He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

viernes, 6 de junio de 2014

Todo partió del desierto...

La soledad y la grandeza del desierto son ocasión propicia para que el hombre se encuentre consigo mismo y medite en la infinita grandeza del Señor de todas las cosas. Aquí reside la gran riqueza del simbolismo del desierto: es lugar de la nada, de la ausencia de Dios y de la muerte y, a la vez, lugar de encuentro con el Dios de la vida. El desierto, por su soledad absoluta y por su despojo radical, se convierte en el seno libre y disponible donde Dios hace surgir la vida

Pero yo voy a seducirla:
la llevaré al desierto
y le hablaré al corazón” (Oseas 2,16)




El desierto simboliza un seno vacío, oscuro y misterioso. Por eso, el desierto, donde nada existe, es el punto de partida de las infinitas posibilidades. Tiene su equivalencia pues con el Mar de Nûn, que en la mitología egipcia venía a ser un océano profundo, repleto de todas las potencialidades, de todo lo imaginable que puede hacerse realidad, siempre y cuando se pesque en ese mar con las redes adecuadas de palabras o con el anzuelo de una letra pronunciada de una determinada manera…

El desierto viene a ser pues como una gran llanura, la llanura primordial, infinita, eterna, sin hitos ni demarcaciones, sin nada… Donde no es posible medir ni comparar, donde no hay magnitud ni dimensión alguna, puesto que no hay nada… hasta que surge una pirámide, o un árbol, o un trazo como el alif, o el tajo de una espada, el número uno en una palabra. De la unicidad absoluta del todo a la unidad, del no ser al ser, de la blancura absoluta sin mácula al punto. Un vacío psíquico, una apertura, un hueco, una ruptura del huevo cósmico, una gota que se cuela quién sabe dónde, una palabra eterna que surge de la nada, del silencio, y emerge la unidad, la primera “creación”… En la soledad más absoluta (no sentida todavía) no se puede medir ni comparar aún, ni construir, ni propagar, ni nombrar, estamos por tanto ante una gema colgada en el infinito, o un espejo… Y desde dentro de esa unidad, por el aleteo del Espíritu que le insufla vida, desde esa vibración creadora, surge el dos, la polaridad, y podríamos seguir… Pero no es el tema que nos ocupa…




todo partió del desierto, el ámbito perfecto de la contemplación, adonde fueron todos los profetas, todos los videntes, todos los místicos, todos los santos… El lugar en el cual no hay distracción alguna y a la vez se nos pone a prueba (la sequedad, el vacío, la desolación, la soledad…). El lugar de la verdad, donde fueron a combatir los primeros eremitas y los padres del yermo. Tierra de visión tras quedarse ciego, y nido de intimidad y amor, donde nada distrae de lo único necesario… Por esto, de la celda, de la sala de meditación o de la cueva, de la choza o de la ermita, del mismo cuerpo, de la misma existencia, el buscador hace su tienda en el desierto de la vida. La tienda (de donde derivará el templo…) en el desierto es la luz de la consciencia en medio de la infinitud oscura y cenagosa, mar de arena muerta, de la inconsciencia. Un oasis de amor y de ternura




El desierto, por ser el mundo de la nada, de la muerte y el terror, se convierte en escuela donde el místico aprende a esperar con confianza todo del amor divino y de su solicitud. Recordemos la historia de Agar e Ismail. O del Profeta Elías. No otro es el sentido de la Dama Pobreza del Poverello de Asís. Y el seno de la Virgen es ese desierto en el cual, sin haber caído simiente alguna, surge la vida en toda su plenitud a consecuencia de un acto creador del Espíritu, de un Verbo que se materializa para recorrer todo un proceso que es el de la consciencia, para el que entienda…




En el desierto se da la gran batalla, a vida o muerte. Sin confianza (que nada tiene que ver con la fe) no es posible la victoria. Cuando no se tiene nada, y no tenemos nada, sólo queda confiar, abrirse a la acción del Espíritu. Esto es ser consciente. Y cuando somos conscientes la tienda del desierto, esto es, nuestro cuerpo, ya no es propiamente una tienda para vivir, o no tan solo eso, sino que se convierte en un lugar de culto, en un templo. Recogidos, tras un largo éxodo, en nuestra condición primordial, cabe el Origen, nos convertimos en el centro del universo… Como un castillo con diferentes estancias o moradas. Camelot. O un templo. - No en vano, en la antigüedad, al fundar una ciudad lo primero que se erigía era el templo, y alrededor de él se construían el resto de los edificios, lo cual no deja de ser fuertemente significativo…-





El término “templo” significa “cortar”, “delimitar”. Por esto, el templo designaba desde antaño una parte, un límite, un espacio de cielo donde los antiguos adivinos o aurúspices veían señales para sus previsiones. Después pasó a ser el lugar donde se adivinaba y, más tarde, una zona “delimitada” y reservada al dios local. –Así, el templo es un resumen del universo, el centro del mundo. En verdad el templo es una pequeña “tienda” dentro de la inmensa “tienda cósmica” del universo, que se extiende por el horizonte. ¿Y acaso no es el ser humano una pequeña partícula dentro del inmenso cuerpo cósmico del universo? ¿No somos ciertamente una humilde tienda en la vastedad del desierto? 




Tan pequeños y tan grandes (somos esa “caña pensante” que decía Pascal), podemos aquí en la tierra, como piedras vivas, construir entre todos un templo espiritual como fiel reflejo del templo de luz que existe en el mundo ideal, en el mundo de los arquetipos celestes. Sí, así es, hermanos/as. Crear una comunidad de seres de luz, de elfos redivivos, debiera ser nuestra máxima aspiración, más allá del mundo de las formas, de las vías elegidas, de las creencias y los dogmas, y de todos esos ropajes puestos -que no somos nosotros- sobre este vehículo planetario de nuestro cuerpo. ¿No escucháis ya los últimos acordes deliciosos de Parsifal? ¡Unidos al fin en la paz y en el amor, como piedras preciosas y vivas que conforman un templo de vacío pleno y de secreto silencio… para convertirnos luego en estrellas luminosas del firmamento...!







2 comentarios: