He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

martes, 1 de noviembre de 2011

El Camino del Guerrero. Mi experiencia personal

No hay nada que me plazca tanto como compartir toda la belleza que se ha creado en la historia de la música para los corazones amantes. El poema musical más bello que se haya compuesto jamás sobre el Amor es, sin lugar a dudas, el celebérrimo “Tristán e Isolda” de Richard Wagner. He aquí, dentro de esta ópera, un magistral dúo de amor cuyo título es muy sugerente: noche de amor – liebesnacht… - En su acción, el amor y la muerte son fieles a una hermandad honda…


“La señal es clara, tan nítida como el cristal… Tu existencia no puede seguir avanzando lentamente, sino que tiene que dar un giro radical. Debes seguir YA el camino del guerrero…” Así me habló mi Maestro hace largos años. Y esto -hasta donde me acuerdo- le contesté: “En el caso de decidirme, de comprometerme a ello, ¿cómo lograrlo en plena modernidad sin anacronismos o fantochadas, absurdos o fanatismos? Y es más, querido Maestro, ¿a qué precio?, ¿voy a poder estar a la altura del costo que un guerrero paga siempre por serlo?, ¿voy a estar dispuesto a vivir mi condición de ser actuándola con el ejemplo o simplemente a degustarla como una talentosa pieza literaria, a saborearla como una bonita interpretación artística…?” Mi Maestro, con su habitual honestidad, me dijo: “He aquí el dilema que se te plantea: ser o no ser. En una palabra: ¿quieres ser un guerrero o un intelectual?, ¿pretendes concebir tu vida como ascenso o como el que se divierte con juegos diletantes e irresponsables? En esta opción, en esta encrucijada y en su desenlace se consuma la autenticidad que supone vivir/protagonizar tu propia vida o bien verla pasar como un muerto, como un mero espectador, siendo esto último lo que has hecho hasta ahora…”

Confesaré que a partir de ese momento me puse en sus manos, me educó como a un guerrero, y mi vida cambió radicalmente. Ahora me resulta muy difícil relatar cómo se fue operando en todo mi ser esa lenta y dolorosa/gozosa transformación… ¡Ah, las palabras! He visto cómo en mí mismo me decepcionan, cómo son gérmenes lentos de una enfermedad hacia la disipación, cómo me horadan por dentro hasta el derrumbe que provocan las termitas. Las palabras no comparten, porque son partitivas.  Lo esencial es la acción por el significado trágico y limpio de ropajes que ésta tiene: el verdadero. Y la esencia de la acción es actuar en silencio

Esto lo viví plenamente en una Visión, en la cual mi cuerpo y mi espíritu elevados por el soplo del Dragón atravesaron la atmósfera, y mi ser al completo, unificado, penetró en el reino de la intangible... ¡Qué experiencia! Mi ser brillaba al sol como el acero. Se asemejaba a una espada que surca la muerte, bañado por una música angélica e inenarrable. En esa altura me di perfecta cuenta de que el espíritu y el cuerpo están unidos, totalmente ensamblados. Y entonces escuché una Voz perfectamente audible que me decía: “Mira aquí tu cuerpo. Hoy tú vienes aquí, sin quedarte atrás ni un milímetro, hasta los más elevados confines del espíritu” Y así era, ¡estaba en ese reino de luz en cuerpo y alma, mi ser entero…! Fue en ese momento cuando vi una serpiente, una enorme serpiente de nubes blancas rodeando el globo terráqueo, que se mordía la cola, moviéndose continuamente, eternamente… Entonces, súbitamente, sin previo aviso, el gigantesco anillo serpentino que resuelve todas las polaridades entró en mi cerebro y penetré –empujado por un viento enorme- en un laberinto infinito, sin fondo, en el que caía y caía pero sin miedo ni vértigo alguno. Finalmente me vi en medio del universo, en pleno centro, sin superficie donde sostenerme pero en pie y equilibrado, enhiesto y hecho luz, convertido en una llama ígnea que ardía sin parar. Vi el fuego surgir de mis manos. Y, de repente, como colofón de tan alucinante visión, miré hacia todos lados y presencié, qué maravilla, un anillo más grande que la muerte…

Era sin duda el principio de unidad, que se fijaba en el cielo resplandeciente… ¡Logré esa unidad! De hecho, resucitó en mí una lengua muerta y quedé como poseído por una locuacidad superior… Después -y es por decir algo, pues en ningún momento tuve consciencia de que se sucediera el tiempo, sólo había acontecimientos simultáneos- cayó sobre mí como un silencio imponente, enorme, primordial, vastísimo, y poco a poco, fui escuchando los latidos de mi corazón que se iban imponiendo desde dentro, adquiriendo mayor velocidad y fuerza, ¡y esos latidos sonaban como un tambor! Percibí entonces una expansión extraordinaria… las lágrimas atravesaban mi rostro… sentí un estado de gracia como no pude imaginar que fuera a experimentar jamás... Se trató claramente de una experiencia energética expansiva, una tendencia integradora de la energía, un movimiento que iba desde los límites de lo individual hasta lo universal ilimitado y todo ello acompañado por los latidos del corazón. ¡¡Era el Amor!! Sí, sí, aquello era el Amor, precisamente porque no tenía nombre, porque realmente no se puede describir, porque está más allá de todo, de la serpiente, y del anillo de muerte, y de la tierra, era el Amor expandiéndose… Un estado de unidad impresionante, una bola de fuego que iluminaba el universo y cada fenómeno que lo habita... ¡Fue una iluminación instantánea!

