Realmente es maravilloso este enlace, pues está repleto de imágenes de atardeceres, acompañados por la música celestial de Vangelis y la voz de Enya. Su título es 'Come to me'...
En el llanto, el que ama es como las nubes;
en la perseverancia, como las montañas;
en la postración, como el agua;
en la humildad, como el polvo en el camino… Rumi
Siempre me han fascinado los cuentos de hadas, y voy a explicar el motivo... Todos los narradores de cuentos de hadas nos transmiten, sin excepción, que hubo un tiempo – in illo tempore - en que pertenecíamos a lo Divino y a sus obras, y que si en aquellos tiempos antiguos, entre las blancas setas de las montañas, nos hubiésemos encontrado los pies refulgentes de un ángel no nos habría causado gran sorpresa, pues en aquel entonces conocíamos el amor sin fondo y todos los eternos estados del ánimo; pero ahora la red que nos atrapa envuelve nuestros pies. Ahora estamos incompletos, fragmentados, alienados, divididos, no somos ya una hermosa tela tejida, sino que somos como un manojo de cuerdas enredadas y tiradas en un rincón. No tengo ni qué decir que esta transformación no se da tanto en el tiempo lineal, que también, sino en la atemporalidad o tiempo primordial, pues la Fuente está siempre intacta, esperándonos. El mundo que fue una vez absolutamente perfecto y amable aún sigue existiendo, pero enterrado como un montón de rosas bajo muchas paladas de tierra. No otra cosa tratan de decirnos, de manera constante y bella, todos los cuentos...
Las voces se confunden con el crepúsculo,
y se mezclan con los árboles, y al pensar
ya en palabras también éstas se confunden
y desvanecen.
Tan lejos soy llevado en el País de las Hadas
que he perdido la memoria y ya veo en
el horizonte los cuatro ríos, y la muralla
del Paraíso hasta las raíces del Árbol de la Vida...
La enseñanza eterna de los cuentos es que tenemos que traspasar el desierto, que, en una de sus ambivalencias, simboliza cualquier lugar que permanece baldío del espíritu, sin la existencia de manantiales. ¿No es acaso hoy la ciudad moderna – megalópolis de la sequedad – el cerco que mejor representa el desierto, que no sólo niega la naturaleza creada, sobrenatural, sino que la suplanta y la oculta, aplastándola, no dejándola respirar, bajo placas de asfalto; que no deja correr al agua viva y libre; que no es posible para los animales de la creación; que no tiene hadas ni duendes; que no siembra ni recoge, y que solamente negocia? ¿No es la urbe el perfecto vano del espíritu, la tumba de lo divino, la esclavitud del ser humano, el cáncer de la tierra? Agobio, tristeza, tiranía, belleza aparente, estrechez, racionalidad… infierno. No es de extrañar así que todas las personas que han buscado, que han inquirido, que se han convertido en peregrinos y narradores de cuentos, se hayan opuesto desde siempre a la vida agitada de las sociedades y de las cortes leprosas de infamias, abandonando las ciudades con sus purulencias de innoblezas, villanías y deslealtades.
Sí, los Peregrinos del Alba, los Hijos de la Luz, hemos buscado siempre la Arcadia feliz, hemos sentido constantemente la nostalgia del retiro, rito de paso hacia la interioridad; nos hemos abismado así en la naturaleza no labrada ni modificada; hemos marchado, en fin, hacia otro mundo. Porque nuestro reino no es de este mundo...
Un aspecto muy importante en los cuentos de hadas es la aparición recurrente de estos seres entre piedras no labradas. Desde siempre, en la ciencia de los símbolos, se ha considerado a la piedra no labrada como la más apropiada para los templos, puesto que el cincel o el martillo la profanan. De hecho, todas las apariciones celestiales escogen para sus manifestaciones hierofánicas aquellos lugares o aquellos símbolos de absoluta naturalidad, virginales, no hollados por el ser humano. Y se aparecen siempre a los seres más sencillos, puros y transparentes, cuyas almas no han sido trituradas por la selva de las palabras, los pensamientos, las dudas, el raciocinio, la complejidad mental. Pastores, niños…, seres sin doblez alguna, indivisos, no modificados, no alterados por la “civilización”, son los receptores perfectos del Espíritu... O seres que han pasado por todas las fases de la historia personal y colectiva, hasta que, lavando su sangre en el gran sufrimiento universal (como dice el Apocalipsis), han sido transfigurados finalmente en Luz...
Como las piedras sin pulir, estos seres son andróginos en sus interioridades más abismales, de ahí que en todos los cuentos la piedra virgen, el manantial puro y el árbol sagrado sean tres símbolos vinculados entre sí que aparecen siempre frente al protagonista de la narración. Aquí, en este otro mundo, todo está sacralizado, porque en el Paraíso no hay templos hechos por la mano del hombre, sino que cada árbol, cada pradera, cada manantial, es un santuario. Es nuestro Centro más profundo. Microcosmos y Macrocosmos totalmente alineados...
El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se acierta con ausencia.
Algunos de nuestros gritos
se detienen junto a nosotros
y nos miran fijamente
como si quisieran consolarnos de ellos mismos.
Algunas palabras que hemos dicho
regresan y se paran a nuestro lado
como si quisieran convencernos
de que llegaron a alguna otra parte.
Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.
Hay momentos y hasta quizá una edad de nuestra imagen
en que todo cuanto sale de ella
vuelve como un espejo a confirmarla
en la propia constancia de sus líneas.
Así se va integrando
nuestro centro más secreto.
Sí, los cuentos nos van conduciendo, hay que confiarse a ellos, abrirse a su luz...
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