He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

miércoles, 19 de febrero de 2014

El Ronin Sufi

  
Bella, melancólica y profunda es esta melodía titulada “Un modo de vida” y que pertenece a la banda sonora de la película “El último samurai”, compuesta por el genial Hans Zimmer. Merece la pena escucharla…


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El Ronin SufiLa Tribuna del País Vasco – Lunes 17 Febrero 2014

Leyendo a Yukio Mishima uno llega a comprender mejor el abismo que separa a los valores culturales nucleares de una sociedad del folklore superficial que cubre su decadencia espiritual y moral tras haber sido devastada por una guerra y haber quedado traumatizada y sin sentido trascendente de la existencia. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki no sólo destruyeron decenas de miles de vidas en pocos segundos, poniendo fin a la II Guerra Mundial; también acabaron con el sintoísmo tal y como se había transmitido durante mil generaciones.

Fijémonos en el bushido, la vía (do) del guerrero (bushi). Sus siete virtudes son la Justicia (Gi), el Coraje (Yuuki), la Compasión (Jin), la Cortesía (Rei), la Honestidad (Makoto), el Honor (Meiyo), y la Lealtad (Chuugi).

Si un occidental, atraído por la filosofía vital del bushido, viaja a Japón para encontrar allí los restos del alma del samurai, se percatará de que en Japón hay más materialismo cientificista usurero que en Wall Street, con muy honorables excepciones. Así pues, es más fácil reproducir una sociedad tradicional regida por el bushido en Afganistán que en el Japón actual. Eso es así, porque en Afganistán se dan las condiciones medioambientales donde el bushido podría alcanzar su máxima expresión: un país tribal, de siervos y señores, en guerra constante, donde el capitalismo apenas ha podido enraizar y los parámetros de lo que es una sociedad moderna están aún muy lejos de asentarse. Pero el bushido difícilmente puede darse en la postmoderna, capitalista y decadente sociedad japonesa donde simplemente está prohibido ir armado con una katana.

Algo semejante ocurre con el Islam y el islamismo. La sociedad islámica desapareció con el último califa otomano. Lo que tenemos hoy es el folklore islamista que mezcla churras con merinas y acaba haciendo un cóctel explosivo que haría vomitar al instante a cualquier musulmán sincero de hace solamente 100 años. El mero estudio de la iconografía islamista revela su total engarce con la chusma revolucionaria más rancia del siglo pasado. Ese bodrio, embriagado de hipocresía, está causando la ruina total y absoluta de todas las naciones donde se ha instalado. Quizás sea su única virtud: la purga de indeseables. Pero como sucede con cualquier antibiótico potente, también mata inocentes.

Da lo mismo la intención. El infierno está lleno de buenas intenciones. Cuando el inocente utiliza ciertas armas, deja de serlo por el mero hecho de empuñarlas, aunque su intención sea buena. No cabe duda de que hay gente de buena voluntad entre los islamistas, pero la ignorancia no les exime del destrozo monumental que están ocasionando en el mundo. Si tan buenos propósitos les guían, que se tomen su tiempo para reflexionar qué están haciendo mal, en vez de echar balones fuera y culpar siempre a Europa y Estados Unidos de lo que pasa en sus países. Además eso sería idolatrar al enemigo y reconocerle un poder que realmente no tiene.

En el fondo son unos idólatras y unos innovadores, justo lo que ellos más odian. Adaptar el Islam a la modernidad es la peor innovación, la más grave, la madre de todas las innovaciones -como les gusta expresar a ellos-. Pero lo justificarán diciendo que forma parte de la yihad actual por preservar el Islam. ¿Qué Islam, majaderos, si ya no sois musulmanes? ¿No os habéis visto en el espejo? Sólo queréis preservaros a vosotros mismos. El Islam no necesita conservantes ni colorantes sino practicantes sinceros y entregados. Por eso no es de extrañar las singulares alianzas del islamismo con el capitalismo. Ambos se entienden muy bien, hablan el mismo lenguaje: “el fin justifica los medios y las apariencias externas lo son todo”.

Así que los extremos se tocan y combinan a la perfección, tanto que a veces me costaría distinguirlos si no fuera por las chilabas, barbas y sacos negros de sus mujeres. Si ellos se afeitaran y se pusieran un traje de Armani y ellas dejaran ver sus preciosas melenas negras con unas gafas de sol estupendas y una falda tubo mostrando las doradas piernas enfundadas en cuidadosos tacones, no habría manera de distinguirlos de unos especuladores financieros. Solo que los islamistas especulan con lo divino, que es aún más grave, si cabe, que hacerlo con bienes materiales.

Con este panorama no es de extrañar que el buscador que encuentre en el bushido y en el Islam unos códigos de nobleza aristocrática universales se confunda de guión cuando entra en el escenario con los actores actuales, descendientes de aquellas sociedades que en su día fueron armonizadas por estas disciplinas humanas. El iniciado no encaja ya en ningún lugar porque ha dejado de pertenecer a su tiempo y, como un ronin, un samurai sin señor al que servir, es una ola renegada vagando libre en el océano, un lobo solitario en los desiertos esteparios, un emboscado en la Selva Negra de Jünger, un tuareg sin otra patria que el cielo estrellado en la noche del Sahara. Ellos portan la pesada carga de preparar el terreno donde las semillas de ese conocimiento ancestral vuelvan a crecer sanas, libres de la maraña de hiervas transgénicas que la modernidad ha producido, sin sucumbir a la tentación del nihilismo y al abandono de toda esperanza de excelencia en esta vida.

Autor: Abdul Haqq Salaberria


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