Otra
apasionante entrevista al maestro zen Dokusho
Villalba para
hacernos comprender mejor aún cuál es la naturaleza del Zen…
-
¿Cuáles son los puntos de contacto del Zen y del Yoga? ¿Y en qué
difieren, sobre todo?
D.
V. - El zen es el corazón del budismo. El budismo nació en
India, como el Yoga. Ambos tienen el tronco brahmánico como raíz
común. El asceta Gotama estudió y practicó bajo la dirección
de maestros saddhu que practicaban diversos tipos de yoga.
Finalmente, después de pasar seis años con ellos, decidió buscar
su propio camino de liberación a través de la meditación en la
postura del loto.
Desde
el punto de vista del camino espiritual (sadhana), el budismo
comparte muchas prácticas con el yoga, tal y como fue enseñado por
Patanjali en su Yoga sutra. Por ejemplo, tanto Buda como Patanjali
practicaron ahimsa; la no violencia, satya, la veracidad, el no
mentir; asteya, el no robar; brahmaçarya, el celibato; aparograja,
el abandono de la vida familiar; esto dentro del principio del yama.
También coinciden en la importancia de la asana, la postura
de meditación, que debe mantener la columna vertebral bien
erecta y el cuerpo estable en una posición cómoda para la
meditación; la práctica del pranayama tiene puntos en común con la
práctica del anapanasati, o atención plena a la respiración; el
pratihara, o frugalidad en la comida, enseñado por Patanjali tiene
sus correspondencia en la frugalidad de los monjes budistas; dharana,
o concentración de la mente, es también una práctica habitual en
el budismo; y, por supuesto, los dos últimos preceptos de Patanjali,
el dhyana y el samadhi, son también los pilares básicos de la
meditación budista.
-
Aunque el budismo tiene su propia percepción de las prácticas
descritas por Patanjali, ambas tradiciones tienen, obviamente, raíces
comunes, y un propósito también compartido, a saber: la liberación
del dolor y del sufrimiento que experimentamos los seres humanos
debido a nuestra ignorancia.
D.
V. - A nivel filosófico, sin embargo, las divergencias son también
evidentes. Todos los yogas forman parte del hinduismo, tradición que
postula la existencia de un ‘yo espiritual’, o ‘alma’,
llamado atman en sánscrito. Brahma es el dios o el poder creador
para el hinduismo. La práctica del yoga tradicional tiene como
propósito la unión del atman individual con el atman de Brahman. El
Buda negó la existencia de este atman, de forma que anatman, el
no-yo, fue uno de los principios de su dharma. Por otra parte, el
Buda nunca quiso entrar en la afirmación o en la negación de un
dios o poder sobrenatural, creador del mundo. Desde este punto de
vista, el dharma del Buda es un camino que prescinde de la hipótesis
de dios.
-
¿Hay peligro de dependencia y de huida de la realidad a través
estas tradiciones espirituales?
D.
V. - Por supuesto que lo hay. Exactamente el mismo peligro que con
cualquier otra cosa: el cine, la pareja, el trabajo, el ocio … El
peligro no es inherente a lo que hacemos, sino que es algo que está
presente, o no, en la actitud y en la intención con las que hacemos
lo que hacemos.
-
Zen, yoga, meditación… ¿De qué nos liberan? ¿Nos liberan
de los egos espirituales?
D.
V. - El zen, el yoga, la meditación … son caminos de
liberación. Siguen teniendo ese potencial porque fueron creados
como herramientas de liberación. Ahora bien, como se dice en el zen,
“este mundo ilusorio es el lugar en el que se pierden los
insensatos y el lugar en el que se liberan los sabios”. El maestro
zen Eihei Dôgen escribió: “están aquellos que se hacen
ilusiones sobre su despertar, y están aquellos que se despiertan de
sus ilusiones”. De la misma manera que podemos usar
el hierro para construir un arado o para fabricar un fusil, podemos
usar estos caminos de liberación para liberarnos realmente o para
enfangarnos aún más en el barro del ‘yo y lo mío’.
