Siempre he pensado que la música que nos gusta puede decir muchísimo más de nosotros que cualquier descripción que hagamos de nosotros mismos. Hay melodías en las que me diluyo, y que, precisamente por ello me expresan. Una de ellas es el Locus iste del compositor austriaco Antón Bruckner. Tengo la convicción de que se emocionaba y rezaba componiendo. En verdad, cuando alguien cree con sinceridad y sentido, transmite el Misterio y anima la fe del que lo escucha. Bruckner es un ejemplo notable de esto. El caso es que en una ocasión en la que visité la Abadía de Montserrat, nada más entrar en la iglesia aledaña al monasterio, había un coro cantando justamente el ‘Locus iste’. Recuerdo muy bien que allí sentado, en éxtasis, rompí a llorar de pura emoción. Ésta era la música que escuché…
Hemos llegado a un punto de inflexión en el cual lo que no esté aderezado con una Energía vibracional elevada, nos es indiferente. Esto es así porque nuestra vida se realiza en el Espíritu. Formamos una unidad. Desde la mañana a la noche, todos los seres de luz hacemos las cosas unidos porque no existen las distancias, el espacio es un espejismo, una ilusión que parcela nuestro universo holográfico, separando tan solo a aquellos que no quieren ver la Realidad, que es casi todo el mundo... Para evitar el vivir instalados en la inautenticidad, nosotros vivimos en el Amor, siendo sencillos, siempre generosos, sin buscar cosas extraordinarias. Luego, nos hacemos pequeñitos, dejándonos llevar como un niño en los brazos de su madre por el Espíritu que es nuestro Todo…
¡El Espíritu nos quiere tan puros! Tenemos sin duda que dejarnos transformar en su misma imagen. Hay que hacerlo con toda sencillez, amando constantemente con aquel amor que establece la unidad entre las personas que se aman. Quiero vivir solamente de amor. Es mi vocación. Por la mañana, me despierto en el Amor. Paso el día entregado al Amor, obrando en todo sin pensar en nada, siendo solo Su mirada... Procuro darme siempre de la forma que el Espíritu me va dictando en ese espacio de luz que unos pocos seres privilegiados conocemos. Y al fin, cuando llega la noche, después de un diálogo de amor que no se ha interrumpido en mi corazón, me duermo en el Amor… En esta singladura, descubro obviamente mis deficiencias. Pues bien, se las entrego al Amor también. Es un fuego que consume todo que no es Suyo...
Hace unos tres años, asistí a un breve Retiro Espiritual en un convento de benedictinos (la misma Orden que los monjes que habitan la Abadía de Montserrat). Confieso que nunca he encontrado más autenticidad que entre aquellos monjes que conocí, los cuales estaban siempre sonriendo, comían frugalmente, trabajaban la huerta, rezaban en sus celdas y cantaban a Dios. Y diré algo más que es realmente esencial: aquellos monjes eran realmente felices porque no tenían nada más que a Dios, porque habían erradicado la ambición de sus corazones. Vivían sin ansiedad, sin miedos y sin prisas. En aquellos días de Retiro, entre las oraciones y el silencio, tuve la fugaz sensación de que podía atrapar el sentido de las cosas, fue algo maravilloso… En verdad, los hombres y mujeres que se dedican a la vida contemplativa han hecho de sus existencias un canto de alabanza al Espíritu y una ofrenda a favor de todos los seres humanos. Tenemos que dar gracias porque están ahí, no cabe duda de ello. Ahora comprendo porqué Ernst Jünger decía que ellos/as sostienen el mundo…
Conocí a personas sin miedo al silencio, que de verdad habían renunciado a lo transitorio por lo permanente, a lo temporal por lo eterno... Son la parte del mundo que no se ve, que no se oye, pero que aporta lo más sabroso de la experiencia espiritual: estar y vivir con y en el Espíritu. Al conversar con ellos, descubrí que su inmensa y contagiosa paz no era el resultado de la falta de problemas o de la despreocupación por todo lo que ocurre en el mundo; la vida contemplativa no es una huida del mundo, todo lo contrario, es llegar al corazón de ese mundo para llenarlo del Espíritu, que ellos llaman Dios. Los contemplativos están en el mundo desde Dios, éste es el secreto. Sí, y en cierto modo estas personas, con sus vidas, son una gran provocación en medio del mundo del ruido y de la prisa, lo sabemos bien. En el silencio, haciendo del tiempo un horizonte de eternidad, anuncian lo que verdaderamente es importante, lo único importante: el Amor. – Por eso, los seres contemplativos siempre están riendo, porque llevan el cielo en sus almas. Y no me cabe duda, después de conocerlos, que estos seres contemplativos son expertos en humanidad porque son expertos en la vida íntima de Dios. De ahí que penetren hasta lo más hondo del espíritu humano, a mí es que me ‘radiografiaron’ perfectamente... Y me dieron unos consejos maravillosos, siendo el mayor de ellos su propia vida sencilla y pura.
Pero no deseo dejarlo todo aquí. Quiero compartir algo muy importante, que considero incluso esencial… Lo que más me sorprendió de esta experiencia, la cual sea dicho de paso me quitó muchos prejuicios respecto a la vida monacal, es comprobar, contra lo que esperaba, el espíritu no utilitario e impráctico de estas vidas contemplativas. Me impactó primeramente observar que estos monjes, aun perteneciendo a una religión soteriológica, vivían y actuaban con naturalidad y sin objetivo alguno. ¡Ni siquiera esperaban la salvación, no esperaban nada! Una de las personas que me acompañaban en el Retiro, un joven que estaba pasando por un discernimiento vocacional, le preguntó a uno de los monjes que “para qué servía” ser monje, a lo que el monje le respondió que ‘no servía para nada’. “Si no sirve para nada, mejor lo dejo”, fue la respuesta bisoña del joven. Pero claro, la cuestión es más profunda realmente: ¿qué hay que sirva para nada? Lo que parece una “ventaja” no lo es en realidad. La ventaja de la enseñanza de ser monje o de llevar una ‘vida espiritual’ en que no hay ninguna ventaja.
