Canciones de un mundo aparte… de Levon Minassian y Armand Amar…
La arte noble y marcial del Kendo, como el Kyudo o el Aikido, no tienen como fin el cuerpo, sino que éste es el medio (y como tal ha de estar tonificado y fuerte, bello y proporcionado) para que fluyan las energías espirituales. Mens sana in corpore sano. No puede ser de otro modo. El cuerpo armonizado con el universo se convierte en “fuerza” y “forma”; y al elevarse su energía, ya está haciendo sus paces con el sol y se está emparentando con el acero. ¡Sí, así es el regio camino del guerrero! Cuando se avanza en esta Vía, se adquiere una nueva Visión y se establece una Alianza con el cosmos, aprehendiendo de verdad porqué los grandes Maestros de Oriente hablaban del “cuerpo de luz” y del “cuerpo diamantino”. Como podemos observar, no sólo no omitían al cuerpo, sino que incluso lo anteponían. Esto tiene una simple y a la vez trascendental explicación. En el seno de todas las concepciones tradicionales primigenias, o aún no contaminadas, nunca se hablaba de “cuerpo” y “espíritu” como de dos cosas distintas o antagónicas, sino de un ser único. De ahí que en cada iniciación (muerte y renacimiento) cuerpo y espíritu vayan siempre juntos, no desligados, de modo que mueren “ambos” y renacen “ambos”, siempre a la vez…
Por esto, en puridad, la reencarnación como tal no existe, pues no hay alma que vague por un montón de cuerpos, esto es algo absurdo y sin sentido. Por ello Buda -que ni siquiera concebía la existencia de un alma- jamás habló de la reencarnación, ni Mahavira, ni Jesús, ni Muhammad, ni ningún Gran Maestro de la Humanidad. Con la reencarnación, no lo olvidemos, queda sancionada la separación de cuerpo y espíritu. Por eso, ¡qué curioso!, los más acérrimos defensores de la reencarnación han sido históricamente los maniqueos y los gnósticos, esto es, todos aquellos movimientos seudoespirituales que se han empecinado en dividir -siempre dividir, la dialéctica separadora- el mundo en “buenos” y “malos”, en “luces” y “sombras”, en “santos” y “demonios”… No hay ni dentro ni afuera. Todo es Uno.
Por ello, todos los guerreros del espíritu, todos los peregrinos, consideran que la vida es una escala de acciones iniciáticas, las cuales han de ir traspasándose. Al hacerlo, no sólo se ven renacer en “espíritu” sino también en “cuerpo”. Sí, así es. Morimos enteramente y renacemos enteramente. No reencarnamos, sino que resucitamos en cuerpo y espíritu. ¡Y el enigma queda entonces resuelto! Sólo el amor y la muerte unen cuerpo y espíritu; de hecho es el cruce -en la prueba límite- donde ambos se encuentran más juntos que nunca…
¿Somos realmente conscientes de la naturaleza inmensa de esta auténtica Revelación? Veamos… Si el espíritu asciende solo, el principio unificante rechaza mostrarse, lo cual es lo peor que puede ocurrirle a un caminante, a un peregrino de la eternidad. Que el espíritu ascienda y trascienda solo, en las regiones de lo supremo e inefable, dejando atrás u olvidado el cuerpo, es algo tan inadmisible como absurdo. De hecho, esta división, esta dicotomía dialéctica, es la que devora al mundo. En la versión actual de este sistema mental humano, ahí tenemos claramente las dos partes enfrentadas hoy por hoy: el espiritualismo de corte gnóstico, representado por el fundamentalismo talibán de toda laya (que se da dentro de todas las religiones), para quien el cuerpo es la cárcel del alma -‘soma sema’- y el espíritu sólo está bien cuando se presenta desligado de la carne o del mundo; y, por otro lado, el materialismo que ha decretado la ausencia del espíritu - o de lo sagrado - en todos los rincones de la vida, desde la política hasta los genes, y que está en pleno hundimiento como sistema pese a sus guerras y depredaciones…
Nosotros, los inmortales, no rechazamos la materia ni el espíritu, porque todo, la totalidad, está bien y el universo y todo lo que lo contiene es como es y no puede ser de otro modo. Por todo ello, mi Obra se ciñe ahora en comunicar –a través del ki, de la energía vital- a la carne la trascendencia necesaria, busco transferir al mundo del cuerpo lo que éste ya tenía en el mundo del espíritu. Esto es: su perfección, su incorruptibilidad, su presencia volátil, su inefabilidad, su materia inmaterial, su lugar sin espacio, en suma, su absoluta libertad... Solo en este contexto fulgurante y luminoso puede entenderse que un guerrero -de ahí su acepción- se entregue completamente al amor y a la muerte, no llevando jamás una vida mediocre.
