He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 26 de febrero de 2014

La realidad no existe. Maravilloso texto budista

Tomemos un paseo matutino por un sendero estrecho a través de meandros de un mar de campanillas. Relajémonos y descansemos con los sonidos de la naturaleza, tranquilo pájaro de la canción... Absorber la tranquilidad del bosque. Relajarse con los sonidos calmantes de madera, el sonido meditativo del Coro Amanecer sin música… La Vida desnuda, sin palabras…


“Si, por azar o por milagro, las palabras se volatilizasen nos sumergiríamos en una angustia y un alelamiento intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel suplicio. Es el uso del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos: la Muerte, y esta abstracción nos dispensa de experimentar su infinitud y su horror. Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo Inexplicable: la actividad del espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos -desaprender a mirar las cosas... La reflexión nació un día de fuga; de ella resultó la pompa verbal. Pero cuando uno vuelve a sí mismo y se está solo -sin la compañía de las palabras- se redescubre el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento desnudo: ¿de dónde sacaremos la audacia para afrontarlos? Ya no se especula sobre la muerte, se es la muerte; en lugar de adornar la vida y asignarle fines, se le quitan sus galas y se la reduce a su justa significación: un eufemismo para el Mal. Las grandes palabras: destino, infortunio, desgracia, se despojan de su brillo; y es entonces cuando se percibe a la criatura bregando con órganos desfallecientes, vencido por una materia postrada y atónita. Retirad al hombre la mentira de la Desdicha, dadle el poder de mirar por debajo de ese vocablo: no podrá un solo instante soportar su desdicha. Es la abstracción, las sonoridades sin contenido, dilapidadas y ampulosas, lo que le impidió hundirse, y no las religiones ni los instintos. 

Cuando Adán fue expulsado del paraíso, en lugar de vituperar a su perseguidor se apresuró a bautizar las cosas: era la única manera de acomodarse en ellas y de olvidarlas; se pusieron las bases del idealismo. Y lo que no fue más que un gesto, una reacción de defensa en el primer balbuceador, se convirtió en teoría en Platón, Kant y Hegel. Para no gravitar demasiado sobre nuestro accidente, convertimos en entidad hasta  nuestro nombre: ¿cómo se va a morir uno cuando se llama Pedro o Pablo? Cada uno de nosotros, más atento a la apariencia inmutable de su nombre que a la fragilidad de su ser, se abandona a una ilusión de inmortalidad; una vez desvanecida la articulación, quedaríamos completamente solos; el místico que se desposa con el silencio ha renunciado a su condición de criatura. Imaginémosle, además, sin fe -místico nihilista-  y tendremos la culminación desastrosa de la aventura terrestre... Es muy natural pensar que el hombre, cansado de palabras, al cabo del machaconeo del tiempo desbautizará las cosas y quemará sus nombres y el suyo en un gran auto de fe donde se hundirán sus esperanzas. Todos nosotros corremos hacia ese modelo final, hacia el hombre mudo y desnudo...” E. M. Cioran

Del Zazen y de su relación con la palabra nos habla el maestro zen europeo Éric Rommeluère en este maravilloso texto budista escrito por él en 1993. Es una meditación profunda elaborada a partir de una frase, “sentarse es olvidarse de las palabras”. Fue lo que le dijo cierta vez su maestro raíz, Ryotan Tokuda, maestro zen japonés. He aquí la meditación de Éric Rommeluère digna de ser leída y contemplada en silencio…

La realidad no existe. No existe más que la realidad de las palabras. Cuando nosotros nacemos, nacemos a las palabras, no al mundo. Las palabras son los soportes sobre los que reposa el mundo; el mundo tal como lo hago existir por las palabras. El mundo en sí no es ni azul, ni amarillo, ni rojo, ni blanco, ni negro, ni alto, ni bajo, ni grande, ni pequeño. Sin embargo, sin esas palabras no podríamos manejarnos en este mundo. Sin palabras todo no sería más que caos y nuestro ser estaría desestructurado. Me dicen: "Esta mesa es azul"; yo comprendo lo que me dicen, ¿pero qué es lo que yo sé realmente de esta mesa? absolutamente nada.

No podemos vivir más que porque existen las palabras. No estamos hechos únicamente de carne y sangre, sino por palabras y más palabras. Pero estas palabras, que son para nosotros la fuente de la vida, están al mismo tiempo en el origen de nuestros sufrimientos. He aquí toda la paradoja de la vida humana.

Las palabras son los sujetos de todas nuestras actividades. Las palabras están en el centro de todos nuestros deseos. El espacio entre el nacimiento y la muerte es a veces tenue, a veces infinito, pero el hombre avanza inexorablemente sobre el camino que le lleva del nacimiento a la muerte. ¿Qué es este camino? Del nacimiento nacen las palabras. De las palabras nace la conciencia. De la conciencia nace la existencia. De la existencia nace la oposición. De la oposición nace la contradicción. De la contradicción nace el sufrimiento. Un camino marcado cada instante por las palabras.

Estudiar el budismo es preguntarse como vivir en este mundo de nacimiento y de muerte, es preguntarse como vivir con las palabras. Practicar el budismo es andar consciente sobre este camino que va del nacimiento a la muerte.

En nuestra escuela Zen tenemos un método maravilloso para interrumpir todas estas transmigraciones mentales. Se llama zazen, la meditación sentada. Consiste tan solo en sentarse y olvidar las palabras. ¿Qué hacemos en esta postura? Sentados derechos no practicamos nada, no contemplamos nada, no comprendemos nada y no realizamos nada. Sentados derechos no distinguimos nada, no discernimos nada y no juzgamos nada.

El maestro Dôgen a escrito en su Fukanzazengi: "No penséis en bien ni en mal, no hagáis distinción entre lo verdadero y lo falso. Parad la agitación de la consciencia y cesad toda consideración."

