Concentrándonos en los mudras de la danzante (la maestra Laura Orsina), en los paisajes, en la música, en el movimiento de las nubes, vivido como un Todo, podemos alcanzar una gran paz y una gran energía vivificante perfectamente aunadas. Todo esto lo encontramos en esta maravillosa melodía titulada Eternal Dance –Danza Eterna compuesta por Levon Minassian y en cuyo subtítulo puede leerse (traducido del inglés): “Todo está en constante movimiento, transformándose a sí mismo. Nada se detiene. Todo regresa”.
“¡Oh peregrinos del santuario! ¿Adónde vais, adónde?
¡Volved! ¡Volved! ¡El Amado está aquí!
¡Su presencia bendice toda vuestra vecindad!
¿Por qué vagáis en el desierto? ¡Vosotros que buscáis a Dios!
¡Vosotros mismos sois Él! ¡No necesitáis buscar!
¡Él es vosotros, en verdad! ¿Por qué buscáis lo que nunca se perdió?”
¡Volved! ¡Volved! ¡El Amado está aquí!
¡Su presencia bendice toda vuestra vecindad!
¿Por qué vagáis en el desierto? ¡Vosotros que buscáis a Dios!
¡Vosotros mismos sois Él! ¡No necesitáis buscar!
¡Él es vosotros, en verdad! ¿Por qué buscáis lo que nunca se perdió?”
Shams-e Tabriz (m. 1248)
El “surgimiento de la dualidad” ha sido llamado de muy diversos modos en los distintos mitos de los pueblos que componen la humanidad: ‘caída’, ‘vacío psíquico’, ‘ruptura del huevo primordial’, ‘partición del Andrógino’, ‘hundimiento de
El universo, la infinidad de las cosas, la sociedad humana, todo el conocimiento humano, no es nada, sino conceptos virtuales; el espacio ‘infinito’, el tiempo ‘sin final’, etc., están solamente en la mente. La realidad, ‘tat’ (Brahman, Âtman…) es la cesación de la conceptualización, de la identificación con lo limitado…
Las identificaciones son el producto de la mente. La función de la mente es producir formas y agrupaciones, correspondencias, atribuciones, entre supuestas entidades que no son nada sino conceptos, imágenes. Identificado por su mente y con su mente, el sujeto dormido padece, sufre identidades que son limitaciones, alienaciones. Encantado, atormentado por el espectro de la humanidad, de la deidad, de la consciencia, mirando como el esclavo de Platón las sombras sobre la pared de su cueva, encerrado en el hospital de locos de la consciencia, es víctima de la historia que se cuenta en su mente, su diálogo interior. Como un águila educada por gallinas, que cree ser ella misma una gallina, el ser humano pasa una vida de sufrimiento, al no ser lo que realmente es. Sí, toda condición es ilusoria, debido a Mâyâ, toda identificación es ‘avidyâ’, ignorancia, el origen del sufrimiento sin origen...
Millones de personas gastan toda su energía en proclamar que son lo que no son. Se identifican con un conjunto mente-cuerpo, con un “sujeto”, quien, como tal, recibe atribuciones, cualidades y está en correlación con objetos (y otros sujetos, pero, en cuanto ‘otros’, considerados como objetos). Pero nada de esto es… Como bien dice Halil Bárcena: “Para quien sabe ver, todo es Él, Hû según la expresión derviche. Las realidades hablan cuando yo callo. Mientras vivo inmerso en la cacofonía de mi ruido interior, lo de fuera no es más que el espacio en el que resuena el eco amplificado de mis deseos y temores, mis expectativas y necesidades. Veo sólo lo que mi patrón interpretativo me permite ver, esto es, muy poco, a penas nada. Sin embargo, ahí delante hay una inmensidad de sentido. Percibirla no depende más que de la calidad de la mirada. A ojos sufíes, saber ver es la cuestión. Para quien sabe ver, todo cuanto hay se convierte en símbolo que habla del otro mundo, el de la pura sutilidad que se anuncia tras lo múltiple y formal. Quien sabe ver alcanza a comprender y sentir la naturaleza primordial de las cosas, o lo que es lo mismo, la realidad real. Sin embargo, pocos son los que se dan cuenta de todo ello. Hay quien mira y no ve. Son la mayoría. Hay quien mira, no ve y cree ver. Estos son bastantes: ciegos conduciendo a ciegos. Pero, hay quien mira, desde el silencio más radical de sí mismo, y ve. Estos son los menos, pero gracias a ellos se sostiene el mundo…”
Aconsejo vivamente la lectura de dos obras magníficas sobre esta materia. La una es ‘El libro de la Nada ’ del patriarca zen Sosan; y la otra es ‘El Tratado de la Unidad ’ del místico sufí Ibn al Arabi. Ya de esta época contemporánea, muy esclarecedora es también la obra ‘La doctrina sufí de la Unidad ’ de Leo Schaya.
He aquí un profundo fragmento del ‘Libro de la Nada’:
Volver a las raíces es encontrar el significado,
pero perseguir apariencias es alejarse del origen.
En el momento de la iluminación interior
se transcienden las apariencias y el vacío.
A los cambios que parecen ocurrir en el mundo vacío
los llamamos reales solamente debido a nuestra ignorancia.
No busques la verdad; tan sólo deja de mantener opiniones...
No permanezcas en el estado de dualidad;
evita cuidadosamente esas búsquedas.
Si queda rastro de esto o aquello,
de lo correcto o lo incorrecto,
la esencia dela Mente se perderá en la confusión.
Aunque todas las dualidades proceden del Uno,
no te apegues ni siquiera a este Uno.
los llamamos reales solamente debido a nuestra ignorancia.
No busques la verdad; tan sólo deja de mantener opiniones...
No permanezcas en el estado de dualidad;
evita cuidadosamente esas búsquedas.
Si queda rastro de esto o aquello,
de lo correcto o lo incorrecto,
la esencia de
Aunque todas las dualidades proceden del Uno,
no te apegues ni siquiera a este Uno.
Cuando la mente existe imperturbable en el Camino,
nada en el mundo puede ofender; y cuando ya nada
nada en el mundo puede ofender; y cuando ya nada
puede ofender, deja de existir tal como era antes.
Cuando no surgen pensamientos discriminatorios,
la mente de antaño deja de existir…
la mente de antaño deja de existir…
Recomiendo hoy este bello y sencillo blog de sabiduría sufi:
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