He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

domingo, 8 de junio de 2014

La pureza de las enseñanzas del Zen

He aquí una bellísima y melancólica melodía titulada Ich bin der Welt abhanden gekommen! – Me he alejado del mundo. Se trata de uno de los más célebres Rückert Lieders de Gustav Mahler. Esta versión es cantada por la extraordinaria soprano Waltraud Meier (la cual está considerada como la mejor soprano viva del mundo). Pongo aquí la letra del poema, que es precioso, en español y en original alemán.





He abandonado el mundo
en el que malgasté mucho tiempo,
hace tanto que no se habla de mí
¡que muy bien pueden creer que he muerto! 

Y muy poco me importa
que me crean muerto;
no puedo decir nada en contra
pues ciertamente estoy muerto para el mundo.

¡Estoy muerto para el bullicioso mundo
y reposo en un lugar tranquilo!
¡Vivo solo en mi cielo,
en mi amor, en mi canción!

Ich bin der Welt abhanden gekommen,
Mit der ich sonst viele Zeit verdorben,
Sie hat so lange nichts von mir vernommen,
Sie mag wohl glauben, ich sei gestorben!

Es ist mir auch gar nichts daran gelegen,
Ob sie mich für gestorben hält,
Ich kann auch gar nichts sagen dagegen,
Denn wirklich bin ich gestorben der Welt.

Ich bin gestorben dem Weltgetümmel,
Und ruh' in einem stillen Gebiet!
Ich leb' allein in meinem Himmel,
In meinem Lieben, in meinem Lied!

                                        * * *

“La existencia no es difícil de entender. No hay misterio de la vida. Todo está trazado claramente para que la humanidad lo vea y lo reconozca. La ciencia del conocimiento, que no se basa en ‘pensamientos’ sino en visión, ha estado siempre disponible para la raza humana a través de las enseñanzas transmitidas por los Mensajeros. Esta ciencia la descubrimos desde el comienzo de la historia registrada del hombre. La única ciencia que ha descendido a nosotros, la ciencia transmitida de percepción interna directa, desprovista del velamiento de lo sensorial, se encuentra en las enseñanzas originales del Tao. Se encuentra también en los mensajes incomparablemente codificados de los maestros Zen, que extraen las enseñanzas en su pureza de una fuente aproximadamente dos mil años anterior a ellos. Está en toda la historia de los gnósticos del Islam, desde los Compañeros que vivieron hace mil cuatrocientos años, la gente de Suffa, hasta los grandes maestros sufís, Iman Yunaid, al-Yilani, Naqshbandi, Shadili y Darqawi…” Abd al-Qadir as-Sufi [Indicaciones de los signos]




“Las personas con tendencia racionalista tienen la obsesión de los ‘pensamientos’; ven los conceptos, no las ‘cosas’; de ahí sus críticas fallidas de las doctrinas inspiradas y tradicionales. No ven ni las realidades de las que hablan estas doctrinas, ni las cosas inexpresadas que caen por su peso. Critican como juristas lo que sorprende a sus hábitos mentales; no pudiendo llegar a las ‘cosas’, se apropian de las palabras. Lo propio de los filósofos es objetivar sus limitaciones (…) Vivir de pensamientos es reemplazar indefinidamente unos conceptos por otros conceptos. En el raciocinio, los conceptos se desgastan sin poder ser nunca reemplazados, en este plano, por algo mejor. Nada es más nocivo que este desgaste mental de una verdad; se diría que las ideas verdaderas se vengan del que se limita a pensarlas. – Aquel cuyo ser está demasiado exclusivamente anclado en el pensamiento, aquel que quiere realizarlo todo en lo mental y que no hace más que agotar virtualidades de conocimiento, cae finalmente en el error si no se encuentra ya en él, como la curva ascendente de un círculo se transmuta imperceptiblemente en curva descendente. A pesar de ciertas fluctuaciones que pueden llevar a engaño, ahí está todo el drama de la filosofía…” Frithjof Schuon [Perspectivas espirituales y hechos humanos]





Y como no hay nada más contrario al pensamiento racionalista y al raciocinio estéril que el espíritu de la narración fantástica -preñada siempre de grandes enseñanzas- he aquí varios cuentos zen


Un samurái le pidió a un maestro que le explicara la diferencia entre cielo e infierno. Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos. Furioso, el samurái desenvainó su sable para decapitarle.

