He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

lunes, 31 de octubre de 2011

La Impecabilidad del Guerrero del Espíritu

Bella, melancólica y profunda es esta melodía titulada “Un modo de vida” y que pertenece a la banda sonora de la película “El último samurai”, compuesta por el genial Hans Zimmer. Merece la pena escucharla…


La Impecabilidad nace de dentro, es una condición, una forma de ser… Por tanto, la actitud ética del guerrero del espíritu nada tiene que ver con la moral. No hay ningún imperativo categórico que seguir, ningún mandamiento que obedecer, ninguna heteronomía que acatar. ¿Qué sentido puede tener de hecho “cultivar una virtud” o seguir una llamada que no proviene de nuestras entrañas? El cumplimiento o no cumplimiento de mandamientos, normas o prohibiciones, es cosa de ‘plebeyos’ (como diría Nietzsche) y forma parte de una dualidad que es totalmente ajena al guerrero, el cual no hace más que actuar conforme a lo que le dicta el Espíritu en el hondón de su ser, en su centro. No hay separación, no hay un decir y un hacer, una teoría y una práctica, una reflexión a la que siga una acción, porque este movimiento indicaría ya de por sí una doblez de la que es incapaz un espíritu heroico el cual es comparable a un rayo que no cesa, a un eje eterno que se pierde en el infinito. Por esto, y evocando de nuevo al solitario de Sils María podría decirse que el guerrero, el hiperbóreo no tiene más lema vital que éste: “un sí, un no, una línea recta, una meta…”

El guerrero no sigue la ley dictada por otros, ni siquiera “su” propia ley. Él conoce la Ley del Universo, el Dharma, y simplemente se ajusta a ella, formando así y constituyéndose en una parte armoniosa del cosmos con el que está alineado totalmente. Hace pues en sí la perfecta simbiosis con los elementos, con los astros, con la tierra, con el todo, creando alianzas con todos los seres vivientes. Su comportamiento es ético porque no puede ser de otro modo, porque no tiene elección. Cuando se puede elegir es que se está instalado en la dualidad, ergo en la inautenticidad. Y elegir es lo que hacen tanto los que cumplen las normas como quienes las incumplen. Los cumplidores son los “camellos”, esto es, el hombre-masa que, alienado, cargado con el peso de mil trastos inútiles (pensamientos, opiniones, prejuicios, imágenes estereotipadas, tópicos sin fin…) acata las leyes porque no le queda más remedio, ya sea porque no tiene fuerza para incumplirlas o porque se resigna a ellas. En cualquier caso, se sabe ‘observado’ y teme las consecuencias que tendría una rebelión personal contra las normas sociales. El hombre-masa es el eterno burgués que ‘sostiene’ la organización del mundo en base a leyes, normas y reglamentos, que él mismo elabora y acata.

Como todos los seres, los “camellos” cumplen una función -sobre todo organizadora- dentro de la mente universal. Son seres poco evolucionados espiritualmente, pero necesarios, porque no debemos olvidar que todo en el universo está bien como está.

El otro extremo de la dualidad, el que incumple las normas y desobedece las leyes, está constituido por los “leones”, que rugen y se rebelan contra todos los sistemas establecidos. Creyéndose prometeos vivientes, ya sean artistas, intelectuales, bohemios o guerrilleros, se caracterizan todos sin excepción por poseer un gran ego. Porque es necesario tener un ego individual muy fuerte para desgajarse deliberada y firmemente del ego colectivo de los “camellos”. Los “leones” son seres fuertemente individualistas e inconformistas, que se saltan las leyes y la moral, y que sin darse cuenta, como sucede con los ‘grupos antisistema’, sirven de sostén y justificación de todas aquellas estructuras que se arrogan combatir. Son la otra cara de una misma moneda, tratándose pues del complemento necesario de cualquier sistema, su sombra, hasta el punto de que sin una sociedad de camellos los leones sencillamente no sobrevivirían. En definitiva, hombre-masa y hombre-revolucionario se necesitan mutuamente y coexisten a lo largo y ancho del tiempo. El primero cumple las leyes, el segundo las incumple, pero la existencia de ambos se constela y orbita alrededor de los mismos relatos y las mismas normas establecidas sin saber mirar más allá de ellas…

