He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 16 de abril de 2014

Morir joven, una cuestión de honor...

He aquí como música de fondo la banda sonora de la película “Ran de Akira Kurosawa. Esta inquietante y profunda música, digna de ser escuchada suavemente, pertenece al genio de Toru Takemitsu…


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Morir joven, una cuestión de honor

Vivir muchos años no era en los siglos VI y VII para los árabes motivo de especial alegría, y menos aún una cuestión de honor, sino más bien una pequeña o gran vergüenza, pues lo propio del valiente era morir joven en combate; un hombre que alcanzaba la vejez era sospechoso de no haberse expuesto lo suficiente como para merecer una muerte honrosa” [Josefina Veglisón Elías de Molins, La poesía árabe clásica, Hiperión, Madrid, 1997, p. 84] 





Como ya mencioné explícitamente en este blog, los japoneses llaman do michi a “el camino”, el mismo que yace en el antiguo concepto del Tao llevado desde la China. El Tao de acuerdo a los pensadores clásicos Lao-Tzu y Chuang-Tzu, no tiene denominación ni es definible, es un unitario “eso” de lo cual todo deriva… Sin embargo, los japoneses menos inclinados a las abstractas especulaciones lo tomaron desde un punto de vista más realista, aplicable al hombre en todas sus relaciones sociales, prefiriendo la interpretación confucionista del Tao como algo definible, denominable, y un concepto múltiple que, sin embargo, trasciende a la naturaleza y al hombre. De este modo los japoneses entendieron al Tao como el camino o la senda a seguir en vida. Esta es interminable y profunda, larga, resbalosa y llena de numerosas dificultades técnicas, debiendo ser transitada como un medio de auto-cultivo y que lleva hacia la auto-perfección... 




 

Así pues el concepto del do abarca una serie de disciplinas prácticas y activas asentadas en la firme convicción de que un hombre no es un ser humano completo hasta que pueda tener suficiente experiencia con el camino que ha elegido como expresión de su ser más profundo. Uno de estos caminos recibe el nombre de Kendo, que significa la “vía de la espada”. Los inicios del Kendo se remontan al establecimiento de la clase samurai en el siglo VIII, cuando las artes militares o Budo llegaron a ser la más alta forma de estudio, inspiradas por las enseñanzas del Zen y del Shinto. Las escuelas de Kendo nacidas en el período temprano de la época Muromachi (entre 1390 y 1600) continuaron hasta la formación del pacífico shogunato Tokugaa y sobreviven aún hasta hoy. La educación de los shogunes fue ejercida a través del estudio de los clásicos chinos y de los ejercicios marciales. De este modo, al ejercitarse el cuerpo y el espíritu -la misma filosofía que en la Antigua Grecia con el “mens sana in corpore sano”- se establecía un equilibrio psicosomático que daba lugar a un ser completo, en el que la pluma y la espada tenían igual poder. A esto los japoneses lo llamaron “Bunbun itchi”. En la historia occidental tenemos casos prominentes como fueron – entre otros muchos - Esquilo, Tucídides, Copérnico, Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, La Rochefoucauld, Gabriele D'Annunzio, Ernst Jünger… Y, por supuesto, las célebres órdenes de caballería medievales…

Volviendo al tema que nos ocupa, es necesario mencionar que en Japón las palestras en las que se ejercitaban las artes marciales eran llamadas 
Dojo. Al principio fueron asociadas con los templos, pero muy pronto en cada castillo surgirían también, y en la mayoría de estos Dojo se practicaba el Kendo por parte de antiguos samurais o ronin, e hijos de los señores feudales. El objetivo de todo ronin era el vencer a los estudiantes y maestros de un dojo, incrementando su fama y hacerse conocido a quien quisiera emplearlo. Los samurais portaban dos espadas en el cinto con la hoja filosa hacia el extremo superior. La espada más larga (katana) se llevaba cuando salían y la más corta (shinai) se portaba todo el tiempo. Para el entrenamiento, se usaban a menudo las espadas de madera y las espadas de bambú.