- He aquí el infierno – dijo el maestro. El guerrero, impresionado por estas palabras, calmó su ira y volvió a enfundar el sable. Al ver esto, el maestro añadió:

- He aquí el cielo.

                                                    *

- Maestro, quiero estudiar el arte de la espada, ¿cuántos años necesitaré?

- Diez años.

- ¡Son demasiados!

- Entonces, veinte años.

- ¡Pero eso es una barbaridad!

- Treinta años.


                                              




Un maestro zen le ofreció un melón a su discípulo y le preguntó:

- ¿Qué te parece este melón? ¿Está bueno?

- Sí, sabe muy bien – contestó el discípulo.

- ¿Dónde está ese sabor? – le preguntó luego el maestro -. ¿En el melón o en tu lengua?

El discípulo reflexionó y se lanzó a dar complicadas explicaciones:

- Este sabor procede de una interdependencia entre el melón y mi lengua, porque mi lengua sola, sin el melón, no puede…

El maestro lo interrumpió bruscamente:

- ¡Idiota! ¡Más que idiota! ¿Qué pretendes? Este melón está bueno. Eso basta.


                                                       *

Un célebre espadachín japonés, que se decía adepto al zen, fue al encuentro del maestro Dokuon y le dijo, no sin un leve aire de triunfo, que todo lo que existía era el vacío, que nada distinguía al yo del tú, etc. El maestro lo escuchó un momento en silencio, luego cogió su pipa y golpeó con fuerza al soldado en el cráneo.

El hombre saltó, cogió su sable y amenazó al monje.

- Vaya – dijo éste muy tranquilo -, el vacío no tarda en montar en cólera...


                                                        



Un viejo monje y un monje joven caminaban por el bosque hasta que llegaron al frente de un río bravo. El río no era ni muy ancho ni profundo, y dado que no había puente decidieron cruzarlo sin más. En eso se les acercó una joven que llevaba ya mucho tiempo a la orilla del río. Llevaba puestos vestidos elegantes, llevaba un abanico, tenía pestañas muy largas y les sonreía con sus ojos grandes.

- Oh – dijo ella – la corriente es tan fuerte y el agua tan fría. Y si se me moja el Kimono me va a ruinar toda la seda. ¿Podría uno de ustedes ayudarme a pasar el río y cargarme?

Con estas palabras iba acercándose al joven monje. Pero él pensó que el comportamiento de la mujer era irrespetuoso. Sin embargo el viejo monje encogió los hombros, subió a la joven mujer y cargó con ella dejándola a la otra orilla después de haber cruzado el río. Después los dos monjes siguieron caminando.

Aunque durante la caminata mantuviesen el silencio, el joven monje estaba muy enfadado. Él pensaba que su colega más viejo había cometido un grave error al ser tan generoso con esa mujer tan orgullosa. Y lo que era peor aún, al tocar a una mujer había incumplido un precepto de su orden. Y mientras seguían caminando, el joven monje seguía enfurecido para adentro, hasta que no aguantó más y comenzó a incriminarle al compañero su comportamiento por haber cargado a esa mujer y haberla ayudado a cruzar el río. Tenía tanta rabia que toda la cara se le había puesto roja.

- ¿Todavía estas cargando con esa mujer? – preguntó el monje más mayor.

– Yo, hace más de una hora que dejé de hacerlo.


                                                      




-Vengo maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no hago nada bien, que soy torpe, nadie me quiere por eso estoy solo. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro le dijo: -Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después… -Y haciendo una pausa agregó: -Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y tal vez después pueda ayudar.

-E… encantado maestro -titubeó el joven

-Bien -asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba puesto en el dedo pequeño de la mano izquierda y se lo dio al muchacho, agregó: -toma el caballo que está ahí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara, hasta que un viejito se tomó la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

Después de ofrecer su joya a todo el que se cruzaba en su camino, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Entró a la habitación, donde estaba el maestro, y le dijo: -Maestro, lo siento pero no es posible conseguir lo que me pediste. Quizá pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie respecto al verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos primero saber el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. Quién mejor que él para saberlo. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. No importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

Llegó a la joyería, el joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó, y luego dijo: -Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¿Cincuenta y ocho monedas? – exclamó el joven. -Sí -replicó el joyero-Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo.

-Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda

                                                                



Hoy, en vez de recomendar una página web o un blog, invito a que se vea esta extraordinaria película sobre la vida de un ser realmente excepcional: el Gran Maestro Zen Eihei Dogen (1200-1253)












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