He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

lunes, 24 de octubre de 2011

Alcanzar la plenitud a través de la música

Después de muchos años de lecturas, por un lado, y de escuchar mucha música por otro, he llegado a la conclusión de que el vocabulario de la prosodia y de la forma poética, de la tonalidad y de la cadencia lingüísticas, coinciden deliberadamente con el de la música. Desde Arión y Orfeo a Hölderlin y Rilke, el poeta hace canciones y canta palabras... La poesía lleva hacia la música, se convierte en música, cuando alcanza la intensidad máxima de su ser. Por ejemplo, en los ‘Himnos a la Noche’ de Novalis, vemos cómo la prosa lírica de esta obra breve, densa y sublime, gira en torno a una metáfora de musicalidad cósmica e imagina el espíritu del hombre como una lira tocada por la gracia divina. El vate alemán (auténtico trovar-clus) trata de exaltar el lenguaje hasta ese estado de oscuridad rapsódica, de disolución nocturna desde el cual puede pasar con mayor naturalidad hacia la luz, hacia el canto... ¡Y es que, en puridad, nada puede igualarse a la música! Son muchos mis compositores favoritos [Haendel, Palestrina, Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales, J. Desprès, Haydn, Beethoven, Schubert, Brahms, Schumann, Liszt, Chopin, Vivaldi, Bruckner, Elgar, Faurè, Gounod, Wagner, Dvorak, Smetana, Vaughan Williams, Grieg, Sibelius, Monteverdi, Glück, H. Purcell, Bellini, Donizetti, Verdi, Puccini, Bizet, Berlioz, Tchaikovski, G. Mahler, R. Strauss.....], pero por los que siento una auténtica pasión melómana y espiritual son BACH y MOZART.

La producción musical de Johann Sebastian Bach es inmensa. Las dos Pasiones (según san Mateo y San Juan), el Magníficat, las Cantatas, los Conciertos de Brandenburgo, las Variaciones Goldberg, las Suites para violoncello, el Arte de la Fuga (órgano), la Misa en B minor, etc, etc, etc. ¡Cómo aconsejo escuchar esta música sublime, inmensa! La humanidad no ha conocido otro genio que haya presentado con un mayor pathos el drama de la caída en el tiempo y la nostalgia del paraíso perdido. Las evoluciones de su música -profundamente espiritual- dan una grandiosa sensación de ascensión en espiral hacia los cielos. Con Bach, ciertamente, nos sentimos a las puertas del paraíso; nunca en él. La presión del tiempo y el sufrimiento del hombre caído en el tiempo amplifican la añoranza de mundos puros (esa ‘sed de plenitud’ de la que hablaba Teresa de Lisieux), pero no nos transplantan a ellos. El pesar por el paraíso es tan esencial en esta música que hasta los críticos musicales y los analistas más eminentes (inclusive los biógrafos, recopilando documentos testimoniales) se han preguntado si Bach tuvo alguna vez otros recuerdos que no fueran los del paraíso. Una inmensa e irresistible llamada resuena proféticamente en la música de Bach, y ¿cuál es el sentido de esa llamada sino sacarnos de este mundo? ¡Porque con Bach, efectivamente, nos elevamos dramáticamente hacia las alturas! Quien en el éxtasis de esta música no haya sentido lo transitorio de su condición natural y no haya vivido la serie de mundos posibles que se interponen entre el paraíso y nosotros, no entenderá nunca por qué sus tonalidades están constituidas por besos de ángeles... Lo trascendente tiene en Bach una función tan importante que nos muestra de una manera clara que, todo cuanto le es dado vivir al hombre tiene sentido únicamente en relación con su condición en el más allá.

Bach, por consiguiente, nos invita a una cruzada para descubrir en el alma humana, más allá de las apariencias, el recuerdo de un mundo divino. Toda la música de Bach evoca, por ello, la tragedia de la Caída. El exilio terrenal de los hombres es su motivo y su sentido oculto... De ahí que a Bach sólo podamos entenderlo cuando nos alejamos de nuestra condición actual (y de la turbamulta de este ruidoso e inarmónico mundo) y nos instalamos en nuestro primer recuerdo. En puridad, su música se encarga de realizar en nosotros esa inefable anamnesis.

