He aquí un fragmento musical magnífico de la banda sonora de la película “El Rey Arturo”, del gran compositor alemán Hans Zimmer.
Carta enviada por el médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) a una discípula suya, la británica Constance Lang, el 17 de noviembre de 1921
“La gnosis debería ser una experiencia de nuestra propia vida, una planta cultivada en nuestro propio árbol. Los dioses extranjeros son un veneno dulce, pero los dioses vegetales que uno cultiva en su propio jardín son nutritivos (…) Usted no debería hacer de los árboles extranjeros un tótem (…) Nadie la apoyará una vez que traspase los límites; pero debemos bendecir el lugar en que encontramos el comienzo de nuestras limitaciones. Más allá de nuestras fronteras no hay nada salvo ilusión y sufrimiento, porque uno llega a un país donde los espíritus de los antepasados y los hechizos no son los nuestros. – Ningún profesor le enseñará cuando usted se debilite, pero su propia alma le proporcionará la medicina adecuada.
Debe ser fuerte dentro de su país. Tiene árboles fuertes, gran abundancia de campos fértiles, y agua buena. ¿Por qué busca las enseñanzas extranjeras? Son venenos, no proceden de su misma sangre. Debería apoyarse en sus propios pies, pues dispone de una tierra rica debajo de ellos. ¿Por qué escucha la palabra de un hombre que está fuera de su tierra y que no se apoya en sus propios pies? La verdad es un árbol con raíces. No son palabras. La verdad sólo crece en su propio jardín, no en otro lugar.
Sólo los hombres débiles comen la comida de un extraño. Pero su pueblo necesita un hombre fuerte, un hombre que adquiera su verdad en sus propias raíces y de su propia sangre. Eso, y sólo eso, es bueno para el pueblo (…) Apelo a su propia fortaleza natural. Perderá su destino el pueblo que adopte hechizos extranjeros…”
La espiritualidad gnóstico-europea de Jung nunca se mostró de un modo tan evidente como en esta carta. Sus referencias a la raigambre de la espiritualidad del individuo, el hecho de que dicha espiritualidad debe proceder de la misma sangre y la llamada a permanecer dentro de las fronteras del paisaje místico propio, son todo un canto a la fidelidad a la tierra y a los antepasados… Nunca estará de más insistir además en el hecho de que Jung, que fue un personaje realmente extraordinario en todos los aspectos, no hizo otra cosa en su vida y en su obra que enseñar al hombre de Occidente a resucitar a Kristos dentro de su alma. Porque Kristos es el Self para el hombre occidental…
Abundando más en este regreso a los orígenes, viene a colación también aquello que escribió el filósofo alemán Martin Heidegger, en los años de la guerra fría: “Si entendemos Occidente no etimológicamente como caída (la referencia a Spengler es obvia), sino como cercanía a los orígenes griegos, entonces la guerra y su devastación -y el frío de la posguerra- no habrían sido sólo una ocultación del Ser sino el recuerdo de la necesidad de descender hacia ese ortus continuamente aludido, un retorno al origen. ¡Volvamos a la patria!...” – Al final de su vida, Heidegger hablará del budismo y del zen, pero no ignoró en ningún momento que Occidente no se salvará a partir de ningún Oriente, sino sólo a partir de sus propias raíces, como también apuntó Jung, tal y como hemos visto. Sí, solo volveremos a ser nosotros mismos a partir de un inmersión en las raíces paganas y gnósticas de la Tradición Ancestral Europea, que la Iglesia trató de eliminar por todos los medios, consiguiéndolo en gran medida con la ayuda inestimable de las ideologías modernas... A este respecto, ya escribí en este Blog un post el 6 de enero de este mismo año, y que titulé: “¡Hay tantas Auroras que aún no han despuntado!”