Pero cuestiones técnicas aparte, ¿qué es el Kendo? El camino de la espada es la enseñanza moral de los samurais, forjada por la filosofía confucionista que marcó al sistema Tokugawa junto con la religión Shinto… Las cortes guerreras de Japón desde el período Kamakura al Muromachi alentaron la práctica del estudio del austero Zen entre los samurais, y el Zen fue de la mano con las artes de la guerra. En el Zen no hay elaboraciones, apunta directamente a la naturaleza verdadera de las cosas, no hay ceremonias, no hay enseñanzas, el perno del Zen es esencialmente personal. La iluminación en el Zen no significa de facto un cambio en el comportamiento, sino el darse cuenta de la naturaleza de la vida ordinaria. El punto final es el comienzo, y la gran virtud es la simplicidad…




La enseñanza secreta del Kendo comienza por un ir abandonando tu vida o echando el miedo fuera. La primera técnica es la última, y el principiante y el maestro se comportan de la misma manera. El conocimiento es así un círculo completo. El estudiante de Kendo practica en el Dojo miles de cortes mañana y noche, aprendiendo técnicas diversas hasta que eventualmente la espada se transforma en no espada, la intención se transforma en una no intención, y aflora un conocimiento espontáneo de cada situación. Así, la primera enseñanza elemental llega a ser el más alto conocimiento y el maestro continúa practicando este simple entrenamiento como una plegaria diaria...

Hablando de maestros, no puedo dejar de mencionar que en la universidad japonesa de Kumamoto existe una escuela cuyo nombre es dedicado a uno de los samurais más famosos de la historia, Miyamoto Musashi, quien pasó los últimos años de su vida en el Castillo de Kumamoto como invitado y profesor de los señores feudales de la región, los Hosokawa. Pues bien, Miyamoto Musashi escribió, entre otras obras, el célebre “Go rin no sho” o “Libro de los cinco anillos” que versa sobre el arte marcial del Kendo. En él nos habla sobre la estrategia y las artes del combate solitario y nos muestra el camino de la espada en cinco libros concerniendo diferentes aspectos: la Tierra, el Agua, el Fuego, el Viento y el Vacío. El primer libro es llamado el libro de la Tierra, en él, el cuerpo del camino de la estrategia puede ser explicado a través del libro de la tierra. Es difícil darse cuenta del camino verdadero a través sólo de la lucha con espadas. Se debe conocer las cosas más pequeñas así como las más grandes, las cosas más superficiales y las más profundas... En el libro del Agua, con agua como la base, el espíritu se vuelve como el agua, el agua adopta la forma del recipiente, y a veces es mansa y a veces un mar bravo. El estratega hace que las pequeñas cosas se transformen en grandes cosas, como construir un gran Buda de un modelo de un pie de tamaño. El principio de estrategia es teniendo una cosa, conocer diez mil cosas. Tercero es el libro del Fuego, este libro es sobre el combate. El espíritu del fuego es fiero, sea el fuego pequeño o grande, así como las batallas. La manera del combate es la misma para luchar de hombre a hombre y para batallas de diez mil. Así, se aprecia que el espíritu puede ser grande o pequeño. La esencia del libro es que se debe entrenar día y noche en orden de alcanzar decisiones rápidas. En el cuarto libro del Viento, se habla del viento como las viejas tradiciones, tradiciones presentes y tradiciones familiares de estrategia. Ya que es difícil conocerte a ti mismo si no conoces a otros; y finalmente en el libro del Vacío, el vacío significa que no hay principio ni final, alcanzar este principio significa no alcanzar este principio. El camino de la estrategia es pues el camino de la naturaleza. Cuando se aprecia el poder de la naturaleza, conociendo el ritmo de cualquier situación, será uno capaz de dar en el blanco y derrotar al enemigo interno en forma natural…



