“No hay nada en todo el universo que se parezca tanto a Dios como el silencio…” Meister Eckhart
Como Nietzsche, como Klossowski, como Heidegger, y como Samuel Beckett entre otros, en los últimos años de su vida, el filósofo Ludwig Wittgenstein dejó de hablar. Se refugió en el más absoluto silencio. Y, como los autores mencionados, terminó sus días en una cabaña escondida en mitad de un bosque, meditando, paseando, haciendo las labores del campo, y sin escribir nada. Había comprendido… Poco antes de morir, Wittgenstein fue visitado por su hijo, que le instó a hablar, a escribir, a dar conferencias, pero no obtuvo respuesta. Cuando su hijo se marchaba ya, como sabía que no lo vería más, le dijo (fueron sus últimas palabras). “Hijo mío, hay que callar porque, en rigor, no hay nada que hablar…” - Y lo último que escribió en su Diario, un año antes de morir, fue: “… el silencio es un indicio de encontrarnos ante algo profundo e importante, algo ante lo cual interrumpimos la cháchara para prestar oídos a otro tipo de voz que la palabra, pues lo que no puede ser dicho aún puede ser mostrado…”
En el séptimo arte, hay una obra cumbre y realmente estremecedora que nos relata precisamente la importancia axial del silencio. Me refiero a una película del genial director de cine sueco Ingmar Bergman y que se titula “Persona” (1966). Una célebre actriz deja repentinamente de hablar, de la noche a la mañana, sin ninguna razón aparente, y desconcierta de tal modo a todo su entorno, a sus compañeros de profesión, a su familia, a las personas que la admiran, que la toman por loca y la ingresan en un hospital psiquiátrico. La examinan y ven que su aparato fonal y vocal está perfectamente. Sencillamente, ha decidido dejar de hablar. A partir de ahí, la enfermera que la cuida, los médicos que la examinan, y hasta el resto de los pacientes, ante este silencio estremecedor empiezan a confrontarse con sus propios miedos, con sus sombras, con el sentido de sus vidas… El silencio de la actriz les remueve sus profundidades, y hace posible que tengan planteamientos que nunca antes habían tenido… El caso es que el espectador que ve esta película sale por fuerza de ella meditabundo, preguntándose muchas cosas sobre la necesidad del lenguaje, sobre el sentido profundo del silencio…
Más allá del pensamiento y de la razón, todos los seres de luz han meditado en silencio. En la pura meditación silenciosa, todo el panorama del universo se ‘contempla’ de un vistazo, sin hacer nada ni quitar nada. Meditar significa dejar simplemente que el panorama del universo sea tal como es: imperturbable y sereno, sin límites... Dejar pues simplemente que las cosas sean tal como son… El pájaro canta, la flor brota por sí misma, de forma natural. No se les ocurre epatar a nadie. El pájaro canta sin más, la flor brota sin más. De esta manera se realizan ellos mismos, como ellos mismos, por sí mismos... Sin añadir ni quitar nada…
Wittgenstein lo entendió perfectamente e incluso lo refleja con humor en su Diario: “Las diez mil cosas permanecen totalmente serenas. Incluso cuando el viento sopla y agita las flores. Y cuando llueve y mi preciado traje se moja, yo soy el único que se irrita, la lluvia se mantiene tranquila (…) La gente dice que tengo una gran nariz, pero mi nariz nunca ha dicho eso de sí misma ni se ha preocupado jamás por ello. Es grande y calla. Es igual con el resto de las cosas: son como son, sin pensar en ello. Llevado a la práctica esto significa Iluminación…”
En verdad, fundamentalmente, sólo existe el espacio abierto. El fundamento último, lo que somos realmente es espacio (sin tiempo, sin forma, sin vórtices...) Nuestro estado mental más fundamental, antes de la creación del ego/mundo, es de tal naturaleza que se da en él una apertura básica o prístina, una libertad esencial, una cualidad de espaciosidad absoluta y radical; aún ahora, y desde siempre, hemos tenido esta cualidad abierta. El que ha hecho de su vida una Meditación, que es mucho más que meditar, la ha Visto, vive en ese espacio... – Si no Vemos por lo común, es porque durante miles de años todos nuestros ancestros, todo el mundo que nos rodea, nosotros mismos, hemos sido adiestrados (sic) para ser ciegos, para no Ver desde que nacemos. Tomemos un ejemplo: cuando percibimos un objeto, en el primer instante de nuestra niñez se daba una percepción repentina y directa en la cual no había proceso lógico o conceptualizante, sino que nos limitábamos a percibir el objeto sobre un fondo abierto. Pero, ¡ay!, inmediatamente ‘después’, con el tiempo y el adiestramiento generacional, nos aterramos y empezamos a correr por todas partes tratando de encontrar algo que añadirle, ya sea tratando de encontrar un nombre para ese objeto, ya una casilla en la cual lo podamos ubicar o clasificar. De ahí surgen gradualmente las demás cosas…
