligrosos. Ellos defienden a las tribus con el argumento de que son gente muy buena y muy pacífica. Pero no es así. Hay que defenderlos porque son personas. Si se les defiende argumentando que son pacíficos, cualquier se dará cuenta de que no son gente pacífica y pensar que eso les puede dar derecho a deshacerse de ellos porque no son pacíficos. La razón por la cual no hay que matar, por ejemplo, a los indios brasileños es la misma por la que no hay que matar a nadie, absolutamente a nadie.

-¿Qué es lo más urgente que deberíamos hacer por nuestro mundo?

-Para empezar, no hacernos esa pregunta. ¡Esa pregunta es el primer gran error! Es como cuando un matrimonio en crisis pregunta qué es lo más urgente que hay que hacer para salvar la relación. Cuando hacen esa pregunta, yo tengo clarísimo que se van a separar. La respuesta es que no hay solo una cosa que hacer, hay muchas: el dinero, los hijos, el sexo, la relación con los familiares… Con el mundo pasa igual: tenemos problemas de falta de agua, de sobreexplotación pesquera, de cambio climático… Son muchas cosas las que hay que hacer con la misma urgencia, pero por supuesto, falta voluntad política. En EE UU principalmente, pero también en Europa…”

Hasta aquí  la entrevista. Como se puede comprobar, las palabras de Diamond no tienen desperdicio, y me retrotraen a aquello tan absolutamente cierto que escribió en una ocasión Osho: “Los cristianos son millones, los hindúes son millones, los budistas son millones, los musulmanes son millones, pero la gente espiritual es muy poca. Puedes contarla con tus dedos. - Pertenecer a alguna religión o tradición no implica ser espiritual. Ser espiritual es dar el salto con profunda confianza e inocencia [...] Porque una vez ves las cosas como son, todo desaparece. Una vez eres capaz de ver las cosas como son, sólo permanece lo Uno. Los millones de formas desaparecen en lo Uno: Lo sin-forma...”

Hasta aquí Osho. Lo relativo al hecho de que la gente verdaderamente espiritual, los buscadores íntegros, se pueden contar con los dedos de la mano, me lo he vivido en mil y un lugares. Por eso, lo de menos es el camino recorrido, la etiqueta, el nombre, la forma... Lo esencial en el ser humano es el corazón, lo que te transmita desde su más profundo centro, no lo que diga de sí mismo en cuanto a denominación religiosa (o cualquier otra definición personal) o lo que digan los demás, sea como sea cómo lo califiquen. El nombre, el título, lo de las ‘sociedades tradicionales’ o ‘sociedades modernas’ es tan solo morralla. Esas ‘diferencias’, que no son tales, ya no me dicen nada, esto es otra cosa que he aprendido en estos últimos años. El mayor peligro en la Vía es apegarse a lo que uno cree, a lo que uno sabe, a lo que uno cree que sabe. Esto nos lleva a confundir el paisaje de las zonas fronterizas con los paisajes de la Vía en todas sus profundidades.

Lo mejor es no hacerse ninguna idea acerca de nada… ni de nadie. Lo mejor es generar una apertura interior, un estado de disponibilidad permanente que nos permita abrir los ojos, penetrar en cada circunstancia, en cada instante. La Realidad no es estática, no es fija, es pulsátil y fluctuante. Es un océano que continuamente está generando nuevas olas, nuevas percepciones, nuevas visiones, nuevos hechos, nuevas variables… No podemos decir “¡ah, ya sé!” El conocimiento que podamos obtener acerca de la Realidad es como un puñado de arena que apresamos entre los dedos de nuestras manos…

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