Y aquí traigo dos fragmentos bellísimos y preñados de misterio pertenecientes a dos grandes bandas sonoras de dos buenas películas: Gattaca y la Vida de David Gale…
Me tiendo sobre la hierba
y me olvido de todo lo que me enseñaron.
Lo que me enseñaron no me ha dado
ni frío ni calor...
Lo que me dijeron que había jamás
alteró la forma de una sola cosa.
Lo que me enseñaron a ver nunca
tocó mis ojos…
Fernando Pessoa
Hoy quiero mostrar algo esencial para adentrarnos de verdad en el terreno de la experiencia espiritual, en lo más hondo de ella, la cual solo es posible cuando hemos desbaratado y derribado uno a uno todos los ídolos, en todas sus formas posibles, siendo la gramática el fundamento y la raíz de todos ellos… - Comienzo mi post de hoy con este fragmento escrito por Osho, que dice así: “El Zen solo tiene un diccionario y es el del universo. El Corán son las escrituras de los musulmanes, los hindúes tienen el Veda, los Sikhs tienen el Gurugranth, los cristianos tienen la Biblia y los judíos el Talmud. Si me preguntases cuál es la escritura del Zen, te diría que el Zen no tiene escrituras, sus escrituras son el universo. Esa es la belleza del Zen. El sermón está en cada piedra, el Espíritu está recitando en el sonido de cada pájaro, la existencia misma está bailando en todo lo que sucede a tu alrededor…”
¡Genial y certera la reflexión de Osho, de aquel sabio hindú que vivió al margen de todos los dogmas! La experiencia me ha enseñado que la consecución de la gran salud se inicia desde el momento en que uno se pone en serio (pero lo que se dice en serio) a meditar. De hecho, Zen significa simplemente eso: Meditación. En puridad, el Zen no es más que un Yoga sutil y profundo que ha recogido la diamantina herencia de lo mejor del budismo, el taoísmo y el sintoísmo, en este orden. Ni más ni menos que eso. El Zen es una experiencia íntima que permite unir lo visible y lo invisible, lo relativo y lo absoluto, lo que pasa y lo que permanece. No es ni el bien ni el mal, ni el sí ni el no, ni el vacío ni lo pleno. Está más allá del mundo de los contrarios, de un mundo construido por la distinción intelectual. Es inaprensible pero cómo toda empresa humana, y en el marco principial del budismo, tiene sus templos, sus tradiciones, sus ritos, sus códigos... Esto es así, lógicamente, y no podía ser de otra manera, porque de lo contrario no podría cristalizar; pero el espíritu del Zen no está atado a ninguna religión, a ninguna creencia, es de hecho la tradición espiritual más desnuda y más desprovista de lenguaje que existe. Invita tan sólo a una autenticidad mayor, a no atrincherarse en los dogmatismos, a no esclerotizarse en los ritos sin vida.
Yo he constatado todo esto en aquellas personas que lo practican, desde los maestros hasta el último discípulo. En todos ellos he visto sus frutos (como decía Jesús “por sus frutos los conoceréis”): la sencillez, el desinterés, el espíritu de pobreza, la compasión, el amor, la alegría, el equilibrio y la serenidad. Y he vivido también en primera persona su versatilidad realmente luminosa y transformadora, que se manifiesta a través de los cuentos, de la pintura, del teatro Nô, del tiro con arco, del camino de la espada, de la ceremonia del té, de la arquitectura, de los jardines, de la poesía haiku, del zazen, del silencio... Todo en estos meditadores es una expresión, una indicación, un camino… El Zen es una lámpara encendida, un fuego en lo alto de la colina, una consciencia despierta...