Acongojado por la caída en el tiempo, Bach solo vio la eternidad. El pathos de esta visión consiste en representar musicalmente el proceso de ascensión a la eternidad (en espiral, naturalmente), y no la eternidad en sí misma. Una música, por ende, en la que no somos eternos, sino que lo seremos. -Dice Teresa de Lisieux: “La eternidad no tiene ni límites, ni fondo, ni orillas...”- La Eternidad es, en efecto, la ruptura completa del tiempo y la entrada, no en otro orden de existencia, sino en un mundo sustancial y radicalmente diferente. A la visión perenne de la discrepancia absoluta entre tiempo y eternidad, Bach le dio un perfil sonoro. La eternidad no es concebida como una infinidad de instantes [esto es el infinito, que es una especie de ‘eternidad en el tiempo’, una ‘totalidad inmanente en el devenir’, y que para nada tiene que ver con la eternidad en su sentido más profundo], sino como un instante sin centro y sin límites, un Eterno Ahora (en feliz expresión de San Agustín). El Paraíso es, pues, el instante absoluto, un momento redondeado en sí mismo, en el que todo es ‘actual’... -Dice la santa de Lisieux: “… El tiempo es sólo una ilusión, un sueño. Dios nos ve YA en la gloria y goza de nuestra beatitud eterna…”

Si con Bach lloramos el paraíso perdido, con Mozart estamos en el paraíso. Por eso, Wolfgang Amadeus Mozart es el non plus ultra, el culmen de la belleza musical. A pesar de morir joven, la producción musical mozartiana es también inmensa -gracias a su genial precocidad-. Diez conciertos, cuarenta y dos sinfonías, sus óperas principales [La Flauta Mágica; Don Giovanni; Las bodas de Fígaro; El rapto del serrallo; Cosi tan futte; La clemenza de Tito...], el celebérrimo Requiem, la Misa en C major (o Misa de la Coronación), etc, etc, etc.

¡Con Mozart, ya sí estamos en el paraíso! Su música es realmente mirífica, paradisíaca. ¡También sugiero que se escuche porque es toda una meditación…! Sus armonías son un baile de luz en la eternidad. De la música mozartiana podemos aprender perfectamente lo que significa la gracia de la eternidad: un mundo sin tiempo, sin dolor, sin historia... - Si Bach nos hablaba de la tragedia de la caída; Mozart nos habla de la glorificación de los hombres en el cielo. Esta elevación está tejida -en su música- de serenidad y transparencia, juego de colores. La evolución en espiral de la música de Bach indicaba, como antes dije, en su mismo esquema, una insatisfacción con el mundo, con lo que se nos ha dado, una sed de conquistar la pureza perdida. Sin embargo, la espiral -y esto es muy importante- no puede ser el esquema de la música paradisíaca, porque el paraíso es el límite final de la ascensión: más arriba ya no es posible llegar...

En Mozart, la ondulación significa la apertura receptiva del alma al esplendor paradisíaco. La ondulación es, por así decirlo, la geometría del paraíso, como la espiral es la geometría de los mundos interpuestos entre la tierra y el paraíso. -Hay algo que martillea incesantemente mi cerebro, que me seduce y me roe el alma a un tiempo, y se trata de aquello que escribió el poeta francés Mallarmé sobre las primeras composiciones de Mozart, sobre los primeros minuetos que compuso a los seis años: “El hecho de que un niño haya podido vislumbrar semejantes armonías es una prueba de la existencia de Dios y del paraíso por el anhelo…” Tenía razón Mallarmé; toda la música de Mozart, pura y aérea, nos transporta a otro mundo y tal vez a un recuerdo… ¿No resulta de hecho extraño que, purificados por ella, vivamos todas las cosas como recuerdos que nunca se convierten en lamentos? ¿Y eso por qué? Porque el mundo de Mozart, el que su música nos ofrece, posee la misma consistencia que los recuerdos; es inmaterial…

Se ama la música celestial de Mozart porque priva a la vida de su dirección entrópica y declinante, convierte el entusiasmo en vuelo y sus alas son portadoras de fortuna y no de fatalidad. ¿Quién podría decir donde termina la gracia y empieza el sueño? Esta música de ángeles me ha hecho descubrir, entre otras cosas, una categoría nueva: el estado de ‘suspensión’, de ‘planeamiento’, de ‘trance’. En este estado he aprendido de verdad lo que es la profundidad de las serenidades... Y si admiro profundamente a Mozart es porque él nos enseña con su música lo que será la humanidad cuando ya no conozca el dolor ni el miedo. En la música de Mozart están contenidos, de facto, todos los símbolos de la felicidad suprema y eterna: la ondulación, la transparencia, la pureza, la serenidad.

Sólo puedo decir, ya para terminar, pues me faltan palabras para describir lo que la música de Mozart significa para mí, que las melodías mozartianas tienen su plenitud en la más alta tonalidad del alma, sobre las cimas donde florece el ígneo lirio del Amor Eterno...

Cello Suite nº 1 Prelude de Bach


Air on a G-String de Bach


Ave Verum Corpus de Mozart


Sonata para dos pianos K. 448 de Mozart

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