Para
amar de verdad no digo yo que amemos la máscara, que eso es la
‘persona’, para nada. Pero tampoco en abstracto, en base a
ideas, proyecciones, pre-juicios, gustos, planes, mapas o deseos.
Menos aún de forma contractual. Amarás de verdad cuando
ames incondicionalmente lo inasible de otro ser, lo único e
incomprensible de otra criatura, cuando te fundas con su centro fijo
e inamovible, y sepas Ver lo que Es inalterable, por encima de todas
sus contingencias y todas sus miserias, y sus limitaciones y sus
sombras… Amarás de verdad cuando te fundas con la chispa divina de
la otredad, con ese núcleo luminoso e invisible del otro que es más
real que la propia realidad; y entonces, sólo entonces, no juzgarás
ni condenarás las torpezas y las rugosidades de la cáscara, porque
serás todo compasión y todo ternura, y destilarás amor por todos
los costados… De eso se trata, de eso se trata…
Ryuku
vivía con su pareja, con Misako, en mitad de un bosque. Él y Ella
moraban en un lugar
maravilloso, umbrío y luminoso a tu tiempo.
Habitaban en un caserón grande donde les sobraba espacio y en el
cual habían convertido un gran salón en un Dojo tapizado
con tatamis y un suave
y agradable olor a sándalo. Cocina a la vieja usanza, un huerto, un
porche… Y sobre todo, paz, mucha paz, y serenidad… Una réplica,
en fin, del paraíso. Lenguaje corporal, lenguaje visual, lenguaje
sensitivo, lenguaje meditativo… Ryuku y Misako hacían uso de casi
todos los lenguajes posibles, esto es, se comunicaban profundamente,
pero el
lenguaje verbal lo tenían casi desterrado en
su vida cotidiana. Apenas hablaban, y éste era el secreto de su
felicidad compartida, pues las palabras lo estropean todo y no dicen
nada. Como Ryuku era europeo, aun habiéndose transformado por
completo en un meditador y cambiado incluso su nombre,
le impresionaba poderosamente contemplar a su pareja, Misako,
que era nipona, meditando, completamente erguida en posición de loto
y mirando hacia adentro, como una
estatua que tuviese milenios de existencia…
A
diferencia de sus compatriotas, Misako era enemiga acérrima de la
fotografía debido a que - al igual que las tribus amazónicas
que consideran que se les 'roba el alma' al fotografiarles -
conservaba el espíritu samurai, y por ello no consintió jamás que
se le hiciese ninguna foto, y menos aún en el Dojo. - En el zen,
como sucede en el sufismo con el sama,
durante un acto sagrado no se pueden hacer fotos ni retratos, pues,
por así decir, congelar
el movimiento es un atentado contra el espíritu.
Ryuku
y Misako aprendían ante todo de la Vida, la gran Maestra. La
observación de esta pareja, unida a la experiencia de mi vida, me
ha enseñado de hecho que no hay papeles o roles que ejercer en una
relación, porque todo papel es una tendencia (no una convergencia) y
consiste en el fondo en ejercer una voluntad de poder, en cualquier
dirección; mientras que de lo esencial es gozar
de la voluntad de vivir en armonía,
sin asignaciones de papeles que no dejan de ser representaciones,
teatro... Misako no ejercía ningún ‘rol’ ni Ryuku tampoco.
Sencillamente ella era una mujer y él era un hombre. Nada más, y
nada menos. Así de sencillo. Pero, en fin, el que no asumieran ellos
‘roles’ es una fórmula tan válida de establecer una relación
como otra cualquiera, pues soy consciente, por supuesto, de que cada
pareja es un mundo, qué digo yo, ¡un universo!
Sea
como fuere, no cabe duda de que todos los seres humanos somos
extensiones del campo universal de energía, distintos puntos de
vista de una única entidad. Esto implica Ver todas las cosas del
mundo, a todas las personas del mundo, y darnos cuenta de que
estamos mirando otra versión de nosotros mismos. Todo es lo
mismo. Todos somos espejos de los demás y debemos aprender a vernos
en el reflejo de las demás personas. A través del espejo de una
relación, descubro mi yo no circunscrito. Por esta razón, el
desarrollo de las relaciones es la actividad más importante de la
vida, aparte de que emparejarse es nuestra tendencia natural y
biológica más arraigada y lo es desde la noche de los tiempos.
Cuando
reconocemos que podemos vernos en la otredad, cada relación
se convierte en una herramienta para la evolución de la conciencia
no solo de la pareja, sino también colectiva; como una
piedra que cae en el agua y forma ondas expansivas…
Para
terminar este post, no puedo dejar de comentar algo que considero y
es esencial. Siguiendo la más Sabia Tradición tanto del Hinduismo,
como del Taoismo, como del Budismo, como del Sufismo, Ryuku
y Misako “trabajaban” bastante
con el
aliento… -
Como es bien sabido, los libros sagrados por excelencia del hinduismo
son los Upanishads. En
ellos podemos leer: “Su aliento es el viento que sopla y el
universo, en su totalidad, es Su corazón. Esta tierra es la huella
de Sus pies. Él es el Espíritu que está en todas las cosas…” Y
también: “…Y cuando el cuerpo está en silenciosa calma, respira
rítmicamente a través de las ventanas de la nariz con un pacífico
ir y venir del aliento. Tiran de los carros de la mente caballos
salvajes y esos caballos salvajes deben ser domados…” Este pasaje
se refiere clarísimamente al uso del aliento, particularmente en
el momento de la meditación,
porque es entonces cuando el cuerpo está en calma silenciosa, y es
también el momento concreto en el que tienen que ser ‘domados’
esos caballos salvajes de la mente (que a menudo incluyen todas las
formas de imaginación, las sombras del ego, del yo propio…) Esto
no suele ser fácil y requiere una disciplina considerable, que
depende de la capacidad y de la aptitud de cada persona. Por ello, he
dicho anteriormente que Ryuku
y Misako trabajaban
bastante en este asunto primordial.
Por
esto también, un día, sin más, desaparecieron sin dejar atrás
cadáver alguno. Desaparecieron con el aliento....
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