-
¿Cómo resolver esas contradicciones: afectos mundanos/desapego,
placeres/austeridad, vivir solo en mí/vivir para otros…?
D.
V. - Esas contradicciones no son reales. Son construcciones
conceptuales de una mente confusa. Cuando la mente se calma, la
confusión cesa y las contradicciones desaparecen. ‘Yo’ y ‘tu’
son construcciones mentales. Yo no estoy separado de nada, y
nada está separado de mí. ‘Yo’ soy ‘Eso’, se dice en el
Advaita, y también en el Zen. Trabajar por el bien de uno mismo es
lo mismo que trabajar por el bien de los demás, y viceversa.
Deberíamos vivir sin hacer distinciones entre yo y los demás,
buscando lo que es bueno tanto para mí como para los demás. Las
contradicciones no pueden ser resueltas en los términos que ellas
mismas plantean: deben ser trascendidas o disueltas.
-
¿Y si sabemos que estamos dormidos pero no queremos despertar
porque el sueño nos genera sinsabores pero también grandes placeres
y satisfacciones?
D.
V. - Todos nos vemos confrontados en cada momento ante la decisión
de tomar la píldora roja o la amarilla, como se vio en ‘Matrix’.
Mientras creamos que en el ensueño podremos encontrar verdadera paz
y felicidad, es obvio que optaremos por seguir dormidos. Pero cuando
el sueño se resquebraja por todos los costados, ya no hay más
opción que la de despertar.
-
¿Cómo sé si necesito un maestro espiritual?
D.
V. - ¿Cómo sabes si necesitas aire para respirar? Lo sabes y no lo
sabes. Pero, aunque no lo sepas, respiras. Igual sucede con la
necesidad de practicar y estudiar bajo la dirección de un maestro.
No es algo que tú elijas necesitar o no. El hecho es que lo
necesitas o no lo necesitas. Si sientes que no lo necesitas, lo
buscas, Si no sientes la necesidad, no lo buscas. Aquel que siente la
necesidad de un maestro puede que no comprenda a aquel otro que no la
siente, y al revés. Lo que resulta ridículo es pensar que todo el
mundo debe tener un maestro. Tan ridículo como pensar que nadie debe
tener un maestro.
Sea
como sea, la necesidad de tener un maestro es consecuencia de la
necesidad de despertar. Si no quiero aprender a tocar la
guitarra, no busco un maestro de guitarra.
-
¿Todos podemos ser maestros?
D.
V. - El budismo enseña que todos los seres poseemos la naturaleza de
Buda, es decir, la plena potencialidad de vivir despiertos. Un
maestro es alguien que ha alcanzado un cierto grado de despertar y,
desde ahí, ayuda a despertar a los que están un poco menos
despiertos. Al mismo tiempo, un buen maestro es un buen discípulo,
es decir, alguien dispuesto a aprender de otro que esté más
despierto que él.
Por
lo tanto, todos podemos ser maestros, lo cual no quiere decir que ya
lo seamos.
-
El amor, un concierto, un buen sillón, una copa de vino… ¿De qué
depende que disfrutar de los sentidos te embrutezca o te refine, te
arrastre o te eleve?
D.
V. - El Buda enseñó la Vía del Medio, la vía que evita
los extremos. En su caso, pasó la primera parte de su vida
sumido en los placeres sensuales y la segunda, entregado al ascetismo
más inhumano. Por último, adoptó un modo de vida equilibrado entre
los extremos del hedonismo y del ascetismo.
La
vida es placer y dolor, tristeza y alegría. No debemos tener miedo
de estar alegre cuando viene la alegría, ni de estar triste cuando
viene la tristeza. Lo mismo sucede con el placer y el dolor. Es
imposible experimentar un placer o un dolor permanentes. Por su
propia naturaleza, ambas experiencias son efímeras: vienen y se van.
Si cultivamos una actitud justa, si no caemos en el apego ni en el
rechazo, podemos abrirnos tanto a la experiencia del dolor como a la
del placer.