Tras esta elevación y sin previo aviso alguno, se me paralizó por completo el corazón, y sentí a la muerte como una entidad que entraba totalmente en mí y se adueñaba de mi vida, pero sin quitármela. Algo muy extraño, rarísimo, pero puedo asegurar que estuve muerto no sé cuánto tiempo (mucho o poco es lo mismo, pues nada sucede, todo acontece), y desde una instancia superior me veía muerto, en cuerpo y alma. Una muerte súbita y bellísima, preñada de paz, de amor y de belleza, como una entrada a un reino de maravilla… Durante ese estado de trance místico, en el que se habían anulado todas las potencias vitales y los sentidos, vislumbré el Rostro de mi Maestro Interior, situado justo frente a mí, y era Yo mismo, mi Yo más profundo, el auténtico y verdadero, sin distorsión alguna, ni joven ni viejo. Se trataba de un Rostro búdico, bañado de luz, que me sonreía y se comunicaba conmigo sin hablar, ni siquiera con el pensamiento. Todo su mensaje se centraba en su mirada, algo impresionante como nunca jamás había visto antes. Y me transmitió tantas, tantas cosas, que todavía las recordaba hasta un día después de este enorme Viaje, de esta Visión alucinante en el Reino de la Luz

El final de esta luminosa e inefable singladura, por cierto, fue de lo más placentero. Mi ser regresó a un patio de color azul, y entonces, impactadísimo aún, entré en una casa iluminada y me tumbé sobre un tatami, pues algo dentro de mí me decía que tenía que regresar pronto a ese estado de conciencia alterada que llamamos ‘vida normal’. Fue como un aterrizaje lento y armonioso. Con los ojos abiertos, y con la mirada perdida, seguí en ese estado de ensueño un tiempo. Y lo que me vino entonces no se trató de una recapitulación ni de un proceso de racionalización de lo sucedido, no, nada de eso, ¡se me estaba dando justo en ese momento un potentísimo ‘paquete de información’ procedente de mi Maestro Interior…!

Lo que voy a transmitir ahora es desde el corazón, y no ha pasado por ningún filtro del pensamiento, sino que es una evocación del Mensaje que recibí, lo más puro posible, aunque sea inevitable claro está usar de las torpes palabras… En toda mi Visión/Viaje descubrí, entre otras cosas, que la vía del guerrero es morir, que nunca la muerte es vana; que para convertirse en un Siddha, en un Ser Perfecto es necesario prepararse para la muerte mañana y tarde, durante todo el día, y no hay en esto nada mórbido… Lo hicieron muchos seres de luz en las tradiciones ancestrales… Seres que tenían una absoluta lealtad a la muerte de la que no hemos entendido nada… Vivimos, hoy en día, en una época de existencias absolutamente falsas, falseadas por un sin fin de espejismos que nos dan una apariencia de solidez sobre aquello que no es más que aire y vacío. Rara vez, en nuestro mundo occidental, nos enfrentamos a la muerte. Pero la vida humana está estructurada de tal modo que sólo si tenemos la oportunidad de mirar de frente a la muerte podemos medir nuestra auténtica fuerza y comprender el grado en que nos aferramos a la vida… El valor de una persona se revela en el momento en el que su vida se enfrenta con la muerte y nada más… Y yo me viví la muerte -bella paradoja-, lo puedo asegurar.

La victoria, la auténtica victoria en esta vida, es la reunión de los contrarios, la recomposición de lo deshecho: un sendero de paz. Por la acción guerrera, ¿de qué otro modo si no? Por eso me incliné por la vía del guerrero, con la espada en mis manos, en el dojo del amor y la muerte. Antes, y sobre todo después de la Visión que antes he descrito, descubrí en efecto que era únicamente la acción la que podía vencer mis antagonismos, una acción cuya palestra es el servicio, la donación, el olvido de sí, el no aferrarse a vivir y cuya amante profesión es el morir, como el Quijote… Porque en nuestros egoísmos y apegos a la vida se disparan y potencian los males de la dialéctica que nos astillan y desgarran. “En un lugar -se me decía en la Visión- existe un principio superior que consigue unir a los opuestos y los reconcilia. Este principio es el amor y la muerte…” En su acción, el amor y la muerte son fieles a una hermandad honda… Los obstáculos, por supuesto, existen siempre y a veces alcanzan la categoría de verdaderos gigantes que vencer. El cómo y el modo de esa victoria son las auténticas claves de nuestro triunfo o de nuestro fracaso. Y ya he señalado dónde radica uno y otro. En la integración/integridad sin fisuras o en la definitiva descomposición de nuestra compleja y variada realidad. Yo opté, claro está, por el primer camino, el de la unidad, y desde la experiencia personal. Por eso pude proceder a la rectificación de mis contradicciones a través del ejercicio y la asunción de la vía del guerrero. Desde el momento en que llevé a efecto, al reino de la acción, esta decisión, todo empezó a adquirir en mi vida los tintes propios de semejante vocación, de semejante carne… Tomé al fin las riendas de mi propia vida. Hasta entonces, como la mayoría de los hombres, soslayé mis ecuaciones internas y no sometí mi persona a examen. Pasaba la vida midiendo y radiografiando la vida de los demás, perdiendo miserablemente mi tiempo y dañando/dañándome. No había modo así de mejorar. Transcurría por el mundo con inercia. Pero, como se lee en el Hagakure, “la energía es bien, la inercia es el mal”. Y yo fui al fin directo a lo que importa. El conflicto dialéctico, la división interna, la alienación, empezó a disolverse por medio de la acción consciente. Quise hacer de mi vida un símbolo, y solo entonces comprendí de verdad porqué las últimas palabras de Carl Gustav Jung fueron “sólo los poetas me entenderán…”

Porque sin poesía y sin amor esta vía del guerrero no se puede recorrer…

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