El ser de luz que practica verdaderamente zazen ha borrado sus huellas, ha clausurado su pasado, y camina bajo una guía luminosa en la senda de la Compasión , esto es, en el camino de la Meditación. Si , pongamos por caso, dos personas practican juntas zazen se unen en un nivel muy superior de consciencia y crecen al unísono. Y cierran, al alcanzar la Iluminación , el círculo de la consumación para así no volver a nacer jamás... – Algo debe quedarnos muy claro también, en todo este contexto, para entera satisfacción de nuestro espíritu: ya medite en soledad o en compañía, nunca oiremos a un budista (sea cual sea la escuela a la que pertenezca) ni a un taoista pronunciar la palabra ‘Dios’. Hay una definición de José Saramago que es la más bella que nunca haya leído o escuchado a este respecto. Decía así el escritor portugués: “Dios es el silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”. Saramago compartió con Nietzsche la parábola de Zarathustra y el apólogo del Loco sobre “la muerte de Dios” y quizá hubiera puesto su rúbrica bajo dos de las afirmaciones nietzscheanas más provocativas: “Dios es nuestra más larga mentira” y “mejor ningún dios, mejor construirse cada uno su destino”. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que ‘Dios’ es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada... Las generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus guerras y sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre... Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros, y dicen: ‘Lo hacemos en nombre de Dios’... Debemos respetar y venerar sin duda a los que prohíben esta palabra que no significa nada, a los que apuestan por el más que digno silencio de Buda…
En consecuencia, no se ha comprendido absolutamente nada en la Senda del Espíritu si no se ha entendido que ninguna palabra o idea, sea la que sea, puede ayudarnos. Más aún, no hemos empezado ni siquiera a caminar si no hemos percibido desde el primer momento que toda palabra estorba la meditación, como toda imagen estropea y distorsiona la contemplación… Hay un dicho budista muy famoso a este respecto que reza así: “Si encuentras al Buda, mátalo”. Este aforismo, que hemos oído en diversas ocasiones, y que puede ser interpretado de distintas maneras, se entiende sobre todo en el sentido de que el auténtico Buda está en el interior de cada uno de nosotros. El sabio, con su dedo, señala a la Luna , y así el objetivo está en la Luna , no en mirar al dedo: nuestro modelo no es pues el maestro zen, ni siquiera Siddharta Gautama. Podemos sin duda aprender mucho de él pero si vamos por el camino y nos encontramos al propio Sakyamuni, él será un Buda falso para nosotros, porque nuestro auténtico maestro y nuestro auténtico modelo están dentro de nosotros mismos, y nuestro trabajo es mantener el silencio y la atención para permitir que el Buddha que somos despierte. El concepto de Buda es por tanto como la barca para cruzar el río. Una vez cruzado el río ¿de qué sirve la barca? El concepto de Buda sólo es útil para llegar a la experiencia de Buda. – Sólo en el budismo, dicho sea de paso, podemos apreciar toda esta belleza, pues en las religiones teístas, que son la mayoría, se toman demasiado en serio las cosas, y cualquier ocurrencia es tomada como ‘herejía’ o bien como ‘pecado’ digno de castigo o de redención…
¿Por qué esto es así? E. M. Cioran viene en nuestra ayuda y nos lo explica perfectamente. Decía así el filósofo rumano: “Si cada todos los místicos tuvieron conflictos con la Iglesia católica es porque tenían demasiado talento. La Iglesia no exige ninguno, no reclama más que la obediencia, la sumisión a su estilo. En nombre de un dogma esclerotizado, erigió sus hogueras. Para escapar a ellas, el ‘herético’ no tenía otro recurso más que cambiar las fórmulas, expresar sus opiniones en otros términos, en ‘términos consagrados’. La Inquisición no hubiera existido jamás si la Iglesia hubiese tenido más indulgencia y comprensión por la vida del lenguaje, por sus desvíos, su variedad y su invención. Cuando se ha barrido la paradoja, sólo se evita el martirio por el silencio o la banalidad…” Lo aquí leído es mucho más importante de lo que a simple vista parece. Anteriormente mencioné el hecho de que ninguna palabra o idea, sea la que sea, puede ayudarnos, y que, bien al contrario, toda palabra estorba la meditación… Esto es así porque todo lenguaje implica un modelo; el lenguaje en sí mismo es de facto una ideología. Utilizar el lenguaje es caer en su trampa. El lenguaje posee una lógica, un sistema, una base. Una vez empiezas a hablar de algo, has entrado ya en el mundo de la ideología. Pero hablar sin duda es un mal necesario. Ha de ser tolerado. Me gustaría no tener que hablar; me gustaría transmitir y comunicarme directamente sin lenguaje alguno, pero entonces no tendría este blog ni llegaría a mis lectores/as. Con todo, doy fe de que en mis Talleres el lenguaje brilla por su ausencia, lo que vale es la experiencia, el gesto, la meditación silenciosa… [*]