Vayamos ahora al tema central que quiero desarrollar en este post de hoy, el cual está profundamente vinculado con lo que he expuesto en esta introducción. Se trata de un asunto que genios de la talla de Mircea Eliade, Rene Guénon, Carl Gustav Jung o Henry Corbin estudiaron muy, muy a fondo… Veamos… Lo primero que deseo reseñar es que, de una u otra forma, en las tradiciones de los pueblos indoeuropeos siempre se encuentra la idea de un poderoso ‘Señor del Mundo’, de un reino misterioso que se encuentra por encima de todo reino visible. De una residencia que tiene, en sentido superior, el significado de un polo, de un eje, de un centro inmutable y secreto, representado como una tierra firme en medio del océano de la vida, como una comarca sagrada e intangible, como una tierra de la luz, o tierra solar…
Significados metafísicos, símbolos y oscuros recuerdos se entrelazan aquí inseparablemente... La idea de la realeza olímpica y del ‘mandato del cielo’ constituye sin duda un tema central: “Aquel que reina a través de la Virtud (del Cielo) – dice Kong-tze – se asemeja a la estrella polar: él permanece inmóvil, pero todas las cosas se mueven a su alrededor”. La idea del Rey del Mundo aparece aquí de una manera clara, y concebido como cakravartî se encuentra por encima de una serie de temas subordinados: el kravarti -Rey de los reyes- hace girar la rueda –la rueda del Regnum, de la “Ley”, del Dharma– permaneciendo él mismo inmóvil. Invisible como la del viento, su acción tiene sin embargo la irresistibilidad de las fuerzas de la naturaleza. En mil formas, y en estrecha conexión con la idea de una tierra nórdico-hiperbórea, irrumpe el simbolismo de la sede del medio, de la sede inmutable: la isla, la altura montañosa, la ciudadela del sol, la tierra defendida, la isla blanca o isla del esplendor, la tierra de los héroes… “Ni por tierra ni por mar se alcanza la tierra sagrada” afirmaba Píndaro, dentro de la tradición helénica. Ésta es también la isla de Avalón, es decir, la isla de Apolo, del dios solar hiperbóreo, denominado a su vez Aballún por parte de los Celtas. También respecto de legendarias razas ‘divinas’, como los Tuatha dè Danann, que vinieron del Avalón, se dice que vinieron ‘del cielo’. Los Tuatha llevaron consigo desde el Avalón algunos objetos místicos: una piedra que indica a los reyes legítimos, una lanza, una espada, un vaso que provee un alimento permanente, el ‘don de vida’. Son los mismos objetos que figurarán en la leyenda del Grial…
Desde los tiempos primordiales estos temas originarios indoeuropeos descienden hasta el Medioevo asumiendo en esta época formas características. De aquí, por ejemplo, y dentro del Tema de Bretaña, las tradiciones relativas al reino del Preste Juan y del Rey Arturo… El reino de Juan asume muchas veces los rasgos del ‘lugar primordial’, del ‘paraíso terrestre’. Es allá donde crece el Árbol; un árbol que, en las diversas redacciones de la leyenda, aparece a veces como Árbol de la Vida , otras como un Árbol de la Victoria y del dominio universal. Allí se encuentra también la piedra de la Luz , una piedra que tiene la virtud de resucitar al animal imperial, el Águila. Juan domina a los pueblos de Gog y de Magog – las fuerzas elementales, el demonismo de lo colectivo. Varias leyendas hablan de viajes simbólicos que los más grandes dominadores de la historia habrían hecho hacia tierras que tenían un significado análogo, o hasta el país del preste Juan, para recibir allí una especie de consagración sobrenatural de su poder. Pero… ¿de qué país se trataba? En la leyenda de Oyero de Dinamarca el reino del Preste Juan se identifica con el Avalón, es decir con la isla hiperbórea, con la tierra solar, con la isla blanca...
En Avalón, y esto es esencial señalarlo, se ha retirado el Rey Arturo. Acontecimientos trágicos, descritos en formas diferentes de acuerdo a los textos, lo obligan a buscar allí refugio. Este retiro de Arturo no tiene el significado de la conversión de un principio de una función, en algo latente. Arturo, de acuerdo a la saga, no ha muerto nunca. Él vive todavía en el Avalón. Él se volverá a manifestar nuevamente. En la figura del Rey Arturo debe verse una de las múltiples funciones del ‘dominador polar’, del ‘rey del mundo’. El elemento histórico se encuentra aquí revestido por el suprahistórico. Ya la antigua etimología vinculaba el nombre de Arturo con arkthos, es decir, ‘oso’, lo cual, a través del simbolismo astronómico de la constelación polar, remite claramente a la idea del centro...
