He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

sábado, 19 de noviembre de 2011

Reivindicación de la comunidad orgánica como modelo social

Maravillosa, realmente maravillosa Arianna Savall cantando “L’Amor” de su disco da “Bella Terra”. Esta melodía nos eleva en verdad el corazón…


Una de las asignaturas más importantes que el ser humano puede aprender es que forma parte de una comunidad y que su vida y su valor, como miembro de un organismo más grande que él mismo, depende de la perspicaz libertad y de la generosa autoentrega con que coopera con los otros miembros, bajo la guía de un Relato transido de Espíritu, para llegar a un fin común. Esto requiere más que un asentimiento intelectual a una proposición abstracta. Implica vencer las resistencias interiores y acabar con esa frialdad de corazón que la terminología tradicional ha dado en llamar siempre como “voluntad propia”. La voluntad propia es simplemente la determinación de buscar nuestro bien privado prefiriéndolo al bien que es común a nosotros y a los demás. La voluntad es, por consiguiente, una voluntad “exclusiva”, que expulsa de nuestra vida a los demás, a fin de poder gozar de valores demasiado pequeños para ser compartidos por más de unos pocos, o incluso por nadie. La voluntad propia es inseparable del miedo, la ansiedad y la esclavitud espiritual.

El mecanismo de la vida comunitaria, que irrumpe constantemente en la privacidad y la exclusividad de nuestra voluntad propia, está destinado expresamente a vencer la resistencia con la que evitamos nuestra plena incorporación espiritual a la vida social de la comunidad. Sin embargo, al mismo tiempo, la vida común nunca tiene la finalidad de privar al ser humano de su verdadera libertad interior, o de violentar su personalidad, y menos aún eliminar y destruir estos supremos valores. Porque si la voluntad propia nos limita y nos encierra en una privacidad demasiado reducida para permitir el crecimiento real de la vida interior, está claro que la devoción desinteresada a una causa común es uno de los medios por los que nuestra libertad y autonomía personal se pueden desarrollar y madurar mejor. Por tanto, sería una perversión de la Vía Regia, de la Philosophia Perennis, de la Tradición imaginar que la vida en común tiene únicamente la finalidad de “quebrar” la voluntad de un ser humano y disolver su personalidad en una multitud, en una masa informe sin ningún carácter individual. Hay una enorme diferencia entre una comunidad y una multitud…

Una comunidad es un organismo cuya vida común está afinada en un tono más alto que la vida del miembro individual. Una multitud empero es una mera masa informe, inorgánica, en la que la vida colectiva es tan pequeña como el nivel de las unidades más bajas que la forman. Es la suma, en fin, de intereses egoístas y contrapuestos que han de llegar a una fórmula contractual para no despedazarse entre sí. Se trata pues de una convención social basada en la especialización, en la mentira, en la apariencia, en el provecho propio y en la astucia, y como tal destinada a destruir al ser humano. Es el resultado de la concepción liberal-burguesa de la era moderna y posmoderna. A su agonía violenta -y horrible como ella misma- estamos asistiendo hoy.

Al entrar en una comunidad irrigada y animada por el Espíritu, el individuo asume la tarea de vivir por encima de su nivel ordinario y, de este modo, perfecciona su propio ser y su existir más plenamente, esforzándose para vivir por el bien de los demás, además del suyo. La máxima comprensión se alcanza de hecho cuando se experimenta que el bien de los demás y el bien propio se retroalimentan constantemente, pues toda separación es una mera ilusión, una construcción artificial del ego. - Al descender a la multitud, el individuo pierde su personalidad y su carácter, y tal vez incluso su dignidad moral como ser humano. Por ello, la precaución que toma siempre toda persona consciente de no mezclarse con la “multitud” no implica en modo alguno un sesgo de ‘misantropía’. No hay aquí el más mínimo desprecio a la humanidad. No. Tal determinación se debe al conocimiento empírico de que la multitud está por debajo del ser humano. La multitud devora lo humano que hay en nosotros y nos aliena por completo. Por este motivo, las comunidades se suelen asentar en plena naturaleza, para cortar las comunicaciones con el mundo, evitando así la turbamulta de ondas mentales caóticas que se entrecruzan constantemente en el ambiente debido a los artefactos técnicos, pues es bien sabido que el electromagnetismo es el principal causante de la enajenación y la neurosis colectiva que nos atenaza, además de un sin fin de enfermedades.

En una comunidad ubicada en plena naturaleza no sólo no se da obviamente ese problema de turbiedad medioambiental, sino que además tampoco es posible que se dé el egoísmo inorganicista característico de la sociedad de masas, de modo que se evita también la toxicidad mental, que es la peor de todas las contaminaciones. De una comunidad orgánica se espera que todos sus miembros (en la medida de sus posibilidades) repartan sus funciones de tal modo que el trabajo se realice con alegría y como plena realización de las facultades que le son inherentes a cada persona, ya se trate de cavar en la huerta, amontonar heno, cortar leña, pelar patatas, lavar los platos o barrer el suelo… A diferencia pues de la sociedad de masas, donde todo se estructura en especialidades (fragmentaciones), la comunidad orgánica se estructura en funciones totalizadoras. Es muy importante resaltar aquí la diferencia que debe ser establecida entre “especialidad” y “función”. Así, aquel que se especializa ejerce, generalmente, una actividad que se aísla de todo en lo que debería estar integrado; sin embargo, aquel que ejerce su función la ejecuta como expresión individualizada de ese mismo todo. La función corresponde a la noción que la doctrina hindú denomina como swadharma, que representa la realización para cada ser humano de una actividad conforme a su esencia.

Sentado esto, se comprende perfectamente por ejemplo que todas las tareas ordinarias de una comunidad que vive en plena naturaleza reclamen de la colaboración de todos y cada uno de sus miembros conforme a esa cosmovisión funcional aducida. Aquí es donde se deja ver claramente además, y en la praxis cotidiana, la auténtica solidaridad, que en la sociedad de masas no es más que una abstracción. - Para terminar, me gustaría destacar el hecho de que como sociedad especializada y armónica que es, la comunidad espiritual tiene que procurar formarse cuidadosamente en una atmósfera de soledad y desprendimiento en la que las semillas de la consciencia y del amor tengan la posibilidad de echar raíces profundas y de crecer sin que las ahoguen las espinas del egoísmo o las aplasten las ruedas de la avaricia o el interés propio. Y es que no hay nada peor que arrastrar la multitud dentro de uno mismo…

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