-
¿La luz de la consciencia lo corrige todo, endereza siempre los
errores al iluminarlos?
D.
V. - La luz de la conciencia no hace nada, solo ilumina. No dice:
esto es bueno, esto es malo; o esto es un error y esto otro un
acierto. Es la mente la que discierne, la que anhela, la que rechaza,
la que juzga. Y la mente es siempre fruto de condicionamientos
familiares, sociales y culturales. La luz de la conciencia es
la que nos permite ver las cosas como son. La mente es la que
decide si está bien que sean así o deberían ser de otro modo. Esto
no quiere decir que la luz de la conciencia sea la buena, y la mente,
la mala. Simplemente cada una tiene su función.
-
¿Cómo saber si me estoy equivocando en mi camino espiritual?
D.
V. - En el zen se dice: “¿Quién va por buen camino y quien
contracorriente? ¡Ni siquiera los cielos lo saben!”
Lo
más importante es conectar con el radar interno. Todos tenemos una
sabiduría innata, un instinto. Es importante confiar en
sí mismo y seguir el propio instinto o la voz que nos habla en lo
más profundo de nuestro corazón. Esta confianza básica es
fundamental. Desgraciadamente, la educación que recibimos rompe esa
confianza básica y nos convierte en personas dependientes de juicios
o reconocimientos externos.
Todos
vivimos momentos de confusión y desorientación. Es natural. En
estos casos puede ayudar el confiar en otra persona, siempre y cuando
no le demos el poder ni la responsabilidad de decidir por
nosotros. Un verdadero maestro es aquel que te ayuda a entrar
en contacto con tu propia sabiduría innata, no aquel que te vuelve
dependiente de su sabiduría.
O
también podemos detenernos, y esperar que la confusión y la
desorientación desaparezcan.
No
hay que tener miedo de los errores. Vivir es errar, avanzar
tanteando, equivocar el rumbo y recuperarlo luego. Los errores que
cometimos ayer pueden ser vistos como aciertos hoy, y a la
inversa. Finalmente, lo que cuenta es la sinceridad del
corazón con uno mismo y con los demás. La sinceridad es la vía del
cielo, se dice en el zen.
-
La meditación zazen tiene fama de alta exigencia. ¿Exigencias y
autoexigencias pueden ser necesarias y deseables? ¿En qué
supuestos?
D.
V. - El esfuerzo es necesario para cualquier cosa. Tenemos que
desconfiar de las propuestas que nos lo prometen todo sin esfuerzo.
La meditación zen es una de las más rigurosas y exactas que
existen, por eso es tan eficaz. El entrenamiento corporal, emocional,
psicológico y espiritual es imprescindible. La práctica de la
cirugía, por ejemplo, requiere muchos años de estudio y de
experiencia. Sería insensato ponerse en manos de un cirujano que no
ha hecho el esfuerzo de formarse, de practicar, de estudiar… Vivir
es dar y recibir. La vida no da nada a quien nada da. El esfuerzo
es dar de nosotros mismos al proceso de co-creación que está
teniendo lugar a cada momento. Hasta para beber agua hay que hacer el
esfuerzo de levantar el vaso …
-
¿Cómo enseñar a los demás a discernir y a elegir sin
manipularlos y sin condicionarlos?
D.
V. - Este es el punto esencial de cualquier sistema educativo, como
lo es el Zen. Todos estamos condicionados por el karma, la ley
universal de la causa y del efecto y de las circunstancias. El
Budismo Zen nos enseña a observar de cerca esta ley universal: si
plantas cebollas, no esperes recoger ajos! Todos buscamos un estado
de felicidad exento de dolor y de sufrimiento. El discernimiento
básico consiste en tomar conciencia de qué es lo que nos lleva a
este estado de felicidad y qué nos lleva al dolor y al sufrimiento,
tanto a nosotros mismos como a los demás. Y a partir de esta toma de
conciencia, hay que actuar en consecuencia.
-
¿Un retiro zen te puede cambiar la vida? ¿Qué hay de mito o
realidad en ese potencial transformador?