El simbolismo de la Mesa Redonda , de cuya caballería Rey Arturo es el jefe supremo, es solar y polar. El palacio de Rey Arturo -así como el Mitgard, la residencia luminosa de los Asen, de los ‘héroes divinos’ nórdicos- está construido en el centro del mundo – in medio mundi constructum. De acuerdo a algunos textos, el mismo gira alrededor de un punto central: gira, como en la isla blanca’ recordada por los indoeuropeos de Asia, en la tierra hiperbórea cuyo dios es el solar Vishnu, gira la swástica, como la isla de vidrio céltico-nórdica -un facsímil del Avalón- gira; como la rueda fatal del cakravartî, del Rey del Mundo ariano, gira. Los rasgos sobrenaturales, ‘mágicos’, propios de esta figura se encarnan, por decirlo así, en Myrddhin, es decir, en Merlín, consejero inseparable de Rey Arturo, que es, en el fondo, la representación personificada de la parte sobrenatural del mismo Arturo. La caballería de Arturo irá a la búsqueda del Grial. La caballería de Arturo, que recluta sus miembros entre todas las patrias, tiene como consigna: “El que es jefe, que sea nuestro puente”. De acuerdo a la antigua etimología, pontifex significaba por lo demás el ‘hacedor de puentes’, aquel que establece el lazo entre las dos riberas, entre los dos mundos...
La doctrina del centro supremo y de las edades del mundo está estrechamente vinculada con la de las leyes cíclicas y de las manifestaciones periódicas. Si se dejase a un lado tales puntos de referencia, muchos mitos y muchos recuerdos tradicionales nos remitirían a una situación de fragmentos casi incomprensibles. “Ello aconteció una vez – ello acontecerá de nuevo”, enseña la tradición. Y también: “Cada vez que el espíritu declina y la impiedad triunfa, Yo me manifiesto; para la protección de los justos, para la destrucción de los malvados, para establecer firmemente la ley, de edad en edad Yo revisto un cuerpo...” En todas las tradiciones, bajo diferentes formas, más o menos completas, siempre encontramos la doctrina de las manifestaciones cíclicas de un principio único, subsistente en los períodos intermedios en estado latente. Mesías, Juicio Universal, Regnum, etc. Todo esto no representa otra cosa que la narración extraordinaria y auténtica acerca de un dominador que no habría muerto nunca, sino que se habría retirado en una sede inaccesible –idéntica en el fondo, al ‘Centro’– para volver a manifestarse en el día de la ‘última batalla’; de un emperador que duerme y que se volverá a despertar; de un príncipe herido, que espera a aquel que lo curará y que conducirá a su reino decaído o devastado hacia un nuevo esplendor... Todos estos muy notorios temas de la leyenda imperial medieval nos remiten sumamente lejos en los tiempos. El mito primordial del Kalki-avatâra contiene ya todas estas ideas en una relación sumamente significativa con otros símbolos. Kalki-avatâra ha ‘nacido’ en Shambala, que es una de las designaciones del centro hiperbóreo primordial. La enseñanza le ha sido transmitida por parte de Paraçu-Râma, el representante “nunca muerto” de la tradición de los ‘héroes divinos’, el destructor de la casta guerrera en rebelión. Kalki-avatâra combate en contra de la edad oscura y sobre todo contra los jefes de las fuerzas demoníacas de la misma, Koka y Vikoca, los cuales etimológicamente remiten a Gog y Magog, a las fuerzas subterráneas que, ya dominadas y subyugadas por el regio Preste Juan, se desencadenarán en la edad oscura y contra las cuales también el emperador vuelto a despertar deberá combatir…
[Habrá una segunda parte]
Aconsejo vivamente leer esta obra realmente maravillosa y didáctica titulada “El Rey del Mundo” (1927), escrita por el gran matemático, filósofo y metafísico francés René Guénon (1886-1951)…
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