Lo único que tenemos que hacer realmente –no lo olvidemos nunca- es asumir cada uno su propia responsabilidad, que cada uno asuma su propia transformación. Esto es lo que más necesitamos desde el fondo de nuestro corazón, hermanos/as en el camino... Basta con que permanezcamos atentos, en un estado de presencia impecable. El estado de despertar es un estado de lucidez y de presencia en medio de los sueños de la vida cotidiana. Las ensoñaciones son como una niebla que cubre la realidad. El estado de presencia es, por tanto, como el sol cuya sola presencia hace que la niebla se disuelva por sí misma. El sol no lucha contra la niebla. No pretende disolverla. Sólo la cubre, la envuelve, la ilumina. Al ser abrazada por la luz y el calor del sol, la niebla desaparece sola. El estado de presencia es la cualidad luminosa de la conciencia, la capacidad de ver iluminando la naturaleza de cada cosa. Es el sol, el ojo que no duerme… ¡Seamos ese sol, alcancemos la realeza que ya somos…! Seamos pródigos como lo es el Todo en la naturaleza de modo que prevalezca siempre en Nosotros la disposición a la entrega absoluta, no permitiendo ninguna actitud en la que el egoísmo prenda ni prospere.
Si todo guerrero se entrega por completo al amor y a la muerte, esto es así porque sólo en el amor y en la muerte se esfuma la dialéctica, que es el origen de la división ilusoria del mundo. Quien se apresta a ganar la vida en seguida nota que al lado del principio que se afirma brota el que lo niega, ya que en la vida hay una pugna innegable por el poder, a veces sorda, a veces manifiesta; y de ahí nace el antagonismo, el conflicto y la exclusión. En cambio, si vivimos la vida aprendiendo en ella a amar y a morir, percibimos cómo por el amor y la muerte se superan los contrarios, no por su negación, sino por su unión, por la coincidencia de los opuestos - coindicentia oppositorum -. Es malo cuando una cosa se divide en dos…
Mi Maestro siempre me repetía que los hombres deben llegar a la superación de la dialéctica, trabajar la unidad y la verdadera paz, siendo preciso por tanto que los opuestos coincidan no por la negación o la neutralización de los polos, sino por la aceptación de aquello que somos. Por el reconocimiento y cultivo de la polaridad que nos constituye. El olvido de este reconocimiento –según la Tradición- es el fin del mundo y la ruina. Frente a lo que no hay mejor antídoto que amar locamente o morir locamente. De todos modos amar y morir es lo mismo… Ahora lo entiendo mejor que nunca… Por eso, el Hagakure/Zen es de facto la matriz de mi literatura, y será siempre el acicate de mi transformación y el motor de mi acción. De un tipo de acción consciente o no acción (actuar per se, no intervención) que no puede expresarse con palabras, que desde el alfa a su omega lleva implícita en su esencia la unión…
En verdad, el tiempo no es nada. Te das cuenta de esto realmente cuando recorres el camino. Un día, siempre el menos esperado, la transformación se da sin aviso, pues el Espíritu se ríe de nuestros cálculos, de nuestras agendas, de nuestras prisas o nuestros lentos pasos. Pero claro, todo esto viene porque ha habido antes un trabajo previo. En el caso del kendoka, todo le viene a través de la “disciplina del acero”. Pero sea cual sea el Arte Meditativo que el guerrero escoja (aunque es ese Arte concreto el que le atrapa a uno) la transformación es radical y tangible. Habla entonces en el ser humano autorrealizado no únicamente la pluma -o el pincel, o el arco, o la taza de té…- en sus manos… Habla en él también el gesto, la mirada, el ademán, la corporeidad entera, su voz e, incluso, su silencio. Sobre todo su silencio... Se opera pues en el guerrero un gran arquetipo: lo efímero es capaz de expresar lo eterno, lo natural lo sobrenatural… Y todo esto… no se manifiesta como una “conversión” sino como una transmutación, lo cual es muy diferente…. Porque es en su presente donde el buscador, el peregrino descubre lo sagrado, no en lo pasado -un tiempo mítico- ni esperando que le sobrevenga algo en el futuro -un tiempo lineal-. ¡Aquí y ahora! Si no somos capaces de encontrarnos ahí, en el presente, con lo divino, dentro de nuestro ser y de nuestra propia condición, no nos lo encontraremos nunca. Lo Divino no va ni viene; el Ser sigue en su sitio, y nada ni nadie ha dejado de estar en él…
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