Pero hay otra mirada… La metamorfosis auténtica acaece de hecho cuando, trascendiendo la dualidad fenoménica, el ser humano atraviesa los velos de la ilusión y da un salto cuántico hacia el abismo saliéndose de la rueda de los locos, del círculo vicioso del samsara… Y para esto no cabe duda de que hace falta mucho valor, de ahí esa imagen-arquetipo tan adecuada que es la del ‘guerrero del espíritu’, porque sólo un guerrero guiado por el Espíritu es capaz de trascender la dualidad y transformarse en… Niño (el puer aeternus de los gnósticos). Entonces ya no se doblega como el “camello”, ni se rebela como el “león”, sino que acepta como el niño, con una mirada nueva, la mirada de la inocencia, y se dibuja en su rostro una sonrisa perfecta. La sonrisa de los inmortales, sí, la sonrisa de Leonardo, de Goethe, de Mozart, de Teresa de Lisieux…, la sonrisa de aquellos que han comprendido…

El guerrero que ha alcanzado las cimas del Espíritu tiene una actitud impecable porque está instalado en la atención consciente. Aquí no tiene además elección, porque en la cúspide ya no hay caminos. ¿Qué tiene que ver la atención consciente con la no elección? Lo explico mejor con las palabras insuperables de Krishnamurti: “Darse cuenta sin elegir es atención. No atención ‘cultivada’, un ‘¡debo atender!’, sino el empezar a darse cuenta de los árboles, las aves, las montañas, la luz que baña las nubes, el atardecer, el resplandor de la luna. Es observar, observar. Darse cuenta de todo esto y de la reacción de cada uno hacia ello, sin responder, sin elegir. ‘Esto me gusta. Aquello no. Esto es mío, esto de usted’. Simplemente darse cuenta, sin elección. Y de ello nace la atención….”

Quien se hace enteramente consciente conoce que el mundo es un holograma perfecto, y que en un universo implicado no hay separación, todo está absolutamente interrelacionado. De ahí su inmenso respeto a todas las criaturas, y a la naturaleza toda, en la que jamás interfiere para no dañar su inefable armonía. - Frente a la falta de buen gusto del mundo moderno, hallamos aquí, como recuerdo de otro mundo más bello y más libre, la cortesía y lo cortés. La cortesía, tiene su origen en la palabra Corte y se refiere al acompañamiento del Soberano. Y únicamente es Soberano quien es dueño de sí mismo. Por eso, nadie hay más soberano, hoy y siempre, que el Guerrero del Espíritu… Los templarios tenían un lema maravilloso sobre este respecto: Vincit qui se vincit… Vence quien se vence a sí mismo…

La cortesía -en la que quiero incidir- incluye la urbanidad (respeto, reglas y normas que han sido elaboradas consuetudinariamente y que rigen el trato social). Pero sobre todo cortesía implica integridad personal, comedimiento, impecabilidad. El hablar cortés es ingenioso, fino, de buen gusto, como el amor cortés de los trovadores occitanos. Elegancia discreta y austera, gracia interior. El espíritu se manifiesta libre de aspectos burdos y vulgares cuando se han vencido y exterminado los aspectos simiescos.

Pareciera ser algo que pudiera estar al alcance de cualquiera con sólo proponérselo, o con sólo aparentarlo... pero lo cierto es que no es así. La cortesía es algo íntegro que emana desde el corazón, del interior de la misma persona: algo que se es: “ser o no ser”. Y esta integridad, como la misma palabra indica, es total y no sólo una faceta de la persona; es un principio que determina la persona totalmente. No puede aparentarse (únicamente los incautos ven sólo las apariencias). Tampoco puede alcanzarse fácilmente. Hay personas que, por su naturaleza, están más cerca del “Principio”, pero como bien saben los guerreros del espíritu, sin esfuerzo e iniciación jamás se alcanza la reintegración de la personalidad…

La capacidad de hablar bien (que forma parte de la cortesía) es el camino más directo del guerrero hacia la distinción. Esta capacidad es, de hecho, la que destaca a un ser humano y le hace sobresalir entre la multitud. Importante es por tanto saber hacer un uso correcto de la voz: cuidar la claridad y la entonación. Antes de tratar de transmitir a alguien un conjunto de ideas, debe tenerse también muy claro el mensaje. El sentido del discurso, lo que hay que transmitir, debe estar delimitado con la máxima exactitud. Los gestos acompañan a las palabras, reafirmándolas y dándoles nuevos matices que enriquecen su significado. Ahora bien, conviene no abusar de la gesticulación, a no ser que estemos utilizando ‘mudras’ (gestos de poder), y aun de éstos es mejor no abusar.