D.
V. - No sólo un retiro, sino una sola sesión de meditación zen
puede cambiarte la vida. Esto fue lo que me pasó a mí cuando me
senté la primera vez. Zazen, la meditación zen, es una práctica
muy poderosa. Puede llegar a ser un aldabonazo interior. Pero esto
siempre depende de cada persona. Algunas se levantan del cojín de
meditación, salen corriendo y no vuelven a sentarse nunca más. Esto
es algo que depende de las circunstancias internas de cada uno. La
meditación zen es una excelente medicina para quien necesita la
medicina de la meditación zen, como yo, por ejemplo.
-
¿De qué depende que en uno surja o no el deseo de transformar, de
trascender? ¿Qué enciende el fuego de la motivación?
D.
V. - Cada persona es distinta, su karma es diferente, sus
circunstancias internas y externas varían. ¿Por qué una fruta
madura antes que otra en el árbol? No obstante, la motivación surge
generalmente de la conciencia de la impermanencia, es decir, del
carácter efímero y transitorio de todas nuestras experiencias, y de
la conciencia del dolor que acompaña siempre al apego y al rechazo.
Mientras crea que la felicidad va a surgir exclusivamente de la
satisfacción de los deseos materiales, emocionales y psicológicos,
uno va a vivir sólo para la satisfacción de tales deseos. Cuando
una se da cuenta de que eso no basta, entonces busca otra dimensión
de la existencia.
A
veces, una situación muy dolorosa y traumática se convierte en el
detonante de la búsqueda. En el caso del maestro Dôgen -que fue
quien introdujo el budismo zen en Japón en el siglo XIII- su
detonante fue ver morir a su madre cuando él tenía siete años,
siendo ya huérfano de padre. Se dice que, viendo cómo las volutas
del humo del incienso se desvanecían en la nada durante el funeral
de su madre, tuvo una comprensión profunda del carácter
insustancial y efímero de la existencia humana y, entonces, decidió
dedicarse a la vida espiritual.
-
¿Zen para liberarnos del miedo a la muerte, a la soledad, a la
incertidumbre?
D.
V. - Zen para liberarnos de nosotros mismos, de nuestra propia
estupidez y ceguera. Zen para liberarnos del “yo-mí-me-conmigo”,
como suelo decir. Cuando creemos que somos un yo aislado en un saco
de huesos, surge inevitablemente el miedo a la muerte, el sentimiento
de soledad y el pavor a la incertidumbre. La búsqueda de falsa
seguridad y de autoafirmación es algo que siempre acompaña al yo
aislado. Algunas tradiciones tratan de aliviar la angustia provocada
por el miedo a la muerte afirmando una especie de vida eterna del
yo. El Budismo Zen, por su parte, enseña y conduce a la
experiencia de la inexistencia del yo: no somos un ser sino un
siendo. Y este siendo ya venía siendo antes de que naciéramos y
seguirá siendo después de que hayamos muerto. En lenguaje de la
física cuántica, no somos una ínfima partícula perdida y aislada
en medio de la infinitud del universo, sino una onda totalmente
conectada con la totalidad. Como se decía en la película Samsara:
¿Cómo evitar que una gota de agua se evapore? ¡Arrojándola al
océano!
-
¿Zen para enseñarnos a amar?
D.
V. - La meditación zen, bien entendida y practicada, es un acto de
puro amor, el acto de amor por excelencia. Esto es, entrega
incondicional y abandono de sí. Amar es hacerse uno con el
objeto amado. Amar es la experiencia del no-dos. Cuando en
meditación zen se produce el santo olvido de sí, en ese preciso
momento, nos hacemos una con las montañas y con los valles y con los
diez mil seres que pueblan la diez direcciones del universo. En la
medida en la que esta experiencia se estabiliza en la conciencia,
podemos seguir sintiendo así cuando nos levantamos del cojín de
meditación: haciendo de comer, trabajando, conversando o haciendo el
amor. Desde el punto de vista del Budismo Zen, el amor no es
un sentimiento sino un estado de conciencia, es decir, un estado de
despertar.