Este proceso de involución no toma ninguna forma sólida, se trata más bien de un proceso ilusorio, la formación de una creencia equivocada en un “yo” o en un “ego”. El pensamiento confundido se inclina a verse a sí mismo como algo sólido, algo continuo; pero en realidad no es más que una colección de tendencias, de acontecimientos… En la terminología budista nos referimos a esta colección como los skandhas o agregados… - El punto de partida, como antes decía, es el espacio abierto que no pertenece a nadie. En el espacio y en la apertura siempre se da una inteligencia primordial. Esto es la vidya, que en sánscrito quiere decir “la inteligencia” – precisión, nitidez, la nitidez del espacio, la nitidez en la cual hay lugar para bailar por todas partes, pero no hay peligro de tropezar con las cosas, y caerse o tumbarlas, porque hay espacio abierto…
En la obra magnífica de Lotus Péralté titulada ‘El esoterismo de Parsifal’, podemos leer el siguiente fragmento sumamente esclarecedor: “El viejo y fiel Gurnemanz toma afectuosamente de su brazo a Parsifal y le conduce dulcemente al sendero que lleva al Santuario, y la tierra, el bosque, toda la vida comienza silenciosamente a insinuarse alrededor de ellos. – Al sorprendido Parsifal, Gurnemanz le responde:
“Tú ves, hijo mío,
aquí el tiempo es el Espacio…”
Así, de forma tan simple, le revela la gran ley del Espacio que conduce al Santo Grial…”
¡¡Nosotros somos ese espacio, somos Uno con el espacio, con la vidya, con la inteligencia, con la apertura primordial…!! Pero, si somos todas esas cosas al mismo tiempo, ¿de dónde surgió entonces la confusión? ¿Hacia donde se fue el espacio…? ¿Qué sucedió? En realidad, nada sucedió. Meramente nos volvimos demasiado activos en ese espacio. Porque era un lugar tan espacioso nos inspiró a bailar por todas partes; pero la danza se hizo demasiado inquieta, comenzamos a dar más vueltas de las necesarias para expresar nuestra espaciosidad. Llegando a este punto, nos creamos una conciencia de nosotros mismos, una conciencia de que “yo estoy bailando” en el espacio… Al llegar a este punto, el espacio ya no es espacio como tal. Se hace sólido. En vez de ser uno con el espacio, sentimos que el espacio sólido es una entidad separada y tangible. Ésta es la primera experiencia de la dualidad: “el espacio” y “yo”, “yo estoy bailando en el espacio y esta espaciosidad es algo sólido, una cosa separada de mí”… Dualidad significa pensar en términos de “el espacio” y “yo” en vez de ser completamente uno con el espacio, en vez de ser espacio… Este proceso que he descrito es exactamente lo que hizo surgir la “forma”, lo “otro”…
Pero para que esto suceda tiene que ocurrir cierto tipo de privación o de desmayo, en el sentido de que se nos olvida lo que estábamos haciendo antes. Hay un alto repentino, una pausa; damos una vuelta y descubrimos el espacio sólido, como si nunca antes hubiéramos hecho otra cosa, como si no fuéramos nosotros los creadores de toda esa solidez. Hay una laguna evidente entre ambos estados que mi Maestro denominaba -siguiendo en esto a los sabios ancestrales del Antiguo Egipto, a los poetas-magos- como “vacío psíquico”. Para mí, es la expresión más adecuada para adentrarnos en el Camino que hemos de revertir a través de la Meditación … Nos encontramos inmersos en la ignorancia, en el sueño de la vida, el espejismo de Mâya en el que estamos enclaustrados/encapsulados. Matrix… Para ‘salir’ de él, hemos de meditar, esto es, tenemos que morir antes de morir. Recordemos, re-cordare, traigamos al corazón, que morir a un sueño es tan inocuo como el mismo sueño. Morir a una ilusión es como apartar una nube, para poder ver el Sol que siempre estuvo ahí…Sólo la solidez ficticia de este mundo nos inocula el miedo, el horror vacui, que es el gran impedimento que frena a millones de seres a escapar de la rueda samsárica. Así podemos entender de verdad que el verbo más perfecto para señalar la liberación absoluta, total, es: DESPERTAR… Buda significa el ‘Despierto’…
La meditación es pues un descubrimiento continuo. Como afirma el maestro Lopön Tenzin Namdak: “Nadie sabe lo que es la meditación, sencillamente medita”. Cuando se despierta, en el último estadio de la meditación, alcanzamos la cumbre, un enfoque contemplativo que es propiamente no-meditación. No hay nada que hacer, tampoco hay nada en lo que meditar y, sobre todo, tampoco hay nadie que medite. Pero para esto aún resta mucho camino que recorrer… Mientras tanto, amig@s, en el Taller que impartirán Emna Castillo y Ángela Castillo el próximo 6 de noviembre en Alcalá la Real , mi participación consistirá precisamente en introducirnos en la Meditación Silenciosa y en la Musicoterapia , de la que hablaré en otra ocasión…
En este enlace podemos escuchar un fragmento delicioso de flauta shakuhashi, que acompaña perfectamente a la meditación, que nos trae la serenidad y la paz… Se titula Lluvia matutina…
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