Cerrando el círculo de este post, traigo a colación lo que mencioné al principio de él cuando afirmé que la gramática es el fundamento y la raíz de todos los ídolos. Aunque ya he mostrado sobradamente porqué esto es así, me gustaría compartir con todas aquellas personas que me lean la capital importancia que tiene en la Senda de la Luz el descorrer el velo del lenguaje… De todas las palabras de las que dispone éste la más engañosa de todas es sin duda la del ‘yo’, pues este ‘yo’ es concebido como cosa, como algo sustancial, subyacente a toda evolución e inmutable, representando así el modelo para la concepción de un mundo cosificado… Si hablamos y concebimos desde el yo, crearemos inevitablemente otros yoes, y, en última instancia, ese Yo superior que es la idea de ‘Dios’. Lenguaje, gramática, sociedad y religiones teístas van siempre de la mano. Todo culto a un ‘Dios’ (llámese Yahvé, Estado, Partido, Líder, Ideología, o Dinero, da igual, cada cual se crea su propio ‘Dios’ al que adora) implica gregarismo y masificación, el calorcillo del rebaño… De lo que no cabe ninguna duda es que si el lenguaje es vehículo de comunicación interhumana, el requisito de liberarse de la gramática como condición previa a la superación del error, tiene como consecuencia el aislamiento individual, la disgregación del mundo social. Por eso, Buda salió de su palacio y de la civilización y se puso debajo de un Árbol a meditar… No hay otra manera… Vivir en sociedad es consentir con el error más grave que existe, a saber: aceptar a ‘Dios’, a cualquier ‘Dios’, la razón en el lenguaje y la moral. Por eso, la inmensa mayoría de los seres humanos son esclavos… Para decirlo con palabras propias de las ciencias sociales: los ídolos son factores de cohesión social…
¿Qué hacer pues? El sujeto que piensa - la res cogitans cartesiana - ha de dejar paso al individuo que en solitario se sumerge en el océano infinitamente múltiple y cambiante de la Vida del Espíritu, que no se sabe de donde viene ni adonde va, pues no se puede categorizar, clasificar, cosificar ni parcelar. No hay palabras ni ideas para las experiencias verdaderamente profundas. Y todo lo que pronunciamos con el lenguaje no es más que una logorrea procedente de una construcción falsa y artificial, la del yo, que nada significa… Sólo ruido que provoca más ruido y confusión… La facundia social, la banalidad de todos los días, de todos los lugares, de todas las fiestas y las rutinas, de todos los medios que ‘comunican’ y que, por ello, no nos dicen nada…
Con una infinita sabiduría, escribía Nietzsche: “Hacer uso del lenguaje es, en esencia, falsear y falsearse; sucumbir ante el pánico provocado por lo inexpresable, que constituye uno de los factores determinantes de la génesis y del mantenimiento del rebaño humano. El lenguaje es, en conclusión, la condición de la posibilidad de elaborar ídolos, el fundamento de su acción cosificadora que estatifica - y en consecuencia falsea - la realidad que se agota en su fluir. Hablar no puede ser otra cosa que moralizar, esto es, proyectar sobre la inocencia del devenir las categorías cadavéricas de la vida decadente, enfermiza y perversa…” – Ahora bien, sentado lo dicho por el filósofo alemán, ¿cómo denunciar la falsedad del lenguaje sin hacer uso de éste? O, en último término, y planteando el interrogante crucial que suscitaba Pierre Klossowski: “¿cómo permanecer lúcido si se destruye lo que nosotros creemos que es el foco de la lucidez, o sea el yo?; ¿qué será de esta conciencia sin agente?; ¿cómo subsistirá la memoria si debe remitirse a todas las cosas que ya no son el yo…?” Todos estos ‘problemas’ los solucionó realmente Nietzsche al plantear la posibilidad de crear un nuevo lenguaje, el lenguaje del ‘simulacro’, querido a partir de los ‘fantasmas’ no queridos, que la vida de los impulsos emite. Se trata en realidad de un ‘pensamiento corporante’ o de una ‘semiótica pulsional’ que equivale al ‘pensamiento afirmativo’ de Gilles Deleuze… Sin duda, estos pensadores europeos se aproximaron al Origen aun sin alcanzarlo, acercándose mucho al Vacío que es Plenitud…
[*] Siddharta Gautama el Buda afirmó: “Mi enseñanza no es una doctrina o una filosofía. No es el resultado del pensamiento discursivo o de la conjetura mental como algunas filosofías que defienden que la esencia fundamental del universo es el fuego, el agua, la tierra, el viento o el espíritu, o que el universo es finito o infinito, temporal o eterno. La conjetura mental y el pensamiento discursivo sobre la verdad son como hormigas caminando por el filo de un cuenco, nunca llegan a ninguna parte. Mi enseñanza no es una filosofía sino el resultado de la experiencia directa. Lo que digo surge de mi experiencia y puedes confirmarlo a través de la tuya propia… Mi meta no es explicar el universo, sino ayudar a los demás a tener una experiencia directa de la realidad. La experiencia directa es la única que nos permite ver el verdadero rostro de la verdad…”
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