-
¿Cómo luchar contra el desencanto?
D.
V. - ¿Por qué hay que luchar contra el desencanto? La naturaleza de
las burbujas ilusorias no es otra que la de estallar y desvanecerse.
Despertarse significa dejar de dormir y de soñar. Nuestro
proceso de maduración es la historia de nuestros desencantos.
Tarde o temprano tenemos que aceptar el hecho de que los reyes magos
no existen y que a los bebés no los trae una cigüeña desde París.
El desencanto puede ser vivido como una experiencia negativa que nos
sume en la depresión o como una experiencia positiva que nos ayuda a
ser más realistas y tener una conciencia más clara y veraz de la
realidad. Como decía el poeta León Felipe: “la cuna del hombre la
mecen con cuentos, los gritos de angustia del hombre los ahogan con
cuentos, el llanto del hombre lo taponan con cuentos, los huesos del
hombre los entierran con cuentos, y el miedo del hombre... ha
inventado todos los cuentos”. Desencantarse es desencuentarse,
esto es, vivir sin cuentos.
-
¿Qué te queda de tu época de “concienciador social”?
D.
V. - No sé si alguna vez fui un “concienciador social”. Creo que
más bien fui, y lo sigo siendo, alguien con conciencia del dolor y
del sufrimiento de los demás y de la sociedad. En la medida en
la que vas despertando y saliendo del huevo del “yo-mí-me-conmigo”,
vas dándote cuenta del mundo que te rodea, del mundo que eres. Y en
ese mundo hay muchos seres humanos y no humanos que sufren mucho de
muchas maneras. Despertar y compasión son inseparables.
Despertar es abrirte al mundo y ser el mundo. Y compasión es
sentir en ti mismo el dolor de los seres que viven en el mundo. Si el
dolor de los demás es mi dolor, ¿cómo no voy a hacer todo lo
posible para ayudarles a liberarse/nos de él?
No
creo en la espiritualidad-ficción, esa especie de
espiritualidad-burbuja-narcisista en la que, como decía Mecano, uno
se monta el paraíso en su piso. Siento más bien como el poeta
Gabriel Celaya:
“¿Hay
que denunciarlo? El
yo no existe.
El yo es un encantamiento: un aparato fácilmente manejable al que
todos nuestros muertos recurren para ser de algún modo; un sistema
tan milagrosa y provisionalmente oscilante que un cambio atmosférico,
una palabra que nos dicen en voz baja, una emoción, una droga —quizá
una película de actualidad, seguramente mala, pero siempre
impresionante— alteran hasta extremos imprevisibles. Y, sin
embargo, aunque uno no es nada, debe responder de todo: del mundo
entero y de todos los hombres secreta o patentemente latentes que
fueron y han de venir, son ya en nosotros coleando o germinando.
Porque todo —lo vivo y lo muerto, lo animado y lo inanimado, lo
alto y lo bajo, lo futuro o fuera del tiempo y lo preciosamente
efímero expuesto como un escándalo en los escaparates de lo
instantáneo— está buscando en cada uno de nosotros su salvación,
y está así haciéndonos ser como somos más de lo que sabemos, ser
anteriores a nuestra historia y a nuestra conciencia, ser sin
consecuencia previsible lo que cambiando hace como que se repite,
pero es una invención permanente, ser por archiviejos o archinuevos
más allá de nosotros mismos. Nuestras palabras y nuestros gestos,
por minúsculos que parezcan, provocan alteraciones irrevocables en
el curso general de lo existente”.
-
¿Cómo describirías hoy a Dokushô Villalba?
D.
V. - Siendo como soy y sintiéndome eso que llaman Dokushô Villalba,
no tengo ninguna necesidad de describirlo. Siento que soy
indescriptible. Como me decía mi abuela, que en paz descanse: “¡Eres
lo que no hay en los escritos!”
Publicada en www.yogaenred.com
en
abril 2014
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