Violoncello's Lament ( Akira Senju )
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Lenta y limpia como una hilera de árboles transparentes nace en el pecho la gratitud. No se atreve a hablar. Todo lo dice desde la altitud del silencio en que dos miradas se juntan. Y allí sin tiempo se reconocen, pues el agradecimiento borra los días en su exaltación continua de otro ser. La gratitud no se aprende, es una suave explosión genética que hace más armónico el mundo, porque nunca se queda dentro de nadie, sino que su espíritu enaltece el común vivir humano. La gratitud es humilde. Quien la practica abandona títulos y saberes y siempre desde la orilla canta íntimo aquello que le hizo amanecer.
El corazón de la gratitud no tiene playas para el olvido, late cada hora con la memoria de un nombre. Y no se cansa de responder desde su horizonte iluminado. Si el calor de una mano levanta su casa en la intemperie de alguna soledad, seguro que alguien emocionadamente visitará esa casa cada despertar. Si unas palabras dejan, de pronto, a la ilusión respirar, ¿quién a su sonido no se abrazará y, subido después a su terraza, con el dueño de esas palabras ya siempre su paisaje compartirá?
La gratitud crea la conciencia de que sin eco no hay voz, y de que las notas del pájaro más solitario el pulso de otras aves sin duda las dictó. La gratitud hilvana el tejido humano con invisibles hilos de bondad. Por eso la vida se ensalza entre los que como aurora alumbran y los que emprenden su camino sin que su corazón olvide la primitiva luz virginal...
La gratitud convierte el triunfo en calma, aplaca la libertad del poder, serena el fuego del yo. El humo cálido de la gratitud humana nunca se desvanece. Descalza anda la gratitud porque no necesita ser anunciada. Su beso anuda dos almas. La gratitud es bautizo para la condición humana. Infancia sostenida a través de los años. Es un planeta arrodillado que gira alrededor de una madre. La luz inmarcesible de la gratitud sostiene en sus brazos el cuerpo de una rosa perfumada…
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