En puridad, todas las religiones en sus versiones exotéricas (que son las que siguen las masas), como las ideologías que son sus hijas bastardas, como cualquier labor que se ejerza en este mundo que hoy conocemos, ofrecen recompensas. Sólo una vida puramente contemplativa no ofrece ninguna. Las personas que viven bajo la ilusión de Matrix y que se consideran llenas de méritos y dignas de ser recompensadas llaman a esto nuestro “locura”… No han descubierto aún que, en realidad, se haga lo que se haga o se deje de hacer, toda nuestra vida no reporta nada al fin y al cabo. Como decía magistralmente Jesús el Cristo “¿acaso puedes añadirle un codo a tu estatura?”. Lo que Hay no conoce aumento ni disminución. No puedes añadirle ni quitarle nada al Todo… Por eso también, el gran patriarca zen Bodhidharma respondía enigmáticamente a cada pregunta del Emperador sobre las obras que éste hacía en favor del budismo, diciéndole “ningún mérito”, lo que desconcertó a aquél sobremanera y le enfureció...
Si lo pensamos a fondo, ¿qué puede haber más ruin que una persona que ante todo lo que hace siempre pregunta qué va a ganar con ello? Por eso, todos los grandes Maestros, que han estado siempre por encima de lo que se considera ‘utilitario’, han evitado buscar el aplauso por lo que no merece ningún aplauso. Yo me pasé gran parte de mi vida tratando de ganarme la admiración de los demás, ¿y qué? Cuando hoy pienso en ello lamento profundamente la energía perdida en semejante empresa. Hemos de cuidarnos de la admiración de nuestros congéneres. Lo que la gente elogia o vitupera no tiene ningún valor…
En puridad, nada nos pertenece y precisamente por eso hemos de tratarlo todo con el mayor respeto. Vivir como un ser contemplativo significa tener respeto y consideración por todas y cada una de las cosas. Es lo que hacen también los monjes, considerados como “parásitos” por una sociedad enloquecida con la obsesión de la productividad, el ruido y el consumo. Lo importante es que, seamos lo que seamos, no estemos metidos en la rueda de los locos. No es posible volver atrás…
Mirad, hermanos y hermanas seres de luz, yo me considero un contemplativo en medio del mundo, y, como tal, no albergo la menor esperanza respecto a nada. La gente vive en sus fantasías. Primero se fabrican una idea, luego la agarran con fuerza y empiezan a pelearse por ella, entrando todo a formar parte del gran teatro. Una persona como yo vive ya en paz y no trata de llegar a cualquier precio a un pesebre en el que, de todos modos, no hay nada que comer. No trato de alcanzar nada inalcanzable. No lloro ya cuando tengo mala suerte ni tampoco me vuelvo loco cuando la suerte me sonríe. Mantengo la serenidad…
Todo lo que hacemos es gratuito. Todo lo que recibimos es gratuito. La lluvia cae gratuitamente, el sol brilla gratuitamente... – En el Evangelio, Jesús el Cristo afirma que “el sol sale igual para justos e injustos…” - El sol no nos pasa ninguna factura por su “energía solar”. ¿Cuál es el problema de que no podamos llevarnos nada a la tumba? La cuenta está saldada, ¡listo, punto final! ¿Qué tiene de grave si al final se muere uno en la cuneta como un perro callejero? ¿No murieron así genios como Poe o Tolstoi? Como decía el propio Poe: “Todos tratan de añadirle algo a la vida humana. Ahí está su error. Qué sorpresa se llevará la gente cuando compruebe que al final nada sirve para nada. Reconocerán su error de golpe, como un mudo que le echa el diente a un fruto amargo…”
Al hablar ahora sobre la muerte, no puedo dejar de mencionar el hecho de que todos los seres contemplativos han tenido la sana y buena costumbre de pasar un tiempo en los cementerios, hábito nada morboso, sino bien al contrario, lo hacen con el fin único de meditar. Hace pocos días, yo mismo visité el cementerio de mi ciudad y paseé por él durante bastantes horas. Tranquilamente, miré las tumbas ajenas. Leí los epitafios. Imaginé cómo fueron las vidas de todas aquellas personas... Fue un paseo sereno, en el que observé las flores marchitas, y respiré las ausencias, escuchando a lo lejos, el lloro de la gente o la paz que emanaban… Cuando regresé a mi casa, me detuve ante un espejo y observé que hay una muerte enfrente de mí, enfrente de todos, pero que no le tenía miedo a esa muerte, a ese espectro. El miedo es no saber vivir y no cumplir el camino que nos ha sido dado… Sabemos que diariamente se anuncia la muerte cuando podría anunciarse la vida. Como globos elevándose por toda la ciudad. Como el toque de las campanas sin cesar. Como estrellas al atardecer... Por eso, tras mirarme al espejo, me dije a mí mismo, como en una especie de juramento: ningún periódico anunciará mi muerte. Serán las hojas de mis árboles las que anuncien mi vuelo…
Sí, y también me dije que nunca debía olvidar que cada día es un nuevo nacimiento. ¡Tengo vida! Y quiero que todos tengan vida en abundancia. Mientras tanto, mientras la sangre corre por las venas con la misma velocidad del tiempo, puede que cada día sea un epitafio, mas no importa, ahora sé que lo esencial es amar… Y no tener miedo al silencio...