He cruzado la línea hace tiempo, descorriendo casi todos los velos, quitando todas las máscaras/la persona; y me he asomado a otros mundos. Vivo en lo que Baudelaire definía como 'chambre double', la cual sólo abandono para ocuparme de las cosas más necesarias. Mi "estar aquí", mi presencia, se parece a un sueño hibernal iluminado… Vivo instalado en un constante viaje iniciático, en una epopeya que nadie puede imaginar siquiera…

jueves, 12 de junio de 2014

La naturaleza del desapego...

El camino es más importante que la meta” Ernst Jünger




«Un maestro estaba viajando con uno de sus discípulos. El discípulo era el encargado de cuidar el camello. Llegaron por la noche cansados a una posada. Era tarea del discípulo atar el camello, pero no se preocupó y lo dejó fuera. En lugar de eso simplemente rezó. Le dijo a Dios: «Ocúpate del camello» y se quedó dormido.

Por la mañana el camello se había ido; lo robaron o se escapó, no se supo. El maestro preguntó:

-¿Qué ha pasado con el camello? ¿Dónde está?

-No lo sé -dijo el discípulo-. Pregúntale a Dios, porque le dije a Alá que se ocupase del camello pues yo estaba muy cansado, por eso no lo sé. Y tampoco soy responsable, porque se lo dije muy claramente! No puede no haberse enterado. De hecho no se lo pedí una sola vez, sino tres veces. Y tú nos enseñas «Confía en Alá», por eso confié. Ahora no me mires con rabia.

-Confía en Alá -dijo el maestro-, pero primero ata el camello; porque Alá no tiene otras manos que las tuyas.

Si Dios quiere atar el camello, tendrá que usar las manos de alguien; no tiene otras manos. ¡Y es tu camello! La mejor manera y la más fácil, la más rápida, es usar tus manos. Confía en Alá. No confíes sólo en tus manos. Confía en Alá. No confíes sólo en tus manos, sino te pondrás tenso. Ata el camello y luego confía en Alá. Me vas a preguntar: “¿Entonces por qué confiar en Alá si uno está atando el camello?”. Porque un camello atado también puede ser robado. Tú haz todo lo que esté en tu mano: eso no garantiza el resultado, no es una garantía. Por eso haz todo lo que tú puedas, y luego pase lo que pase, acéptalo

Ese es el significado de atar el camello: haz todo lo que esté a tu alcance, no evites tu responsabilidad, y luego, si no sucede nada o algo va mal, confía en Alá. El sabe más. Entonces quizás lo mejor para nosotros es que viajemos sin camello...» Osho ['La sabiduría de las arenas']




Magnífico y esclarecedor este bello cuento sobre el asunto que hoy deseo tratar... En una ocasión, leyendo un libro de Ramiro A. Calle sobre el Amor, comentaba este autor algo que me llamó la atención y que me gustó, al referirse al amor auténtico, al amor que alcanza su madurez auténtica. Era esto lo que decía (extraigo solo un brevísimo fragmento) al referirse al amor verdadero: “…el amor auténtico es el amor incondicional, que no apego, amor dependiente o condicionado ni pasajero enamoramiento...” 

Es importante, muy importante, conocer la naturaleza del apego, que es la causa de un enorme sufrimiento. Precisamente por eso hay que entender qué significa realmente “desapegarse”. ¿Se trata de frialdad y alejamiento emocional? ¿Es un estado de “insensibilidad” o anestesia afectiva? Por supuesto que no. Esa sería una lectura superficial e inexacta. Se puede amar muy intensamente sin apego y se puede no amar nada y tener mucho apego a una persona. –Lo que genera sufrimiento por consiguiente es el despego, que es otra cosa. El despego es desinterés, indiferencia, o sea, la actitud pasiva de una persona que se deja vencer por la apatía y por la inercia…