Todo aquello que nosotros hacemos es volvernos libres de las palabras. La conciencia meditativa ya no está atada por las palabras. Las palabras surgen en la mente, pero ya no forman frases. ¿Quién podría entonces encadenarse? Abandonando las palabras así, el sinsentido irrumpe bruscamente en nuestra vida. En esta postura del cuerpo no se puede coger nada. En esta postura de la mente no se puede comprender nada. Las palabras nos faltan completamente. No se puede agarrar nada. Todo está ahí, ante nuestros ojos, y no podemos decir nada. Todo está ahí, ante nuestros ojos, y no hay nada que decir. La conciencia es aguda pero las palabras no encuentran su lugar.

¿Qué hacer con esta brecha de sinsentido? Algunos, habiéndola conocido, la vuelven a cerrar. Otros la amplían cada vez más hasta retozar en ella. ¿Qué hacer con esta brecha de sinsentido? Absolutamente nada. Bailamos ahí, justo por encima de nuestras ilusiones. Bailamos ahí, justo por encima de todos nuestro sufrimientos.

La ausencia de un porqué es la esencia de nuestra meditación. Si añadimos un porqué a esta práctica, le damos un sentido. Y por ese sentido nuestra meditación se ensucia. Aquellos que vienen a sentarse buscan una respuesta para esta sentada. Algunos hablan de bienestar, de salud, de iluminación incluso. Algunos experimentan los efectos, otros se despiertan. Todo esto todavía no son más que construcciones de palabras. Después de todo, eso no es más que perpetuar de una forma feliz las idas y venidas en este mundo ilusorio. Sin embargo, la mayoría permanecen atontados no encontrando respuesta a sus preguntas. No comprenden que sentarse así es detener todo cuestionamiento. ¿Cómo podrían obtener una respuesta ahí? Abandonan también rápidamente la brecha que habían abierto.

Otros continúan practicando la meditación y dicen practicar para nada. Pero tras esa nada se esconde simplemente el sentido que su inconsciente disimula. Cada uno de nosotros, que hemos venido a sentarnos, aportamos junto con nosotros nuestra motivación. Nos hace falta comprender este porqué, esclarecerlo, derribarlo y por fin pasar la puerta para entrar en la pura meditación. Si nuestras motivaciones son inconscientes, esta puerta es aun más difícil de franquear pues entonces nos enfrentamos con nuestra memoria oculta o con nuestros nudos escondidos. La práctica de la meditación es a veces la única manifestación de nuestras propias neurosis. Todos nuestros discursos interiores nos impiden pasar esta puerta. Sentándonos debemos abandonar todos los porqués, incluso esta simple palabra "nada" y penetrar profundamente en la oscuridad del sinsentido.

Esta práctica no tiene significado. Ahí está todo el secreto del Zen. Sentado se es como un mudo que no tendría nada que decir, como un sordo que no tendría nada que escuchar, como un idiota que no tendría nada que comprender. ¿Para qué puede servir un abanico en pleno invierno?

Hay numerosas formas de actuar en este mundo. En el budismo se distingue la acción del cuerpo, de la mente y de la boca. Todas se realizan a través de la emisión de palabras; las palabras del cuerpo, las palabras de la mente y las palabras de la boca. Todas estas acciones llevan en sí una significación que se puede reducir a la del mantenimiento del sentido del ser. Para el hombre que posee la conciencia es más bien la búsqueda del sentido del sentido. Esta física y esta metafísica es lo propio del hombre. Es su manera de avanzar sobre este camino que va del nacimiento a la muerte. La práctica del budismo, como respuesta a estas cuestiones, es continuar viviendo en el dominio ilusorio de las creaciones humanas.

Existe esta singular acción que se llama meditación. Existen numerosas maneras de sentarse en meditación, cada uno las experimenta con tiempo. Existe la sentada del cuerpo; es el reposo. Existe la sentada del espíritu; es la tranquilidad. Existe la sentada donde el cuerpo abandona el espíritu; es el entumecimiento. Existe la sentada donde el espíritu abandona el cuerpo; es la agitación. La calma no es más que la agitación en su punto cero, no su superación, igual que la felicidad y la satisfacción son el simple equilibrio de fuerzas antagónicas y no la supresión de estas fuerzas. También estos estados se suceden incansablemente en el silencio de la meditación, como el día sucede a la noche.

Sin embargo, en medio de todas estas sentadas, aparece la sentada donde el cuerpo y el espíritu se abandonan, donde la calma y la agitación son superadas y donde nace una consciencia que trasciende la sentada; es lo que se llama tan solo sentarse…

El maestro Kôdô Sawaki dijo una vez: “Zazen no es una creación humana.” En la meditación finalmente paramos de crear algo. Con solo este cuerpo y este espíritu rechazamos este cuerpo y este espíritu. Eso significa que, a pesar de que el cuerpo y el espíritu continúan su vida de cuerpo y espíritu, la conciencia comprende el vacío de cuerpo y espíritu. En un instante saltamos por encima de todas nuestras creaciones y paramos de un solo golpe el ciclo de nuestras trasmigraciones mentales.

El emperador Wu de los Liang preguntó al gran maestro Bodhidharma: “¿Cual es el principio supremo de la enseñanza sagrada?” Bodhidarma respondió: “Desierto y nada sagrado”. El emperador dijo: “¿Quien está ante mí?” Bodhidarma respondió: “No lo sé”.

Este desconocimiento siempre ha sido trasmitido y preservado como el secreto del Zen. Cara al muro no se mira nada, no se contempla nada, ¿qué es lo que está ahí, entonces, ante nosotros? Mas las palabras se van y nos abandonan…”

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