He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

jueves, 27 de octubre de 2011

La Metamorfosis en el Arte. Muerte y Transfiguración

Nada más adecuado, para el tema que hoy expongo, que escuchar suavemente como fondo de mi texto esta música melancólica y autumnal de Philip Glass: el poeta actúa…


Metamorfosis

Oscuro y enterrado, como búho,
espera en el silencio húmedo,
aplazando la sordidez,
consume murmullo tras murmullo
cada palabra,
como si fuera el último bocado
antes de la metamorfosis.

Aplasta férreamente
las posibles disensiones,
depura lo superfluo
que se antepone al valor mismo
de las cosas, pervirtiéndolas.

Sólo queda lo indescriptible,
aquello que se da por llamar
lo inefable.

Razón de esta búsqueda, este diario
ejercicio de crear la vida
con despojos cercenados a cadáveres...

Este poema de Hölderlin nos viene a manifestar, entre otras cosas, que si no hubiera poesía en los tiempos sombríos nunca hubiera habido poesía. También que donde está el peligro -como reconocía el mismo vate- ahí se encuentra precisamente la salvación. Hay, de hecho, una muy acertada expresión de Goethe que dice que “hay una relación muy estrecha entre la verdad y la derrota”. La poesía, a mi entender, asume precisamente estas dos instancias: la de la verdad estética por un lado y la de la derrota por otro. ¿No estaría el poeta de alguna manera navegando en la orilla de la derrota, en el sentido de que la palabra parece siempre no ser lo suficientemente poderosa como para manifestar el espíritu del que emana…?

De aquí se infiere la más que comprensible melancolía que siente profundamente todo auténtico artista. El pathos de un ser de luz lleva siempre en efecto el sello de una cierta melancolía difícil de describir, quizá porque sepa mejor que nadie que se gana perdiendo. No hay otro modo en este mundo. Si queremos subir, querremos bajar; sólo si subimos bajando alcanzaremos el monte de la perfección. El grano de trigo debe morir para que fructifique…

Todo esto lo comprendió perfectamente Friedrich Hölderlin. De ahí su poema, metamorfosis: variación en la forma, transformación infinita, precisamente a partir de la experiencia germinal del límite. Somos de hecho los humanos seres fronterizos en constante metamorfosis. -El mismo ejercicio poético, de hecho, es una transmutación inacabable-. La metamorfosis implica una mudanza porque es una muda de piel, para seguir evolucionando, creciendo a través de las edades, de los universos…

En mi opinión, de entre todos los elementos de la creación el árbol es el que mejor nos comunica esta gran realidad. Fijémonos cómo el árbol está ligado con las grandes aguas, con la transparente fuente y con los ríos turbulentos que circulan en las entrañas de la tierra. Mientras que la calma firmeza del árbol y el ruido monótono del viento a través de sus hojas invitan al espíritu a reposar, la incesante actividad de las diferentes especies de animales que se alimentan de sus raíces y de sus ramas nos recuerda la naturaleza, que jamás reposa y jamás se fatiga. Esto último es importante destacarlo, y es algo que no se le pasó por alto ni a la alquimia tradicional ni a la inmensa mayoría de las mitologías: la transmutación, la metamorfosis incesante de la naturaleza… Como tan extraordinariamente bien cantaban los antiguos Vedas hindúes, “en la naturaleza todo está en constante transformación y celebración…”

En el caso de la relación entre la música y la metamorfosis, ahí tenemos por ejemplo esa magnífica obra que es Muerte y Transfiguración (1890) de Richard Strauss. El muy moderno aliento de esta extraordinaria sinfonía resulta sorprendente: tanto su sobrecogedora polifonía, de texturas saturadas, como su cacofonía extraordinariamente trabajada cuyo centro de gravedad implosiona en lugar de explotar, no sólo resultan fascinantes sino que suponen además una ventana que muestra horizontes mucho más vastos... Así también, en otra grandiosa obra de Strauss, Metamorfosis (1944), singularmente en el comienzo y en el final, la forma es transparente, terminando el movimiento con un mensaje de esperanza suscitado por la tonalidad, por el juego instrumental, por la orquestación... La Metamorfosis podría sin embargo durar eternamente, como la Vida misma, que nunca muere… Por esto, me gustaría recordar aquí las últimas palabras que pronunció en sus últimos momentos el gran músico mentado, R. Strauss: “Hace cincuenta años”, dijo, “compuse ‘Muerte y Transfiguración’ (Tod und Verklärung)”. Luego, tras un silencio, añadió: “No me equivoqué. Era precisamente eso”.

En verdad, un auténtico escritor no escribe libros, un auténtico pintor no pinta cuadros, un auténtico músico no compone piezas…, sino que cada uno de ellos, en su modo de expresión, realiza su obra. Una obra, un Ars Magna, que no es una figuración, sino una transfiguración alquímica de la realidad, en la que lo esencial es lo que perdura y en la que el autor no conoce la prisa a la hora de señalar un hecho que se demora pues, en puridad, la obra no termina nunca. Como tan hermosamente señaló Goethe: “que no puedas llegar nunca, eso es lo que te hace grande…”

En el límite en el que el propio límite deja de serlo para convertirse en un tránsito, vemos un inquietante e ineludible testimonio: su realización corresponde desde luego a la fe profesada en lo más recóndito del alma. Si recordamos los últimos compases del poema sinfónico citado, comprenderemos lo que quiere decir esta constatación en presente, cuando lo último se convierte en un comienzo: todo lo que se presintió, todo por lo que hubo lucha y esperanza, mantenida como un desafío, es eso exactamente. Gravedad triunfante del coro con el que finaliza la sinfonía ‘Resurrección’ de Gustav Mahler: “¡Oh!, créeme, corazón, no pierdes nada. Guarda, sí, guarda para siempre lo que fue tu amor, lo que fue tu lucha…” – Sólo importa una cosa en la noche que envuelve nuestras vidas humanas: que crezca esa luz, esa incandescencia que permite reconocer la “Tierra Prometida”… la Tierra de las Ciudades de Esmeralda…

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