Recomiendo escuchar suavemente, como fondo de mi breve relato, esta sencilla y bella melodía de Philip Glass…
Era todo como un sueño, había vivido sin saberlo dentro de una totalidad sin centro y sin fisuras. No tenía conciencia de nada, tan sólo había existencia y nada más. No tenía nada que pensar, no había nada que comprender. Todo era como una inmensa llanura, sin hitos ni figuras, sin antes ni después, completa en sí misma. Nada era “grande” ni “pequeño”, ni “limitado” ni “ilimitado” puesto que en aquel vasto océano lo latente no había sido extraído aún ni actualizado por el soplo del espíritu… Y, de repente, mi mirada comenzaba a verse a sí misma… Una distorsión inesperada me empujaba a una eterna vigilia, sacándome del mundo del sueño, de la no-vida y de la no-muerte, al que no volvería nunca más.
Un conjunto de imágenes, de conceptos, de símbolos se iban reproduciendo sin cesar por una especie de imperativo que no podía controlar. En este despertar me asomé como una piedra que surgía del fondo del mar. El aire se curvaba frente a mí, empezando así a vislumbrar las primeras imágenes de aquellos enhiestos árboles que, en la orilla, parecían estar lejos, muy lejos, pero cuyas raíces, sin embargo, todavía estaban en mi pecho. Era todo aquello un sentir tan puro, tan inocente, tan vívido y refrescante, que no podía imaginar que aquel esbozo de emoción líquida y transparente se adentraría más adelante por las intrincadas sendas de un laberinto de sueños que se sueñan a sí mismos…
Sin darme cuenta, me vi abocado a un devenir inconmensurable, a una vida fluyente e inaprensible, a una plétora de multiplicidad tal… que sólo la locura podía resolver, en su irresoluble condición, la vastedad de aquel enigma sin nombre. ¿Adónde asirse pues…? Antes de que pudiese formular ninguna pregunta en un mundo sin cuestionamientos ni respuestas, advinieron como en un misterioso cortejo palabras, categorías mentales, representaciones simbólicas, y un sin fin de redes de araña perfectamente entrelazadas. Entre tantas estructuras, formas, figuras geométricas, números, ideas y pensamientos, un vislumbre fugitivo me devolvió a la realidad primera. Todos los espejos, tanto los más límpidos como los más oscurecidos, reflejaban cada cual a su modo que era la inconsciencia de la conciencia primigenia la que nos había lanzado a recorrer los dédalos infinitos del universo. Y estaba bien que así fuera, pues no podía ser de otra manera.
Sin darme cuenta, me vi abocado a un devenir inconmensurable, a una vida fluyente e inaprensible, a una plétora de multiplicidad tal… que sólo la locura podía resolver, en su irresoluble condición, la vastedad de aquel enigma sin nombre. ¿Adónde asirse pues…? Antes de que pudiese formular ninguna pregunta en un mundo sin cuestionamientos ni respuestas, advinieron como en un misterioso cortejo palabras, categorías mentales, representaciones simbólicas, y un sin fin de redes de araña perfectamente entrelazadas. Entre tantas estructuras, formas, figuras geométricas, números, ideas y pensamientos, un vislumbre fugitivo me devolvió a la realidad primera. Todos los espejos, tanto los más límpidos como los más oscurecidos, reflejaban cada cual a su modo que era la inconsciencia de la conciencia primigenia la que nos había lanzado a recorrer los dédalos infinitos del universo. Y estaba bien que así fuera, pues no podía ser de otra manera.
De un sueño sin consciencia a una inconsciencia sin sueño, el reto que se me presentaba aquí y ahora era asombrosamente hermoso. Mi perplejidad como mi asombro no tenía fin, y no estaba solo en esta singular empresa, en esta esplendorosa singladura… Habiendo pasado por las múltiples fases del sistema mental humano, habiéndome perdido por un sin fin de caminos en desiertos y bosques, en valles y montañas, tenía sin duda que volver a dormir para poder despertar. Pero ya nunca sería como el sueño primero, al que nunca se regresa. La no consciencia, como la inocencia, no es recuperable una vez perdida. Tampoco tenía sentido seguir en la conciencia ordinaria, que no es sino inconsciencia que se ha alejado del sueño primero.
Se hacía necesario por tanto un salto a la consciencia absoluta, a la luz primigenia que habita en el fondo de la matriz del universo. Un viaje maravilloso a ninguna parte, sumiéndose en la oscuridad de Isis, en la cueva de las sombras donde palpitan titilantes todas las estrellas. Adormecimiento de todas las potencias hasta la cesación de todo pensamiento, de toda idea, de toda imagen, disolución de todo acontecer más allá aún del último signo… Apartar con un inmenso amor todos los velos, detener la respiración, hasta los latidos del corazón sumir en un silencio inmenso… Morir antes de morir para estar realmente vivo. Morir a todo con la dulzura de un nombre impronunciable en los labios. Cerrar los ojos rozando el silencio de la vida para despertar a la consciencia de lo que ya somos, pero ya sin consciencia de sí, siendo uno con el Todo.
Y amar, amar, amar sin medida envueltos en la luz de un eterno gozo…
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