Música de Rodrigo Rodriguez - Eleven Waterfalls
Hace tiempo leí un libro magnífico que me hizo mucho, mucho bien: “Reflejos en un lago del Himalaya. Budismo desde la experiencia” de Jetsunma Tenzin Palmo (Londres, 1943). Esta mujer extraordinaria viajó a los veinte años a la India en busca de un maestro y un año después se convirtió en una de las primeras mujeres occidentales en recibir ordenación como monja budista en la tradición tibetana, condición que continúa manteniendo más de cuarenta años después. Al concluir un periodo doce años de estudio y tras frecuentes periodos de meditación en solitario durante los largos invierno del Himalaya, buscó un lugar para meditar en total aislamiento. Pues bien, en una remota área de Lahoul, al norte de la India, encontró una cueva apropiada donde vivió y practicó durante doce años. Permaneció recluida dentro de la cueva a causa de la nieve más de seis meses al año. En ese entorno pudo proseguir una práctica intensa de meditación que se refleja en las páginas de este libro con expresiones llenas de vivencias meditativas adquiridas día a día. Te puedo asegurar que en esta obra Tenzin Palmo nos ofrece un modelo de innegable práctica espiritual que rivaliza con los grandes yoguis y meditadores de antaño. Recientemente el cabeza del linaje drukpa kagyu le ha otorgado el título de Jetsunma que en tibetano significa venerable maestra...
Con mucho gusto, escribo algunos fragmentos de esta obra que son de sumo interés, y que transcribo directamente, teniendo el libro aquí al lado… Concretamente, he elegido el asunto de la ira, que siempre me ha intrigado mucho. Ruego encarecidamente que se lean estos fragmentos por la enseñanza contenida en ellos…
“… Me parece que si actuamos desde la ira, sólo vamos a experimentar, como resultado, más ira. El mismo Buda dijo: ‘El odio no cesa con odio. El odio sólo cesa con amor o con no odio’. Esto sucede porque si estás expresando la ira, no importa lo justificada que sea la causa, vas a agitar la ira acumulada de tu antagonista, quienquiera que sea. Así que, pese a todo lo justificado que parezca en un momento, todo lo que logras es más agresión. Eso es obvio. La ira, no importa lo justificada, correcta o santa que sea, viene de la misma fuente, que es la ignorancia. Tanto si se expresa con violencia o sin violencia, sigue siendo ira, y aunque esté muy ‘justificada’ nunca creará circunstancias que lleven a la paz, al amor o a la reconciliación, ¿cómo podría hacerlo? […] Sólo cuando empezamos a adquirir consciencia de la realidad, de la talidad, descubrimos que el problema de la ira no es el objeto externo, aunque, por supuesto, debemos tratar con él; el problema real es la ira que merodea dentro de nosotros esperando una excusa para expresarse… Por supuesto, sigamos o no alguna vía espiritual, da igual, siempre encontraremos un buen objeto justificado para nuestra ira. Siempre podrá usarse algo (una situación) o alguien (una actitud personal ajena) como excusa. Eso es simplemente samsara. Pero el problema real es nuestra negatividad, nuestra ignorancia, y es a lo que debemos hacerle frente. El Buda trató con muchas guerras, con tribus feudales, con muchas clases de conflictos. Los enfrentó todos, más allá de cualquier expectativa acerca del resultado, y lo hizo desde un espacio amoroso y sabio…”
“La ira es una emoción-conmoción muy interesante porque generalmente queremos salir de ella. No es como el deseo y el apego, pues la mayoría de las personas se alegran de tenerlos, si es que pueden realizarlos. La ira nos duele. Le haga o no daño a la persona con la que estamos enfadados, nos hace daño a nosotros y eso no nos gusta. Nos hace sentir terriblemente incómodos. Así que nos queremos deshacer de ella, y eso está bien… Hay muchas formas de tratar con la ira. Una de ellas es ejercitar seriamente la paciencia, que es una de las mejores cualidades que se pueden desarrollar en el camino budista. El Buda elogiaba la paciencia una y otra vez debido al