En definitiva, el Guerrero del Espíritu gracias a su visión holística del Universo sabe mejor que nadie que Todo está interrelacionado entre sí y actúa en consecuencia. Como muestra, un botón… Todos sabemos o hemos oído hablar -y viene bien recordarlos en estos días tan proclives a reflexionar sobre la muerte- acerca de los samurais, la antigua casta guerrera del Japón con su Código de Honor y su espíritu marcial... La guerra era el espíritu de la vida cotidiano del samurai, pudiendo enfrentar a la muerte como una diaria rutina. El significado de vida y muerte por la espada era reflejado en la conducta diaria de los japoneses de la época feudal, y aquél que alcanzaba la aceptación resoluta de la muerte en cualquier momento de la vida diaria era un maestro de la espada y un guerrero del espíritu… - En gran medida, aquí en Europa, la filosofía expuesta por Nietzsche es muy similar también al espíritu samurai. Decía el gran pensador alemán: “Quien se realiza enteramente muere de su muerte, victorioso, triunfante, rodeado de los que esperan y prometen. ¡Así debiera aprenderse a morir! Se debe morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo (…) Ya en el mundo antiguo se conocía la máxima que comparaba la vida a una batalla, y en Roma se luchaba con tanto más denuedo cuanto que no sentían la traba de las consideraciones morales. Aquellos hombres vivían más intensamente que nosotros, y, en vigorosa concepción del destino, la muerte no era un daño tan terrible como hoy lo parece…”

Esto lo llevó a cabo total y absolutamente, en Japón, un gran escritor que fue realmente “el último samurai”: Yukio Mishima (1925-1970). En un gesto de angustia nos refiere el gran escritor nipón: “He decidido sacrificarme por las viejas y hermosas tradiciones del Japón, que desaparecen velozmente día a día, fiel a códigos de lealtad y honor existentes en esta milenaria cultura”. Extractando una frase de ‘Hagakuré’ de Jucho Yamamoto, su precursor literario, dijo también Mishima: ­ “En la muerte, entre dos caminos hay que elegir aquel que se muera más deprisa. La muerte jamás es un deshonor. Nunca es vana. La profesión de samurai es el misterio de la muerte, que adquiere como la manera más bella de morir, con dignidad, haciendo eco a la unidad eterna de los polos”. “Tal vez es la muerte el momento supremo y único de la perfección. Qué pena cuando la vida se vuelve indigna y el mundo escoge la infamia como modo de vida, coronándola como buena y ‘santa’…” Es tal vez ahí cuando Mishima perpetúa su vida, como un ejemplo, como un arquetipo de pureza. “Cuando se pierde el honor, es un alivio morir, la muerte no es sino un retiro seguro de la infamia” (Código samurai). “Necesitaba morir y morir bien, morir como un poeta con el cuerpo y las concepciones viriles de un héroe” (Mishima).

Esta heroica concepción de la existencia también se dio en su día en Occidente. Así, por ejemplo sucedió con los vikingos, que consideraban como un deshonor y una vergüenza terrible el morir ancianos y postrados en un catre. No se dieron apenas casos. Casi todos morían en la batalla, al grito de Odín, o se daban muerte tirándose por precipicios cuando percibían la decadencia del cuerpo. Hoy, empero, y en todas partes, todos nos sobrevivimos y no morimos más que para cumplir una formalidad inútil. Es como si nuestra vida no se atarease más que en aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella. Vivir bellamente y morir de manera hermosa realizan la gran muerte. Como dijera el gran poeta alemán R. M. Rilke: “No deseo morir como un número, en hospitales, en masa, anónimo, con una vida triste y aburrida, una muerte que te viene, sin prepararla, sin diseñarla”.

Como buen guerrero, la muerte significaba para el mentado Mishima (fiel al espíritu samurai) un asunto de honor, creyendo como los antiguos griegos que “la muerte noble, temprana y violenta es un signo de predilección de los dioses”. Eran hombres de otro temple…

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