¿Qué implica pues el sano y edificante “no apego”? - Voy a poner aquí lo que dice Ajahn Sumedho a este respecto en su acertado escrito “La mente y el camino”. Creo que en su simplicidad no lo puede dejar más claro: “El no apego no significa quitarte de encima a tu esposa. Significa liberarte de las visiones erróneas con respecto a ti y a tu esposa. Entonces descubrirás que allí hay amor, pero que no estás apegado. No distorsiona, ni aferra, ni agarra. La mente vacía es capaz de cuidar y querer a los demás en el sentido más puro del amor. Pero cualquier apego siempre lo distorsionará…”

Como vemos, el desapego es hermoso, maduro, generoso, porque implica superar el afán de poseer o de aferrarse, con lo cual se superan los celos, la tendencia a manipular y la consideración aberrante de la otra persona como un objeto. –No puede entenderse el auténtico amor sin desapego, del mismo modo que donde hay despego no hay amor. Por ello, se puede vivir perfectamente en el desapego budista y esto es completa y totalmente compatible (de hecho es la consecuencia natural) con la solidaridad humana, con la compasión activa por todos los seres, con el compromiso por los más desfavorecidos. Los que no hacen nada son los despegados, los indiferentes, los apáticos, los egoístas, los que cierran su corazón y estrechan su mente con la ilusión de la separatividad, en una palabra, los que se parapetan en el individualismo solipsista y hedonista. De esto, el mundo está lleno, por desgracia. - Un budista auténtico es un ser lleno de compasión que lucha por la dignidad de los que no tienen nada.




Al hablar de ‘desapego’, me refiero concretamente a ese estado de la mente que implica mantener el centro de auto valoración en lo que somos, un centro de consciencia, independientemente de lo que tengamos o de nuestros logros. Aplicado a resultados significa no hacer depender nuestra auto-estima de logros sobre los que no tenemos total control. Esta actitud no implica para nada no darle valor a aquello por lo que luchamos o no trabajar por objetivos, sino percatarnos de que su obtención depende no sólo de nuestros esfuerzos sino de variables que escapan de nuestro dominio. Es darnos cuenta que en muchos eventos de nuestra vida cotidiana somos totalmente responsables de nuestros esfuerzos. Sí, somos totalmente responsables de nuestros esfuerzos, pero solo parcialmente de los resultados. Centrar nuestra valoración personal en resultados que no dependen totalmente de nuestros esfuerzos es irracional. Saber aceptar la ambigüedad y aprender a navegar en ella, derivando en estado de alerta, es vital para la tranquilidad y la efectividad personal. En este sentido podríamos decir con Ghandi: “esfuerzo completo, victoria completa”. 




Veamos algo más a este respecto. Me encanta el espíritu y la letra de los versillos o advertencias espirituales que el Doctor Místico, San Juan de la Cruz, incluyó en el capítulo XIII de la primera parte de su libro “Subida del Monte Carmelo”. Dicen así…

Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada




Estos versos componen uno de los más altos poemas jamás escritos, y San Juan de la Cruz los ofreció como “Avisos y reglas”: una especie de explanación poética del extraño dibujo que puso al comienzo de este libro de la Subida del Monte Carmelo para ilustrar la doctrina del despojamiento absoluto en él inscrita.

Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.
Para venir a lo que no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres

Como podemos comprobar, la grandeza de San Juan de la Cruz en el universo de la cultura humana está, desde luego, en su poesía, pero a la vez y de manera radical en su teoría del conocimiento de lo real, del mundo y de los hombres, y en el silencio despojado y densísimo con que apunta a lo Real Ultimo, o en los resplandores de su encuentro en la noche y en la llama, en el jardín y la ínsula… y en su sentido profundo de la renuncia.