hecho de que es una de las cualidades esenciales requeridas para alcanzar la Iluminación… A menos que haya alguien cerca de nosotros que nos moleste e irrite, nunca podremos aprender la paciencia. Si todo el mundo es amable con nosotros, si todos dicen y hacen lo que nosotros consideramos correcto, esto nos puede hacer sentir muy bien, pero no nos da la oportunidad de crecer. Así que la gente que nos mortifica, que nos hiere, antes que ser una causa de resentimiento debe ser una causa de enorme gratitud. Esas personas son, en realidad, nuestros asistentes en el camino; son las personas que nos permiten desarrollar nuestro músculo espiritual… Nos dan la oportunidad áurea de practicar la paciencia y la comprensión. Son nuestros Gurús. Si tenemos esa actitud hacia las personas que nos enfadan, la transformación se realiza de manera completa. En vez de ser un obstáculo, se convierte en una gran oportunidad. ¿Lo veis? Todo está en la mente. El mundo exterior no ha cambiado nada, pero nuestra mente ha cambiado. De eso se trata. No se trata de cambiar a las personas y las situaciones, sino de cambiarnos a nosotros mismos. Eso incluye, por supuesto, extinguir la ira hacia nosotros, que es extremadamente destructiva e inútil. Tenemos que tener mucha compasión y paciencia hacia nosotros mismos porque nosotros también somos seres sensibles…”
Por último… “La ira es uno de los mayores impulsores del ego. Hace sentir al ego grande y, al mismo tiempo, horrible. Cuando la ira surge en la mente, deberíamos ser conscientes antes de que se manifieste exteriormente. Deberíamos reconocerla y, en lo posible, no identificarnos con ella. No pensar esa es "mi" ira, sino reconocerla por lo que es, un estado mental oscuro, sucio y autodestructivo. Entonces, simplemente, dejarla ir. Si la vemos claramente, en ese momento, se transforma de manera natural. Eso requiere un nivel de introspección muy fino. Además, es muy importante entender que hay muchos métodos para afrontar la ira. Una forma de hacerlo es recordar que la persona hacia la que sentimos ira está actuando en cierta manera debido a sus propios condicionamientos y causas. Podemos darnos cuenta de porqué las personas se comportan como lo hacen si tenemos en cuenta sus antecedentes, su educación, sus ideas y sus motivaciones. Entonces comenzamos a entender mejor el espacio del cual proceden y a comprender que la ira no es jamás la respuesta adecuada, que hay infinitas respuestas llenas de amor, de sabiduría y de paz que realmente ayudan…”
Y otro fragmento interesante, sobre la renuncia: “La renuncia es una de las etapas más importantes del camino. Renunciar no necesariamente significa dejar casa y familia y convertirse en una persona sin hogar, como lo hizo el Buda. Abandonar el hogar -cualquier hogar- no es la única forma de renunciar. Como el mismo Buda reconoció la renuncia mental es aún más difícil. No es nada fácil abandonar formas de pensar que apreciamos (aunque sean inútiles) y vivir el momento, en vez de estar atrapados en nuestros recuerdos, esperanzas, fantasías y especulaciones inteligentes. Es muy difícil renunciar a todo eso. Es muy difícil también renunciar a ‘nuestra’ ira y a un sin fin de prejuicios e ideas preconcebidas que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida. Aunque se viva, aparentemente, con gran simplicidad, y no mucha gente lo hace, a menudo se tiene una vida interior provista de gran lujo. Lo digo por mí misma; es muy difícil no estar atado a nada en absoluto y es especialmente difícil no atarnos a nuestra propia imagen del ‘yo’, dejarlo desaparecer. Tenemos que aprender a hacerlo de manera gradual (pero hacerlo), de eso trata el zazen: te sientas, tu cuerpo no se mueve, tu voz no se expresa y tu mente se deja ir, estando solamente en el presente. Esperando no elaborar nuestras fantasías. Esperando sentarnos en un estado de desnudez y simplicidad absoluta… Esta es la renunciación máxima…”
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