Para entrenarse en Kendo, uno debe subyugar a su propio ser, soportando el dolor de la práctica y cultivando un nivel mental en frente del peligro. Pero Kendo no significa solamente el entrenamiento con la espada, sino también una vida regulada por el Código de Honor de la élite samurai. La guerra era el espíritu de la vida diaria del samurai, pudiendo enfrentar a la muerte como una diaria rutina. El significado de vida y muerte por la espada era reflejado en la conducta diaria de los japoneses de la época feudal, y aquél que alcanzaba la aceptación resoluta de la muerte en cualquier momento de la vida diaria era un maestro de la espada. Es así que, para alcanzar tal entendimiento que algunos hombres aún continúan las tradiciones de los estilos de lucha con espadas, e incluso hoy, renuncian a sus vidas por la práctica del Kendo.

En gran medida, la filosofía expuesta por Nietzsche es muy similar también al espíritu samurai. Decía el gran pensador alemán: “Quien se realiza enteramente muere de su muerte, victorioso, triunfante, rodeado de los que esperan y prometen. ¡Así debiera aprenderse a morir! Se debe morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo (…) Ya en el mundo antiguo se conocía la máxima que comparaba la vida a una batalla, y en Roma se luchaba con tanto más denuedo cuanto que no sentían la traba de las consideraciones morales. Aquellos hombres vivían más intensamente que nosotros, y, en vigorosa concepción del destino, la muerte no era un daño tan terrible como hoy lo parece…” 




Esto lo llevó a cabo total y absolutamente alguien que fue realmente “el último samurai”: Yukio Mishima (1925-1970). En un gesto de angustia nos refiere el gran escritor japonés: “He decidido sacrificarme por las viejas y hermosas tradiciones del Japón, que desaparecen velozmente día a día, fiel a códigos de lealtad y honor existentes en esta milenaria cultura”. Extractando una frase de ‘Hagakuré’ de Jucho Yamamoto, su precursor literario, dijo también Mishima: ­ “En la muerte, entre dos caminos hay que elegir aquel que se muera más deprisa. La muerte jamás es un deshonor. Nunca es vana. La profesión de samurai es el misterio de la muerte, que adquiere como la manera más bella de morir, con dignidad, haciendo eco a la unidad eterna de los polos”. “Tal vez es la muerte el momento supremo y único de la perfección. Qué pena cuando la vida se vuelve indigna y el mundo escoge la infamia como modo de vida, coronándola como buena y ‘santa’…” Es tal vez ahí cuando Mishima perpetúa su vida, ejemplo, arquetipo de pureza. “Cuando se pierde el honor, es un alivio morir, la muerte no es sino un retiro seguro de la infamia” (Código samurai). “Necesitaba morir y morir bien, morir como un poeta con el cuerpo y las concepciones viriles de un héroe” (Mishima).





Esta heroica concepción de la existencia también se dio en su día en Occidente. Así, por ejemplo sucedió con los vikingos, que consideraban como un deshonor y una vergüenza terrible el morir ancianos y postrados en un catre. No se dieron apenas casos. Casi todos morían en la batalla, al grito de Odín, o se daban muerte tirándose por precipicios cuando percibían la decadencia del cuerpo. Hoy, empero, y en todas partes, todos nos sobrevivimos y no morimos más que para cumplir una formalidad inútil. Es como si nuestra vida no se atarease más que en aplazar el momento en que podríamos librarnos de ella.

Vivir bellamente y morir de manera hermosa realizan la gran muerte. Como dijera el gran poeta Rilke: “No deseo morir como un número, en hospitales, en masa, anónimo, con una vida triste y aburrida, una muerte que te viene, sin prepararla, sin diseñarla”.

Como buen kendoka, la muerte significaba para el mentado Mishima (fiel al espíritu samurai) un asunto de honor, creyendo como los antiguos griegos que “la muerte noble, temprana y violenta es un signo de predilección de los dioses”. Eran hombres de otro temple…


Libro recomendado hoy:

'Tempestades de Acero' de Ernst Jünger [Tusquets, 2005]



 






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