Las herramientas que utiliza el ego o el orgullo, que lo mismo es, son: agredir, prohibir, imponer, interferir, forzar, suponer, etc... La renuncia/desapego rompe el orgullo, desbarata al ego y desbloquea la mente, entonces... ¡el milagro se manifiesta! Nuestra vida cambia de manera inmediata

Después de una renuncia, no es infrecuente tener un resultado positivo sobre algo que habíamos buscado mucho... Busquemos en nuestra vida y encontraremos verificaciones de esto. A todos nos ha pasado: renunciamos a algo y obtenemos el resultado inverso. En fin, yo creo que la clave de esto se encuentra sobre todo en esa gran virtud que es el desapego. El desapegarse de resultados correlaciona con lo que los psicólogos denominan ‘tolerancia a la ambigüedad’. Y es que, como dije antes, centrar nuestra valoración personal en resultados que no dependen totalmente de nuestros esfuerzos es irracional. Saber aceptar la ambigüedad y aprender a navegar en ella, como recomienda Manfred Max Neef ganador del Nóbel de Economía en 1983, es vital para la tranquilidad y la efectividad personal. - También podemos hacer propia la frase de San Ignacio de Loyola quien afirma: “Obremos como si todo dependiera de nosotros, pero dejemos el resultado en manos de Dios”.




El enfoque plasmado en el “Baghavad Gita”, que constituye la esencia de la filosofía de los hindúes y budistas, logra un notable equilibrio entre medios y fines: Mirar el futuro y luchar por construirlo según los propios sueños, pero sin apetecer los frutos de la acción. Si se dan, bien, si no, examinar porqué y modificar los fines o los medios aceptando lo que no podamos cambiar, enfatizando en todos los casos el valor de la experiencia en sí misma y el aprendizaje que se deriva de ella.

Como vemos, desde la perspectiva del desarrollo personal, el camino y lo que en él se aprende es el fin y el destino el medio. Si soltamos el apego por resultados concentrándonos en hacer lo mejor posible lo que tengamos que hacer para lograrlos, nuestro desempeño y nuestra calidad de vida mejorarán notoriamente. Y todo esto, estando envueltos en un ambiente de paz, de meditación y de contemplación. Que es justo todo lo contrario de lo que vemos, por ejemplo, en España. Así, más del 90% de la programación televisiva española (en todas las cadenas, públicas, privadas, autonómicas…, que también compiten ferozmente entre sí…) se basa en la competitividad. Competiciones de todo tipo y a todas horas ad nauseam. Se compite, y agresivamente, por todo: cocina, tapas, canción clásica, canción folclórica, baile, ‘cultura’… Por no hablar de las competiciones deportivas que lo invaden todo… Y no solo es un problema (porque lo es) español, es el gran problema de todo Occidente. Su malsana obsesión por competir, con sus siempre previsibles resultados dualistas que, algunos al menos, estamos hartos de contemplar: los ‘triunfadores’ que ríen y los ‘perdedores’ que lloran… ¡como niños! 




Vivimos en una sociedad inmadura y absurda que todavía no se ha enterado, no ha aprehendido, aquella gran verdad que afirmaba el genial Ruyard Kipling en uno de sus poemas, a saber, que el éxito y el fracaso son dos impostores. Todo fracaso es además un éxito y todo triunfo es un fracaso. Pero la sociedad occidental es muy infantil, no ha madurado todavía. Su nivel de Consciencia es ínfimo. Lo que hay que hacer pues es abrir los ojos a todos aquellos seres humanos que de un modo u otro participan (o aprueban) cualquier tipo de competición para que, entre todos, superemos etapas involutivas que aún siguen incrustadas en nuestro tiempo y que impiden avanzar a Gaia hacia su perfección, hacia su punto Omega... Porque, no lo olvidemos, y lo vemos todos los días, un ser competitivo es un ser sin alma y sin corazón; un ser involucionado y enfermo que necesita sanación, que necesita meditar, que necesita evolucionar. Urgentemente además. Esta es la cruda realidad, sin maquillajes. 

Como bien decía el gran Facundo Cabral, los mejores nunca ganan porque los mejores nunca compiten. Comprender esto es comprenderlo todo. 








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